domingo, julio 19, 2020

BRIANDA DE MENDOZA Un sepulcro, y un Instituto

BRIANDA DE MENDOZA
Un sepulcro, y un Instituto

   El día en el que descubrieron su sepulcro, los investigadores que lo hicieron se llevaron alguna de las más gratas sorpresa que les reservaba la vida.

   Desde Guadalajara dio la noticia al mundo hispano don Gabriel María Vergara, entonces catedrático de Geografía e Historia en el Instituto que pasó a llamarse como la mujer que descansaba en aquella histórica obra de la arquitectura funeraria en alabastro, tallado ni más ni menos que por Alonso de Covarrubias; uno de los grandes nombres del Renacimiento español. A Don Alonso de Covarrubias encargó también doña Brianda las hechuras de la iglesia, de reducidas pero elegantes proporciones, conforme a lo que nos cuentan los cronistas.



   Se encontraba en el lugar en el que siempre estuvo; claro está, en la capilla  mayor de la iglesia de la Piedad; aquel nombre dado “por la poca que se tuvo con su abuelo, el Maestre de Santiago”. Que lo era, el Maestre, don Álvaro de Luna; aquel a quien el rey mandó cortar la cabeza en Valladolid. Y que tanto nombre dejó por tierras de Guadalajara puesto que fue dueño y señor de una parte de la provincia, por donde las sierras se funden con las sorianas de Gormaz y las segovianas de Ayllón.

   Claro está que cuando se descubrió el enterramiento la iglesia se encontraba prácticamente abandonada y en avanzado estado de ruina. Nos decía don Gabriel María, para ser más precisos, que la iglesia quedó desmantelada en las últimas décadas del siglo XIX, y que los escombros correspondientes a la pared de la capilla mayor y los de la bóveda, estaban amontonados en el suelo del templo…  Así fue, desde aquellos años últimos del XIX hasta el año de gracia de 1902, cuando el Ayuntamiento de la ciudad se propuso llevar a cabo las obras de ampliación, mejora y reparación, del adyacente Instituto Provincial, asentado en lo que siglos atrás fuese el palacio de don Antonio de Mendoza, otro de los mecenas de la casa; palacio que heredó doña Brianda junto a alguno de sus primos, convirtiéndolo en un convento que el tiempo destinó a la enseñanza de los guadalajareños.

   Y nos dice el señor Vergara: … en su virtud, al llegar los trabajadores a la parte señalada se encontró una gran piedra de jaspe de forma artística, y levantada que fue se halló un nicho cimbrado y dentro de él una caja de madera ya desecha que contuvo los restos de la expresada señora, de los que pueden conocerse perfectamente… Podían conocerse, perfectamente, los últimos restos óseos de la hidalga doña Brianda. Claro está que pasaron, entre el óbito y el descubrimiento alborozado, algo así como cuatrocientos años, o más.

   De cómo se llegó a aquel estado, y del futuro que al monumento le aguardaba, señalaba Vergara, augurando los malos tiempos que estaban por llegar, que quienes entonces formaban las entidades destinadas a proteger el patrimonio, no se distinguen por su entusiasmo para la conservación de todo aquello que pueda servir para el conocimiento de la Historia y de las Artes; y muy errado no es que estuviese, puesto que el tiempo le dio la razón.

   Había nacido, doña Brianda, en Guadalajara, en el año de 1470, arriba o abajo, pues no se ponen de acuerdo los estudiosos de su vida en situar la fecha exacta; hija del segundo duque del Infantado, Íñigo López de Mendoza.
   Doña Brianda, no se sabe muy bien por qué motivos decidió quedar soltera y entregarse a la vida monacal, poco menos que como hiciese su tío don Antonio. Dedicando su vida a lo que muchas de las mujeres nobles de su tiempo, las fundaciones de caridad y a dejar algunas obras para la posteridad de los siglos, perpetuando en ellas su memoria. De las obras dejadas en vida para después de la muerte por doña Brianda destacaron el dicho convento de franciscas convertido con el paso del tiempo en Instituto.




   Cuenta la historia que era, doña Brianda, de carácter fuerte, detallista y precavida; mujer sesuda. Reflexiva, enérgica y perseverante. Poco común a las damas de aquellos siglos, acostumbradas a la obediencia, a guardar silencio, y a servir.

   Vivió en un siglo de cambios, y de revoluciones, cuando el erasmismo, o el luteranismo, se abrían paso por una Europa que amenazaba cambiar ideas, o culturas. Ideas o culturas que no estaban del todo conformes con lo que predicaban desde las alturas de sus cargos los grandes señores de aquel tiempo, obispos, cardenales o padres de la iglesia; poco conformes en que se cambiasen los conceptos que aquellos predicaban. Cuando María de Cazalla, y algunas otras damas de la Guadalajara de su tiempo, los alumbrados de Guadalajara, se enfrentaban al potro de la tortura de la Inquisición por sus pensamientos, o por sus ideas.

   Cuentan que de una u otra manera doña Brianda de Mendoza anduvo metida en aquellos mundos; aunque sin que se sepa muy bien cómo, o tal vez sí, optó por seguir el camino de siempre, visto que a sus amistades no  las trató del todo bien la sacrosanta Inquisición.

   En 1524, cuando contaba algo más de cincuenta años de edad, fundó aquel beaterio que sirvió para que las damas de su estirpe tuviesen casa de acogida; beaterio que se convertiría tiempo después en monasterio de franciscas para las altas damas guadalajareñas; que  llegaría a aquellos años en los que, en pleno siglo XIX,  comenzaron estos a desaparecer en pro de las dichosas desamortizaciones que a poco o nada llevaron; o sí, a destruir una parte grande del patrimonio arquitectónica, de Guadalajara en particular, y de España en general.



   Pasaron aquellas dependencias por ser sede de la Diputación Provincial, y cárcel pública, hasta convertirse en Instituto de Enseñanza, cuando don Gabriel María Vergara contó que hallaron, entre las ruinas del templo, el lugar de enterramiento de la dama.

   Y no, no andaba muy descaminado en aquello del mal futuro que aguardaba al sepulcro. Tiempo adelante, nos cuentan que fue en torno a 1936/37, abandonados todos aquellos recintos, alguno de aquellos tipos de pocos escrúpulos y mucho dinero ofrecieron al guardés veinte duros por las piedras, del sepulcro, y el de doña Brianda se nos fue, como tantas cosas por aquel tiempo se nos fueron.

   Hoy su nombre, el de doña Brianda, se recuerda por el Instituto que lleva su nombre; y su memoria se une a la historia de Guadalajara, y de su maltratado patrimonio. Afortunadamente, aquellas cosas, las de la desaparición de nuestro patrimonio, ya casi no pasan, o sí, pero pasan más desapercibidas.

   Brianda de Mendoza y Luna, mecenas de las artes y la cultura, nació en Guadalajara hacía el año de 1470. En Guadalajara murió y fue sepultada en el año de 1534.

Tomás Gismera Velasco
Henaresaldía.com
Julio 2020

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