Blog dedicado a la biografía breve de personajes destacados y curiosos de la provincia de Guadalajara, hasta el siglo XX, por Tomás Gismera Velasco.-correo: tgismeravelasco@gmail.com

viernes, noviembre 22, 2024

BALTASAR CARRILLO LOZANO MANRIQUE

 

 

BALTASAR CARRILLO, EL GUERRILLERO DE ATIENZA

Natural de Arbeteta, fue una figura principal en la Guerra de la Independencia, y en la 1ª Carlista

 

   Sin duda, uno de los personajes más singulares y poco conocidos de la Guadalajara de los últimos años del siglo XVIII y mitad del XIX, fue Baltasar Joaquín Mariano Carrillo Lozano Sicilia y Manrique, hijo de Baltasar Carrillo Sicilia, natural de Arbeteta; y de Brígida Lozano Manrique, de Campisábalos. El chiquillo Baltasar nació en Arbeteta el 28 de noviembre de 1770, y el 8 de diciembre, en la iglesia parroquial de la villa de Arbeteta, su cura párroco, don Miguel Abarca, lo bautizó con la solemnidad que correspondía al hijo de una familia ampliamente conocida en la comarca. Su padre era propietario de uno de los hornos-fábrica de vidrio más populosas del entorno; por parte de su madre, los Lozano dominaban el mundo de la ganadería lanar a lo largo y ancho de la Serranía de Atienza; sus rebaños estaban formados por varios miles de cabezas; disponiendo de casonas hidalgas en numerosas poblaciones, desde Campisábalos a Miedes; de aquí a Arbeteta, Laranueva, Trillo y, por supuesto, Atienza, en donde en su entonces calle Mayor, o de la Zapatería, Baltasar heredó la de sus antepasados, los Fernández Manrique, levantada según proyecto del arquitecto Lorenzo Forcada, en los años finales de la década de 1779.

 



 

 

Baltasar Carrillo, un hombre para la Historia

   Corta edad contaba Baltasar Carrillo cuando, como heredero de su tío Juan Antonio Lozano Manrique, regidor perpetuo de Atienza, dejó atrás Arbeteta para establecerse primeramente en Campisábalos, sin duda para conocer los extensos dominios patrimoniales de la familia, desde donde pasó a cultivarse al Seminario de Nobles de Madrid, antecesor del Colegio Imperial, en donde llevó a cabo sus estudios, para regresar a Campisábalos hacia 1785; haciéndose cargo de la hacienda familiar, títulos y nombramientos de su tío Juan Antonio, hermano de su madre, al fallecimiento de este en 1795 o 96; entre ellos el de regidor de Atienza, o el de Síndico General del convento de San Francisco, en cuyas cercanías vivió, puesto que, dejando atrás la noble casona de la calle de la Zapatería, prefirió el viejo caserón levantado a espaldas de la iglesia de San Gil.

   Su vida, hasta los tiempos de la invasión napoleónica no dejará grandes reseñas, pues vivirá dedicado a la atención de sus negocios; producida esta movilizará a las gentes de Atienza para crear una de las numerosas Juntas de Defensa que en sus inicios se extendieron por la provincia, uniéndose al poco a la de Sigüenza, creada el 11 de agosto de 1809, que pasaría a ser la de la provincia, presidida por el obispo Vejarano, y de la que tomará igualmente parte el también atencino, tutor de Jovellanos, Juan José Arias de Saavedra.

   Fue igualmente Baltasar Carrillo el hombre que, dando cumplimiento a uno de los principales acuerdos tomados por la Junta de Defensa, el 6 de septiembre de aquel año, a lomos de buena cabalgadura, atravesó la Serranía para plantarse el día 9 en Ayllón ante el mismísimo “terror de los franceses”, como ya era conocido el vallisoletano Juan Martín Díaz, el Empecinado. La pretensión de la Junta de Sigüenza, y órdenes de Baltasar, era traer a Guadalajara al valiente guerrillero. Le ofreció todo lo que aquel necesitaba para combatir aquí al francés, armas, uniformes, equipamientos, víveres y pagas. Días después, El Empecinado entraba en Guadalajara, procedente de tierras segovianas, a través de los extensos pinares que rodean el Pico Ocejón.

   No fue, la relación de Juan Martín con la Junta de Defensa todo lo feliz que se hubiera deseado, puesto que los desacuerdos fueron constantes, llegando incluso a una especie de ruptura en 1811, situándose al frente de la guerrilla del Empecinado, nada menos, que Baltasar Carrillo. A quien no se le debió dar demasiado bien dirigir las tropas, puesto que los franceses estuvieron a punto de desmantelarla. Cuando volvió Juan Martín a capitanearlas, decenas de sus hombres habían perecido o habían sido hechos prisioneros. En una gesta gloriosa, participó Baltasar Carrillo junto al Empecinado, en la que se llamó “acción de Mirabueno”, reñida del 15 al 16 de marzo de 1810, en la que la partida del guerrillero, con la participación de algunos miembros de la Junta, desmanteló el convoy francés que se llevaba, en decenas de carros que hubo de abandonar en aquellos caminos, el producto de uno de tantos saqueos que padeció la ciudad de Sigüenza.

 

 


 Juan Martín y la Guerra de la Independencia en Guadalajara; conócelo pulsando aquí



 

El secuestro de don Baltasar

   Cargado de honores regresó de la guerra de la Independencia don Baltasar Carrillo a la Serranía. Honores y algo más de poder; puesto que tras la constitución de las Diputaciones provinciales formó en la de Guadalajara como uno de sus primeros vocales; manteniéndose como regidor de Atienza; cargo del que pasaría a ser, en 1820, Alcalde Constitucional. Antes, en 1815, fue el encargado, en nombre de la Villa, de acudir a postrarse ante Fernando VII, y darle la bienvenida al trono, en nombre de Atienza y su tierra.

   Casado se encontraba con su prima Francisca de Torres Lozano, quien añadió a la hacienda conyugal no menor cuantía de bienes. Matrimonio que no fue bendecido con la descendencia, por lo que los bienes de ambos se distribuirían a su vez en nuevos sobrinos.

   Don Baltasar Carrillo formaría parte de las Cortes del Reino, como Diputado por la comarca de Atienza, en varias legislaturas, siempre buscando la defensa de sus intereses, e incrementando la hacienda. Su cabaña de ganado lanar pastaba por los campos serranos, y por los extremeños, donde, en Campanario, a fin de controlar los de aquella parte de la tierra, se aposentó uno de los miembros de la familia que allí echó raíces.

   Más si algo le llevó a ocupar durante días las páginas de la prensa nacional fue uno de esos sucesos que alteran el orden en tiempo de guerra. Sucedió durante la primera carlista cuando, el 15 de febrero de 1836, a eso de las diez de la mañana, al tiempo que las gentes se encontraban en misa, la partida guerrillera del canónigo seguntino Vicente Batanero entró en Atienza, saqueó, robó, amenazó y, llegado que fue a la casa de Baltasar Carrillo, lo busco hasta debajo de las piedras.

   Don Baltasar, ya en edad de pocos trotes, no había ido a la iglesia y, al ruido, busco refugio… en las trojes del trigo, en las cámaras altas de la casa. De allí lo sacaron los de Batanero y, con la partida, se lo llevaron camino de la sierra. Hasta Galve acudieron los familiares a ofrecer por él un buen rescate; pero Batanero no buscaba dinero, sino la libertad de algunos de los principales hombres, partidarios del pretendiente, que se encontraban presos.

   La prensa dio detalles, día a día, de los movimientos del ex canónigo seguntino, como las dio de la aparición de don Baltasar en Atienza, días después.

   En su constante movimiento para no ser alcanzados por los isabelinos, las tropas de Batanero recorrieron la sierra sin detenerse; el día 20, en las cercanías de Beleña, don Baltasar, maniatado sobre una caballería, se echó de ella, rodó por el terreno, le dispararon hasta darlo por muerto y… a lomos de un borriquillo, apareció en su casa varios días después.

   Poco se conoce de sus últimos años. Es sabido que fue uno de los primeros inversores de la minería en Hiendelaencina; que adquirió las propiedades desamortizadas del convento de San Francisco de Atienza, y que hubo de fallecer en torno a 1844.

   Uno de los primeros estudiosos del personaje, su paisano Juan Luis López Alonso, en la revista digital Atienza de los Juglares, contó vida y milagros, de don Baltasar, y su familia.

   Un hombre para la historia y, quizá, todavía por descubrir.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 22 de noviembre de 2024

 

 


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viernes, noviembre 08, 2024

ALEJANDRO MIGUEL RUIZ DE TEJADA

 

MEMORIA DE ALEJANDRO MIGUEL RUIZ DE TEJADA

Un músico para Hiendelaencina

 

   Pudo llegar a ser Hiendelaencina, de no haberse secado antes de tiempo el filón de la plata que dio origen a no pocas fortunas y muchas frustraciones, la capital de la provincia de Guadalajara; y si no lo consiguió no fue porque no se pusiera empeño en ello, que desde dentro de la localidad, tanto como desde fuera, manos hubo que trataron de elevar la población a los más altos estrados de la política, la industria y, por supuesto, la cultura. La antigua localidad agrícola y ganadera que fue, se vio de la noche a la mañana tocada por la fortuna de hallarse bajo su suelo el gran filón de plata que atrajo inversores, busca fortunas y jornaleros. Hiendelaencina se convirtió, mediado el siglo XIX, en la California europea, con la mala dicha de que tantos fueron que no tardaron en convertir, Hiendelaencina y sus alrededores, en un auténtico colador por cuyos agujeros se escapó la gallina de los huevos de oro. Hiendelaencina y sus poblaciones aledañas, desde Alcorlo a Membrillera; de Villares a Zarzuela de Jadraque; de Robledo a La Bodera, y desde las peñas de estas sierras a las faldas del Alto Rey, se llenaron de manos; surgiendo alrededor de la minería un ciento de industrias, negocios y sueños. Con ellos llegaron desde otros lugares de España, Ingenieros, Técnicos, y, en general, profesionales en todas las materias que durante más de cincuenta años enriquecieron el entorno y dieron a la población y sus vecinas una categoría que se echaba a faltar en este rincón serrano de la provincia de Guadalajara.

 


Ingenieros en Hiendelaencina

   Numerosos de los ingenieros que llegaron para encargarse de las explotaciones mineras lo hicieron desde Inglaterra y Francia, convirtiéndose en inversores. La mayoría, al término de su inversión, o aventura de su negocio, regresaron a sus lugares de origen, tras dejar aquí sus pequeñas historias. Algunas, en las lápidas de su cementerio, en el que pueden adivinarse nombres y apellidos que nos conducen a las remotas tierras de Escocia o Irlanda y dan al sencillo camposanto un aire romántico, ante todo en los otoños e inviernos fríos y ventosos. En él tampoco faltan los apellidos vascos o navarros, como que algunos de estos estuvieron también en el origen de la prosperidad serrana, desde la minería de la plata, a la industria de la sal.

   Y tampoco faltarían los hijos de aquellos inversores, a la hora de llevar, por medio mundo, el lugar de su nacimiento cosido al éxito de sus profesiones. Por aquí, a más de los conocidos Orfila y Górriz, grabaron sus nombres con tesón de barreno Juan Stuyck Roig, quien llegó a dirigir una de las grandes empresas del sector, La Plata Roja; Jhon Taylor, de Holwell (Inglaterra), fundador de La Constante; Guillermo Pollard, quien llegó a Hiendelaencina procedente de Méjico, acompañado de Juan Trenear; Edward Rosse, nacido en el inglés condado de Cornall, y quien padeció uno de los secuestros express más mediáticos de su tiempo, en los peligrosos pasos del Congosto; e incluso Eugenio Bontoux, quien escapó de Francia por la puerta falsa a causa de sus deudas, y regresó convertido en hombre rico; o Eugene Pierat, que a punto estuvo de ser linchado en Cogolludo, por retratar a sus vecinos en procesión.

 

Alejandro Miguel Ruiz de Tejada

   Hijo de uno de aquellos Ingenieros que hicieron alto en Hiendelaencina en lo mejor de su plata, aquí nació Alejandro Miguel Ruiz de Tejada, en 1864; aquí dio sus primeros pasos y aquí se inició en el mundo de la cultura, mientras sus padres vivieron de la minería.

   Los primeros quince o veinte años de su existencia, al menos, se centraron en la población minera, como así se justificó cuando, llamado por la música, dio comienzo en Madrid a sus estudios de solfeo en el mes de septiembre de 1876, matriculándose en la Escuela Nacional de Música y Declamación, previo examen de ingreso, para cursar el primer curso de violonchelo y tercero de solfeo, no sin aplicación, pues en los exámenes y concursos que se celebraron en el  mes de junio siguiente obtuvo el primer premio en esta última asignatura y nota de sobresaliente en aquella; y en los seis años sucesivos completó los ocho cursos reglamentarios de la enseñanza de violoncelo, ganando por unanimidad iguales notas y primeros premios, no obstante, decían sus promotores, haber simultaneado tres cursos de Armonía y tres más de Composición. En las oposiciones celebradas años después de su incorporación a la Escuela, mereció la propuesta unánime por parte del tribunal examinador, de la concesión de una nueva beca de ampliación de estudios en el Conservatorio de París, cuando corría el año de gracia de 1883; a partir de aquí su carrera sería meteórica, al comenzar a recorrer Europa y sus conservatorios, en los que completar pasión musical: “en París obtuvo un segundo premio; otro primer premio en Viena, también premiado en París en 1884 con segundo premio; otro primer premio en Turín, y dos primeros premios en Madrid; los otros concurrentes eran holandeses, alemanes y franceses. Los dos alumnos del de Madrid quedaron muy por encima de los demás oposicionistas, en cuanto a escuela, según confesión del profesor de violoncello del Conservatorio de París, Mr. Delsrt, quien dijo: que la gloria del concurso de este año había sido para el Conservatorio de Madrid, pues se había probado la excelencia de su escuela en la especie de certamen universal que acababa de celebrarse”; se contó en la prensa de aquel tiempo.

   Ruiz de Tejada viajó por media Europa, en un tiempo en el que los espectáculos musicales dominaban una gran parte de los escenarios, en las principales capitales del mundo; viajando por Alemania, Austria o Inglaterra, antes de hacer su presentación, por todo lo alto, en el Madrid musical; mereciendo gracias a su fama, la Gran Cruz de Isabel la Católica, en justa recompensa a su aplicación y merecimientos, mediaba la década de 1880; su fama llenaba teatros y salas particulares.

 

El artista del violoncelo

   En el difícil arte de sacar música de las cuerdas del violoncelo se hizo maestro nuestro paisano, llegando a formar un terceto musical que recorría España y Europa en los años siguientes, acompañándose al piano por don Emilio Moreno Rosales y por don Antonio Fernández Bordas al violín; hasta que encontró el amor y, con el amor, otra vida.

   Sucedió en Granada donde, tras uno de sus más exitosos conciertos, conoció a quien había de ser su mujer, Ana María Toledo, de cuyo matrimonio nacerían cuatro hijos. El matrimonio tuvo lugar en 1890. A partir de aquí dejó los grandes escenarios para dedicarse a la vida familiar. En alguna ocasión tornó a los conciertos, si bien esporádicamente. La última vez que se le recuerda junto a su violoncelo fue en el homenaje nacional al maestro Federico Chopin, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el 30 de noviembre de 1926.

   Compaginó sus estudios musicales con los administrativos y jurídicos, licenciándose en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid e ingresando en el ministerio de Hacienda donde desempeñó altos puestos, llegando a ser Delegado en las provincias de Granada, Almería y Segovia, además de Tesorero de la casa de la Moneda, hasta alcanzar el puesto de Vocal del Tribunal Económico Administrativo Central, desde donde pasó a ser Magistrado del Tribunal.

   Falleció en Madrid el 9 de mayo de 1940, siendo enterrado en el cementerio de San Isidro, y la conducción del cadáver desde su domicilio, en el Paseo de Recoletos, a la Sacramental, fue seguido por un numeroso público que todavía lo recordaba con admiración.

   Gentes de esta tierra, que hicieron historia.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 8 de noviembre de 2024

 


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sábado, octubre 26, 2024

JUAN MARTÍN, EL EMPECINADO, POR ESTAS TIERRAS

 

 

JUAN MARTÍN, EL EMPECINADO, POR ESTAS TIERRAS

Es, sin duda, uno de los personajes más sobresalientes de la Guerra de la Independencia en la provincia de Guadalajara

 

   A punto está de cumplirse el segundo centenario de la desaparición de uno de los hombres que más tinta han hecho correr en los últimos dos siglos de historia de España y, por supuesto, de la provincia de Guadalajara. Su paso a la definitiva historia tuvo lugar de la manera más indigna que cabe imaginar, en Roa (Burgos), el 19 de agosto de 1825.Venganzas y falsas pasiones terminaron con el Empecinado en el cadalso de la plaza mayor de aquella localidad, después de haber sido exhibido, como animal de feria, encerrado en una jaula, en días de mercado.

   De ello, seguro, se escribirá en los meses próximos…

 


 

 

De la pecina del río… empecinados

   Empecinados, por la pecina que el Duero dejaba a su paso, llamaban los vecinos de las localidades próximas a los naturales de Castrillo de Duero (Valladolid), donde nació el 2 de septiembre de 1775; en una España en la que no faltaron las guerras en las que adiestrarse; pródigos fueron los siglos anteriores, y no faltarían en los finales de este XVIII que tantas historias nos dejarían. Juan Martín, para cuando los ejércitos de Napoleón invadieron España había combatido en el Rosellón; y tras el 2 de mayo de 1808 que lanzó a los madrileños a las armas, se echó a los caminos de su provincia, a golpear a las tropas napoleónicas, formando su famosa partida guerrillera en un principio con dos o tres amigos y familiares; su nombre se hizo popular en apenas unas semanas en aquellas tierras, al decretarse órdenes de búsqueda y captura contra él.

   Cuando se aproximó a la provincia de Guadalajara, a la tierra de Ayllón, en el mes de septiembre de 1809, España entera ardía en guerra; y hasta Ayllón acudió una representación de la Junta de Defensa de Guadalajara para ofrecerle lo que se pudiera a fin de que, desde nuestra provincia, combatiese al invasor. Los caminos de Guadalajara eran parte importante para el paso de los franceses entre Madrid y Zaragoza, de la misma manera que lo eran para algunos puntos del Levante, e incluso del Norte, a fin de rodear los dificultosos de la sierra madrileña; no faltaron los saqueos, castigos y penurias de los pueblos alcarreños o molineses, a cuenta de las tropas francesas cuyos soldados, como parte de su pago, tenían reconocido el saqueo de pueblos por los que pasaban.

   Al Empecinado, por haber firmado de esta manera sus partes de guerra, le sería reconocido el uso de este hombre, como si de un apellido se tratase, para él y sus sucesores, al término de la guerra, una vez Fernando VII se encontraba acomodado en el trono de Madrid, el 9 de octubre de 1814; ostentaba el alto grado de Brigadier de los Ejércitos, y ya se había posicionado en contra de algunas de las políticas reales, ante todo, de una de las primeras decisiones del monarca, la derogación de la Constitución de 1812, que, a su vez, suprimía el absolutismo.

 

Juan Martín en la provincia

   Tras la entrevista que en Ayllón tuvo Juan Martín con el vocal de la Junta Provincial, Baltasar Carrillo, el Empecinado entró en Guadalajara el 11 de septiembre de 1809 a través de Somosierra en dirección al Ocejón, llevando como guía a un hombre que, indudablemente, conocía estos pagos, Vicente Sardina, natural de Sigüenza. Sus primeras acciones tuvieron como centro la actual capital de la provincia y su entorno; regresando tras las acciones guerrilleras al cobijo del Ocejón, para posteriormente tratar de llegar a Sigüenza, donde en aquellos días se encontraba la Junta; de donde tendría que salir, perseguida por los franceses, sin encontrar lugar fijo en el que establecerse.

   En pocos días, Juan Martín logró reunir una especie de ejército, compuesto por cerca de doscientos hombres que, con el tiempo, llegarían a sumar varios miles, distribuidos en diversas secciones al mando de sus lugartenientes que, a su lado, hicieron historia por aquí. Entre ellos encontraremos a Nicolás de Isidro, natural de Usanos, que alcanzaría con el tiempo el grado de Capitán General; Saturnino Abuín, de Tordesillas; José Mondedeu, de Ibi (Alicante); Marcelo Francisco Dávila, de Valdenoches; el aragonés Jerónimo Luzón, o el ya citado Vicente Sardina.

   Las acciones en las que Juan Martín tomó parte, entre aquel mes de septiembre de 1809 y los días finales de 1812, serán innumerables, y pocas son las poblaciones en las que su nombre no dejará huella, desde Cogolludo a Jadraque, pasando por la totalidad de la Alcarria, Sigüenza, Atienza, Molina, o la propia Guadalajara, donde a punto estará de caer en una trampa tendida por el general francés Leopoldo Hugo cuando, haciendo creer que las tropas napoleónicas abandonaron la capital, retirándose hacia Alcalá de Henares, los “empecinados” entraron en la ciudad para ser rodeados, pocas horas después y cuando nada lo hacía suponer, por miles de soldados imperiales. Los hombres de Juan Martín debieron abandonar precipitadamente, y de madrugada, Guadalajara, para reencontrarse, como pudieron, por tierras de Brihuega.

   Los intentos por acabar con su vida mediante la traición, al no poderlo hacer en combate, por parte del francés fueron numerosos. En Jadraque se le intentó envenenar mediante un bebedizo; en Sigüenza se rebelaron parte de sus hombres; y Saturnino Abuín, pasado al ejército francés, estará a punto de terminar con su vida. De Jadraque saldrá un aserto para la historia: ¿Matar al Empecinado? Risum teneatis (Contened la risa).

 

El genio de Juan Martín

   No hubo de ser hombre de fácil trato. O mejor, fue hombre de mucho genio, en lo militar, y en lo familiar. Sus relaciones con la Junta de Guadalajara no fueron lo amigables que cabía suponer, y los enfrentamientos, ante cualquier situación, estuvieron a la orden del día. Juan Martín, más que a las órdenes superiores, obedecía a su intuición; la Junta de Guadalajara no vio con buenos ojos el que El Empecinado combatiese en Cuenca, Madrid, Valencia o Zaragoza, encontrándose al servicio de nuestra provincia, por lo que en alguna ocasión dejó el mando de la guerrilla provincial, para retornar a él, pasados los malos vientos. Hasta estas tierras se trajo a algunos de sus hermanos, que combatieron junto a él, y, como fue costumbre en este tiempo, numerosos militares acudieron a la guerra con sus mujeres. La del Empecinado, esposa legal con la que contrajo matrimonio en Fuentecén (Burgos), Catalina del Río, con la que tuvo varios hijos, recaló por tierras alcarreñas; abandonada a su suerte por su marido terminaría estableciéndose en Brihuega, donde falleció en 1834 como consecuencia de la primera epidemia de cólera que venteó la provincia.

    Por supuesto que Catalina del Río no será la única mujer en su vida. El Empecinado llegó a tener algunas relaciones públicamente conocidas, la más documentada, con María Oter Rodríguez, natural y vecina que fue de Gárgoles de Abajo, de cuya relación nació un hijo, Felipe, quien nunca será reconocido, pero que acompañará a nuestro hombre hasta el último momento de su existencia en la plaza Mayor de Roa. María Oter contraería matrimonio con un hacendado local, Sabino Sacristán, quien daría su apellido al hijo habido entre María y Juan Martín.

   Un Juan Martín que, fiel a sus ideas de libertad, no aceptaría las imposiciones de un rey que contravino todo lo que prometió; de ahí que se pusiese del lado de los constitucionalistas en el trienio liberal, lo que le llevaría a la persecución, la cárcel y, finalmente, la muerte.

   Sin duda, como arriba decíamos, de Juan Martín se hablará de aquí en adelante. Sirvan estas líneas, y las más de trescientas páginas del libro que trata de rememorar sus principales acciones en esta provincia, para adentrarnos en su figura, y sin duda, en una épica, afortunadamente, irrepetible.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 26 de octubre de 2024

 

JUAN MARTÍN EL EMPECINADO

Y La Guerra de la Independencia en Guadalajara

 

    El día 2 de mayo de 1808 en las primeras horas de la mañana, y desde mucho antes del amanecer, hay en Madrid un inusual movimiento de carruajes en torno al Palacio Real que, dadas las circunstancias por las que últimamente atraviesa el reino, no pasan desapercibidos para los vecinos.

   Las puertas del Palacio Real se encuentran abiertas desde que comenzó a clarear y los cocheros parecen estar dispuestos para lo que aparenta ser un largo viaje.

   Los rumores de que los últimos miembros que quedan de la familia real se disponen a abandonar el edificio corren por los alrededores como un reguero de pólvora, y ese rumor es suficiente para que se vayan congregando a su alrededor un buen número de madrileños, que siguen con atención todo cuando ocurre en el entorno.

   Alrededor de las nueve de la mañana la reina viuda de Etruria, por su matrimonio con Luis de Parma, Su Alteza Real doña María Luisa de Borbón, junto a sus hijos, sale de Palacio y ocupa el primer carruaje, y sin que nadie se interponga en su camino ni aparente la más mínima ira, sale del recinto; eso sí la sigue la mirada curiosa de un buen número de ciudadanos que se apartan a su paso. 

   A la Infanta de España, puesto que lo es por hija del rey Carlos IV, los tratos secretos hechos con Joaquín Murat, quien ya se veía coronado rey de España, la han granjeado la antipatía del pueblo de Madrid, que no reacciona ante su partida.

   Meses después Juan Martín Díaz, a quien apodarían El Empecinado, llegaría a la Provincia de Guadalajara para convertirse en el primer guerrillero contra los invasores, hasta ser conocido como “El terror de los franceses”.

   La Guerra de la Independencia en la provincia de Guadalajara ha sido ampliamente estudiada por Anselmo Arenas López a través de su “Historia del Levantamiento de Molina de Aragón y su Señorío en Mayo de 1808, y guerras de su Independencia” (Valencia, 1913), a cuyos textos nos remitimos en cuanto hace al Señorío molinés; no faltando en cuanto a la provincia en general, los trabajos que en torno a este periodo desarrolló el historiador José Luis García de Paz, principalmente: “La Guerra de la Independencia en Guadalajara y Tendilla” (Revista de Estudios Wad-Al-Hayara; núms. 35, 36 y 37; años 2008, 2009 y 2010); tampoco dejamos de lado la obra biográfica en torno a Juan Martín Díaz: “Juan Martín El Empecinado; Terror de los Franceses”; de Florentino Hernández Girbal (Madrid, 1985).

   A través de la obra iremos descubriendo, hasta donde nos sea posible, sus acciones por los pueblos de una Provincia de Guadalajara que quedó, durante los años que mediaron entre 1808 y 1814, bajo el dominio francés, combatido por Juan Martín y sus hombres, los guerrilleros del Empecinado.

 


 Juan Martín el Empecinado, y la Guerra de la Independencia en Guadalajara, el libro, pulsando aquí

SUMARIO:

-I-

MADRID, 2 DE MAYO de 1808

El alzamiento del pueblo de Madrid /13

-II-

EL GUERRILLERO JUAN MARTÍN DIEZ

El Empecinado /33

-III-

LA JUNTA DE DEFENSA DE GUADALAJARA

La lucha por la libertad de la provincia / 43

-IV-

JUAN MARTÍN

La pesadilla de Guadalajara contra los franceses / 59

-V-

LA CAZA DEL GUERRILLERO.

El Imperio contra la guerrilla / 87

-VI-

DIVIDE Y VENCERAS

Amigos y enemigos / 135

-VII-

UNA PRIMAVERA DE INTRIGAS Y QUEBRANTOS

La guerrilla imprescindible / 193

-VIII-

ENTRE LA GLORIA Y LA MISERIA

El triunfo y el fracaso / 209

-IX-

LAS VICTORIAS DE LOS MUERTOS

Nunca des nada por perdido / 227

-X-

EL REY HA VUELTO

¡Viva el Rey! / 277

-XI-

JUAN MARTÍN EL EMPECINADO

El primer guerrillero / 295

-XII-

LOS OTROS HÉROES DE LA GUERRA

Los Guerrilleros / 303

 

 


 Juan Martín el Empecinado, y la Guerra de la Independencia en Guadalajara, el libro, pulsando aquí

 

 

 

 

 

   El día 2 de mayo de 1808 en las primeras horas de la mañana, y desde mucho antes del amanecer, hay en Madrid un inusual movimiento de carruajes en torno al Palacio Real que, dadas las circunstancias por las que últimamente atraviesa el reino, no pasan desapercibidos para los vecinos.

   Las puertas del Palacio Real se encuentran abiertas desde que comenzó a clarear y los cocheros parecen estar dispuestos para lo que aparenta ser un largo viaje.

   Los rumores de que los últimos miembros que quedan de la familia real se disponen a abandonar el edificio corren por los alrededores como un reguero de pólvora, y ese rumor es suficiente para que se vayan congregando a su alrededor un buen número de madrileños, que siguen con atención todo cuando ocurre en el entorno.

   Alrededor de las nueve de la mañana la reina viuda de Etruria, por su matrimonio con Luis de Parma, Su Alteza Real doña María Luisa de Borbón, junto a sus hijos, sale de Palacio y ocupa el primer carruaje, y sin que nadie se interponga en su camino ni aparente la más mínima ira, sale del recinto; eso sí la sigue la mirada curiosa de un buen número de ciudadanos que se apartan a su paso. 

   A la Infanta de España, puesto que lo es por hija del rey Carlos IV, los tratos secretos hechos con Joaquín Murat, quien ya se veía coronado rey de España, la han granjeado la antipatía del pueblo de Madrid, que no reacciona ante su partida.

   Meses después Juan Martín Díaz, a quien apodarían El Empecinado, llegaría a la Provincia de Guadalajara para convertirse en el primer guerrillero contra los invasores, hasta ser conocido como “El terror de los franceses”.

   La Guerra de la Independencia en la provincia de Guadalajara ha sido ampliamente estudiada por Anselmo Arenas López a través de su “Historia del Levantamiento de Molina de Aragón y su Señorío en Mayo de 1808, y guerras de su Independencia” (Valencia, 1913), a cuyos textos nos remitimos en cuanto hace al Señorío molinés; no faltando en cuanto a la provincia en general, los trabajos que en torno a este periodo desarrolló el historiador José Luis García de Paz, principalmente: “La Guerra de la Independencia en Guadalajara y Tendilla” (Revista de Estudios Wad-Al-Hayara; núms. 35, 36 y 37; años 2008, 2009 y 2010); tampoco dejamos de lado la obra biográfica en torno a Juan Martín Díaz: “Juan Martín El Empecinado; Terror de los Franceses”; de Florentino Hernández Girbal (Madrid, 1985).

   A través de la obra iremos descubriendo, hasta donde nos sea posible, sus acciones por los pueblos de una Provincia de Guadalajara que quedó, durante los años que mediaron entre 1808 y 1814, bajo el dominio francés, combatido por Juan Martín y sus hombres, los guerrilleros del Empecinado.

 

 

 


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   Tras la firma del tratado de Fontainebleau (27 de octubre de 1807), España fue ocupada poco a poco por tropas francesas que se dirigían a invadir Portugal, puesto que esta nación no obedecía el bloqueo continental a Inglaterra decretado por el emperador francés Napoleón Bonaparte en 1806. La familia real portuguesa y la corte se marcharon el 29 de noviembre a Brasil. Poco a poco fueron ocupándose por tropas francesas, de grado o con engaño, las posiciones estratégicas en España, como Pamplona, Barcelona, Figueras, San Sebastián, Burgos, etc. Todo ello ante la pasividad del rey Carlos IV y su primer ministro Manuel Godoy.

   Debido al motín de Aranjuez, el 17 de marzo de 1808, Godoy fue depuesto y Carlos IV obligado a abdicar el 19 en su hijo Fernando VII. Precisados todos los anteriores del apoyo de Napoleón, este les atrajo a una reunión en Bayona donde, el 5 y el 6 de mayo, Fernando devolvió la corona a su padre y este la cedió a Napoleón, el cual se la entregó el 6 de junio a su hermano José Bonaparte. Mientras, sucedieron diversos pequeños movimientos contra las tropas francesas que culminaron en la rebelión madrileña el 2 de mayo de 1808, reprimida duramente por el general Joachin Murat. Poco a poco se fueron levantando y organizando las provincias españolas, y la declaración formal de guerra contra Napoleón se producen Sevilla el 6 de junio. Comisionados españoles enviados desde Asturias a Londres establecieron una alianza con Inglaterra contra Napoleón el 15 de junio. La guerra era un hecho cuando José Bonaparte es entronizado rey el 7 de julio, tras jurar la Constitución de Bayona, y llega a Madrid el 20. Tras la primera retirada francesa, en Guadalajara su ayuntamiento proclama como rey a Fernando VII el 17 de septiembre de 1808. El 14 de enero de 1809, Inglaterra reconoció en un tratado a Fernando VII como rey de España.

 

  (La Guerra de la Independencia en Guadalajara y Tendilla; José Luis García de Paz. Wad-Al-Hayara; núm. 35, 36 y 37; 2008-2010).

 

 


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   Recuerdo muy bien el aspecto de aquellos miserables pueblos asolados por la guerra. Las humildes casas habían sido incendiadas primero por nuestros guerrilleros para desalojar a los franceses, y luego vueltas a incendiar por estos para impedir que las ocuparan los españoles. Los campos desolados no tenían mulas que los arasen, ni labrador que les diese simiente, y guardaban para mejores tiempos la fuerza generatriz en su seno, fecundado por la sangre de dos naciones. Los graneros estaban vacíos, los establos desiertos, y las pocas reses que no habían sido devoradas por ambos ejércitos, se refugiaban flacas y tristes en la vecina sierra. En los pueblos no ocupados por la gente armada no se veían hombre alguno que no fuese anciano o inválido, y algunas mujeres andrajosas y amarillas, estampa viva de la miseria, rasguñaban la tierra con la azada, sembrando en la superficie con la esperanza de coger algunas legumbres. Los chicos, desnudos y enfermos, acudían al encuentro de la tropa, pidiendo de comer.

   La caza, por lo muy perseguida, era también escasísima, y hasta las abejas parecían suspender su maravillosa industria. Los zánganos asaltaban como ejército famélico las colmenas. Pueblos y villas, en otros tiempos de regular riqueza, estaban miserables, y las familias de labradores acomodados pedían limosna. En la iglesia, arruinada o volada o convertida en almacén, no se celebraba oficio, porque frecuentemente cura y sacristán se habían ido a la partida. Estaba suspensa la vida, trastornada la Naturaleza, olvidado Dios.

Juan Martín el Empecinado.

Benito Pérez Galdós

 

Detalles del Libro

  • ASIN ‏ : ‎ B0D6KJ4DVT
  • Editorial ‏ : ‎ Independently published 
  • Idioma ‏ : ‎ Español
  • Tapa blanda ‏ : ‎ 330 páginas
  • ISBN-13 ‏ : ‎ 979-8327882324
  • Peso del producto ‏ : ‎ 494 g
  • Dimensiones ‏ : ‎ 13.97 x 2.11 x 21.59 cm

 

 


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viernes, octubre 04, 2024

ALONSO DE LA VERA CRUZ

 

 

ALONSO DE LA VERA CRUZ, EN CASPUEÑAS

Es considerado como una de las figuras más representativas del Nuevo Mundo

 

 

  Tiene Caspueñas, en su vallecito regado por el río Hungría, un cierto aire que nos hace recordar otros entornos, alejándonos de donde estamos, la Alta Alcarria de Guadalajara. Su imagen es, sin duda, de postal turística, y así lo reflejó el que fuese grande entre nuestros fotógrafos, Tomás Camarillo cuando, de camino hacia la población, en tiempos en los que la imagen se plasmaba en blanco y negro y había que adivinarle los colores, se detuvo sobre el alto y, antes de bajar, tomó una de las imágenes que ha traspasado el paso del tiempo: Caspueñas desde las alturas.

  El agua del río movió sus molinos y regó sus huertos, que fueron productivos en esta parte de la Alcarria. Los naturales de la población llevaron sus frutos a los mercados de Brihuega y supieron salir adelante con lo que les dio la tierra: el hortal de sus huertas y el néctar de sus colmenas, muy a pesar de que, cuando se llevaron a cabo las averiguaciones para la nunca establecida Única Contribución, en Caspueñas apenas había establecidas un centenar de colmenas y, la mayoría, propiedad de vecinos de Balconete y Brihuega. No era población entonces de elevado número de habitantes, algo así como doscientos, con los que llegó a la mitad del siglo XX, cuando la despoblación entró por la puerta grande de nuestros pueblos; la abrió, y no la supo cerrar. Ahora son algo más de un centenar quienes mantienen los pies sobre aquel terruño de postal.

 


 

 

Un héroe para la Alcarria

   Hubo de serlo, y aún se le recuerda por numerosos de nuestros pueblos, montes y cerros, Álvar Fáñez de Minaya, a quien se tiene como conquistador de la Alcarria, y de Guadalajara, en aquellos tiempos en los que los ejércitos cristianos venían desde las fronteras del Duero, empujando a los invasores, o reconquistando la tierra que aquellos les quitaron unos siglos atrás, hacia las fronteras del Tajo. Álvar Fáñez, que entró en la provincia, nos dicen quienes contaron sus historias, con las huestes del Campeador Rodrigo de Vivar, pasó por Guadalajara y se hizo Señor de unos cuantos lugares de por aquí.

    De su legendario paso por estas tierras se conserva la memoria a través de la que se llamó “Puerta de Alvar Fáñez”, en Alcocer; o el cerro de Alvarfáñez, entre Romanones, Tendilla y Armuña; o las tierras de “Viribáñez”, en las de Horche.

   Desde entonces, desde el paso de Álvar Fáñez, Caspueñas pasó a ser Tierra de Hita, y con Hita, de don Pedro González de Mendoza, el de Aljubarrota; y de don Íñigo López de Mendoza, el marqués guerrero y poeta; y, por fin, de los Infantado, los duques de la Guadalajara que fue parte de sus dominios, de Norte a Sur y Este a Oeste.

 

Y Alonso de la Vera Cruz

   Cuando nació en 1507 Alonso Gutiérrez y Gutiérrez, el nombre real de nuestro hombre, el Señor de Caspueñas era don Diego Hurtado de Mendoza de la Vega y Luna, III Duque del Infantado, quien debía de andar dando los últimos toques al suntuoso palacio de Guadalajara. Apenas hacía una docena de años que las naves de Cristóbal Colón desembarcaron en América, y hacia aquel Nuevo Continente comenzaban a viajar exploradores y aventureros, también clérigos con el sano deseo de instruir y acristianar a los nuevos súbditos de Castilla.

   Probablemente los padres de nuestro hombre, Francisco y Leonor Gutiérrez, fuesen gente de fortuna, puesto que se permitieron enviar a Alonso a la Universidad de Alcalá; de allí pasó a la de Salamanca, después de concluir los estudios de Humanidades; en Salamanca los amplió con los de Teología, se ordenó sacerdote y continuó con el estudio del Arte y, antes de llegar a los 30 años, en julio de 1536, desembarcaba con otra docena de frailes agustinos en Veracruz, en aquel Nuevo Continente en el que tantas cosas había por hacer; allí se hizo agustino y cambió su nombre, Alonso Gutiérrez, por Alonso de la Vera Cruz.

   El resto de su vida la pasaría en él, en la Nueva España, tierras de México, donde su nombre se haría un hueco grande en la historia, hasta llegar a ser considerado como una de las figuras más destacadas de la historia de México y del Nuevo Continente.

   Nuestro cronista e historiador provincial, Juan-Catalina García, nos dirá de él que: “Es uno de los escritores en cuya vida se han ocupado más biógrafos, pero con tan poco orden y diversa amplitud, que el recoger las noticias esparcidas que de él existen y el concertarlas con alguna crítica, es obra en extremo dificultosa”; lo escribía en los inicios del siglo XX, cuando la obra de Fray Alonso estaba todavía por conocerse. De entonces a hoy han sido muchos los estudios que se han hecho y publicado sobre su vida y obra, recopilando su extensa producción literaria, ya que no solo a fundar instituciones o aleccionar a las gentes de Nueva España dedicó su vida; también dejó para la posteridad su ciencia filosófica a través de unas cuantas obras que son páginas de estudio para conocer el desarrollo de la obra misionera que los españoles llevaron a cabo en aquella nueva tierra.

   Como nos dirá F.  Javier Campos, del Real Centro Universitario de San Lorenzo de El Escorial: “Fray Alonso de la Veracruz no es un filósofo encerrado en los principios clásicos de la filosofía escolástica, sino un pensador comprometido y un misionero ejemplar”.

   A él se debe la fundación de la que sin duda fue primera Biblioteca de América, en el convento también por él fundado de Tiripetío, en Michoacán, entendiendo que la cultura es el mejor camino para formar al hombre; fue catedrático de la Real Universidad de México, y uno de sus fundadores, y será también el autor de la primera obra filosófica escrita en América.

   Tras treinta años de una actividad intensa, en la que compaginó las fundaciones con la escritura y la vida religiosa con la enseñanza, regresó a España en 1562; una España que en nada se parecía a la que dejó cuando marchó a las nuevas tierras. El reino de Carlos I se había convertido en el imperio en el que no se ponía el sol, con Felipe II dominando medio mundo.

   La fama de su nombre le había precedido, y los grandes nombres de la nobleza castellana buscaron en él su consejo, luego de que fuese nombrado prior del Monasterio de San Felipe, uno de los primeros de la Corte, levantado en un ángulo de la actual Puerta del Sol madrileña; pero su vida no estaba aquí, sino al otro lado del Atlántico y, a pesar de que se le ofrecieron toda clase de lujos y comodidades que hombre de su talla pudiera desear, lo dejó todo para volver, poco tiempo después, a la tierra en la que se forjó. Para seguir con sus fundaciones, cinco conventos se deben a su mano; sus escritos y la enseñanza.

   Fray Alonso de la Veracruz dejó este mundo en Ciudad de México, en el mes de julio de 1584, cuatrocientos cuarenta años acaban de cumplirse; para pasar a ser historia misma, de España, y del Nuevo Continente, dejando para la posteridad más de una docena de obras en las que, al día de hoy, es posible continuar con el estudio en torno a la intensa actividad que desarrolló a lo largo de ella.

   Y es que, lo queramos o no, también hubo gentes de nuestra tierra que vivieron para entregarse a los demás en un mundo, entonces, por descubrir.

   Sirvan estas líneas para conocer, siquiera con brevedad, la figura de un genial personaje que salió de un pueblecito alcarreño, Caspueñas, para ser historia.

  

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 4 de octubre de 2024

 

 

CASPUEÑAS EN EL TIEMPO

 

   Se encuentra Caspueñas en la provincia de Guadalajara, en el valle del río Ungría, a las cercanías de Brihuega.

   Su historia está unida a la arzobispal Brihuega, y a la villa de Hita, que estuviese bajo el dominio de los Mendoza desde que don Íñigo López de Mendoza, Primer Marqués de Santillana, se convirtiese en su Señor.

   Por aquí discurrió parte de la historia patria, desde los tiempos más remotos, hasta la del siglo XIX, cuando se libró la famosa “acción de Caspueñas”, en la que derrochó valor y heroísmo, en el mes de enero de 1823, Juan Martín, el Empecinado.

   A través de las páginas siguientes tratamos de acercarnos a su historia, pasada y casi presente.

 

 


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SUMARIO GENERAL:

 

-I-

La tierra, la geografía y el entorno

Pág. 9

 

La Alcarria de Caspueñas

El partido de Brihuega

Demografía de Caspueñas

Caspueñas en los manuales: Los Diccionarios

 

-II-

Caspueñas, entre los tiempos remotos, y la reconquista

Pág. 23

 

Páginas para la Historia

Alvar Fáñez de Minaya

La Tierra de Hita

 

-III-

Hita y su tierra, tras la reconquista

Los Mendoza

Pág. 40

 

Íñigo López de Orozco

Pedro González de Mendoza, el de Aljubarrota

Íñigo López de Mendoza. Marqués de Santillana

 

-IV-

Caspueñas, en la Edad Moderna

Pág. 57

 

Las Relaciones Topográficas de Felipe II

Caspueñas, siglo XVIII

El Catastro de Ensenada.  Caspueñas, 1752

 

-VI-

Caspueñas Siglo XIX

Pág. 77

España en Guerra: Guerra a los Franceses

Las guerras carlistas

Caspueñas en los tiempos del cólera. La epidemia del siglo XIX

La vida local y municipal

En torno al Pósito

La asistencia médica y farmacéutica

Horno de pan cocer

Zofra y adra o hacendera (prestación personal)

El fin de un siglo

 

-VI-

Caspueñas, el comienzo de una nueva historia

 

Pág. 111

Caspueñas, escenas para el siglo XX

Crónica de Caspueñas

Gentes de Caspueñas: Fray Alonso de Veracruz

 

 

Apéndices

Pág. 127

Respuestas a las Relaciones Topográficas de Felipe II; Caspueñas, 1580

Respuestas al Interrogatorio para el establecimiento de la Única Contribución (Catastro de Ensenada); Caspueñas, 1752.

 

Detalles del libro

  • ASIN ‏ : ‎ B0BQXYHXPK
  • Editorial ‏ : ‎ Independently published
  • Idioma ‏ : ‎ Español
  • Tapa blanda ‏ : ‎ 151 páginas
  • ISBN-13 ‏ : ‎ 979-8371443717
  • Peso del producto ‏ : ‎ 254 g
  • Dimensiones ‏ : ‎ 13.97 x 0.97 x 21.59 cm

 


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