EDUARDO
CONTRERAS DE DIEGO. El hombre de Jadraque
Tomás
Gismera Velasco
Pasa
inadvertida en Jadraque una sencilla sepultura en la parte vieja del
cementerio. Con lápida de granito. El pie de la cabecera indica la propiedad
familiar de la misma. Sobre la lápida una sencilla inscripción: “Familia Contreras-Sepúlveda”.
Nada
hay en Jadraque que recuerde el paso del hombre que ocupó en ese suelo el
segundo lugar. La sepultura la estrenó su mujer, fallecida veintiocho años
antes que él. A pesar de que son muchos los recuerdos que hacen mención al paso
por Jadraque de su padre, Bibiano Contreras y Rata. El famoso médico y alcalde
que fue de la localidad en el tercer cuarto del siglo XIX.
No
hay razón para ese silencio. O tal vez sí, el deseo de don Eduardo de dejar
para la posteridad de la memoria de los tiempos, más que el recuerdo de su
persona, el de sus hechos.
Habría
que remontarse a 1847 para buscar su nacimiento, cuando su padre, Bibiano, del
que tanto bueno se cuenta, comenzaba a ejercer como médico de los mineros de
Hiendelaencina. Si buscamos datos sobre su infancia, apenas los vamos a
encontrar. Apenas hay rastros que hablen del Eduardo joven, del misterioso
Eduardo Contreras que comenzó a dar sus primeros pasos en Hiendelaencina, y el
último, en Brihuega.
Aparece
su nombre, con letras de molde y por vez primera en 1877, cuando ya era, a
pesar de su presunta juventud, Administrador de Rentas Estancadas de
Hiendelaencina. Por entonces andaba la relación con su padre, con Don Bibiano,
un poco tensa. Su padre había deseado que Eduardo siguiese sus pasos y
estudiase medicina, y Eduardo llegó a estar inscrito en Alcalá, para estudiar
medicina, pero lo dejó enseguida. No estaba llamado para curar según qué tipo
de males. En su lugar se lanzó a recorrer el mundo, plasmando sus viajes en dos
libros, hoy de culto, editados en aquella década en Madrid, y que lo lanzaron a
la fama, al menos de la provincia de Guadalajara. Sus títulos: “Un viaje por Oriente, de Manila a Marianas”,
y “Viajes y descubrimientos en el Polo
Norte”. En, la prensa madrileña, y en las revistas de viajes como “El viajero Universal” escribió largo y
tendido sobre sus aventuras de juventud buscando dar la vuelta al mundo
emulando a los grandes descubridores.
Y
mientras Eduardo andaba por Hiendelaencina, con lo de las Rentas Estancadas
ejerciendo como funcionario de Estado, su padre se había trasladado como médico
a Jadraque, precisamente ese año, el de 1877, don Bibiano Contreras fue designado
Alcalde de la villa de Jadraque, cargo que dejó en 1879. Entonces, tal vez por
aquello de no perpetuarse en el tiempo, los alcaldes no podían permanecer en el
cargo más de dos años continuados.
Eduardo
Contreras, tras su paso por Hiendelaencina, se trasladó a Jadraque, cuando en
los pueblos de cierta nombradía y mucho paso comenzaron a instalarse las
primitivas estafetas de correos. Eduardo Contreras accedió por vez primera a
desempeñar un cargo de cierta responsabilidad en Correos y Telégrafos, en la
villa de Jadraque, como oficial de correos, al final de la década de 1880.
La
vida, que para cualquier funcionario pudiera resultar tranquila en una
población como Jadraque, entonces rondando los 2.000 habitantes, la ideó
nuestro personaje de una manera muy distinta. Se empeñó en hacer cosas. Muchas
cosas. Todas las cosas del mundo, a ser posible.
Es
de suponer que Jadraque le impresionó, aunque ya lo conociese. Como le
impresionaron las ruinas de aquél imponente castillo que roído por la miseria,
se desplomaba día a día. A tanto llegó ese empeño por devolver a Jadraque un
poco de su esplendor pasado que, una y otra vez, insistió en la reconstrucción
del castillo. Fue el primer personaje de los que tenemos memoria que se
interesó por la reconstrucción del afamado castillo del Cardenal Mendoza, o del
Cid, como ya se le denominaba.
Una
curiosa carta, fechada en Jadraque el 23 de noviembre de 1881, hoy conservada
en el Archivo de los Duques de Osuna, firmada por don Eduardo, instruye al
entonces propietario, el duque de Osuna, don Marianito, de cómo había de
llevarse a cabo la reconstrucción, recomendándole incluso el lugar del que podían
acarrearse las piedras necesarias con el menor coste. Evidentemente, el duque,
en los revoltijos de su ruina económica, no estaba para gastos extras. Aunque
Eduardo Contreras no se rendiría en el asunto de la castillería jadraqueña.
Eran años, los de los ochenta del siglo XIX, en los que una serie de
intelectuales con avanzadas ideas para la época, ocupaba cargos de
responsabilidad en la Serranía de Atienza, y por supuesto que a Eduardo no le
costaría ningún trabajo entrar a formar parte del grupo de Jorge de la Guardia,
médico en Miedes, o de Bruno Pascual Ruilópez, abogado en Atienza.
Aunque
eso será tras el paso del látigo del cólera por Jadraque, cuando en 1885 la
población se vio sacudida por la epidemia y Eduardo, echando mano de sus
conocimientos médicos, trabajó de forma incansable junto a su padre y con Félix
Layna Brihuega, el padre de nuestro historiador, por toda la comarca. Don
Félix, que dejó un hijo en el cementerio de la localidad, a punto estuvo de
dejarse también la vida. Quizá fuese por ello que, ventilada la epidemia, salió
de Jadraque con rumbo a Las Inviernas.
Don Eduardo Contreras también dejó Jadraque poco después. De la estafeta
de correos de esta localidad pasó a la de Atienza. Y en Atienza se convirtió en
un adalid de la cultura. Junto a los nombrados, y a muchos otros, fundó el
Casino de la Unión, desempolvó la historia y se lanzó a predicar con el ejemplo
del buen hacer. Junto a algunos de aquellos formó parte de alguna que otra
logia masónica, hasta al parecer ser expulsado tras algún desliz. Y en Atienza,
junto a Jorge de la Guardia, iniciaría la persecución de un sueño: tener su
propio medio de difusión cultural, fundando en 1897 la revista “Atienza Ilustrada”. Para entonces ya
estaba casado con María de los Ángeles Sepúlveda y Cerrada, natural de
Brihuega, con la que tenía cuatro hijos, Arturo, Herminia, Blanca y Concepción.
María Sepúlveda era sobrina de otro de esos personajes que dieron de qué hablar
en la provincia, más en Brihuega, Ramón Casas Caballero. Lo malo es que su
mujer lo dejó viudo muy pronto, el 18 de julio de 1899. En Jadraque falleció, y
en Jadraque la enterró.
Su
padre, don Bibiano Contreras, había muerto unos años antes, el 24 de abril de
1894. Sobre los lomos de una mula, desde Jadraque donde murió, lo llevaron a
enterrar, porque era su deseo, a Hiendelaencina. Desde entonces Eduardo
consagró mucho de su tiempo a dar a conocer la obra de su padre, recopilando
todos sus escritos, para irlos sacando a la luz. Desde el ya mítico librito,
editado en 1905, “El país de la plata”,
a la colección de estudios sobre la toponimia o la orografía de la provincia.
Eduardo Contreras fue el creador de la imagen que nos ha llegado de Bibiano
Contreras.
Pero
Eduardo, si en Atienza se ocupaba de su revista, y de algunas otras cosas, en
Jadraque se ocupaba del castillo. Logró reunir a media docena de personajes de
la élite jadraqueña para que entre todos pusiesen las trescientas pesetas con
las que se compraron las ruinas y donarlo al municipio, en la esperanza de que
el municipio reconstruyese el castillo, que finalmente adquirió el Ayuntamiento
tras un tira y afloja con los encargados de transformar en dinero las
posesiones de la arruinada Casa de Osuna y parte del Infantado.
Lo
tentaron para que entrase en política, pero Eduardo prefirió mover los hilos de
la política desde la sombra. A él se debe la irrupción en la provincia de unos
cuantos políticos que llegaron a sentarse en el Congreso de los Diputados y en
el Senado, con eso se conformaba.
Dejó
la estafeta de Atienza para dirigir la de Jadraque, llevándose su revista, que
pasó a llamarse “Alcarria Ilustrada”.
Y comenzó a trabajar en Jadraque y por Jadraque, llegando incluso a montar un
popular museo, mineralógico y de todo, pues Eduardo era coleccionista de todo
lo coleccionable: sellos, postales, fotos, libros, ex libris…
Tan
pequeñas se le quedaron sus salas, que hubo de alquilar un local en la calle
Mayor. Y el Museo Contreras, conocido en toda la provincia, fue muy visitado
convirtiéndose, después de la iglesia, en el lugar más atrayente para los
visitantes. Museo en el que se podían contemplar desde los fósiles
coleccionados por su padre y hallados en los cuatro punto cardinales de la
provincia, a la más grande colección de taxidermia jamás habida en Guadalajara,
premiada en la Exposición Provincial de 1876. Un ciento de aves de distintas
especies, disecadas por su padre.
Pero
como si fuese culo de mal asiento, Jadraque se le quedó pequeño, y libre la
estafeta de Brihuega, a Brihuega se marchó, dejando al frente de la de Jadraque
a su íntimo amigo, el farmacéutico Jacinto Abós quien, en eso de hacer cosas,
le seguía los pasos.
En
Brihuega continuó su “Alcarria Ilustrada”,
hasta que el 17 de mayo de 1902 se publicó la antesala de su último número, un
especial de 88 páginas, dedicado íntegramente a Brihuega. Allí concluyó la
aventura de la Alcarria Ilustrada, porque junto a su tío, Ramón Casas, fundarían
“El Briocense”, un periódico local y
provincial que pondría bajo la dirección de Antonio Pareja Serrada, flamante
Cronista Provincial de Guadalajara.
Ya
en Brihuega, al tiempo de la dedicación a su habitual trabajo, y a la edición
del Briocense, tenía tiempo para viajar a Atienza, Jadraque y Madrid, a
desempeñar otro tipo de funciones. Incluso llegó a formar parte de la aventura
del Centro Alcarreño de Madrid,
precursor de la Casa de Guadalajara en Madrid. Fue llamando de puerta en puerta
en pro de la reconstrucción del castillo de Jadraque. Tomó parte activa en la
vida cultural de Atienza, y hasta en Brihuega anduvo en otra aventura, la
fundación de la Filarmónica Briocense, de la que fue secretario. Sin contar que
su firma fue habitual en la práctica totalidad de los medios de prensa de la
provincia, y en muchos otros de Madrid. Una pluma ligera, aguda, crítica en
muchas ocasiones. También fue un adalid en aquella famosa aventura del
Centenario de la Batalla de Villaviciosa, colaborador necesario de Pareja
Serrada, coautor de aquella “Razón de un Centenario”, y secretario y anotador
de todos los actos.
Próximo
a cumplir los ochenta años de edad, en plenitud de facultades, y con la mente
tan lúcida que le permitía mantener sus innumerables compromisos y atender a
sus colaboraciones periodísticas, en el mes de febrero de 1926, en Brihuega,
donde vivía junto a sus hijas Blanca y Concepción; Herminia había fallecido y
Arturo le había dado el mayor disgusto de su vida, aunque pronto lo olvidó, le
acometió una de aquellas gripes difíciles de curar.
Desde
Madrid, donde residía, se trasladó a Brihuega su hijo Arturo, acompañado de un
conocido médico de la Corte. Cuando llegaron lo encontraron bien. Incluso
estuvo hablando hasta altas horas de la noche con los recién llegados, y
hablaron de aquel disgusto que le ocasionó la boda de Arturito con Isabel
Bueno, uno de las fortunas muleteras de Maranchón. Arturo e Isabel se casaron
por la iglesia, en contra de la voluntad paterna de ambos contrayentes, en
secreto y de madrugada. Claro que entonces, cuando don Eduardo se comenzaba a
apagar, su hijo y su nuera triunfaban en Madrid. Hacía veinte años que habían
adquirido el café más popular de la Corte. El Café Comercial de la Glorieta de
Bilbao.
Era el 4 de marzo de 1926 cuando, después de
la cháchara, al subir a su cuarto para acostarse sufrió un desmayo, falleciendo
en la madrugada del día 5. A la mañana siguiente, 6 de marzo, desde Brihuega,
en coche de caballos, trasladaron su féretro para ser enterrado en la población
que soñó, junto a la que fuese su esposa, en Jadraque. Donde nada recuerda su
paso. Tan grande fue que ni siquiera permitió que su nombre figurase sobre su
lápida sepulcral.
La
reseña de su muerte ocupó muy poco espacio en la prensa provincial, aunque dio
cuenta de que: “Pertenecía a un gran
número de Academias y sociedades españolas y extranjeras, estando en posesión
de muchísimas condecoraciones y se necesitaría de muchísimo espacio para dar
cuenta de la gran labor cultural de este hombre meritísimo; fue bueno, porque
el bien resplandecía en todos sus actos, reflejo de la bondad de su corazón”.
Eduardo Contreras de Diego, el hombre que
quiso cambiar el mundo. Que soñó con un Jadraque universal. Escritor, funcionario,
periodista, fotógrafo, coleccionista, filatélico… y tantas cosas más, había
nacido en Hiendelaencina (Guadalajara), en 1847. Su muerte se inscribió en
Brihuega el 5 de marzo de 1926.
En Jadraque reposa, a la eternidad, su memoria.
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