LOS BARBERO DE HITA .
Apolinar y Pablo Barbero han sido, sin duda, los pianistas más conocidos de la provincia
Cuando Pablito Barbero se subió por vez primera a un escenario, saludó al público con respeto, se dirigió al piano y comenzó a deslizar sus dedos por las notas nacaradas del artilugio, acababa de cumplir unos redondos, y jóvenes, 14 años de edad. En la actualidad diríamos que un joven de 14 años que se sube a un escenario para dar un concierto de piano, es un talento musical. Así que Pablito Barbero lo fue.
Claro que podríamos decir aquello de que: ¡de casta le viene al galgo! Pablito Barbero fue hijo de don Apolinar Barbero, aquel al que en toda Guadalajara se tachó de buen y gran hombre, que dio clases de música a una parte importante de la Guadalajara del siglo XIX desde su academia de música, que se encontraba en la planta de calle de su elegante casa de la plaza de la Antigua número 23.
La subida al escenario por vez primera de Pablito Barbero tuvo lugar el lunes 8 de enero de 1861 en el teatro de la Zarzuela, y ofreció al respetable un concierto que su profesor, don Oscar Camps y Soler, tituló “Fantasías de Rigoleto”, acompañado por unas composiciones de un pianista de éxito por aquellos días, el francés Emile Prudent. Los cronistas le auguraron grandes éxitos, si no hacía caso de los familiares aplausos.
Apolinar Barbero Sanz
Nació, don Apolinar Barbero Sanz, cuando España todavía no estaba recuperada de aquellas desgracias que nos dejó la francesada.
En Hita vino al mundo el 23 de julio de 1817, festividad de San Apolinar y, por aquello de que la vida hay que ganársela todos los días, muy joven entró a servir en el entonces pujante monasterio de Santa María de Sopetrán, con la sana intención de profesar como novicio, al tiempo que se soltaba en aquello de tocar el órgano, algo que aprendió de otro paisano, don José del Vado, a quien llamaban el tío Farol; superó al maestro, se casó son su hija, Francisca del Vado Casal y cuando el monasterio fue desamortizado emprendió el camino musical en solitario, trasladándose a Guadalajara, donde había de cumplir el servicio militar.
Ingresó en la Banda de Música de Guadalajara donde se especializó en el toque de corneta de llaves. Visitando, con el Ejército, Santiago de Compostela, donde se perfeccionó en el toque del órgano, aprendió a tocar el violín y la flauta, se especializó en música benedictina, y pasó a pertenecer al Muy Ilustre Cabildo de Música del Santo Apóstol. Regresando a Guadalajara al concluir el servicio a la Patria convirtiéndose, a partir de entonces, en uno de los mayores maestros de música que conoció la capital de la Alcarria a lo largo del siglo XIX.
Pablo Barbero Casal
Dos hijos le vivieron a don Apolinar, don Pablo y don Luis. Don Luis se dedicó al funcionariado, alcanzando el alto grado de oficial de la intervención de Hacienda; oficio que desempeñó en numerosas provincias del reino.
Pablito se dedicó a la música, de la mano de su padre aprendió primero solfeo; después a tocar el piano, antes de que don Apolinar lo mandase a Madrid, a aprender el arte musical con aquel gran autor que fuese don Oscar Camps y, como su padre hiciese con el suyo, don Pablo Barbero superó al maestro.
Con intención de que aprendiese lo que por Europa se tocaba su padre lo mandó a París, y desde París y, a su regreso, comenzó a recorrer los cuatro puntos cardinales de España como concertista de piano, antes de regresar nuevamente a Guadalajara para ayudar a su padre en la ya prestigiosa academia de música de la plaza de la Antigua número 23.
Aquí organizó y dirigió la Banda de Música Municipal, y junto a su padre el coro musical de la Casa de Expósitos, además de ser reclamado en los grandes fastos ciudadanos, para tocar el órgano en las iglesias de Santiago o San Ginés. Hasta que, en 1871, decidió que su futuro se encontraba a un paso de Guadalajara, en Madrid.
Un pianista de éxito
El renombre adquirido a través de las capitales del reino le dio la oportunidad de crear su propia academia de música, desde la que preparar a futuros pianistas, al tiempo que él mismo opositaba a ser concertista de éxito en los mejores teatros madrileños, siendo habitual en el de la Zarzuela, el Español, el de la Princesa, el Lara, o el Alhambra, donde llegó a ser una auténtica estrella hasta que unos años después de su llegada a Madrid fundaría su propia orquesta. Un sexteto que, con él propio Pablo Barbero al piano, se mantuvo durante cerca de veinte años al frente del teatro de la Comedia. De Madrid, desde mediada la década de 1870 solo salió para actuar en Guadalajara, Portugal o alguna de las principales capitales españolas.
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Junto a su sexteto registró un repertorio de cerca de mil composiciones musicales, entre las que no podían faltar las propias, ya que también escribió y publicó algunos de los famosos chotis que se bailaron en aquellos tiempos por las calles de Madrid. E hizo famosas, dentro y fuera de los teatros, sus famosas polkas.
También animó las veladas teatrales, componiendo la parte musical de algunas escenas de las obras de nuestro gran Jacinto Benavente cuando el siglo XIX llegaba a su fin. Con el final del siglo también se despidió del mundo su padre. Don Apolinar falleció en Guadalajara el 18 de julio de 1897.
Pablo Barbero Largacha
A don Pablo Barbero Casal la muerte le llegó en su casa de la Cava de San Miguel número 7, y todavía le quedaba mucho por componer. Contaba 57 años de edad cuando el 28 de septiembre de 1904 se despidió del mundo, en Madrid, donde se quedó para siempre. Había nacido, también como su padre, en Hita, Pablo Barbero el 15 de enero de 1847.
Es de aquellos hombres que honran al pueblo que le vio nacer, decían entonces los periódicos, y cierto era. Pues el nombre de Guadalajara lo extendió por todos los escenarios a los que subió, por espacio de 40 años. En los que recibió, además del reconocimiento del público, el homenaje institucional a su trayectoria.
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Se encontraba casado con Dolores Largacha López, descendiente, como no podía ser de otra manera, de músicos ilustres, y dejaba por heredero de sus éxitos a su único hijo varón, Pablo Barbero Largacha, quien dirigió la Orquesta Sinfónica de Madrid y continuó acariciando las teclas nacaradas de los pianos por los teatros de Madrid y medio mundo, y componiendo, como hiciera su padre. Haciendo que el nombre de Guadalajara se escuchase, a través de las notas musicales, mucho más allá de la provincia.
Grandes músicos fueron los Barbero de Hita, y de Guadalajara y del que es, sin duda, el pueblo más grande de la provincia, Madrid. Que siempre merecen un recuerdo.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 15 de enero de 2021
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