FRANCISCO LAYNA SERRANO
El nombre de Guadalajara
“Nací en un
pueblo llamado Luzón, perteneciente al antiguo señorío de Molina, en la
provincia de Guadalajara, y puede decirse que no lo conozco pues teniendo uso
de razón solo estuve en él una tarde con el objeto exclusivo de ver en qué
clase de lugar vine al mundo, hecho acaecido en la madrugada del 27 de junio de
1893; por cierto, muchas prisas sentí por asomarme a este valle de lágrimas
pues nací sietemesino y estuve dos meses entre la vida y la muerte, hasta que
cumplido el plazo natural de la existencia intrauterina, la robustez progresiva
fue sustituyendo a la endeblez primera”.
Esto lo escribía
don Francisco Layna Serrano muchos años después de su nacimiento, cuando el
tiempo y la edad, que todo lo curan, le habían llevado a conocer su pueblo
natal; se había fortalecido en la cultura y el estudio y, por si fuera poco,
era una figura, prácticamente, a nivel nacional. Don Francisco no quería ser
médico, como lo fue su padre o su tío Félix, sino historiador, como lo fue su
tío Manuel Serrano Sanz. Sin embargo, se licenció en Medicina.
Claro está que
primero estudió Ruguilla las primeras letras, pueblo este de sus abuelos y al
que su padre se trasladó desde Luzón, hasta pasar al Instituto Brianda de
Mendoza de Guadalajara, y de aquí a la Universidad de San Carlos de Madrid,
donde se especializó en otorrinolaringología, y en donde fue alumno de
prestigiosos hombres de ciencia, como Santiago Ramón y Cajal “quien explicaba
la lección mirando al techo, con dicción continuada y monótona”.
Sus constantes
achaques de salud le llevaron a visitar a numerosos médicos de Madrid y
Navarra, ya que a temprana edad se le detectó una epilepsia de la que se trató
en Pamplona: “durante mi adolescencia y juventud sufrí de una docena de crisis
epileptiformes que aun siendo sintomáticas correspondía a una predisposición
paraxística reflejada en mi carácter impulsivo e inquieto, a mi genio pronto y
excitabilidad exagerada”.
No obstante,
concluyó con éxito su licenciatura en medicina, aunque nunca llegó a
doctorarse: “En cuanto al Doctorado, desde luego no lo estudiaría como alumno
oficial pues entre el cuartel por un lado y por el otro mi asistencia al
Instituto Rubio me impedirían ir a clase, de suerte que como la matrícula
gratuita tenía dos años de validez, me examinaría por libre o lo haría al año
siguiente, cuando ya estuviera un poco desenvuelto en la vida; años adelante
ese título de doctor solo podía servirme de adorno y como según va
transcurriendo el tiempo me atraen menos las alharacas y adornos, he procurado
ser docto sin importarme un ardid no ser doctor”.
Con anterioridad
a su licenciatura, y de la mano de su padre, ejerció la medicina de manera
“clandestina”, en Ruguilla y alrededores, practicando incluso operaciones que
llegó a calificar de “estéticas”, como la del famoso “Chato de Abánades”.
Sus primeros
años como licenciado en medicina transcurren entre la consulta que abre en
Madrid, en la plaza de Santo Domingo, con otras por los pueblos de la Mancha,
que recorre principalmente en los meses de verano, o los fines de semana, con
objeto de mantener y acrecentar su clientela.
Contrajo un primer
matrimonio en Madrid, con Carmen Bueno Paz, natural de Maranchón, y sobrina de
la marquesa de Linares, de quien heredarían una pequeña fortuna que
posteriormente perderían en inversiones inmobiliarias de poca rentabilidad, si
bien y como otorrino comenzó a conseguir cierto renombre en el Madrid de 1920,
tanto en el Hospital del Niño Jesús “interino y sin sueldo”, como en otros
muchos centros que posteriormente le proporcionarían numerosa clientela.
Sin embargo, su
verdadera vocación era la historia, tratando de seguir los pasos de su tío
Manuel Serrano Sanz. Junto a él se instruyó en algunas ciencias menores,
comenzando posteriormente a adentrarse en el mundo de los archivos tras el
desmantelamiento del monasterio de Ovila, alguna de cuyas tierras fue adquirida
por su familia tras la desamortización, llegando incluso a adquirir el
monasterio en la primera; compra que posteriormente fue anulada.
A su primer
libro sobre Ovila sucedería un segundo sobre los conventos en la provincia de
Guadalajara, y a este su ya clásico “Castillos de Guadalajara”, y un cuarto que
tituló “Arquitectura Románica en la provincia de Guadalajara”, dedicado a su
mujer, Carmen Bueno, fallecida unos meses antes de su aparición, el 12 de
octubre de 1933, a causa de un accidente de tráfico en las cercanías de
Guadalajara. Su tío Manuel había fallecido por las mismas fechas del año anterior,
y se le pidió que le sustituyese en el puesto de Cronista Oficial de la
Provincia. Cosa que aceptaría en 1934.
Tras la muerte
de Carmen llegarían unos meses de inactividad, tras los que retomó su labor
investigadora, interrumpida por la Guerra Civil; tras la que editó su famosa
“Historia de Guadalajara y sus Mendoza”, “La Historia de la Villa de Atienza” y
la “Historia de la Villa Condal de Cifuentes”. Estas fueron sus tres grandes
obras, a las que añadiría multitud de pequeñas monografías sobre la práctica
totalidad de la provincia; unas veces en largos artículos publicados en
revistas especializadas y otras a través de la prensa provincial, en la que
llegó a publicar cerca de dos mil artículos sobre variedad de temas,
históricos, costumbristas, de opinión o debate.
Su larga
trayectoria fue reconocida con multitud de premios y medallas, nacionales y
provinciales, siendo igualmente nombrado Hijo Predilecto de la Provincia, Hijo
Predilecto de Luzón, Hijo Adoptivo de Atienza y Cifuentes, etc.
Murió en Madrid,
el 8 de mayo de 1971, a consecuencia de una afección pulmonar, complicada con
otros achaques de corazón, siendo enterrado en el cementerio de Guadalajara al
día siguiente, en la misma sepultura en la que descansaba su primera mujer,
Carmen Bueno, a pesar de que en la década de 1940 había contraído nuevas
nupcias con Teresa Gregori Castelló. Sin embargo, el recuerdo de Carmen siempre
lo tuvo presente, pidiendo bajar a la tumba con la alianza de su primer
matrimonio, y la medalla que Carmen le regaló el día de su matrimonio, siendo
cubierto su féretro por una bandera de Guadalajara que aquella le había bordado
al poco de su matrimonio.
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Don Francisco
Layna Serrano es, sin duda de ninguna clase, el hombre, y el nombre, que define
a la provincia de Guadalajara. A la del siglo XX. El nombre a través del cual
muchos guadalajareños han llegado al conocimiento de la historia provincial.
T. Gismera Velasco
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