JUSTO JUBERÍAS
PÉREZ
El cura de las
piedras de Palazuelos
Tomás Gismera
Velasco
Si bien, mejor que el
cura de las piedras, como fue conocido, debieron haberle denominado, con mayor
propiedad, el cura de los fósiles, o de la arqueología. El hombre que, dentro
de la provincia de Guadalajara, puso quizá el primer baldón para el estudio del
tiempo siendo, por demás, el mejor colaborador de los arqueólogos más conocidos
de los inicios del siglo XX español, cuando la arqueología comenzaba a dar sus
primeros pasos, y los primeros arqueólogos, llámense Enrique de Aguilera -Marqués
de Cerralbo- o Juan Cabré, se iniciaban en el mundo del descubrimiento de
nuestras señaladas necrópolis. Aquellas que dieron fama a poblaciones como
Higes, Palazuelos, Cerropozo –Atienza-, Alcolea de las Peñas y tantas más.
Cerralbo y Cabré se llevaron la fama, pero detrás de muchos de aquellos
importantes descubrimientos se encontraba la figura estirada, amable y
despierta de don Justo, un cura de pueblo, natural de Palazuelos, que pasó por
la historia arqueológica, prácticamente de puntillas.
En Palazuelos nació, a
las puertas de la Navidad de 1878, el 19 de diciembre, y en Palazuelos dio sus
primeros pasos y se comenzó a formar hasta que pasó a Sigüenza para seguir la
vida del sacerdote, estudiando en el seminario de San Bartolomé. En Sigüenza se
ordenó sacerdote en 1904, pasando dos años después, en 1906, a la iglesia de
Santa María de Huerta, de la que fue nombrado ecónomo, y en donde la casualidad
le hizo conocer a don Enrique de Aguilera, el Marqués de Cerralbo quien, en
Santa María de Huerta tenía su finca de recreo, “El Castillo”.
Don Justo llegó a Santa
María de Huerta a mediados de noviembre de aquel año, el día 14. Un destino que
marcaría su vida, y una población que ya conocía, al menos de referencia,
puesto que uno de sus hermanos, Segundo, ejercía allí como administrador de
Cerralbo.
No es difícil imaginar que don Enrique de Aguilera,
cosa de los tiempos, reuniese en su
finca, en más de una ocasión, a los poderes, civiles y eclesiásticos,
del lugar; y que en más de una ocasión nuestro don Justo Juberías escuchase los
razonamientos arqueológicos de nuestro entonces aficionado marqués, y que de
escuchar las charlas, surgiese primero la curiosidad y posteriormente la
afición por los descubrimientos. Unos descubrimientos que comenzaron a tomar
carta de naturaleza a mediados del siglo XIX, cuando se elaboró la primera
carta arqueológica provincial y comenzó a indagarse en un mundo hasta entonces
desconocido, el de la prehistoria, con las famosas “antigüedades de Hijes”,
descubiertas en los primeros años de la década de 1840; excavadas por el
entonces Delegado provincial del Gobierno de la provincia, don Francisco de
Nicolau, y terminadas de descubrir por Cerralbo y compañía; la compañía, por
supuesto, era don Justo Juberías, ya párroco de Torrevicente, antes de serlo de
Membrillera, población a la que llegaría en 1927 y en donde estuvo hasta
durante casi veinticinco años, hasta 1951 en que pasó a Sigüenza hasta que la enfermedad,
y la edad, de su amigo y en algunos aspectos colaborador, Julio de la Llana,
párroco de Atienza, hizo que el obispo diocesano lo enviase a la castillera
villa, en 1956, y en donde permaneció hasta poco después de la muerte del
arcipreste de la Llana. Regresando a Sigüenza en 1958.
En Membrillera, con
muchos de los objetos que logró reunir en aquellas interminables jornadas de
investigación arqueológica, montó su primera colección de piedras antiguas, y
de fósiles, provenientes la mayoría de ellos de las serranías de Guadalajara en
sus límites con las provincias de Soria y Segovia, por donde don Justo caminó a
sus anchas.
Sus trabajos de campo,
de inspección para Cerralbo primero y Cabré después, se documentan a partir de
los primeros años del segundo decenio del
siglo XX. Entre 1913 y 1914 anduvo en las excavaciones de Higes, y poco
después en las de Valdenovillos, en Alcolea de las Peñas, pasando por las de
Palazuelos, Tordelrábano, Hortezuela, Maranchón, Anguita, Luzaga, y una docena
más en nuestra provincia, siendo quizá la de Cerropozo de Atienza, descubierta
en los últimos años del decenio de 1920, la que mayores satisfacciones produjo,
tanto a nuestro buen cura don Justo, como a su entonces director de trabajos,
Juan Cabré, quien como discípulo del marqués, a su muerte continuó la labor
emprendida por aquel. También los pueblos limítrofes de Soria vieron su paso, y
de numerosos de ellos, desde Carrascosa de Arriba a Retortillo, se trajo a
Sigüenza el conocimiento de pasadas culturas.
La enorme obra llevada
a cabo, y a veces poco reconocida, por Justo Juberías, se materializó en su
gran colección de arte rupestre, y de fósiles, con la que ideó la formación de
lo que había de ser Museo de Arqueología. Pues a pesar de que la gran mayoría
de las piezas descubiertas en las necrópolis excavadas pasaron a pertenecer al
Museo Arqueológico Nacional, muchas de las piezas menores quedaron en su poder,
con ese fin, y otras le fueron donaros al efecto. Un fin que se truncó cuando,
en los desastrosos días que acompañaron los años de la Guerra Civil (1936-39),
su colección fue expoliada y el resulto de treinta años de investigación, quedó
perdido para siempre.
Sus trabajos en pro de
la arqueología le dieron el nombramiento, en 1941, de Comisario Local de
Excavaciones de la comarca de Sigüenza, llevando a cabo a partir de entonces
algunos trabajos de menor entidad, al tiempo que trató de recomponer su
colección perdida, que en parte logró, y con la que fundaría el Museo Diocesano
de Arqueología de Sigüenza, al que donó las piezas, y del que fue su primer
director.
Fue un apreciable
conferenciante. Se relacionó con los científicos y arqueólogos más eminentes de
su época, y dejó para la provincia el recuerdo de su trabajo y el estudio de
sus investigaciones a través de incontables estudios sobre la época
prehistórica. Estudios, la mayoría de
ellos, perdidos en el tiempo, o reseñados a través de las obras de los hombres
para los que mayoritariamente trabajo, Enrique de Aguilera y Juan Cabré.
Su
huella de arqueólogo, de gran conocedor de la prehistoria de nuestra tierra se
puede seguir por la Cueva de Santa María del Espino; de Torralba; de Numancia;
de Aguilar de Anguita; de Ures; de Medranda, de Riba de Saelices, de su
Palazuelos natal… Inconfundible, con su bonete, su sotana y su sonrisa.
Justo Juberías Pérez, sacerdote y arqueólogo, nació en Palazuelos
(Guadalajara), el 19 de diciembre de 1878; falleció en Sigüenza (Guadalajara),
el 15 de febrero de 1966.
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