ISABEL MUÑOZ CARAVACA.
La mujer que soñó un mundo justo
Tomás
Gismera Velasco
Doña Isabel Muñoz Caravaca (Isabel María
Magdalena Josefa Muñoz-Caravaca y López de Acebedo), nació en Madrid el 3 de
agosto de 1848; hija de un acaudalado matrimonio originario de Ciudad Real y
Madrid. De Ciudad Real (Alcázar de San Juan), era el padre, Francisco; y de
Madrid su madre, Alejandra.
En Madrid estudió sus primera letras, y lo
que era algo más extraño en una mujer de aquella época, estudio Bachillerato,
música, francés…, e incluso obtuvo el título de maestra. Probablemente sin
intención de ejercer ninguna de ellas ya que por aquel tiempo el futuro de la
mujer se centraba en el matrimonio. Ella se casó el 7 de diciembre de 1874, en
Madrid, con Ambrosio Moya de la Torre, hombre mayor que ella, catedrático de
profesión, con varias especialidades, matemáticas, física, química, e incluso
delineación.
Doña Isabel, a la muerte de su esposo veinte
años después de contraer matrimonio, solicitó una plaza de maestra, obteniendo
la que en Atienza había dejado libre doña Escolástica Téllez. Llegó a Atienza
en el verano de 1895
Pero doña Isabel Muñoz Caravaca no era una
maestra como las que Atienza había conocido hasta el momento, limitadas a
enseñar a sus alumnas las nociones básicas, sino que llegando mucho más allá
trataba de que sus alumnas entendiesen que en una sociedad dominada por los
hombres, tenían los mismos derechos que ellos, entre otras muchas cosas. Lo que
la llevó a constantes enfrentamientos con la sociedad atencina, con la iglesia,
con el Ayuntamiento, e incluso con aquellos sectores que durante años dominaron
la vida de la comarca.
Presionada por esa sociedad que trataba de
combatir, dejó su cargo de maestra a sueldo del municipio o del ministerio, en
el mes de septiembre de 1902; no obstante continuó dando clases particulares,
al tiempo que instauró lo que se llamó escuela de adultos, en lo que durante
los años que continuaría residiendo en Atienza sería su domicilio particular,
en la calle de la Zapatería, frente a la capilla de San Roque.
A raíz de dejar de dar clases, doña Isabel
comenzó una nueva labor, la periodística, que ya había esbozado en la revista que, en 1898, vio la
luz en Atienza, pasando después a Jadraque como “Alcarria Ilustrada”, donde escribió algunos artículos sobre lo que
podríamos llamar “costumbrismo atencino”.
En aquellos primeros conocidos combatió una de las festividades que ella
entendió “bárbaras”, en Atienza, el
descabezamiento de gallos el día de Jueves
Lardero, y ya venía combatiendo otra de las fiestas nacionales con tanto
arraigo en Atienza como fuera de la villa, las corridas de toros, como también
la pena de muerte; al tiempo que trataba de que la mujer alcanzase los mismos
derechos que los hombres.
De su trabajo literario quedan decenas de
artículos, la mayoría de ellos publicados en la prensa de Guadalajara, el
semanario Flores y Abejas principalmente,
así como en las revistas que republicaron en Atienza y Jadraque, “Atienza ilustrada” y “La Alcarria ilustrada”, así como, entre
otros medios, en “El Briocense”.
Su escritura es crítica y combativa. No hay
aspecto de la sociedad que, imaginándolo discriminatorio o injusto contra algún
sector, no lo combata. Al tiempo que se aventura a ofrecer soluciones para una
tierra que ya, en aquella época, comenzaba a experimentar una creciente
emigración por falta de iniciativas que renovasen la vida rural.
ISABEL MUÑOZ CARAVACA, MAESTRA DE ATIENZA
Doña Isabel, desde Madrid, llegaba a una
población en la que había de dejar una profunda huella: “las personas se gastan rápidamente, yo cuando menos pertenezco a la
historia local. Pero desde la historia podré aun ver a las que fueron mis
alumnas aprovecharse de lo que fue el más firme empeño por mi parte”, escribió
años después, y así debió de suceder.
La escuela de niñas se encontraba entonces
en un viejo edificio junto a la muralla,
justo encima del que hoy todavía se llama “puerta de las escuelas viejas”, paralela al arco de la Virgen. El
edificio, antes de dedicarse a escuela de niñas fue un antiguo telar al que se
denominó la “fábrica”, edificio ya prácticamente ruinoso que había sido la Casa
Grande los Bravo de Laguna: “Era una
construcción tan rara que no tenía edad; había en ella tornapuntas y entarimados
de hace cincuenta años, y sillarejos sentados hace siete siglos; era un caserón
de varias épocas, apoyado en un lienzo de murallas que tuvo un metro y setenta
y cinco centímetros largos de espesor. Se alzaba en el lienzo superior del
lienzo de murallas, porque la inferior sirve para contener el terreno, y debió
ser construido hace trescientos años. El interior era casi todo un salón
destartalado”.
En el edificio había vivienda para la
maestra, aunque no tardaría, debido al estado del edificio, en pasar a residir
a una nueva vivienda de alquiler, en la calle de la Zapatería. Casa cómodo
desde la que pudo ser testigo de primera mano de la vida social atencina,
puesto que la calle era, sino la principal, una de las más transitadas de la
población.
Llegaba para dirigir una escuela a la que
acudían poco más de treinta niñas, puesto que en aquellos años la mujer todavía
está siendo educada para ser ama de casa. Isabel luchará con todas sus fuerzas,
incluso acudiendo de puerta en puerta para hablar personalmente con los padres,
para que las niñas asistan con regularidad a la escuela, algo que hasta antes
de su llegada, no sucedía:
Llama la atención en Atienza por sus extraña
costumbres, a doña Isabel le gusta acudir al atrio de la Trinidad para ver la
salida de la luna o la puesta de sol, y allí, cuando sus obligaciones se lo
permiten, se la puede encontrar. Obligaciones que suman doce o catorce horas de
trabajo diario.
No tarda en incorporarse a uno de los grupos
atencinos que tratan de cambiar la población, para bien, el capitaneado por el
entonces político, abogado y notario, Bruno Pascual Ruilópez, con quien
comparte ideas uno de los médicos del pueblo, el doctor Solís y Greppi; el
farmacéutico, algún que otro funcionario y poco más.
No obstante ser una señora de ciudad, su
llegada a Atienza, creará una gran expectación, por aquellas ideas que no tarda
en dar a conocer, y aquella misma sociedad que la recibe con los brazos
abiertos no tardará en oponerse a sus ideas, tan solo defendidas por su grupo
de íntimas amistades, puesto que no tardará en comenzar a combatir las rancias
creencias religiosas, y eso, en una población en la que la religiosidad está
firmemente asentada desde siglos atrás, y que en esa época cuenta con no menos
de seis sacerdotes, influirá para que de alguna manera incluso los padres de
sus propias alumnas se vuelvan contra ella, aunque nada de eso le parezca
importar.
Desde su llegada luchará para que se
edifique un nuevo colegio para las niñas, e incluso, asomada, como ella cuenta,
al balcón que se cuelga sobre la muralla, ideará el edificio, con un amplio
jardín y mucha luminosidad: “Desde el
único balcón de mi labor, en lugar elevado y dominante yo me dedicaba por las
tardes, concluida la sesión, a investigar los alrededores, buscando un local
nuevo para escuela o un solar para construirla”. Claro que sus peticiones
primeras serán desoídas por la primera autoridad municipal que no tardará en
recriminarla con aquello que ella misma apunta de “está usted llena de caprichitos señá Isabel”.
A lo largo del tiempo se la acusará de
muchas cosas. De pertenencia a algunos partidos políticos o cofradías o
hermandades masónicas prohibidas; ella, conforme contó, tan solo pertenecerá, a
lo largo de su vida, a una hermandad, la Sociedad Astronómica.
A lo largo de su vida se mostrará como una
persona escéptica en lo religioso, con unas creencias propias. Cree en la
realidad, en lo que puede verse o palparse; en lo que tiene una explicación
razonada y razonable, lejos de interpretaciones más o menos místicas o
supersticiosas.
Luchará por lo que cree justo e incluso
abogará porque se prohíba el uso de armas de fuego, pues como ella misma
escribirá en alguna ocasión “parece que
todo hombre que se precie necesita llevar una pistola”. Y, por supuesto,
aunque acepte críticas a su labor u opiniones, no guardará silencio fácilmente.
Hará contrarréplica a quienes la critican, argumentando sus razones, en
ocasiones, con un deje de sarcasmo:
“Verán
ustedes, a mí, que me han llamado tonta, por traslación, quiero decir,
calificando mis actos de tonterías, no me enfado. Si eso de que soy tonta ya me
lo sabía yo. Yo interpreto la palabra tontería como si me dijeran: ¡que mona,
qué graciosa, qué bonita! Yo no tiro chinitas, suelo hacer observaciones
diciendo con franqueza lo que pienso o lo que siento”.
ISABEL MUÑOZ CARAVACA Y LOS DERECHOS DE LA
MUJER
Isabel Muñoz Caravaca se declara
abiertamente feminista en un tiempo en el que el feminismo, tal y como hoy lo
conocemos tiene otro significado, puesto que en los años en los que doña Isabel
se muestra como tal, las mujeres apenas tienen derechos en la sociedad: “Si, soy feminista, estoy en mi derecho”.
En el artículo que titula “Mi cuarto a espadas”, da su definición
sobre su feminismo: “Las feministas
aspiran a la igualdad de todos ante la ley y en la familia, y quieren para
nosotras y para vosotros todo el respeto, todas las consideraciones que
individualmente merecemos y merecéis; las no feministas se entretienen, acertada
o desacertadamente, en formar para ellas una moda, es decir unas costumbres,
unas tendencias, en fin, femeninas”.
Se opondrá a algunas ideas de Carmen de
Burgos, Colombine, antes de que ésta
se manifiesta abiertamente por los derechos de la mujer, y la criticará en
varios artículos cuando Carmen de Burgos, residente en Guadalajara en el primer
decenio del siglo XX, trate de aconsejar a las mujeres sobre algunos detalles
de la vida, o ciertas supersticiones heredadas a través de los tiempos.
Una de sus mayores cruzadas será a favor del
voto de la mujer:
“Las
mujeres son, moral e intelectualmente, iguales a los hombres; tienen derechos,
los mismos que los hombres; si estos votan, aquellas deben votar, cuando estos
sean legalmente aptos y elegibles para desempeñar cargos, aquellas deben serlo
también. La mujer debe votar y admitir votos, pero esto en la plenitud de
derechos, civiles y políticos, sin depender de nadie; es decir es un estado de
equilibrio social más lógico y más equitativo que este que tenemos, y no se
asuste nadie, esto, lo actual, es lo injusto y lo falso”.
Ella no llegará a conocer los derechos
adquiridos por la mujer, pero aquello, como tantas otras cosas, formará parte
de sus sueños:
“Día
llegará, pese a quien pese, en que la vida social, política, administrativa,
literaria, estén a la par, en manos de hombres y mujeres. Entonces el ambiente,
él solo, se moralizará. No quiero decir que las mujeres aporten nuevas
virtudes, pero si cualidades, hoy negativas, positivas y creativas mañana. Las
mujeres son seres morales como los hombres; intelectuales como los hombres, y
por lo más o por lo menos, valen lo mismo que los hombres”.
ISABEL MUÑOZ CARAVACA Y LA ASTRONOMIA.
Es, igualmente, una apasionada de la
astronomía. De la observación de los astros y del universo y, por supuesto,
observadora de los eclipses que tienen lugar en su época:
“¡Hermoso
espectáculo que, por desgracias, no tiene todos los seguidores que se merece!”
Son varios los eclipses, tanto de luna como
de sol, que tiene ocasión de contemplar, y de los que da cuenta a través de
extensos artículos que, en la mayoría de los casos, son discutidos por quienes
no la creen capaz; o piensan que una mujer no puede ser capaz, de alcanzar a
conocer una ciencia, hasta ese momento dominada por los hombres; ciencia que,
igualmente, transmite a su hijo Jorge, quien acompaña a su madre con ocasión de
la visita del astrónomo francés Camille Flammarión a España a fin de seguir el
eclipse total de sol que tiene lugar a finales del mes de agosto de 1905, y
para el que, por mejor observarlo, ya que se ha establecido que aquel será el
mejor punto, se desplazan hasta Almazán.
Jorge Moya será el corresponsal especial que
cuente, para Flores y Abejas, el
desarrollo del acontecimiento desde el campamento que montan en las cercanías
de Almazán, lugar al que se desplazan importantes periodistas de toda España;
dando cuenta, igualmente, del recibimiento que se le hace al astrónomo francés:
“A las
diez y pico llegan Flammarión y su señora. El Ayuntamiento los acompaña al
antiguo palacio de Altamira, propiedad de los señores Martínez Azagra, quienes
galantemente ofrecen su casa al astrónomo. Las notas de la marsellesa se
encargan de demostrar los sentimientos y el entusiasmo del pueblo de Almazán
por la misión francesa… Vamos a la instalación del provisional observatorio, y
queda constituida la misión Flammarión”.
Su relato es apasionado, tanto por lo que
observa, como por la calidad de las personalidades que allí se encuentran,
entre ellas su madre, doña Isabel, pertenecientes la mayoría de ellos a la
Sociedad Astronómica de Francia.
El estudio de Isabel Muñoz Caravaca sobre el
eclipse será ridiculizado por algunos periodistas españoles, no porque sea
mejor o peor que el de otros astrónomos, sino porque es una mujer, lo que no
causará en ella la más mínima molestia, aunque contestará firmemente a quienes
la critican, ante todo al periódico madrileño Gedeón.
De la mano de Flammarión visitará Francia en
más de una ocasión. Unas veces para conocer los estudios de este, y otras para
participar en asambleas de la Sociedad Astronómica, y continuará, desde
Atienza, observando los astros, la luna, y dando cuenta de sus descubrimientos.
Incluso en Atienza, escéptica para con ella
en tantas cosas, se la respeta por la observación de los cielos, como sucede
cuando, en el mes de agosto de 1907, se observa sobre sus cielos un extraño
fenómeno que ella describe como el “cometa
Daniel”, lo que le da pie para dar toda una lección sobre los planetas que
giran alrededor de la tierra, desechando las supersticiones que suelen
acompañar estas apariciones. Supersticiones que volverán con ocasión del paso
del Cometa Halley en 1910. Tras su paso,
el 19 de mayo, y no sin cierto sarcasmo, se dirigirá a sus lectores:
“En fin, se acabó el miedo. Ahora quedan comentarios para unos días. Con
que adiós hermoso, que no tengas novedad; ya nos dejaste, ahora te veremos cómo
te alejas…”
Todavía tendrá ocasión de observar otro
eclipse de sol en el verano de 1912, será el último para ella:
“Yo
conocí, y recuerdo, el eclipse total del 18 de julio de 1860; tenía yo doce
años aún no cumplidos; hizo un día espléndido y vi maravillada aquella
magnífica corona solar… Después… a medias, muy a medias, me ha favorecido la
suerte en los eclipses totales”.
ISABEL MUÑOZ CARAVACA Y LOS DERECHOS DE LOS
MAESTROS.
Para Isabel Muñoz Caravaca, el maestro ha de
ser, ante todo, amigo del alumno, al que ha de respetar para obtener su
respeto, oponiéndose por tanto al castigo físico, tan en boga en la época: “el castigo en las clases es el más
antipedagógico de los procedimientos, sus resultados son negativos. No hay
motivo jamás para pegar a un niño, para encerrarlo, para maltratarlo. Con los
niños tenemos contraída la inmensa responsabilidad de educarlos, y esto no se
consigue pretendiendo vengar en ellos nuestras humillaciones y nuestro
abatimiento voluntario”.
Su queja constante, que los maestros no
están bien considerados: “Convengamos que
los maestros, al menos los maestros españoles, no tenemos suerte. Hemos sido
durante largo tiempo risible modelo para los caricaturistas”.
Del mismo modo que reclamará,
permanentemente para los maestros, incluso dirigiéndose al ministro del ramo
(en esa ocasión el conde de Romanones), un salario digno que hasta ese momento
no han tenido: si los sueldos son
mezquinos que se aumenten, si son suficientes sufran sus descuentos como los
demás sueldos del Estado; si se nos quiere privilegiar sin descuentos, venga el
privilegio, pero no a consta de otro.
Su pensamiento es que los maestros de
primera enseñanza forman una de las colectividades más dignas; su misión es
quizá la más honrosa de todas las misiones.
Su concepto de la enseñanza es igualmente
innovador: “Yo no podía hacer comprender
a mis alumnos que 10 por 10 por 10 son 1000, al punto de hacerles admitir que
un decímetro cúbico contiene mil centímetros cúbicos, hasta que hice construir
mil piececitas de a centímetro y se las di para que jugasen con ellas”.
Del mismo modo que celebrará que, por fin,
en 1902, las maestras puedan pasar a formar parte de las Juntas de Enseñanza,
hasta entonces dirigidas única y exclusivamente por los hombres.
ISABEL MUÑOZ CARAVACA Y LA IGLESIA.
La falta de religiosidad, o de cultura
religiosa, es una de las acusaciones que la perseguirán a lo largo de su
estancia en Atienza y que la acompañarán durante el tiempo que viva en
Guadalajara, hasta pocos días antes de su fallecimiento.
Ella nunca se declarará como ferviente
católica, más bien es una persona escéptica que analiza el por qué de las cosas
y que, tratando de predicar con el ejemplo, más una vez se hará la misma
pregunta: “Han pasado dos mil años,
¿cuantos pasarán hasta que seamos cristianos de veras?”
Entiende que es una “devoción viciosa” la vieja costumbre arraigada en la iglesia, algo
las rogativas. Ella se siente obligada a formar a sus alumnos: “los deberes de maestra ponen la pluma en mi
mano, y apoyada en lo que dicen los pedagogos de que la Escuela educa a los
padres por medio de sus hijos, obedezco a mi obligación, no solo de educar sino
de contribuir a que se difunda la luz y la verdad más allá de mi escuela, si es
posible”.
El comentario viene a consecuencia de
combatir el que sean sacadas las imágenes de las iglesias para pedir agua, o
que cese una plaga de langostas: “En las
escuelas de niños está mandado que se estudien principios de Agricultura:
cualquier tratado elemental de esa materia enseñaría a los niños a despreciar
supersticiones, y les diría que existen medios racionales para preservar en lo
posible a las plantas de sus enemigos”.
Estas opiniones no solo pondrán en su contra
a los sacerdotes del municipio, igualmente lo harán los de fuera de él: “¿por qué nos dice que es una patraña el creer
que el hisopo libre a los campos de los azotes ordinarios? ¿Por qué asegura que
los conjuros no son medios racionales para preservar a las plantas de sus enemigos? Por Dios señora, ¿quiere
usted decir tanto como dicen estas frases?”. Le pregunta el cura del vecino
pueblo de Hijes, Patricio Sánchez.
La respuesta de doña Isabel es larga, la
reduciremos a unas líneas que resumen todo su contenido: “Yo no voy contra las creencias religiosas de nadie; yo no hablo una
palabra de religión en todo esto; porque yo no llamaré nunca creencias
religiosas a las inconscientes credulidades del vulgo. Y ahora que me dirijo
especialmente a un señor capellán pregunto: Si hay herejía ¿dónde está? ¿En mis afirmaciones o en lo que
llama mi contrincante prácticas del pueblo católico? No son católicas esas
prácticas. El catecismo llama culto vicioso a la superstición, y en plena
superstición nadamos”.
Isabel defiende la igualdad, una igualdad
que no se ejerce y va contra el cristianismo que predica la iglesia católica: “El Cristianismo se predicó y se extendió por
el mundo. Hoy, prescindiendo de matices y detalles, es la religión de todos los
pueblos cultos; la única creencia religiosa que cabe dentro de la moderna
civilización. ¿Podemos decir que hemos cumplido exactamente el mandamiento que
se nos dio? Nada más bello que la misión que se impuso el Cristianismo, pero la
misión completa, aquella en que cabe lo mismo el soñador idealismo de su origen
oriental que la lógica positiva de nuestros días; reunir a los humanos sin
distinción, a todos, altos y bajos, grandes y chicos, sabios e ignorantes,
hombres y mujeres… Nuestro Padre está en el Cielo, nuestra morada es la tierra.
Dios no ha creado castas, ni clases, ni especies, esas son obras nuestras”.
Su enfrentamiento con el padre Cadenas,
predicador en Atienza que exacerbó a los vecinos contra ella, llamándola impía,
continuó en Hiendelaencina, donde Cadenas hubo de ser rescatado por la Guardia
civil. Parece que se atrevió a insultar a los mineros por no acudir a la
iglesia. En cambio Isabel, al conocer la noticia, no carga contra él, sino que
lo compadece: “El buen sentido de todos
debe remediar y mejor, evitar estos sucesos lamentables, el de los oyentes
haciendo caso omiso de las exageraciones de la misión, el del misionero
recordándole que las imposiciones ya no son posibles para nadie, ni viniendo de
nadie; que deje en paz la conciencia de todos, que la independencia y la
libertad de esa conciencia es la más grande, la más bella de las conquistas de
nuestro tiempo”.
En uno de sus artículos, 28 de abril de
1908, que titula: “Ayuno con Abstinencia”,
Isabel crítica esta práctica sin que le falten argumentos para hacerlo: “En Atienza el jueves y el viernes santo no
se comen manjares vedados, pero como no se veda beber en día de ayuno, aquí se
bebe, es la costumbre. Se bebe limonada, en exceso, y los excesos conducen a lo
todo lo malo”.
Aunque sin duda lo que más le duele es que,
residiendo ya en Guadalajara, las mujeres preguntan a su servidumbre cuáles son
sus opiniones religiosas, que el 10 de noviembre de 1912, explica en un largo
artículo que titula: Explicaciones.
“Respeto las ideas religiosas de todo el mundo; todas las opiniones
religiosas civilizadas las respeto; que cada cual crea lo que mejor le parezca
o lo que le hayan enseñado”.
ISABEL MUÑOZ CARAVACA Y LA PROVINCIA DE
GUADALAJARA
“Sin
salir de casa tenemos en la provincia parajes amenos, lugares que nadie celebra
porque apenas se conocen”.
Lo escribe doña Isabel con motivo de uno de
sus muchos viajes por la comarca de Atienza, el que la lleva, en el verano de
1901, hasta Bustares.
El viaje, como no puede ser de otra manera
puesto que no existen las carreteras, lo realizarán, en compañía de su hijo
Jorge, del hijo del médico de Bustares y de uno de los conocedores del terreno,
Perico Rodríguez, perteneciente a su círculo de amistades atencinas, más
andando o a lomos de los humildes pollinos del país, hechos a llevar cargas de
todo género. En Bustares se alojará en la casa del médico, don Claudio Casado.
En el artículo, que titula “Al través de la provincia”, desgrana
todas sus dotes de auténtica narradora y animadora a la formación de una nueva
cultura, la turística que, según ella, ha de ser el futuro económico provincial.
No faltan las acotaciones a su pasión
astronómica: “no he de olvidarme las
noches espléndidas que seguían a los días de nuestro viaje. Júpiter, Saturno,
la Luna en creciente, estrellas a millones de todas magnitudes, contempladas
sin aparatos, es verdad, pero también sin obstáculos, sin límites, sin brumas,
y en la disposición de ánimo necesaria para comprender y admirar”.
Las descripciones de los lugares, tanto de
los que pasa, como de las poblaciones adyacentes, constituyen una evocadora
remembranza de la vida rural de aquellos entonces apartados lugares: “Dejamos atrás a Zarzuelilla, un pueblecito
encajado en bouquet de verdura semejante a un lindo juguete, y llegamos a
Valverde, el pueblo de las cerezas, a que debe su celebridad por estos contornos.
Es precioso, sus casas, completamente rústicas, hechas de una mampostería
primitiva que se reduce a la superposición de láminas de pizarra, y piedras
rojas de óxidos de hierro; de poca elevación y amplias cubiertas, de corte
elegante. Todas ostentan una parra, cuyos tallos verdes se enroscan
caprichosamente por las desigualdades de la fábrica. En la plaza un árbol
enorme, muchas veces centenario, sosteniéndose en un desamparado lienzo de
corteza, da al viento, a gran elevación, hermosas y robustas ramas”.
Si algo la duele, profundamente, es que sus
obligaciones en Atienza no le permitan realizar cuantos viajes desea para
conocer aquellos poblaciones de ensueño, si bien se contenta con hacer uno de
estos viajes con cada mes de agosto: “Ahora
heme aquí de nuevo en mis tareas ordinarias, pero conservando de la expedición
pasada un recuerdo imborrable, y soñando en el proyecto de otra para el año que
viene”.
ISABEL MUÑOZ CARAVACA, Y LA FIESTA DE LOS
TOROS
Son muchas las cosas que a lo largo de su vida
combatió Isabel Muñoz Caravaca, una de ellas, las corridas de toros: “he estado tres veces en los toros, una
porque me llevaron, las otras dos he ido yo con deseo de estudiar a las
multitudes en un estado psíquico que me parece curioso. A las corridas de
pueblo no he ido nunca”.
Ante sus airados escritos se ve en la
obligación de dejar señalado que no
pertenezco a ninguna sociedad protectora de animales y que hay distancia enorme
entre servirnos de los animales para sustentar nuestra vida y sacrificarlos
despiadadamente para nuestra diversión.
Puede entender, de alguna manera, las
corridas de toros que se celebran en las capitales, donde se reglan, pero lo
que no entenderá son las corridas de toros en las plazas de pueblo, en las que
no existe, aparentemente, ley ni orden: “En
los pueblos no hay auxilios, no hay lujo, no hay arte; no hay sino un recinto
mal cerrado; una gradería mal segura; dos o tres malos toreros o media docena
de hombres que no saben torear, encerrados con una fiera, frente a la muerte
horrible, al ensañamiento brutal del toro, y sirviendo de innoble espectáculo a
una multitud que ha depuesto sus sentimientos humanos; esa multitud es el
pueblo entero cuyas casas se cierran. Las corridas de toros, las de pueblos
especialmente, manchan nuestras costumbres”.
Del mismo modo que no puede entender que,
mientras los estudiantes en Madrid no acuden con regularidad a las corridas de
toros, sí que lo hacen en los pueblos, dejando de lado otras obligaciones: “habrá alumnos que cursen en las
universidades de Madrid, de Barcelona o de Sevilla, sin haber pisado las plazas
de toros; en cambio a la lidia o capea anual de cada pueblo no falta ni el más
insignificante arrapiezo: Va el que no anda, el que no habla, el que no
comprende: no importa que no pueda marchar solo, para eso están los brazos de
su madre. Para llevarle a los toros y así contribuir inconscientemente a la
educación en sentido contrario de las facultades morales del niño”.
Tampoco las mujeres escapan a su crítica,
cuando estas acuden a los festejos: “Las
señoritas de las pequeñas localidades se adornan para la corrida anual con sus
trajes vaporosos recién hechos; esos que llaman modistas y revisteros de modas
confecciones ideales; las señoras, las madres con los trapitos de cristianar
guardados cuidadosamente durante todo el año, ¿qué espectáculo es el que merece
tanto? ¿A qué tanta exaltación de lujo? ¿Se enojarán conmigo mis lectoras
porque les hablo así? Digo la verdad, desnuda, cruda, tan realista como el
motivo que la provoca. Que no me lo tomen a mal. Yo, aunque discutida, soy por
encima de todo educadora”.
Más tarde aclara: “Yo no gusto de hacer ni de que se haga daño a ningún animalito: por ahí
andan artículos míos contra las corridas de toros, y otros muy repetidos contra
la costumbre local, que sinceramente juzgo inhumana, de algunos pueblos en que
se acostumbra que los niños vayan a correr gallos, esto es a matarlos a palos…”
ISABEL MUÑOZ CARAVACA Y LA PENA DE MUERTE.
Qué Isabel Muñoz Caravaca es contraria a la
pena de muerte lo deja señalado en multitud de ocasiones. Tal vez la primera en
la que abiertamente se muestra en contra, sea con ocasión de la condena a la
que son sentenciados dos vecinos de Albendiego, que han de ser ajusticiados en
la villa de Atienza, en cuya cárcel se encuentran, con anterioridad ya ha
mostrado su repulsa a dichas condenas en otras localidades, como sucediese en
Brihuega, no obstante la causa de Albendiego la toma como algo propio:
“Un
día de luto amenaza al pacífico vecindario de Atienza; va a pagar culpas de
otros con un espectáculo atroz; en su recinto, dos hombres van a morir en
expiación de un tremendo delito”.
Isabel
no está en contra de la condena. Si de que Atienza se manche de sangre con el
ajusticiamiento de aquellos hombres que, indudablemente, merecen un castigo por
su delito. Cualquiera menos la muerte:
“El
crimen merece castigo; la sociedad ofendida una reparación; pero no hay sanción
penal; no hay reparación posible que valga como ejemplo a la conciencia
popular, lo que vale un acto de clemencia. Afortunadamente hay quien puede
ejercer ese acto; insistimos, suplicamos; no olvidemos que hemos nacido en una
sociedad civilizada y cristiana; que desde nuestra niñez aprendimos, no a pedir
venganza de nuestros ofensores, sino a exclamar invocando el nombre de Dios:
¡Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores!”
Finalmente Atienza no se verá salpicada por
la ejecución. En el último momento llegaría la clemencia.
La famosa causa de Mazarete, en la que se
condenó a dos hombres inocentes y que a punto estuvieron de ser ejecutados por
un asesinato que no habían cometido, será otro de los casos que remuevan no
solo a la conciencia provincial, también a la nacional. Isabel Muñoz Caravaca
volverá a ser una de las pioneras a la hora de plasmar su firma en contra de la
sentencia, y del caso, que finalmente será revisado y exculpados los
procesados:
“Un día llegará en que se borre de todos los
códigos la horrible, la irreparable pena de muerte; si nosotros no existimos,
la sociedad existirá, ¡qué dicha, aunque sea póstuma, la de los que puedan
aquel día gloriarse de que se anticiparon a abolir el ignominioso suplicio en
sus conciencias!”
No solo se ocupará de los casos que atañen a
la provincia, igualmente se posicionará con la famosa causa de Cullera de 1911;
abogará por los procesados de Maranchón, en lo que ya será una de sus últimas
batallas, pues el resultado final se conocerá a fines de 1914, cuando la
enfermedad se ha hecho dueña de ella:
“Yo
estoy viviendo mis últimos días, y creo poder esperar que mi alma saldrá casi
blanca de esta miserable envoltura; me educaron ¡Dios bendiga a los que me
educaron! dándome valor y energía para afrontar las dificultades de vivir, pero
¿y si me hubieran abandonado dejándome a la barbarie primitiva? ¿Puedo asegurar
que no hubiera delinquido como esos delinquieron? ¡Una vez más, perdón,
perdón…! Imploradla, con palabras, con lágrimas, con lo que sea… son nuestros
semejantes, nuestro prójimo, nuestros hermanos; y vosotros os preciáis de
discípulos de Aquél que murió en una Cruz perdonando a sus enemigos y
legándonos su ejemplo…”
A los reos de Maranchón les será conmutada
la pena de muerte en el mes de octubre de 1914.
ISABEL MUÑOZ CARAVACA, SU FINAL.
En 1914 la enfermedad comenzó a apoderarse
de ella, aunque trató en todo momento de sobreponerse al mal. Detestaba, por
encima de todo, que la compadeciesen, y así lo hizo saber al director de Flores y Abejas cuando el semanario dio
cuenta del mal que la aquejaba.
Falleció en la madrugada del 28 de marzo de
1915. Siguiendo sus instrucciones, Flores
y Abejas, el semanario para el que más escribió, se limitó a publicar la
esquela dando cuenta de su fallecimiento.
Otros semanarios de Guadalajara ampliaron la
noticia, dando cuenta de su personalidad, como El Liberal, La Orientación, o La Palanca.
Recibió sepultura en el cementerio de
Guadalajara la misma tarde de su fallecimiento. Un domingo que quedó marcado
para una parte de la historia literaria, artística y cultural de Guadalajara.
Al cementerio la acompañaron, desde el Alcalde de Guadalajara, a la mayoría de
los maestros de la ciudad.
Atrás dejaba una inmensa obra, en forma de
artículos periodísticos; así como media docena de libros de temática docente,
como “Principios de Aritmética”, o
“Teoría del Solfeo”.
Uno de sus principales y mejores biógrafos,
Juan Pablo Calero Delso, la definió al publicar su obra en 2006 como “Mujer de un siglo que no ha llegado aún”. Acertadas palabras para la
vida y obra de una mujer que, sin duda, se adelantó a su tiempo. La agradaría
conocer que, al día de hoy, muchos de
sus sueños se han cumplido.
Isabel Muñoz Caravaca, Maestra,
ensayista, pionera de los derechos en favor de la igualdad de la mujer, nació
en Madrid el 3 de agosto de 1848; falleció en Guadalajara el domingo 28 de
marzo de 1915.
En Henaresaldia.com
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