BRIANDA
DE MENDOZA
Un
sepulcro, y un Instituto
El día en el que descubrieron su sepulcro, los investigadores que lo
hicieron se llevaron alguna de las más gratas sorpresa que les reservaba la
vida.
Desde
Guadalajara dio la noticia al mundo hispano don Gabriel María Vergara, entonces
catedrático de Geografía e Historia en el Instituto que pasó a llamarse como la
mujer que descansaba en aquella histórica obra de la arquitectura funeraria en
alabastro, tallado ni más ni menos que por Alonso de Covarrubias; uno de los
grandes nombres del Renacimiento español. A Don Alonso de Covarrubias encargó
también doña Brianda las hechuras de la iglesia, de reducidas pero elegantes
proporciones, conforme a lo que nos cuentan los cronistas.
Se encontraba en el lugar en el que siempre
estuvo; claro está, en la capilla mayor
de la iglesia de la Piedad; aquel nombre dado “por la poca que se tuvo con su abuelo, el Maestre de Santiago”. Que
lo era, el Maestre, don Álvaro de Luna; aquel a quien el rey mandó cortar la
cabeza en Valladolid. Y que tanto nombre dejó por tierras de Guadalajara puesto
que fue dueño y señor de una parte de la provincia, por donde las sierras se
funden con las sorianas de Gormaz y las segovianas de Ayllón.
Claro está que cuando se descubrió el enterramiento la iglesia se
encontraba prácticamente abandonada y en avanzado estado de ruina. Nos decía
don Gabriel María, para ser más precisos, que la iglesia quedó desmantelada en
las últimas décadas del siglo XIX, y que los escombros correspondientes a la
pared de la capilla mayor y los de la bóveda, estaban amontonados en el suelo
del templo… Así fue, desde aquellos años
últimos del XIX hasta el año de gracia de 1902, cuando el Ayuntamiento de la
ciudad se propuso llevar a cabo las obras de ampliación, mejora y reparación,
del adyacente Instituto Provincial, asentado en lo que siglos atrás fuese el
palacio de don Antonio de Mendoza, otro de los mecenas de la casa; palacio que
heredó doña Brianda junto a alguno de sus primos, convirtiéndolo en un convento
que el tiempo destinó a la enseñanza de los guadalajareños.
Y
nos dice el señor Vergara: … en su
virtud, al llegar los trabajadores a la parte señalada se encontró una gran
piedra de jaspe de forma artística, y levantada que fue se halló un nicho
cimbrado y dentro de él una caja de madera ya desecha que contuvo los restos de
la expresada señora, de los que pueden conocerse perfectamente… Podían
conocerse, perfectamente, los últimos restos óseos de la hidalga doña Brianda. Claro
está que pasaron, entre el óbito y el descubrimiento alborozado, algo así como
cuatrocientos años, o más.
De cómo se llegó a aquel estado, y del futuro que al monumento le
aguardaba, señalaba Vergara, augurando los malos tiempos que estaban por llegar,
que quienes entonces formaban las entidades destinadas a proteger el
patrimonio, no se distinguen por su
entusiasmo para la conservación de todo aquello que pueda servir para el
conocimiento de la Historia y de las Artes; y muy errado no es que estuviese,
puesto que el tiempo le dio la razón.
Había nacido, doña Brianda, en Guadalajara, en el año de 1470, arriba o
abajo, pues no se ponen de acuerdo los estudiosos de su vida en situar la fecha
exacta; hija del segundo duque del Infantado, Íñigo López de Mendoza.
Doña
Brianda, no se sabe muy bien por qué motivos decidió quedar soltera y
entregarse a la vida monacal, poco menos que como hiciese su tío don Antonio.
Dedicando su vida a lo que muchas de las mujeres nobles de su tiempo, las
fundaciones de caridad y a dejar algunas obras para la posteridad de los
siglos, perpetuando en ellas su memoria. De las obras dejadas en vida para
después de la muerte por doña Brianda destacaron el dicho convento de
franciscas convertido con el paso del tiempo en Instituto.
Cuenta la historia que era, doña Brianda, de carácter fuerte, detallista
y precavida; mujer sesuda. Reflexiva, enérgica y perseverante. Poco común a las
damas de aquellos siglos, acostumbradas a la obediencia, a guardar silencio, y
a servir.
Vivió en un siglo de cambios, y de revoluciones, cuando el erasmismo, o
el luteranismo, se abrían paso por una Europa que amenazaba cambiar ideas, o
culturas. Ideas o culturas que no estaban del todo conformes con lo que
predicaban desde las alturas de sus cargos los grandes señores de aquel tiempo,
obispos, cardenales o padres de la iglesia; poco conformes en que se cambiasen
los conceptos que aquellos predicaban. Cuando María de Cazalla, y algunas otras
damas de la Guadalajara de su tiempo, los alumbrados
de Guadalajara, se enfrentaban al potro de la tortura de la Inquisición por
sus pensamientos, o por sus ideas.
Cuentan que de una u otra manera doña Brianda de Mendoza anduvo metida
en aquellos mundos; aunque sin que se sepa muy bien cómo, o tal vez sí, optó
por seguir el camino de siempre, visto que a sus amistades no las trató del todo bien la sacrosanta
Inquisición.
En 1524, cuando contaba algo más de cincuenta años de edad, fundó aquel
beaterio que sirvió para que las damas de su estirpe tuviesen casa de acogida;
beaterio que se convertiría tiempo después en monasterio de franciscas para las
altas damas guadalajareñas; que llegaría
a aquellos años en los que, en pleno siglo XIX,
comenzaron estos a desaparecer en pro de las dichosas desamortizaciones
que a poco o nada llevaron; o sí, a destruir una parte grande del patrimonio
arquitectónica, de Guadalajara en particular, y de España en general.
Pasaron aquellas dependencias por ser sede de la Diputación Provincial,
y cárcel pública, hasta convertirse en Instituto de Enseñanza, cuando don
Gabriel María Vergara contó que hallaron, entre las ruinas del templo, el lugar
de enterramiento de la dama.
Y
no, no andaba muy descaminado en aquello del mal futuro que aguardaba al sepulcro.
Tiempo adelante, nos cuentan que fue en torno a 1936/37, abandonados todos
aquellos recintos, alguno de aquellos tipos de pocos escrúpulos y mucho dinero
ofrecieron al guardés veinte duros por las piedras, del sepulcro, y el de doña
Brianda se nos fue, como tantas cosas por aquel tiempo se nos fueron.
Hoy su nombre, el de doña Brianda, se recuerda por el Instituto que
lleva su nombre; y su memoria se une a la historia de Guadalajara, y de su
maltratado patrimonio. Afortunadamente, aquellas cosas, las de la desaparición
de nuestro patrimonio, ya casi no pasan, o sí, pero pasan más desapercibidas.
Brianda de Mendoza y Luna,
mecenas de las artes y la cultura, nació en Guadalajara hacía el año de 1470.
En Guadalajara murió y fue sepultada en el año de 1534.
Tomás Gismera Velasco
Henaresaldía.com
Julio 2020
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