RESTITUTO MARTIN GAMO. EL COLOSO DE
CONDEMIOS DE ARRIBA
Cuando Restituto Martín Gamo talló la imagen
de don Jimmy Carter para el Museo de Cera de Madrid, el público quedó
sorprendido por la increíble semejanza entre quien acababa de ser nombrado
Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, y aquella figura en cera,
ejecutada por uno de los restauradores de Escultura del Museo del Prado. Corría
el mes de enero de 1977. Y aunque faltaba todavía conocer la talla del Sr.
Presidente, se intuyó que su estatura debía de rondar el metro y ochenta
centímetros, estatura del americano medio.
Nada que ver con aquella otra que unos años
atrás había ejecutado para pasar a la breve historia de una cinta
cinematográfica. Sí, la del Coloso de Rodas, la mítica película dirigida por
don Sergio Leone, convertida en su primer gran éxito cinematográfico, en
aquella superproducción franco-italo-española. Nada menos que cincuenta metros
de escultura tallada por piezas en unos solares del pueblo de Barajas porque el
taller de nuestro paisano, en la calle del Doctor Ferrán, se quedó pequeño para
contener piezas y más piezas de una obra que únicamente debía de vivir 15 días,
los que se empleó en el rodaje, con la escultura presente, en un ángulo del puerto
de Laredo, en Cantabria. No cuajó la idea de los griegos, que trataron de
llevársela a su tierra. Cosa de negocios.
Restituto Martín Gamo. El Coloso de Condemios de Arriba |
Cierto. Nuestro personaje, Restituto Martín
Gamo, pasó a la historia como escultor, aunque a lo largo de su vida hizo
alguna cosa más que la de esculpir grandes estatuas. Tiene el récor de haber
esculpido, a cuenta del Coloso de Rodas, la estatua más grande conocida.
A nadie, en aquellos tiempos, los primeros
años de la década de 1960, se le hubiese ocurrido pensar que el escultor más
mediático del momento hubiese nacido en un pueblecito de la Serranía de
Atienza, en un apartado rincón de la provincia de Guadalajara. En un lugar
prácticamente desconocido. En Condemios de Arriba.
Claro está que Restituto, o Resti, como sus
amigos lo conocían, hacía más de cuarenta años que andurreaba por Madrid, y media
España, repartiendo obras. Y ya tenía en su zurrón unos cuantos premios,
ganados con el sudor de su frente y el trabajo de sus manos, entre ellos el
Premio Nacional de Escultura, que le fue concedido en 1943.
TRES LIBROS PARA CONOCER ATIENZA A FONDO.
Llegó
con su familia a Madrid en 1920, y se formó en la Escuela de Artes y
Oficios y en la Academia de Bellas Artes. Cuando entendió que su futuro se
encontraba en la escultura, y en el dibujo, a pesar de que, al final, sin
concluir estudios en ninguno de los dos centros, terminó aprendiendo por su
cuenta y riesgo, lo que le convirtió en un autodidacta. Eso sí, un autodidacta que, a fuerza de tesón,
alcanzó el cenit de la gloria. De su gloria.
La Academia de Bellas Artes le concedió,
viendo sus avances, una de aquellas famosas becas para estudiantes la “Conde de
Cartagena”, cuando nuestro hombre colaboraba con la Dirección General de Propaganda
y aprendía al lado de nombres como Victorio Macho, en Valencia. En estas llegó
el 18 de julio de 1936, con todas sus consecuencias. A pesar de que Resti
continuó en Valencia y de Valencia marchó a París, donde tomó parte de los
trabajos preparatorios del Pabellón Español en aquella gran Exposición
Universal llevada a cabo en 1937, que tanto dejó para la historia. Allí conoció
a grandes pintores, y escultores. No hace falta dar nombres puesto que todos,
al llegar a este punto, nos vamos al autor del Guernica.
Regresó, tras la Exposición Universal, a
Madrid, y en Madrid continuaría trabajando, entrando a formar parte, ya lo
vimos, del cuerpo de restauradores del Museo del Prado, al tiempo que tallaba
algunas esculturas de temática religiosa, imaginería religiosa como es
conocida, para muchas de aquellas iglesias que sufrieron los percances de la
devastación e incultura del tiempo de la guerra. Su obra, a este respecto, está
tan desperdigada por media España que resultaría harto complejo seguirle los
pasos. Permaneciendo, en la mayoría de los casos, inédita. Salvo algunas excepciones,
como la iglesia de Cristo Rey, en el barrio de Usera; o la de Santa Rita, en
Madrid también, en el barrio de Argüelles, en las que dejó claros ejemplos de
su talante modernista.
No sólo talló escultura religiosa, también
por media España dejó obras, entre las que destacan las dos impresionantes
tallas que representan a la ciudad de Melilla, una de ellas la de la reina
Isabel la Católica, en la plata de
Torres Quevedo. La otra, la del conquistador de la ciudad, Pedro de Estopiñán.
Escultura en bronce, puesto que la religiosa se talló en madera, probándonos
con ello que nuestro escultor no se arredraba ante los materiales más dispares.
Porque también trabajó la cerámica. Desde
que mediada la década de 1940 conociese a uno de esos autores ceramistas que
pasan a la historia Juan Ruiz de Luna, quizá el ceramista talaverano más
universal de los últimos tiempos. Y trabajase, mano a mano, tiempo adelante,
con Alfredo Ruiz de Luna.
Quizá este nombre, el de Ruiz de Luna, no nos
suene demasiado a menos que, metidos en Madrid, nos vayamos fijando en los
rótulos de las calles del Madrid histórico, en esos azulejos que pueblan las
esquinas de las calles y sabremos que… Efectivamente, pertenecen al taller de Alfredo
Ruiz de Luna, y si echamos la mirada a lo que fue la Casa de Guadalajara en Madrid, también podemos saber que aquella
magistral portada por la que se accedía era, efectivamente, obra de Alfredo
Ruiz de Luna con diseño de nuestro paisano, de Resti. Desgraciadamente, perdida
ha de ser tamaña obra para la provincia. A pesar de que a la provincia se
ofreció.
La obra cerámica de Martín Gamo, junto a la
de Ruiz de Luna, puede hoy verse en el museo que a este último artista se
dedicó en su natal Talavera de la Reina.
Claro que también fue dibujante, y
escenógrafo. Como hombre polifacético e incapaz de dar un no por respuesta a
quien le pidió un favor. Colaboró con
algunos autores madrileños para diseñar el esbozo de numerosos escenarios, y
fue el autor, aunque su nombre haya quedado en el olvido, de los primeros
murales teatrales que decoraron los escenarios de las primeras obras que se
estrenaron en Hita cuando comenzaban con incierto futuro aquellos “Festivales
Medievales”. Quizá, de entre todos, el más complejo, conforme en alguna ocasión
se atrevió a decir, fue el del Fausto, aquella adaptación que Criado de Val
llevó a cabo en 1966 y que interpretase Carlos Lemos.
Para entonces Restituto Martín Gamo, como
tantos otros intelectuales de la provincia, se encontraba entre los integrantes
de la Casa de Guadalajara en Madrid, de la que fue fundador como integrante fue
de su antecedente, la tertulia “La Colmena”, liderada por Francisco Layna
Serrano mediada la década de 1940.
La obra de Martín Gamo, dicho está, se
encuentra por muchos lugares de España, desde Madrid a Melilla y de Santander a
Barcelona. Y aunque su nombre se deslizaba por los medios de prensa, su figura
quedaba para la intimidad de sus amigos,
prefería llevar una vida anónima y
escapaba cuanto podía de esos eventos sociales que sacan los colores a las
gentes a través de las imágenes fotográficas.
Se casó y tuvo una hija, María, a quien
quiso ver como heredera de sus aficiones y a quien enseñó a querer Guadalajara,
y sentir su Serranía, como él la sentía.
Un día le preguntaron, a Restituto, el
escultor de Condemios de Arriba, que de poder elegir, qué elegiría para tallar.
Qué obra dejaría a la posteridad de los tiempos. Y respondió, claro está,
mirando a esa Serranía de Atienza que, como si ya tuviese el presentimiento de
lo que terminaría siendo, porque comenzaba a despoblarse:
-Me
gustaría –respondió Resti a la pregunta-, reflejar en grandes relieves la gran riqueza de tipos y costumbres que
están a punto de perder su carácter en Guadalajara. Nuestra tierra es, no lo
olvide, muy pródiga en esto de olvidar a sus gentes, de olvidar sus costumbres
y de no apreciar su riqueza.
Quien le hacía la pregunta era,
precisamente, un periodista de Guadalajara. Quizá la única entrevista que
concedió para un periódico de Guadalajara. O la única ocasión en que alguien
desde Guadalajara se interesaba por su obra.
Una obra que, ya está dicho, a pesar de que
corre por media España, no aparece por su provincia natal, al menos
públicamente, ya que para la provincia esculpió los rótulos de lo que había de
ser el Museo Tomás Camarillo. Porque también esculpió rótulos para grandes
marcas, principalmente cosméticas. Sus
frisos, en una de ellas, radicada que estuvo en Alcalá de Henares, son tenidos,
al día de hoy, como obras de arte de carácter universal.
Quizá Guadalajara, capital y provincia, tan
en deuda en tantas ocasiones, no me cansaré de repetirlo, con las gentes que
salieron de ella en busca de una vida mejor, cuando no había más remedio que
buscarse la vida lejos de la tierra, se olvidó de él. En cambio Restituto
Martín Gamo nunca se olvidó de que era de Guadalajara, de ese rincón serrano
que se llama Condemios de Arriba.
Puede que los de Guadalajara, capital y
provincia, no sepan que a pesar de todo, una obra supervisada por Martín Gamo,
y en la que pus alma, vida y corazón se encuentra en la capital de la
provincia. Presidió la capilla de la Casa de Guadalajara en Madrid. Se trata de
la talla de la Virgen de la Antigua, en madera de abedul, que ultimó otro
escultor, Máximo Pineda. Y esa obra, para cuantos la quieran admirar, se
encuentra hoy en Guadalajara capital, en la iglesia de las Carmelitas de San
José. Seguro que a Restituto Martín Gamo, quien en 1992 recibió el homenaje de
la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que le entregó el premio
“Barón de Forna”, a toda una vida, le gustará conocerlo.
Restituto Martín Gamo, que pasó a la historia
como escultor, nació en la localidad de
Condemios de Arriba (Guadalajara), en 1914. Falleció en Madrid en 1998.
Tomás Gismera Velasco
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