LAS TROYANAS DE ATIENZA.
Va para 50
años que en Atienza se reunieron grandes estrellas de Hollywood, en el rodaje
de la película de mayor presupuesto entonces rodada en Europa.
Un libro
rememora ahora los entresijos del rodaje
Tomás
Gismera Velasco
El
31 de agosto de 1970 dio comienzo en Atienza, de manera oficial, el rodaje de
una de las grandes películas del cine mundial. La cinta es una trama teatral y
habla de una guerra, la de Troya.
Por
aquellos días de 1970, ahora comienza a celebrarse el cincuenta cumpleaños, en
Atienza se rodaba la película “Las
Troyanas”, basada en la tragedia de Eurípides, según la versión de Jean
Paul Sartre y dirigida por un griego, Michael Cacoyannis a quien el éxito
acompañaba desde que rodó su “Zorba el
Griego” unos años atrás. Claro está que “Zorba el Griego” se rodó en Grecia, donde debía de haberse rodado
la película “Las Troyanas”.
El
golpe de estado allí conocido como “de
los coroneles”, privó a Cacoyannis de regresar a su país, en el que tenía orden de prisión, al no comulgar
con las ideas políticas de aquellos; y concedió a este pueblo de la geografía
provincial, Atienza, el honor de convertirse en una Troya imaginaria. Una Troya
que los encargados de buscar exteriores naturales no encontraron ni en África
ni en Europa, continentes en los que fijaron su mirada; hasta que llegaron a
Atienza. Curiosamente, aunque es mucho lo que conocemos en torno al rodaje,
desconocemos de quién surgió la idea de rodar aquí.
Por supuesto, rodar hace cincuenta años una película de las
características de Las Troyanas, nada tiene que ver con los rodajes actuales,
en los que los medios digitales ahorran tiempo y dinero. Entonces todo era a
base de ciencia, manos y mucho personal. La producción de la película dejó
cifras fabulosas para su tiempo, desde los 2.000 millones de pesetas –una
auténtica barbaridad para aquellos años-, en que se cifró el presupuesto de
rodaje; a los cerca de doscientos técnicos de producción: más de un centenar de
intérpretes, entre principales y secundarios, y cerca de dos centenares de “extras”, o personal de figuración, como
hoy se diría.
Reuniendo, por si lo anterior fuera poco, a cuatro de las mujeres que entonces gozaban de mayor
caché cinematográfico, con Katharine Hepburn a la cabeza; junto a ella, Vanessa
Redgrave, Irene Papas o Geneviève Bujold. La Hepburn acababa de conseguir su
tercer “Oscar”; la Bujold a punto
estuvo de lograrlo el año anterior por su interpretación de Ana Bolena; Irene
Papas era una estrella mundial desde lo de “Zorba
el Griego”, y Vanessa Redgrave la inglesa más internacional. Junto a ellas,
actores de la talla de Brian Blessed, triunfando entonces en las series de la
BBC como el mosquetero Porthos; o Patrick Magee, de quien se decía que la
mayoría de los papeles masculinos escritos por Shakespeare, parecían estar
pensados para ser interpretados por él.
Incluso la música, compuesta por Mikis Theodorakis llevaba el sello de
la fama, tanto por venir Theodorakis de recibir los éxitos de la composición de
“Zorba”, como por ser un perseguido
político griego, como tantos otros.
Algo llamaría la atención tiempo después, y fue el hecho de que se
autorizase el rodaje de la película en España. Una película que, de alguna
manera, por su anti belicismo y crítica social, no había de dejar en buen lugar
a cualquier régimen militar. De ahí que después de rodada no se pudiera ver en
España hasta muchos años después.
El Ayuntamiento de Atienza se convirtió, de alguna manera, en
colaborador necesario de la sociedad fundada para llevar a cabo el rodaje, una
sociedad con capital americano, francés, italiano e inglés, la Shaftel
Insurance, representada en España por quien más tarde sería una de las
principales figuras de la cinematografía española, Francisco Lara Polop, quien
se encargó de las principales gestiones, ante todo con el Ayuntamiento de
Atienza y con el entonces Ministerio de Información y Turismo, ya que a través
de él y de la Comisaría del Patrimonio Artístico Nacional de la Dirección
General de Bellas Artes tuvieron que gestionarse las licencias necesarias para rodar
en el entorno del castillo y murallas atencinas. Pues si bien el principal
monumento de la villa no iba a ser alterado en lo más mínimo, sí que fue
preciso llevar a cabo movimientos de tierra, construcción de alguna especie de
templo griego e incluso convertir las cuestudas tierras de Santa María del Val
en campamento aqueo. Las autorizaciones se dieron, con la obligación por parte
de los responsables de la cinta de que, una vez concluido el rodaje, todo volvería
a su estado original; siendo obligados, para asegurar que cumplirían su
palabra, a hacer un fuerte depósito monetario ante aquella Comisaría.
Echar hoy una mirada a toda aquella documentación que se movió en torno
a la “Película del Castillo”, como la
definió el Ayuntamiento de Atienza es echar una especie de mirada a aquella
otra cinta en la que Luis García Berlanga nos pintó la España que esperaba el
milagro americano de Bienvenido Míster Marshall; en Atienza, al revés.
Desde
el mes de mayo de 1970 en Atienza se echaron bandos para que los atencinos
ofreciesen a los americanos lo que los americanos precisasen: desde los
rodillos de la era, para simular columnas griegas; a habitaciones con cama, y
orinal bajo la mesilla de noche, en las que alojarse.
El
elenco de la película desembarcó en Madrid en el mes de julio, tomando casi
para ellos solos uno de los mejores y más lujosos hoteles de la capital, el
Eurobuilding, inaugurado por aquellos días. En la habitación 614, la de Michael
Cacoyannis, se centraban las operaciones. Y en Atienza, para aquellas más de
doscientas personas se brindaron, ante el Ayuntamiento, para darles alojamiento
en 33 habitaciones con 48 camas, 33 vecinos. Por supuesto, la mayoría de las
habitaciones compartidas y sin aseo; hacía muy pocos meses que Atienza contaba
con agua corriente en las casas.
La
mayoría de los integrantes de la producción se alojaron en Sigüenza, donde
coparon todos los hostales; algunos más iban y venían a diario de Madrid a
Atienza; para el director de la cinta y los principales intérpretes se
habilitaron las casas seguntinas del conde de Romanones y del marques de Santo
Floro, y para la gran estrella, Katharine Hepburn se alquiló en Atienza, a
precio fabuloso, la casa de más reciente construcción.
Claro está, también se solicitaron mujeres, principalmente mujeres, para
trabajar en la obra. Fue lo que más
trabajo costó. Las atencinas de aquellos tiempos, o los atencinos de aquellos
tiempos, no veían con los mismos ojos que hoy lo hacemos aquello del cine. Aun
así, se apuntaron provisionalmente, para trabajar en la película, 117 mujeres, de las que finalmente
tuvieron papel alrededor de 50; y alrededor de 30 hombres pretendieron hacerlo,
incluso el tio León, a sus 87 años de edad; además de un gran número de
chiquillos.
A
aquellas 50 mujeres de Atienza, por insuficientes, tuvieron que añadirse otras
tantas más de los pueblos de alrededor, y de Sigüenza. La productora tuvo que
recurrir a la contratación de la mayoría de los autocares de la empresa
alcarreña de Ricardo García Tejedor para recoger a aquellas actrices de
figuración a las que en la cinta tan sólo se las veían los ojos.
Hasta el mes de noviembre duró aquella especie de mundo cinematográfico
en el que Atienza se convirtió. Un mundo que empezó con calores, terminó con
nieves y cambió el entorno. Del cerro desaparecieron los antiguos postes de la
luz, y los grajos, que fueron expulsados de sus nidales a pedradas. Su graznido
obstaculizaba el rodaje, que se llevaba a cabo con sonido directo.
Tras el The End, puesto el mes de noviembre, para Atienza quedó el
recuerdo y posteriormente el olvido. Ahora, a punto de cumplirse los cincuenta
años del rodaje un libro: “Las Troyanas
de Atienza. Cuando Atienza se convirtió en Troya”, rescata toda aquella
aventura, la del rodaje de una película que se pudo ver, casi a escondidas, por
vez primera, en Torremolinos, en el mes de octubre de 1971; y que se ha
convertido en película de culto, una especie de obra maestra del cine mundial.
También se descubre alguna actuación, un tanto discutible, del atencino
alcalde de la época. Por vez primera conocemos que, impresionada Katharine
Hepburn de la pobreza de la Atienza de aquel tiempo, y encariñada con los
chiquillos de la villa, se ofreció para construirles, ¡nada menos!, que una
nueva escuela, ofreciendo para ello un puñado de miles de dólares. Las niñas ya
la tenían.
Pero
esa historia da para otra película, la del enamoramiento de Katharine Hepburn
de una pequeña localidad de Guadalajara, de nombre Atienza, en la que se quiso
quedar a vivir. (Continuará).
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 20 de septiembre de 2019
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