viernes, abril 06, 2018

EDUARDO CONTRERAS DE DIEGO. El hombre de Jadraque


EDUARDO CONTRERAS DE DIEGO. El hombre de Jadraque


Tomás Gismera Velasco


   Pasa inadvertida en Jadraque una sencilla sepultura en la parte vieja del cementerio. Con lápida de granito. El pie de la cabecera indica la propiedad familiar de la misma. Sobre la lápida una sencilla inscripción: “Familia Contreras-Sepúlveda”.

   Nada hay en Jadraque que recuerde el paso del hombre que ocupó en ese suelo el segundo lugar. La sepultura la estrenó su mujer, fallecida veintiocho años antes que él. A pesar de que son muchos los recuerdos que hacen mención al paso por Jadraque de su padre, Bibiano Contreras y Rata. El famoso médico y alcalde que fue de la localidad en el tercer cuarto del siglo XIX.

   No hay razón para ese silencio. O tal vez sí, el deseo de don Eduardo de dejar para la posteridad de la memoria de los tiempos, más que el recuerdo de su persona, el de sus hechos.




   Habría que remontarse a 1847 para buscar su nacimiento, cuando su padre, Bibiano, del que tanto bueno se cuenta, comenzaba a ejercer como médico de los mineros de Hiendelaencina. Si buscamos datos sobre su infancia, apenas los vamos a encontrar. Apenas hay rastros que hablen del Eduardo joven, del misterioso Eduardo Contreras que comenzó a dar sus primeros pasos en Hiendelaencina, y el último, en Brihuega.

   Aparece su nombre, con letras de molde y por vez primera en 1877, cuando ya era, a pesar de su presunta juventud, Administrador de Rentas Estancadas de Hiendelaencina. Por entonces andaba la relación con su padre, con Don Bibiano, un poco tensa. Su padre había deseado que Eduardo siguiese sus pasos y estudiase medicina, y Eduardo llegó a estar inscrito en Alcalá, para estudiar medicina, pero lo dejó enseguida. No estaba llamado para curar según qué tipo de males. En su lugar se lanzó a recorrer el mundo, plasmando sus viajes en dos libros, hoy de culto, editados en aquella década en Madrid, y que lo lanzaron a la fama, al menos de la provincia de Guadalajara. Sus títulos: “Un viaje por Oriente, de Manila a Marianas”, y “Viajes y descubrimientos en el Polo Norte”. En, la prensa madrileña, y en las revistas de viajes como “El viajero Universal” escribió largo y tendido sobre sus aventuras de juventud buscando dar la vuelta al mundo emulando a los grandes descubridores.

   Y mientras Eduardo andaba por Hiendelaencina, con lo de las Rentas Estancadas ejerciendo como funcionario de Estado, su padre se había trasladado como médico a Jadraque, precisamente ese año, el de 1877, don Bibiano Contreras fue designado Alcalde de la villa de Jadraque, cargo que dejó en 1879. Entonces, tal vez por aquello de no perpetuarse en el tiempo, los alcaldes no podían permanecer en el cargo más de dos años continuados.


   Eduardo Contreras, tras su paso por Hiendelaencina, se trasladó a Jadraque, cuando en los pueblos de cierta nombradía y mucho paso comenzaron a instalarse las primitivas estafetas de correos. Eduardo Contreras accedió por vez primera a desempeñar un cargo de cierta responsabilidad en Correos y Telégrafos, en la villa de Jadraque, como oficial de correos, al final de la década de 1880.

   La vida, que para cualquier funcionario pudiera resultar tranquila en una población como Jadraque, entonces rondando los 2.000 habitantes, la ideó nuestro personaje de una manera muy distinta. Se empeñó en hacer cosas. Muchas cosas. Todas las cosas del mundo, a ser posible.

   Es de suponer que Jadraque le impresionó, aunque ya lo conociese. Como le impresionaron las ruinas de aquél imponente castillo que roído por la miseria, se desplomaba día a día. A tanto llegó ese empeño por devolver a Jadraque un poco de su esplendor pasado que, una y otra vez, insistió en la reconstrucción del castillo. Fue el primer personaje de los que tenemos memoria que se interesó por la reconstrucción del afamado castillo del Cardenal Mendoza, o del Cid, como ya se le denominaba.

   Una curiosa carta, fechada en Jadraque el 23 de noviembre de 1881, hoy conservada en el Archivo de los Duques de Osuna, firmada por don Eduardo, instruye al entonces propietario, el duque de Osuna, don Marianito, de cómo había de llevarse a cabo la reconstrucción, recomendándole incluso el lugar del que podían acarrearse las piedras necesarias con el menor coste. Evidentemente, el duque, en los revoltijos de su ruina económica, no estaba para gastos extras. Aunque Eduardo Contreras no se rendiría en el asunto de la castillería jadraqueña.

   Eran años, los de los ochenta del siglo XIX, en los que una serie de intelectuales con avanzadas ideas para la época, ocupaba cargos de responsabilidad en la Serranía de Atienza, y por supuesto que a Eduardo no le costaría ningún trabajo entrar a formar parte del grupo de Jorge de la Guardia, médico en Miedes, o de Bruno Pascual Ruilópez, abogado en Atienza. 



   Aunque eso será tras el paso del látigo del cólera por Jadraque, cuando en 1885 la población se vio sacudida por la epidemia y Eduardo, echando mano de sus conocimientos médicos, trabajó de forma incansable junto a su padre y con Félix Layna Brihuega, el padre de nuestro historiador, por toda la comarca. Don Félix, que dejó un hijo en el cementerio de la localidad, a punto estuvo de dejarse también la vida. Quizá fuese por ello que, ventilada la epidemia, salió de Jadraque con rumbo a Las Inviernas.

   Don Eduardo Contreras también dejó Jadraque poco después. De la estafeta de correos de esta localidad pasó a la de Atienza. Y en Atienza se convirtió en un adalid de la cultura. Junto a los nombrados, y a muchos otros, fundó el Casino de la Unión, desempolvó la historia y se lanzó a predicar con el ejemplo del buen hacer. Junto a algunos de aquellos formó parte de alguna que otra logia masónica, hasta al parecer ser expulsado tras algún desliz. Y en Atienza, junto a Jorge de la Guardia, iniciaría la persecución de un sueño: tener su propio medio de difusión cultural, fundando en 1897 la revista “Atienza Ilustrada”. Para entonces ya estaba casado con María de los Ángeles Sepúlveda y Cerrada, natural de Brihuega, con la que tenía cuatro hijos, Arturo, Herminia, Blanca y Concepción. María Sepúlveda era sobrina de otro de esos personajes que dieron de qué hablar en la provincia, más en Brihuega, Ramón Casas Caballero. Lo malo es que su mujer lo dejó viudo muy pronto, el 18 de julio de 1899. En Jadraque falleció, y en Jadraque la enterró.

   Su padre, don Bibiano Contreras, había muerto unos años antes, el 24 de abril de 1894. Sobre los lomos de una mula, desde Jadraque donde murió, lo llevaron a enterrar, porque era su deseo, a Hiendelaencina. Desde entonces Eduardo consagró mucho de su tiempo a dar a conocer la obra de su padre, recopilando todos sus escritos, para irlos sacando a la luz. Desde el ya mítico librito, editado en 1905, “El país de la plata”, a la colección de estudios sobre la toponimia o la orografía de la provincia. Eduardo Contreras fue el creador de la imagen que nos ha llegado de Bibiano Contreras.

   Pero Eduardo, si en Atienza se ocupaba de su revista, y de algunas otras cosas, en Jadraque se ocupaba del castillo. Logró reunir a media docena de personajes de la élite jadraqueña para que entre todos pusiesen las trescientas pesetas con las que se compraron las ruinas y donarlo al municipio, en la esperanza de que el municipio reconstruyese el castillo, que finalmente adquirió el Ayuntamiento tras un tira y afloja con los encargados de transformar en dinero las posesiones de la arruinada Casa de Osuna y parte del Infantado.

   Lo tentaron para que entrase en política, pero Eduardo prefirió mover los hilos de la política desde la sombra. A él se debe la irrupción en la provincia de unos cuantos políticos que llegaron a sentarse en el Congreso de los Diputados y en el Senado, con eso se conformaba.

   Dejó la estafeta de Atienza para dirigir la de Jadraque, llevándose su revista, que pasó a llamarse “Alcarria Ilustrada”. Y comenzó a trabajar en Jadraque y por Jadraque, llegando incluso a montar un popular museo, mineralógico y de todo, pues Eduardo era coleccionista de todo lo coleccionable: sellos, postales, fotos, libros, ex libris…

   Tan pequeñas se le quedaron sus salas, que hubo de alquilar un local en la calle Mayor. Y el Museo Contreras, conocido en toda la provincia, fue muy visitado convirtiéndose, después de la iglesia, en el lugar más atrayente para los visitantes. Museo en el que se podían contemplar desde los fósiles coleccionados por su padre y hallados en los cuatro punto cardinales de la provincia, a la más grande colección de taxidermia jamás habida en Guadalajara, premiada en la Exposición Provincial de 1876. Un ciento de aves de distintas especies, disecadas por su padre.

   Pero como si fuese culo de mal asiento, Jadraque se le quedó pequeño, y libre la estafeta de Brihuega, a Brihuega se marchó, dejando al frente de la de Jadraque a su íntimo amigo, el farmacéutico Jacinto Abós quien, en eso de hacer cosas, le seguía los pasos.



    En Brihuega continuó su “Alcarria Ilustrada”, hasta que el 17 de mayo de 1902 se publicó la antesala de su último número, un especial de 88 páginas, dedicado íntegramente a Brihuega. Allí concluyó la aventura de la Alcarria Ilustrada, porque junto a su tío, Ramón Casas, fundarían “El Briocense”, un periódico local y provincial que pondría bajo la dirección de Antonio Pareja Serrada, flamante Cronista Provincial de Guadalajara.

   Ya en Brihuega, al tiempo de la dedicación a su habitual trabajo, y a la edición del Briocense, tenía tiempo para viajar a Atienza, Jadraque y Madrid, a desempeñar otro tipo de funciones. Incluso llegó a formar parte de la aventura del Centro Alcarreño de Madrid, precursor de la Casa de Guadalajara en Madrid. Fue llamando de puerta en puerta en pro de la reconstrucción del castillo de Jadraque. Tomó parte activa en la vida cultural de Atienza, y hasta en Brihuega anduvo en otra aventura, la fundación de la Filarmónica Briocense, de la que fue secretario. Sin contar que su firma fue habitual en la práctica totalidad de los medios de prensa de la provincia, y en muchos otros de Madrid. Una pluma ligera, aguda, crítica en muchas ocasiones. También fue un adalid en aquella famosa aventura del Centenario de la Batalla de Villaviciosa, colaborador necesario de Pareja Serrada, coautor de aquella “Razón de un Centenario”, y secretario y anotador de todos los actos.

   Próximo a cumplir los ochenta años de edad, en plenitud de facultades, y con la mente tan lúcida que le permitía mantener sus innumerables compromisos y atender a sus colaboraciones periodísticas, en el mes de febrero de 1926, en Brihuega, donde vivía junto a sus hijas Blanca y Concepción; Herminia había fallecido y Arturo le había dado el mayor disgusto de su vida, aunque pronto lo olvidó, le acometió una de aquellas gripes difíciles de curar.

   Desde Madrid, donde residía, se trasladó a Brihuega su hijo Arturo, acompañado de un conocido médico de la Corte. Cuando llegaron lo encontraron bien. Incluso estuvo hablando hasta altas horas de la noche con los recién llegados, y hablaron de aquel disgusto que le ocasionó la boda de Arturito con Isabel Bueno, uno de las fortunas muleteras de Maranchón. Arturo e Isabel se casaron por la iglesia, en contra de la voluntad paterna de ambos contrayentes, en secreto y de madrugada. Claro que entonces, cuando don Eduardo se comenzaba a apagar, su hijo y su nuera triunfaban en Madrid. Hacía veinte años que habían adquirido el café más popular de la Corte. El Café Comercial de la Glorieta de Bilbao.

    Era el 4 de marzo de 1926 cuando, después de la cháchara, al subir a su cuarto para acostarse sufrió un desmayo, falleciendo en la madrugada del día 5. A la mañana siguiente, 6 de marzo, desde Brihuega, en coche de caballos, trasladaron su féretro para ser enterrado en la población que soñó, junto a la que fuese su esposa, en Jadraque. Donde nada recuerda su paso. Tan grande fue que ni siquiera permitió que su nombre figurase sobre su lápida sepulcral.

   La reseña de su muerte ocupó muy poco espacio en la prensa provincial, aunque dio cuenta de que: “Pertenecía a un gran número de Academias y sociedades españolas y extranjeras, estando en posesión de muchísimas condecoraciones y se necesitaría de muchísimo espacio para dar cuenta de la gran labor cultural de este hombre meritísimo; fue bueno, porque el bien resplandecía en todos sus actos, reflejo de la bondad de su corazón”.

Eduardo Contreras de Diego, el hombre que quiso cambiar el mundo. Que soñó con un Jadraque universal. Escritor, funcionario, periodista, fotógrafo, coleccionista, filatélico… y tantas cosas más, había nacido en Hiendelaencina (Guadalajara), en 1847. Su muerte se inscribió en Brihuega el 5 de marzo de 1926.

   En Jadraque reposa, a la eternidad, su memoria.

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