Blog dedicado a la biografía breve de personajes destacados y curiosos de la provincia de Guadalajara, hasta el siglo XX, por Tomás Gismera Velasco.-correo: gismeraatienza@gmail.com

martes, noviembre 13, 2018

SINFORIANO GARCÍA SANZ. EL SEÑOR DE LAS BOTARGAS


SINFORIANO GARCÍA SANZ. EL SEÑOR DE LAS BOTARGAS

Tomás Gismera Velasco


   Las botargas vienen con el frío. Con el invierno. Con la Navidad. Con el Año Nuevo, con los Reyes Magos y, sobre todo, con el Carnaval.

   También llegan con el recuerdo del hombre que, en Guadalajara, las sacó al mundo de la máscara; del costumbrismo; de la devoción etnológica y etnográfica, y sus cencerros y campanillas parecen repicar, en el silencio de las tardes alcarreñas, o bajo el telón puntiagudo y cada vez menos nevado del Ocejón, un nombre, el de Sinforiano García Sanz. Un hombre que nacía el 8 de junio de 1911, en Robledillo de Mohernando.

   Nacía en una época en la que la provincia de Guadalajara, y la Campiña a la que Robledillo pertenece, conservaba intacto todo un acervo folclórico heredado a través de los siglos, y que formaba parte de la identidad cultural de un gran número de poblaciones en las que enmascarados y botargas, como personajes más identificativos, acudían a su diaria representación anual en el momento en el que las nieves comenzaban a teñir, que entonces lo hacían, los picachos del Ocejón, continuando su escandaloso cencerreo más allá de los primeros fríos invernales, cuando las cigüeñas comenzaban, por San Blas, a ocupar sus viejos nidos en las centenarias torres de las iglesias de la zona.

Sinforiano García Sanz. El Señor de las Botargas.


   Nació en una familia de labradores, por lo que no es difícil pensar que su futuro, en una familia en la que predominaban las mujeres, estaba destinada a permanecer apegado al surco, en esa herencia del oficio que fue pasando de padres a hijos, junto al nombre o al apodo. No fue así en el caso de Sinforiano, puesto que las estrecheces familiares, junto al poco fruto que el campo ofrecía para forjarse un futuro prometedor, le invitó, con apenas once años de edad, a trasladarse a Madrid para, como no podía ser de otra manera, iniciarse en el trabajo como mero chiquillo de los recados en un almacén de confección, en el que se forjaría como sastre y donde permanecería hasta que por edad, fue llamado a servir a la Patria en las filas del Ejército.

   Con anterioridad a su partida al servicio militar ya se había adentrado en el mundo del libro, a través  del Centro de Estudios Históricos, donde como ayudante había comenzado a relacionarse con alguno de aquellos hombres que por la década de 1920 comenzaban a dar cuerpo a los estudios sobre el folclore, provincial y nacional, que trataban de dejar reseña de lo que fueron todas aquellas representaciones que iniciaban un largo otoño, con amenaza de quedar dormidas en el arcón de los recuerdos de los viejos camarotes de las casas labriegas.

   Cumplido el obligatorio servicio a la Patria en Sevilla, donde profundizó un poco más en su afición a los libros, regresó a su antiguo trabajo en el Centro de Estudios, hoy Consejo Superior de Investigaciones Científicas, e inició su relación más estrecha con aquellos personajes provinciales que ya andaban a la caza de botargas, de enmascarados, de viejos ritos de la Semana Santa, de mayos y cantos alcarreños, o de ancestrales festejos en torno a los cuales se reunían nuestros mayores a rascar la cristalina botella de anís o sacar sonidos misteriosos de la boca de un cántaro desportillado.

   Entre aquellos cabe citarse al doctor Castillo de Lucas, a Américo Castro o a uno de aquellos insignes eruditos en el arte etnográfico provincial como lo fue Gabriel María Vergara. De la mano de todos ellos, y algunos más, bebiendo de la ciencia de lo auténtico, creció Sinforiano en el arte de recopilar viejas canciones a punto de perderse, escuchadas a través de ancianas con pañoleta a la cabeza y largos y negros toquillones. De la misma manera que aprendió a recorrerse los caminos cencerreados por las botargas provinciales.

En su viejo coche recorrió los caminos de Guadalajara


   Nunca fue hombre de letras universitarias, que cuando hay amor a la tierra y deseos de engrandecerla parece que los libros sobran, pues se escriben a diario con el empeño mismo de dejar para las generaciones futuras la ciencia propia de lo sentido y lo vivido. Así se fue Sinforiano haciendo mayor, a base de comprobar, viviendo la realidad, lo que era el folclore provincial de las décadas de 1920 y 30. Cuando ya su ciencia se encontraba en sazón y comenzó a elaborar sus propios trabajos e idear su forma de vida, a través del libró, organizando y montando su propia librería, tras un viaje a Barcelona al concluir la Guerra Civil, en la entreplanta de un caserón madrileño de la calle de Fuencarral.

   Entre viejos tomos con olor a papel rancio se fue descubriendo como verdadero recopilador del folclore patrio guadalajareño, de sus dichos y decires, de sus ya deshilachados vestuarios que comenzaban a dormitar envueltos en bolas de alcanfor en los baúles recónditos de los camarotes alcarreños. A forjarse en el estudio de los antiguos caserones, de los instrumentos musicales que espantaron las noches de la penumbra alcarreña o de las danzas que fueron y comenzaban a dejar de serlo.


   Dicen quienes mejor le conocieron, y lo dicen con la certeza de quien no teme equivocarse, que Sinforiano García Sanz fue el auténtico descubridor de las botargas alcarreñas, de esas que, al día de hoy, se han convertido en signo de identidad festiva del invernal reposo de Guadalajara. Y cierto ha de ser, puesto que en sus trabajos recopilatorios sobre botargas y enmascarados figuran las que hoy son y las que fueron, en número tan elevado que, tratando de llegar a él, no hay año que desde que Sinforiano se marchó para siempre, no surja una nueva, como testimonio que lo trata de recordar y hacer presente.

Robledillo de Mohernando. Enero de 1993


   En sus trabajos, dedicados más a la investigación que al adorno literario,  dejó reseña escrita en sus “Botargas y enmascarados alcarreños, (Notas de etnología y folclore)”, que vio la luz en su primera parte en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, corriendo el año de 1953. Trabajo completado en los Cuadernos de Etnología de Guadalajara, y su número 1, publicado por la Diputación Provincial de Guadalajara y su Institución de Cultura “Marqués de Santillana”, en 1987, cuando Sinforiano García Sanz se había convertido, simplemente, en Sinfo.

   Con anterioridad a este sustentoso trabajo, y en la misma revista etnográfica de Dialectología, había dado a la luz popular la tradición por excelencia de su pueblo natal: “Las Ramas”,  en 1945; y a estas seguiría “La quema del Judas en la provincia de Guadalajara”, nacido en 1948; y en el 1951 nacería un nuevo trabajo: “Notas sobre el traje popular en la provincia de Guadalajara”, al que seguiría “Los aguinaldos de Santa Agueda”, de Ruguilla, “Las cuevas de Tielmes”; los “Breves datos sobre la soldadesca de Codes”, o su “Sobre el Cancionero de Guadalajara y su Geografía popular”, que sentaría las bases para las recopilaciones posteriores en torno a los cánticos provinciales.

   Pero más allá de esos trabajos reseñados a vuelapluma, Sinfo fue mucho más lejos en su labor autodidacta de recopilador de la cultura tradicional de la provincia, añadiendo a su conocimiento una inmensa biblioteca de temas provinciales a la que, como cuentas de un rosario, fue incorporando viejos volúmenes desaparecidos en manos de anticuarios, que en su día volaron en alas del destino, escapando de las bibliotecas de conventos o monasterios, y que quedaron de esa manera registradas para el conocimiento general, junto a libretos, estampas, o figuras de Belén, de las que también llegó a ser coleccionista.

   A lo largo de más de cuarenta años su firma resultó habitual en los semanarios provinciales, como rescatador de tradiciones y leyendas que un día escuchase por las negras sendas de los hoy llamados pueblos negros, los senderos alcarreños o serranos, o de parloteo a la sombra parternal de las olmas concejiles en cualquiera de las muchas plazas mayores de los guadalajareños lugares.

   También los personajes fueron parte de su pluma, desde el para los etnógrafos botargueros mítico “Mere” de Arbancón, Hermenegildo Alonso, tallista de botargas, enmascarados y cachiporras, a cualquiera de los labriegos que le tuvieran algo que contar. Su viejo seiscientos se hizo popular en el paisaje y paisanaje de la geografía festiva y tradicional de la provincia.

   Vienen al recuerdo, entre los centenares de trabajos publicados en la prensa, “Las bodas de Canrayao” o su premonitorio “Requien por Villacadima”, cuando este pueblo serrano comenzaba a ser sombra de lo que fue.

Sinforiano, visto por el pintor Rafael Pedrós, en 1994


   Y hasta en eso, en el escribir semanal, o mensualmente, en semanarios o boletines, parecía jugar a la confusión, como a veces lo hacen los botargas. Firmaba a veces como García Sanz; como Gesanz otras muchas; y Garcisanz, y García Sanz, y… Su obra va más allá de la simple investigación folclórica o etnográfica. En decenas de artículos de prensa, más o menos largos, nos habla de los pueblos, de los paisajes, de las tradiciones, de las leyendas o de las gentes que habitan nuestras poblaciones. E incluso, en muchas ocasiones, echa mano del verso para lamentar algún desatino de los tiempos.

   Sinforiano García Sanz se atreve con la crítica literaria, haciendo gala de sus conocimientos bibliográficos. Se atreve con la biografía breve de personajes como el Conde de Romanones, José Antonio Ochaíta o Ramón de Garcíasol; y nos habla de los pueblos, sobre todo de la Campiña, aunque no falten las incursiones a la Serranía de Atienza, por la que en sus escritos demuestra una particular predilección, ya sean Paredes de Sigüenza, Villacadima o la amurallada villa de Palazuelos.

   Su obra, extendida a lo largo de decenas de artículos de prensa, forma en conjunto un amplio volumen que ilustra un tiempo de tradiciones y leyendas de nuestra provincia, y que, de primera mano, nos va enseñando cómo los pueblos van perdiendo no sólo esas tradiciones, también a las gentes que las mantuvieron vivas hasta aquel momento.

   Pero a más de todo lo reseñado, Sinforiano García, reconvertido en popular Sinfo para centenares de amigos y conocidos, comenzó en la década de 1940 a ser uno más de aquellos soñadores que trataron de dar a Guadalajara un realce necesario, aún a fuerza de estar fuera.

   Sinfo, entre aquella “manada” de intelectuales que comenzaron a lamerse las heridas del destierro provincial a fuerza de laborar desde fuera por lo que dejaron atrás, comenzó a ser uno más entre aquella pléyade de hombres y nombres hoy míticos en la cultura de la gran Guadalajara: Francisco Layna Serrano, Tomás Camarillo Hierro, José Sanz y Díaz, Claro Abánades, el antes citado doctor Castillo de Lucas, José María Alonso Gamo, José Antonio Ochaíta…, y tantos más cuya relación haría interminable la lectura de su nómina.

   En aquella década de los años 40 en la que Guadalajara, como la España entera, se sacudía el hambre a base de hueso sustanciero y guiso de patatas sin sustancia, estos que en Madrid se sacudían la sed de soles de mayos alcarreños forjaban su “Colmena” de hijos amantes y laboriosos de su tierra, de la que Sinfo fue uno de sus primeros seguidores, uno de sus primeros impulsores, y su primer Secretario General. Su vuelo, por las circunstancias de los tiempos, fue breve, tan breve como el vuelo de la perdiz en los trigales de la Campiña; pero a “La Colmena” seguirían otras iniciativas, tal vez con mejores cimientos, en ocasiones surgidas al embrujo de los viejos cafés, entre halos de humo negro y el penetrante tufo del humo de la pipa que se le pegó a los labios y pasó a ser parte del Sinfo intelectual y erudito.

   Tras “La Colmena” llegaría el sueño de La Casa de Guadalajara en Madrid, que en la idea de Sinfo debía de ser otra Colmena. También aquí fue Sinforiano García uno de sus primeros impulsores, y defensores, tanto que se asignó, para no ser el primero, el cuarto puesto en el orden jerárquico de la fundación, y su primer vicesecretario de la Junta Constituyente, que le designó, con las puertas de la Casa abiertas, Vicepresidente, cuando Guadalajara comenzaba a despertar a los años 60. Y a La Casa de Guadalajara dedicó parte de su vida, entre secretarías, vicesecretarías, vicepresidencias y, ya puestos, libros de biblioteca, pues desde que la biblioteca se abrió, hasta que las piernas de Sinfo comenzaron a subir con paso temblón los peldaños de la escalera, Sinforiano fue Bibliotecario de la Casa de Guadalajara en Madrid.

   Largos fueron los años, y largo el camino recorrido. Recompensado con el tributo amistoso de quienes, en vida, le admiraron y pusieron su nombre en una placa, descubierta a su memoria, en su Robledillo natal, cuando ya el viejo seiscientos con el que se recorrió la Guadalajara entera comenzaba a dar muestras de cansancio.

   Aquello fue en el frío enero de 1993, templado con un cencerrear de botargas y unos guisos de patatas cocinados según manda la tradición popular. Dos años después Sinfo, en ese caminar que nunca para, por más que trate de pararse el tiempo, se fue a dormir, hasta la eternidad entera, al lugar del que salió, a Robledillo de Mohernando.






   Atrás dejó, para los amantes de la cultura tradicional de una Guadalajara que se sacudió el polvo de los caminos y se embruja al sonido, color y sentimiento mundano de botargas y enmascarados alcarreños, un primaveral invierno que lo revive cada año. Por ciento y muchos más.

   Fue Sinforiano, sin duda, el descubridor y padre literario de los etnógrafos y etnólogos de la Guadalajara que, despertando del sueño, abrió los ojos a los últimos años del siglo XX, y a los comienzos del XXI.

   Sin Sinforiano García Sanz, no cabe la menor duda, botargas y enmascarados alcarreños no cencerrearían como hoy lo hacen.

   Sinforiano García Sanz nació en Robledillo de Mohernando (Guadalajara), el 8 de junio de 1911; falleció en Madrid el 23 de  junio de 1995.


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