AGUSTÍN BARRENA Y ALONSO DE OJEDA, un abogado de Sigüenza
Uno de esos misteriosos misterios que ensombrecen las noches madrileñas comenzó a cernirse la mañana del domingo 13 de marzo de 1932, después de que el pastor Esquitinio de la Concepción Expósito, al ir a soltar sus ovejas, que dormitaban en el Prado del Carranque, junto a la antigua “Vereda del Soldado”, a las afueras del entonces pueblo de Carabanchel Bajo se diese de bruces con el cadáver de una pobre mujer que resultó ser una vivaracha toledana, Luciana Rodríguez Narro, que se dedicaba, de manera ocasional, a vender los famosos bordados lagarteranos por las calles de Madrid. La tarde de la víspera, la última vez que con certeza se la vio, fue saliendo del palacio de Buenavista, residencia entonces del Jefe de Gobierno, don Manuel Azaña, a cuya mujer, doña Dolores Rivas, vendió unos paños que doña Dolores regaló a la embajadora de Francia.
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Eso fue lo oficialmente conocido, puesto que después de encontrarse su cadáver no fueron pocas las personas que dijeron haberla visto, a la misma hora que salía de palacio, tomando el autobús en Puerta Cerrada; un taxi en la Plaza del Ángel; del brazo de un apuesto militar por el Paseo de Recoletos…; cosas imposibles. Y una pregunta saltó al viento de Madrid que atemorizó a todas las mujeres que, como Luciana, ejercían el noble arte del bordado, y la venta ambulante por las calles de Madrid: ¿Quién la mató? Pregunta que tardó en encontrar respuesta.
Era entonces don Agustín Barrena y Alonso de Ojeda, a pesar de su juventud, puesto que acababa de cumplir los 33 años de edad, uno de los abogados penalistas con mejor futuro y mayor prestigio de Madrid, después de unos cuantos sonados éxitos en la Audiencia que lo llevaron a figurar en la página de sucesos y tribunales de los periódicos de Madrid. El caso, que fue conocido como “El Crimen de la Encajera de Carabanchel”, lo terminó por consagrar.
Había nacido en Sigüenza, en los inicios de aquel año de gracia de 1899, hijo de don Felipe Barrena y Barrena, igualmente abogado de profesión y una de las figuras clave de la alta sociedad seguntina de aquel tiempo, al dirigir junto a su hermano Agustín la sociedad gestora bancaria “Barrena y Hermano”, de la calle de Villegas 2, en la que, además de trajinar con efectos bancarios, también se comerciaba en tejidos y otros asuntos. Los locales de la “Banca Barrena” son los que en la actualidad ocupa el Museo Diocesano.
Estudió en Madrid la carrera de Derecho, llegando a alcanzar una gran reputación como jurista, destacando como gran orador. Fue, tras José Serrano Batanero, uno de los abogados nacidos en la provincia de Guadalajara que más destacó en aquel Madrid, tanto por los conocidos casos en los que tomó parte, como por su saber estar. Alguno de sus hermanos, entre ellos Luis, también le acompañó en este mundo de las leyes; un tercero, Felipe, se quedó en Sigüenza para ser Alcalde de la ciudad de los obispos.
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Y, cosas que tiene la vida, mientras que Felipe entroncó por matrimonio con otra de las nobles familias seguntinas, los Grande, los dos abogados seguntinos en Madrid, Luis y Agustín entroncaron con otro de los grandes abogados españoles de aquel tiempo, don Gerardo Doval Formoso, gallego de origen, político de raza y académico de prestigio, además de figura indispensable en el mundo de la criminalística de Guadalajara. Luis contrajo matrimonio con Carmencita Doval; don Agustín con María. Y llevaron una vida de éxitos pareja en el mundo del Derecho, hasta que llegó la Guerra Civil de 1936 y don Luis perdió la vida en ella cuando era diputado por Melilla, representando al Frente Popular. A don Agustín le llamaban más las ideas políticas contrarias, a pesar de que nunca se inmiscuyó en asuntos políticos.
Cuando llegaron aquellos días grises don Agustín Barrena y Alonso de Ojeda era Presidente de la Casa de Guadalajara en Madrid, cargo al que accedió en 1934, año en el que se juzgó aquel famoso crimen "de la Encajera de Carabanchel”. Continuó siendo Presidente de la Casa de Guadalajara en Madrid durante la Guerra, pues la Casa no cerró sus puertas salvo en los últimos días; cedió el mando de la institución a don Francisco Layna Serrano. Y fue durante su mandato, entre 1935 y 1936, cuando la Casa de Guadalajara más se significó en el Madrid de su tiempo.
Tardó en resolverse, el crimen de “La Encajera de Carabanchel”, aunque antes de que lo hiciese, para que a don Agustín no le faltase trabajo, surgió el del “Zagal de Fuensalida”, un zagalillo natural de esa localidad que en las proximidades de Madrid, por ver quién puede más, se llevó por delante la vida de tres pastores de la finca para la que trabajaba; don Agustín logró que al zagalillo la condena se le quedase en un internamiento, de por vida, en una casa de salud.
La resolución del caso de “La Encajera” tenía visos de mayor complejidad, pues eran tantos los testimonios cruzados que… Tuvo que llegar el mes de agosto con todos los calores que caen sobre Madrid en los meses de agosto, cuando las gentes que pasaba por la calle del Arroyo de las Pavas, en el antiguo pueblo de Carabanchel, se dieron de bruces con otro crimen. Hasta una vivienda de aquella calle dos badanas atrajeron a un buen hombre, tabernero de oficio y natural del pueblecito molinés de Cubillejo de la Sierra. Los asesinos no se dieron cuenta de que con los calores se encontraba la ventana abierta, y que mientras mataban al tabernero los vecinos miraban. La policía los encontró en plena faena, a pesar de que uno de ellos, por si colaba, se escondió debajo de una cama.
La actuación de don Agustín en los tribunales fue digna de enmarcarse, de ahí que tras el caso de “la Encajera de Carabanchel y el tabernero de Cubillejo” no le faltase trabajo.
Su bufete, en la céntrica Glorieta de Bilbao, fue uno de los más perseguidos por la prensa a partir de aquellos años; como lo continuó siendo después. Hasta alcanzar un renombre que únicamente don José Serrano Batanero fue capaz de dar a la abogacía penalista que salió de la provincia de Guadalajara, asentando sus reales en Madrid.
No faltó su contribución a la prosperidad de la Sigüenza de postguerra; tampoco su mano a la modernización de la abogacía madrileña, integrándose en la junta directiva del Colegio de Abogados de Madrid, a la que perteneció durante muchos años. Siendo uno de aquellos guadalajareños ejercientes en Madrid a través de la Casa Regional.
Una de sus últimas actuaciones como abogado de éxito la tuvo en el más que doloroso caso de la catástrofe de Ribadelago, cuando la presa de Vega de Tera, en aquel municipio zamorano, reventó y se llevó por delante la vida de 144 personas.
Para entonces los dos diablos que llevaron a cabo los crímenes de la Encajera y el del Tabernero de Cubillejo, que dieron fama letrada a don Agustín ya pertenecían a la historia, aunque su final no fue como contó Margarita Landi, ninguno de los dos perdió la vida en el cadalso a manos de verdugo que apretase el garrote; uno de ellos, el más listo, murió de viejo en el penal de Cartagena; el que pasó por lelo, al esconderse bajo la cama, la muerte le llegó en el penal del Dueso, cuando al encabezar una de esas revueltas carcelarias que las películas cinematográficas nos recuerdan de cuando en cuando, se enfrentó, encabezando a los 300 presos que entonces se encontraban tras los muros del penal, en los inicios de 1936, a todo un batallón del ejército que tuvo que intervenir para sofocar la revuelta.
Don Agustín Barrena y Alonso de Ojeda, abogado, nació en Sigüenza en 1899; falleció en Madrid, el 29 de junio de 1968, donde fue sepultado al día siguiente en el cementerio de Nuestra Señora de la Almudena.
Tomás Gismera Velasco
Gentes de Guadalajara
Henaresaldia.com/Diciembre 2020
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