Blog dedicado a la biografía breve de personajes destacados y curiosos de la provincia de Guadalajara, hasta el siglo XX, por Tomás Gismera Velasco.-correo: tgismeravelasco@gmail.com

jueves, junio 29, 2017

LINO BUENO UTRILLA El de la Casa de Piedra



LINO BUENO UTRILLA
El de la Casa de Piedra

Tomás Gismera Velasco
   El 19 de julio de 1960, ante la casa roca de Alcolea del Pinar, a honra y gloria de Lino Bueno y de su mujer, Cándida Archilla, se reunió lo más granado de la provincia de Guadalajara, con sus mandamases al frente. Tras las palabras del Sr. Gobernador, del Sr. Obispo y del Sr. Presidente de la Excma. Diputación provincial habló el Cronista de la provincia, Francisco Layna, puesto que a su iniciativa se debía aquel acto:

   “Respetables Autoridades, Señoras y Señores…”

   El acto, en su parte principal, consistía en volver a situar sobre la fachada de la roca casa la placa que en su día se colocó y en otro mal día fue arrancada, recordando el paso por la misma del Rey Alfonso XIII cuando, de vuelta de Molina de Aragón, se sentó con Cándida y con Lino. Cándida y Lino le hablaron de la historia de su casa roca y, comiendo unos bollos de manteca que Cándida le sacó a Su Majestad, el Rey, tras cumplimentar con un “muy ricos”, la mano que los horneó, se deshizo en elogios hacia el trabajo de aquel hombre que, de la roca, sacó una casa.



   Eran, más o menos, las cinco de la tarde del martes 5 de junio de 1928 y el Rey, que conducía su propio coche, lo aparcó sin mayores problemas delante de la casa roca. Y como la visita estaba prevista, allí estaba medio pueblo, o el pueblo entero, con su alcalde, don Faustino Clemente, a la cabeza. Antes de atender a los saludos Su Majestad, muy dado a eso de los coches, se quejó de que la dirección del vehículo tenía cierta holgura, y mientras el mecánico se afanaba en corregir el defecto, don Alfonso procedió a la visita, que duró cosa de una hora, y al despedirse, tras la cata de los bollos, la visita a la roca y recibir las aclamaciones públicas asomado al balcón, entregó, según se cuenta, al bueno de Lino, un fajo de billetes de cien pesetas.

   Con el Rey llegaron el General Primo de Rivera y Martínez Anido, entre otros. De aquella visita salió la idea de instruir el expediente a fin de conceder a Lino la medalla del Trabajo, idea que partió, según cuentas, de Primo de Rivera.

   La cosa comenzó cuando, asunto de los tiempos, a Lino Bueno y a Cándida Archilla los desalojaron de su casa de toda la vida por falta de pago. Acudieron al alcalde del pueblo y este, con esa guasa que no hace gracia les concedió una casa. Claro, que se la tenían que hacer. Ahuecando la roca que el edil les mostró para lo que, además, a fin de que tuviesen con qué afilar picos y punteros, les dio 10 pesetas. Era el 18 de marzo de 1907 cuando comenzó la obra, y contaba Lino con una sana edad, 58 años. Diecisiete después, cuando Lino contaba con 72, la casa estaba habitable. Tanto que a alguien en el municipio se le ocurrió reclamar la propiedad municipal.


   La vida de Lino Bueno, hasta asentarse en Alcolea, fue de un andurreo constante: A los cinco años me quedé huérfano, y como no tenía hacienda ni nadie que me recogiera me tuve que echar a pedir limosna.  He andao de pueblo en pueblo comiendo un pedazo de pan, si me lo daban y si no, en ayunas. Siempre he sido pobre, sin un pedazo de tierra mío, ni un mal chozo donde cobijarme, pobre, pobre…

   Tanto que fue el hazmerreír de Alcolea del Pinar (de Medinaceli entonces) durante muchos años. No cabe la menor duda, ya que a lo largo de unos cuantos el pueblo fue pasando por delante de la piedra para ver como el “Torralba”, que así lo llamaban, se afanaba en dar forma a la vivienda. Hasta que la  provincia descubrió la obra cuando por una de aquellas casualidades alguien pasó por delante, camino de Barcelona, le llamó la atención, retrató la obra y la sacó en la prensa. Corría el verano de 1920. Entonces comenzó la fama.

   Unos años antes de que el Rey se parase a ver la casa y probar los bollos, cuando ya Lino comenzaba a dar síntomas de agotamiento, y cuando ya su obra era conocida en media España, don Antonio Lleó, Inspector de Trabajo de Guadalajara, propuso al entonces Instituto Nacional de Previsión que se concediese a Lino Bueno una pensión con la que poder subsistir hasta el final de sus días. Ocurría en el mes de marzo de 1925. Dos años antes, en 1923, un tal Juan de Galicia, seudónimo del que no conocemos identidad, solicitó del Sr. Conde de Romanones eso mismo, la pensión y el reconocimiento: mil o mil quinientas pesetas anuales. Pero el Conde tenía asuntos más importantes a los que atender.



   El Instituto respondió que sí al Sr. Lleó, que le pondrían una paga, pero modesta, o acorde a los tiempos, pensión que podría aumentarse si, llegado el caso, la provincia se animase a igualar la cantidad que el Estado aportaría y, ni corto ni perezoso, don Antonio Lleó se dirigió a toda la prensa provincial a fin de abrir una suscripción popular por la que se logró que la familia tuviese una pensión de una peseta diaria. La cartilla con el dinero de la pensión, acompañado del homenaje popular, se le entregó el 22 de julio de ese año, con el añadido de que, igualmente, se le hacía entrega del título de propiedad de la roca casa. En pocas ocasiones anteriores se había visto Alcolea del Pinar tan engalanada para recibir al Sr. Gobernador; al Subdirector del Instituto de Previsión; al presidente de la Diputación, e incluso a don Hilario Yabén, en representación del Sr. Obispo de la diócesis.

   Lino Bueno, que tan popular llegó a hacerse en toda España, no era natural de Guadalajara. Había nacido en el pueblo soriano de Esteras de Medinaceli, aunque a la hora de su muerte ya se le conocía como “Lino el de Alcolea”. Atrás había quedado lo de “Torralba”, y las risas de quienes pensaron que su sueño quedaría en eso, en un  sueño. Para entonces, todo era admiración. La noticia de su muerte ocupó portada en muchos medios de prensa con aquella otra que decía que en un lugar de la lejana Colombia, un famoso cantante de tangos, Carlos Gardel, había muerto también, en un accidente de aviación; la noticia salió al mundo el 25 de junio de 1935. Contaba Lino Bueno con ochenta y tres años de edad.

   Lino Bueno, que no se cansaba de contar como comenzó su obra:

   -… la gente me decía: “¿pero pa qué pica usté ahí?”; y yo contestaba: “Pos que me quiero hacer una casa”. “¿Una casa ahí, en la piedra”? “Sí –decía yo”. Y entonces las gentes se reían y se iban por el pueblo diciendo: “El tio Lino ha de estar loco, pues no se ha puesto a picar en una piedra pa hacerse una casa dentro…” Pero yo no hacía caso de hablás. Yo, como si no,  pica que te pica…

   Su mujer, Cándida, todavía vivió hasta los primeros años de la década de 1950. Y como su marido murió en la casa que se labraron a fuerza de tesón. Cándida, como alguna de sus hijas, vivía ya de la pequeña pensión que le quedó al morir su marido, y de las propinas que dejaban quienes, desde los lejanos años 30, visitaban la famosa casa que a tantos insignes personajes ha visto pasar, desde los reyes que a lo largo del siglo XX en España fueron, hasta los literatos que, como Enrique Jardiel Poncela, se tomaban la vida a broma.



   Una casa, y un hombre, con historias curiosas, tanto que formaron parte de una sesión de la Real Academia de la Historia. Alguien contó a su entonces presidente, el duque de Alba, que aquella casa cueva, más bien caverna troglodítica… En diciembre de 1935 se comisionó al académico Sr. Obermaier (Hugo Obermaier) para que acompañado de los correspondientes señores académicos e inspectores de la Cátedra de Historia Primitiva de la Universidad Central de Madrid procediesen a la conveniente inspección. El Sr. Obermaier informó a la Academia que “no existen pinturas rupestres, ni antigüedades prehistórica en la casa cueva de Alcolea del Pinar”.

   Contar cómo es la casa roca sobra, puesto que es sobradamente conocida. Incluso para la Real Academia de la Historia. Los pequeños detalles pasan, en muchas ocasiones, desapercibidos, o se amoldan a la idea y pluma de cada cual. El recuerdo de Lino Bueno aquí queda. ¡Paso al héroe, saludémosle!, escribió un sesudo periodista en el lejano invierno de 1925.


   Y concluyó su discurso el Sr. Layna, aquel 19 de julio de 1960: … cobrarán bríos quienes se desanimen, al considerar cuánto puede lograrse mediante el trabajo honrado al servicio de la laboriosidad y la perseverancia. ¡He dicho! 




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