NARCISO GARCÍA AVELLANO.
El Barón de Laftoor, o el Maestro, y su obra
Sí, hubo un tiempo, entre el último tercio del siglo XIX y el primero del XX, en el que en la provincia de Guadalajara destacaron, por encima quizá de otros hombres de ciencia y cultura, los maestros. Su obra pedagógica, junto a sus nombres, son hoy historia de la enseñanza en España. De ahí que de cuando en cuando nos vengan a la memoria. Es el caso de don Narciso García Avellano.
Nació don Narciso García Avellano en Tórtola de Henares, ese hermoso pueblo a medio camino entre la Campiña y la Alcarria, casi a las puertas de la capital de la provincia, en medio de la profunda epidemia de cólera que recorrería Guadalajara entre el otoño de 1854 y el verano de 1855. Era 29 de octubre del año 54 cuando vio la luz del mundo. Por Tórtola, donde su madre ejercía el magisterio, dio sus primeros pasos, y en Tórtola llevó a cabo sus primeros estudios, hasta que la edad de adquirir conocimientos que lo llevasen a ganarse la vida con honradez, y dejar su nombre para los libros de la historia, lo llevó a Madrid.
Llevó a cabo en la capital sus estudios de Maestro, comenzando a ejercer su profesión en nuestra provincia a comienzos de la década de 1870, ocupándose de la escuela de Huertahernando (su primer destino), de donde pasó a Taravilla y su escuela de adultos; después se trasladó a Guadalajara para dirigir más tarde los colegios que entonces se situaban en la Cuesta de Calderón, en unión de la que ya para entonces se había convertido en su esposa, la también maestra Claudia Álvaro Molina, significándose ambos como defensores de la educación obligatoria y gratuita. En Guadalajara estuvieron por espacio de dos años, entre 1881 y 1883, regresando a Madrid para ser nombrado Auxiliar de las Escuelas Públicas de la capital del reino y pasar a uno de sus entonces pueblos vecinos. Uno de esos que terminó siendo devorado por la ciudad, Vallecas, después de una breve estancia en las escuelas públicas que limitaban Madrid con aquel pueblo.
Fue director de las Escuelas Públicas de este pueblo, antes de pasar a ser un barrio de la capital, y posteriormente, luego del paso por numerosos distritos madrileños, a ser director del Grupo Escolar Vallehermoso, casi en el centro de Madrid, en el que concluyó su carrera docente al jubilarse en 1919. No sin antes pasar por Ávila, en los años finales del siglo XIX, desterrado a la provincia por la crítica que en carencia educacional elevó al Gobierno de la época. A su regreso a Madrid le fueron reconocidos sus derechos y, se le nombró Jefe Superior de Administración Civil, a cuyo cargo opositó.
No sólo a dirigir colegios se dedicó don Narciso. También fundó en el Colegio Vallehermoso el “Orfeón Escolar”, que recorrió las calles de Madrid; y abrió academia particular en la madrileña calle de Bardales.
En los primeros años de la década de 1880 fundó junto a otros muchos maestros La Asociación General del Profesorado Español de Primera Enseñanza, de la que fue Secretario General durante algunos años, laborando por la dignidad de la enseñanza y de los maestros con agudas críticas a la clase política en tiempos en los que la docencia era considerada profesión de segunda clase, o en los que la cultura del pueblo quedaba, para los grandes genios de la política, en tercer lugar; lo que le llevaría a ser suspendido en sus funciones en más de una ocasión.
HISTORIA DE LA CASA DE GUADALAJARA EN MADRID (Aquí)
También colaboró con diversos medios de prensa, provinciales y madrileños, siendo redactor del semanario instructivo de la enseñanza “La Educación”. Además de que, como buen instructor, fundó su propio periódico a fin de dar a conocer sus inquietudes. Fue en 1879, bajo la cabecera de “El Maestro Alcarreño”, por desventura, tan sólo editó tres o cuatro números en la capital provincial.
De él escribió Rufino Blanco y Sánchez, otro de nuestros grandes nombres de la docencia provincial, en su Diccionario de Calígrafos españoles: escribe con buen aire de letra española de Iturzaeta y dio en el Centro Instructivo del Obrero una conferencia preparatoria de la exposición de Caligrafía y Artes similares celebrada en Madrid en los meses de junio y julio de 1902 sobre la Dignidad y nobleza de la escritura.
Y es que don Narciso también perteneció a lo que entonces se conoció como Cuerpo de Calígrafos. O dicho de otra manera, a la clase de hombres que trataban de enseñar a otros las buenas artes de las letras que hoy han pasado, como tantas otras cosas, al olvido. Arrinconadas por las nuevas tecnologías.
Fue aquella, la preparatoria caligráfica, una de sus muchas conferencias ya que por esos años, y los sucesivos, fueron numerosa las que dictó, generalmente relacionadas con la docencia y el trato a los alumnos y profesores.
Se integró en el grupo de guadalajareños que creó, en 1903, el Centro Alcarreño de Madrid, precursor de la Casa de Guadalajara en Madrid, dedicado entonces, como una de sus principales inquietudes, a la docencia; en el que ocupó distintos cargos en su junta directiva y fue parte del cuadro de profesores, junto a los más destacados intelectuales de la Guadalajara residente en Madrid, que dotaron al Centro de aulas de enseñanza; en las que se reunieron, entre otros, los hermanos García López (Juan-Catalina y Pío, o Pareja Serrada). El Centro Alcarreño de Madrid dotó de cultura, letras y números, a varios cientos de guadalajareños emigrados a la capital de España, que no disponían de medios para costearse las lecciones.
Al margen de la enseñanza y sus
conferencias, fue don Narciso un prolífico autor de reglamentos escolares,
dando a la imprenta numerosas obras, entre las que destacan: Disciplina escolar o Reglamento Urbano
Disciplinario, editado en Madrid en 1886.
JUAN BRAVO, ENTRE LA HISTORIA Y LA LEYENDA (Aquí)
Ya jubilado, todavía continuó su labor difusora dando a la imprenta una nueva obra, Educación Nacional, Sociología y Pedagogía, editada en 1926 y que sería objeto de varios premios y reediciones. Otros de sus libros señalados fueron “Aritmética Pedagógica (Madrid 1892)”, e “Ilustración de la Infancia”, (Madrid 1886). A estos se añadirían: “Filosofía de la Educación”, (1900); y, por supuesto, sería un logro hallar su primera obra, aquella que sacó a la luz desde Taravilla y a la que dio el título de “Fases histórico-críticas de la sociedad española”, que vio la luz en 1877.
Su obra fue parte de la docencia que esparció por España la Institución Libre de Enseñanza, con la que colaboró bajo el seudónimo de “Barón de Laftoor”. Seudónimo con el que firmó numerosas de sus colaboraciones en prensa.
Nunca perdió el vínculo con su localidad natal, Tórtola de Henares, que le rindió un cálido homenaje en el mes de mayo de 1923, siendo nombrado “Hijo Predilecto de la localidad”, colocándose en la casa en la que nació una placa alusiva, al tiempo que se dio su nombre a una de las calles de la población. En la fachada de su casa natal se colocó una placa: “Aquí nació, en 19 de octubre de 1854 el Ilustrísimo Sr. D. Narciso García Avellano. Notable pedagogo y distinguido publicista. Su pueblo natal le dedica este recuerdo perpetuo en sus bodas profesionales de oro de tan predilecto hijo”.
Posteriormente, en 1928, sería el encargado de colocar la primera piedra de las nuevas escuelas del municipio a las que, en su homenaje, se las dio su nombre.
Narciso García Avellano, Maestro, Calígrafo y Escritor, nació en Tórtola de Henares (Guadalajara) el 19 de octubre de 1854; falleció en Madrid, en el mes de abril de 1943.
Tomás Gismera Velasco
Gentes de Guadalajara
Periódico Digital Henares al Día
Guadalajara, octubre 2020
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