JUSTO
S. LÓPEZ DE GOMARA
Brihuega
en el corazón
Tomás
Gismera Velasco
Don Justo S. López de Gomara, como nuestro personaje ha pasado a la
historia de Argentina, se llamaba en realidad Justo Sanjurjo López, apellidos que
con el tiempo transformaría; el Sanjurjo de su padre por la incógnita S. Al
López, primer apellido materno, añadiría el segundo, el Gomara. Dos apellidos
ilustres en los últimos doscientos años de la vida de Brihuega, en el corazón
de la Alcarria.
Pero don Justo no nació en Brihuega, sino en Madrid, en la calle de
Toledo. Sucedía aquello, lo del nacimiento, el 6 de mayo de 1859. Tiempo de
revoluciones.
Justo Sanjurjo. Brihuega en el corazón |
Su padre era un conocido médico gallego que desde Santiago de Compostela
llegó a Madrid para abrirse camino; su madre, una de las hijas de don José
López Bermejo, briocense ligado a las Reales Fábricas de Paños: por padrino en
el bautismo tuvo, nada menos, que a don Eugenio Montero Ríos, compostelano
amigo del padre y quien tantas cosas fuese en la política nacional, además de
ser el segundo padre y poco menos que educador de nuestro buen don Justo. Su
madre murió al poco del nacimiento del chiquillo y su padre dos o tres años
después, con lo que nuestro amigo, antes de cumplir los diez años de edad,
huérfano de padre y madre, se encontró metido, por decisión de Montero Ríos en
uno de los más prestigiosos internados madrileños, el Instituto San Isidro.
Que fue un rebelde, con causa, lo muestra su trayectoria. Puesto que
harto de estudios, y obligado a licenciaturas que no le atraían, dedicó sus
ratos de ocio a la poesía entre Madrid y Brihuega. A escribir largas
composiciones a modo de fábulas para publicar en la prensa de la época; a
gastar el capital heredado, cuando tuvo edad para hacerlo; y en sablear a los amigos cuando gastó el
dinero propio. Hasta que recurrió a los prestamistas y usureros oficiales que,
a cambio de sacar a uno del apuro lo arruinaban de por vida. Uno de sus últimos
prestamistas, a la usura, Cayetano Granda de nombre, salió tan escaldado que
dudamos que después de aquello no mirase con ocho ojos a quién prestaba. Dejó a
nuestro buen Justo, con el aval del Sr. Alcalde de Madrid, el marqués de
Torneros entonces, una importante cantidad de dinero que, lógicamente, no se
devolvió. Entre otras cosas porque el usurero de cuentas debía de haber tenido
presente que no podían hacerse préstamos a menores de edad. La cantidad, para
aquellos tiempos, astronómica: cinco mil quinientas pesetas. En qué gastó
aquellas fabulosas cantidades de dinero es algo que dejaremos al albur del
lector.
Con lo que nuestro amigo tomó las de Villadiego para salir de Madrid y
asentarse en Gante, tierras de Bélgica. También es cierto que en la decisión
estuvo el que, siendo republicano, no podía admitir la llegada al trono español
de Alfonso XII, por supuesto que tampoco aceptó el cambio político de su
padrino, de quien aprendió las ideas revolucionarias. La inmensa mayoría de sus
amigos eran republicanos y también se exiliaron.
LA FERIA DE BRIHUEGA, CONOCE SU HISTORIA, PULSANDO AQUÍ
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Desde Bélgica tomó un barco con destino a Buenos Aires, con dinero
prestado para el billete, a donde llegó el 2 de mayo de 1880, y como le dijeron
a quien presentarse acudió al Centro Gallego de aquella capital en donde en
aquellos momentos quien fuese en adelante su padrino se enfrentaba a una seria
partida de cartas que terminó en duelo de pistolas, a muerte. Su padrino, ante
quien debía de hablar, no era otro que don Enrique Romero Jiménez, el famoso
“cura Romero”, quien fue señalado como uno de los instigadores de la Revolución
de 1868, y era en el Buenos Aires de su exilio director del periódico “El
Correo Español”; el otro personaje en discordia, y a su vez contrincante en
aquellos momentos, no era menos famoso, José Paúl Angulo quien, según las malas
lenguas, fue uno de los que dispararon a don Juan Prim.
Por aquello de si galgos o podencos, don José
Paúl Angulo retó a don Enrique Romero Jiménez, y como no había nadie más
aparente, Romero Jiménez pidió a nuestro don Justo que fuese uno de sus
testigos, lo que aceptó; tomando el transbordador que llevase a los
contrincantes a Montevideo, donde se dirimió la cuestión. En Buenos Aires
estaban prohibidos los duelos.
Romero Jiménez, por disparo a traición de Paúl Angulo, hombre
acostumbrado a los duelos, resultó el perdedor y, antes de morir, pidió a don Justo
que se hiciese cargo del periódico, y de su familia. Así llegó don Justo
Sanjurjo, apenas desembarcado en la Argentina, a dirigir el periódico más
prestigioso de aquella tierra. Un periódico que engrandeció, y en el que
colaboraron los más insignes personajes del mundo de las letras hispanas.
Al tiempo que dirigía aquel “Correo Español”, nuestro hombre, sentada la
cabeza, se dedicó a escribir teatro, poesía y alguna novela histórica centrada
en aquel continente, cuyo éxito recorrió una parte de Hispanoamérica. Y comenzó
a imaginar aquel mundo que a veces los intelectos de corazón sueñan. El mundo
imposible en el que todo es justo o casi perfecto. Comenzó a imaginar sus
“locuras humanas”, que lo hicieron rico sin quererlo, y lo devolvieron a la
pobreza en más de una ocasión.
Pertenecía a esa generación de gentes que, como Blasco Ibáñez, soñaban
una utopía imposible. Nuestro buen amigo siguió sus pasos, los de Blasco,
fundando una ciudad en la que todo tenía que ser, sino perfecto, al menos
justo: Guaymallén, en Mendoza. Fundó periódicos. Dirigió teatros, bancos y un
buen número de empresas destinadas, principalmente, a compartir lo que él
tenía con los que no tenían nada.
También se dedicó a aquello tan saludable de procurar el bienestar de aquellos
hijos de la patria hispana que, en unos tiempos en los que en España se
agonizaba por falta de pan y trabajo, veían en la emigración clandestina a la
Argentina una salida para sus necesidades más vitales. Personas que, carentes incluso
de documentación oficial, se veían destinados a ser carnaza de delito y
presidio. Llegó a conseguir que en España Su Majestad el Rey decretase una
especie de perdón para todos aquellos que habían emigrado sin papeles, y sin
haber cumplido con la Patria, o sea, sin haber dedicado una parte de sus años
al ejército español, tan gustoso entonces de las guerras coloniales. Lo mismo
logró de los presidentes de allá: perdón, documentación y trabajos.
Regresó a España, por vez primera desde su partida, en 1888, en viaje
desde Buenos Aires a Barcelona y, como no podía ser menos, se pasó por
Brihuega, donde, entre otras cosas, era propietario de un molino y
copropietario, con su familia, de la fábrica de paños y, no lejos de allí, del
castillo y monte de Anguíx, aunque su paso apenas se notó. Arregló los papeles
que tenía que arreglar, que a eso vino, y volvió a marchar.
Visita de jacinto Benavente a Buenos Aires, 1906 |
Su segunda vuelta tendría lugar en el año 1914, y en esta ocasión su
viaje, desde su arribo a Sevilla, fue seguido por la mayoría de la prensa
nacional. Para entonces había fundado en Argentina media docena de periódicos,
una ciudad, dos o tres bancos, cincuenta o sesenta centros de emigrantes;
influido en política, medrado en el nombramiento de presidentes y ministros… y
levantado una casa familiar en Mar de Plata que llamó “Villa de Madrid”, de
cuyos mástiles ondeaban las banderas de… Guadalajara y de Brihuega, a honra y
gloria de la tierra de su madre. Y don Justo S. López de Gomara, interventor en
aquellos manejos políticos de aquí pongo y allá quito, cuando se le ofreció un
cargo de alta responsabilidad en los gobiernos argentinos, en pago a sus muchos
favores, solicitó ser nombrado ¡Cónsul de Argentina en Guadalajara –España-¡ El
primer y único cónsul que ha tenido Argentina en nuestra Guadalajara. Lo fue durante
algún tiempo; hasta que un enemigo político descubrió que no vivía en
Guadalajara –España-, sino en Buenos Aires.
También, por entonces, había mediado, junto a otros paisanos de tierra
hispana, para celebrar ese día de unión, significado en el 12 de octubre y que
llamaron “El Día de la Raza”, y que desde sus pasos iniciales, en los comienzos
del siglo XX, se fue engrandeciendo poco a poco hasta abarcar todo aquel
Continente, y parte del europeo.
La familia López de Gomara |
A Sevilla, en aquella segunda ocasión, llegó en un verdadero palacio
flotante, el crucero “Infanta Isabel”. Llegó a Madrid; visitó Brihuega seguido
por todo el pueblo, acudió a Santiago, a depositar unas flores en la tumba de
su padrino, a quien enterraron el mismo día de su llegada; recorrió las provincias
del Norte; lo recibieron las más altas personalidades del reino y hubo de salir
de Europa precipitadamente ya que estalló la primera guerra europea y aquello
podía cortar las comunicaciones entre uno y otro continente.
Para entones, el “Correo Español” se había transformado en el “Diario
Español”, en el que escribían las más altas personalidades de la pluma patria,
desde Miguel de Unamuno a Andrés Mellado.
Su vuelta a Buenos Aires coincidió con el inicio de las desgracias
familiares; poco después de su regreso falleció uno de sus hijos; después una
hija; luego uno de sus nietos. Años después su mujer, Mercedes Lugones,
apellido íntimamente ligado a las letras argentinas y él, don Justo, comenzó a
decaer para seguirla a la sepultura unos meses después. Presidía entonces,
honoríficamente, más de cien centros de españoles en la Argentina, y su nombre
iba unido a la beneficencia y la caridad, y a las poblaciones de Brihuega y
Guadalajara, en España, donde nada lo recuerda porque como él solía decir, era
español en la Argentina, y argentino en España.
Murió en la ciudad que fundó, Guaymallén, el 12 de agosto de 1923, bajo
la bandera de Guadalajara y pronunciando el nombre de Brihuega, por ser la
patria de su madre; con el reconocimiento de toda aquella nación. Dejó escritos
cerca de un centenar de obras de todo género, y su nombre forma parte de la historia
de la literatura argentina. Su entierro fue una auténtica manifestación de
duelo, puesto que muchos españoles se trasladaron al lugar del óbito cuando
conocieron la noticia.
Camino de su último homenaje |
Aunque su nombre se perdió en el bullicio del tiempo, que hace olvidar
tantas cosas, todavía, en el parque del Retiro de Madrid se puede leer, en una
placa monumento que se levantó años después de la muerte de nuestro personaje,
el 12 de octubre de 1928, el decreto por el que el 12 de octubre pasó a ser “El
Día de la Hispanidad”. Como invitados excepcionales al acto figuraron su hijo
mayor, Justo Sanjurjo Lugones, y quien fuese presidente de la Argentina,
Hipólito de Irigoyen, firmante del decreto y por cuyo nombre el monumento es
conocido.
Su biografía da para mucho más que uno de sus más famosos libros:
“Locuras humanas”. El primer, y único,
cónsul que ha tenido Argentina en la ciudad de Guadalajara (España), y que
llevó a esta provincia y a Brihuega en el corazón. Cuando le concedieron el
honor de serlo, cónsul, dijo que hubiera preferido serlo de Argentina en
Brihuega, pero el honor le parecía excesivo. Y es que está claro, quienes se
ven obligados a dejar la tierra que aman, se la llevan pegada junto al corazón.
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