CANTALOJAS:
NOTICIA DE PEDRO GORDO
Fue
nombrado Benemérito de la Patria y Mártir de la Independencia por las Cortes de
Cádiz
Fue Cantalojas tierra de fronteras, de ahí el título del último libro
que busca los renglones perdidos del pueblo, y de sus hijos ilustres más allá
de aquel obispo que a la sombra de su tío heredó la mitra de Tortosa mediado el
siglo XIX. Tierra de fronteras porque, según los tiempos han ido marcando su
ritmo, ha pertenecido a las provincias de Segovia, Burgos y finalmente Guadalajara. A Segovia
cuando, tras la Reconquista de la tierra en el muy lejano siglo XII se
incorporó al Común de Villa y Tierra de Ayllón y Ayllón a la de Segovia. De
Burgos cuando en los inicios del siglo XIX se trató de poner orden al desorden
provincial y fue incorporada al partido judicial de Aranda de Duero. A
Guadalajara, después de que las anteriores líneas se borrasen, en 1833. Desde entonces
es el último pueblo de Guadalajara, por el lado de sus sierras; y fue el último
de la de Burgos; o de la de Segovia. La frontera, más allá de la marcada por
los ríos, de las dos Castillas.
Siempre
perteneció al obispado de Sigüenza. Y contribuyó, como todos los pueblos de su
obispado, al levantamiento de su catedral. La que por ahora está de fiesta por
la cifra redonda de su cumpleaños y en la que, cosas del destino, descansa a la
eternidad eterna de los siglos una mujer, a la que nuestro amigo Fernando
Sotodosos Ramos ha dado el título de “Juana
la Hidalga”. Una de las pocas mujeres enterradas en la catedral, si es que
hay alguna más; doña Juana Antonia María Magdalena de Pacis Sáez Sánchez; cuya
tumba se encuentra en el trascoro de la nave central, frente al altar de la
Virgen de la Mayor, sin que se encuentre explicación a semejante enterramiento,
que fue llevado a cabo a su muerte, el 4 de abril de 1829. Una explicación que
vaya más de allá de ser la hermana del obispo de Tortosa don Víctor Damián Sáez
Sánchez; o de don Tiburcio y don Antonio, curas párrocos de Cantalojas y
Carabias antes de ocupar cargos en la catedral; y madre de don Damián Canuto,
también obispo de Tortosa; y madre de don Ambrosio, don Víctor, don José, doña
Andrea o doña Juana Francisca; magistrados, diputados y senadores los hijos; y
entroncadas con la nobleza, las hijas; nacidos todos ellos en Cantalojas en los
años últimos del siglo XVIII y los primeros del XIX. Doña Juana también fue cuñada
de don Pedro Gordo Sierra, párroco de Santibáñez de Ayllón, Benemérito de la
Patria y Mártir de la Independencia. Y abuela de don José Antonio de Oriol,
marqués de Casa Oriol; a la larga, abuela, en tercera o cuarta o quinta línea
de uno de los linajes más singulares de la industria española, Oriol y Urquijo,
que ha eclipsado al original de la casa matriz, el Gordo Sáez.
Doña Juana María Magdalena era nacida en Budia, lo mismo que su hermano
don Damián, obispo de Tortosa y Secretario de Estado del rey Fernando VII, y
hermana del cura de Cantalojas, don Tiburcio, con el que llegó al pueblo para
casarse al poco de su llegada con don Juan Gordo Sierra, de los Gordo serranos
de toda la vida. Ovejeros en Galve, los Condemios, Campisábalos, Villacadima y
su entorno. Don Juan Gordo Sierra, hermano de don Pedro Gordo Sierra, el cura
de Santibáñez de Ayllón y primo de don Francisco García Saínz, cura de Villacadima;
y hermano de don Antonio Gordo Sierra, ovejero también.
Fueron sin duda los curas los que por estos apartados pueblos
movilizaron a las gentes cuando los franceses entraron en España con intención
de quedarse, por aquellos primeros años del siglo XIX, los de la invasión
francesa y Guerra de la Independencia. El de Villacadima alertó a sus
feligreses, lo mismo que el de Cantalojas, y nuestro don Pedro Gordo, dejando
el ministerio sacerdotal de Santibáñez de Ayllón corrió a presentarse al marqués
de Barriolucio, en Salas de los Infantes, para formar parte, si ello era
preciso, de la Junta Suprema de Defensa de Burgos, para organizar la
resistencia. Su mano fue bien llegada, como la de su primo, el cura de
Villacadima, también entonces en la provincia de Burgos. La Junta de Burgos,
perseguida por los franceses, lo mismo que la de Guadalajara, anduvo de un
lugar a otro hasta encontrar refugio casi seguro en los montes que median entre
Villacadima, Cantalojas y Grado de Pico. Una seguridad que se fue achicando con
el pasar de los meses y las delaciones de los afrancesados, lo que hizo que
nuestros hombres cambiasen permanentemente de escondite para evitar su arresto
y más que probable ejecución.
Un monolito recuerda en Soria la ejecución de los junteros |
Por la parte de Soria rayana con Guadalajara las tropas del general Hugo
castigaron a los pueblos de lo lindo; por la parte de Burgos, rayana con
Guadalajara, lo hizo el general Wandermausein, quien no daba descanso a sus
tropas en el ánimo de tomar por sorpresa a quienes consideraban rebeldes. Por
ello tuvo a sus hombres, la Nochebuena de 1811, cabalgando durante toda la
noche para llegar desde Burgos a Cantalojas en la madrugada del 25, en la
esperanza de pillar dormidos a los junteros y llevarlos ahítos de cadenas al
cadalso. Cuando los cantalojeños despertaron al día de Navidad se encontraron
con el pueblo rodeado por unos cuantos miles de hombres armados que, casa por
casa, se dedicaron al saqueo, al robo, y a terminar con la resistencia a tiro
de trabuco. Y como no aparecieron los hombres que buscaban, por si se
encontraban escondidos como sospechaban, prendieron fuego al pueblo de extremo
a extremo, de la primera a la última casa; desde la del alcalde mayor, que lo
era don Antonio Gordo Sierra, a la iglesia.
Tal fue la devastación que en el pueblo llevaron a cabo que antes de la guerra contaba Cantalojas con
algo más de cuatrocientos habitantes y a su término apenas eran un centenar. Ardió
el pósito, el ayuntamiento, los archivos… Las casas se fueron recuperando, y la
iglesia no vería terminadas sus obras de restauración hasta cincuenta años
después, cuando el párroco que lo logró, don Antonio Matías Ruiz de la Peña puso
la piedra en la que se lee … se terminó
está obra en 1866…
Sobre la Puerta de Santa María de Burgos cuelga el homenaje a los héroes de la Patria |
Los miembros de la Junta de Burgos, con
don Pedro Gordo Sierra a la cabeza, entonces vocal secretario, habían salido de
Cantalojas antes de la llegada de las tropas, adentrándose en las frondosidades
de Villacadima. Sus hermanos fueron los más castigados por los franceses, que
los dejaron poco menos que en la miseria. El mal tiempo, el invierno duro y la
nieve hizo que los franceses, en lugar de continuar batiendo los montes en
persecución de los patriotas, retrocediesen a la seguridad de Burgos; y
nuestros hombres a continuar con lo suyo.
Hasta que llegó el mes de marzo de 1812; el tiempo mejoró y los gabachos
recibieron un nuevo soplo dando cuenta
de que los junteros se encontraban al amparo del recién nombrado Vicepresidente
de la Junta, nuestro buen don Pedro Gordo Sierra, en los montes de Grado. Y
hasta allá de nuevo tuvo en danza a sus hombres nuestro general Wandermausein
para que cuando despertasen las buenas gentes de Grado de Pico se encontrasen
con el pueblo rodeado por 4.000 infantes de caballería dispuestos a no dejar
títere con cabeza. Era el 21 de marzo. Como ya hiciesen en Cantalojas,
registraron casa a casa; en el fragor de la batalla escaparon algunos valientes
junteros; otros cayeron en manos de los franceses; el pueblo fue incendiado y
demolido, en castigo por colaborar con la resistencia. Los archivos, la arcas,
la imprenta… todo cayó en poder del invasor.
La satisfacción francesa se colmó con el apresamiento de don Pedro Gordo
Sierra, vicepresidente de la Junta, a quien cargado de cadenas y subido a un
carro llevaron a Ayllón junto a los miembros de la Junta que pudieron apresar,
los vocales José Ortiz de Covarrubias; Eulogio José Muro y José Gregorio Navas.
En Ayllón el mayor castigo lo recibió don Pedro Gordo, quien fue azotado hasta
la extenuación. De Ayllón a Aranda y de Aranda a Soria, donde tuvieron juicio
sumarísimo y condena. Fueron ejecutados en las eras de Santa Bárbara, y después
ahorcados en el lugar. Los sucesos que vinieron después son parte de otra
historia, de valentía de los sorianos y vileza del invasor. También de ira
descontrolada de Gerónimo Merino.
Cantalojas, la Patria de Pedro Gordo |
Tal el caso que, conocido que fue por los diputados reunidos en Cádiz, donde
acababa de ser aprobada la Constitución, no dudaron las Cortes en nombrar a
nuestros hombres “Beneméritos de la
Patria”. Las ciudades de Castilla les dieron el título de “Mártires de la Independencia”. También
las Cortes de Cádiz decretaron una ayuda extraordinaria de 8.000 reales para
indemnizar a los hermanos Gordo Sierra; dinero que emplearon en parte en reconstruir
Cantalojas.
Hoy, en el muro de la Puerta de Santa María de Burgos, en la Plaza de
San Fernando, una placa recuerda que nuestro paisano de Cantalojas, Don Pedro
Gordo, dio su vida por la defensa de España. Un monolito en el centro de Soria
recuerda también lo sucedido en las eras de Santa Bárbara. Sus restos descansan
a la eternidad del tiempo de los héroes en el panteón de los Sotomayor de la
Colegiata de Soria.
Cantalojas, tierra de frontera. Un pueblo con libro que habla de gentes
con buen corazón y que recuerda a un hombre del tiempo en el que los hombres
eran héroes y entraban en la historia. Bueno es que también Cantalojas, como
Burgos, o Soria, o las ciudades de Castilla, honre a su héroe.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria.
Guadalajara, 22 de marzo de 2019
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