El hombre prodigioso
Escritor. Periodista.
Escritor. Periodista.
Madrid, 6 de mayo de 1859 -Guaymallén
(Argentina), 12 de agosto de 1923
El 24 de diciembre de 1913 se descubrió el
misterio de quienes eran los agraciados con el Gordo de la Lotería de Navidad.
La totalidad del número había sido adquirido por Juan Núñez, un habilitado
jubilado del Instituto Geográfico, en una administración de la Puerta del Sol.
Había pagado su importe con un cheque del Banco Español del Río de la Plata, y
se remitió a la Avenida de Mayo, de Buenos Aires. El premio estaba repartido
entre la colonia de emigrantes españoles en Argentina. Uno de los mayores
agraciados era don Justo Sanjurjo López de Gomara, al menos quien más décimos
se había quedado; sólo que don Justo los había distribuido entre los empleados
de sus empresas y, según se dijo, no le había correspondido una sola peseta.
Don Justo S. López de Gomara, como se hacía
llamar, tan solo hacía siete años que fue nombrado “Socio de Honor”, del Centro
Alcarreño de Madrid, el 27 de junio de 1906, aunque entonces eran pocos quienes
conocían su verdadera trayectoria. A pesar de que, a breves rasgos, había sido
pergeñada por la Ilustración Española y Americana en dos ocasiones, la primera
en 1888 y la segunda en 1900. A pesar de ello, los trazos de la Ilustración en poco
se parecían a la descripción biográfica que en el Centro Alcarreño hizo de él
su primo Justo Hernández.
Claro que, después de escucharle, una cerrada
ovación aprobó la designación y Justo López de Gomara, a pesar de residir en
Buenos Aires, se convirtió en “Socio de Honor”, del Centro Alcarreño de Madrid.
Brihuega y sus gentes triunfaban una vez más, puesto que Justo López de Gomara
era oriundo de Brihuega.
Su vida, de no estar totalmente documentada, muy
bien podía pasar por ser el guión de una novela, de costumbres, policiaca o
histórica. Pero era totalmente real.
En aquel momento Don Justo era, nada más y nada
menos, que Presidente Honorario de 100 centros o casas regionales de españoles
en la Argentina. Pero eso era lo de menos. Y como quiera que trazar los hilos
de semejante personaje nos puede llevar a perder la senda, comenzamos por el
principio.
Nació Justo Sanjurjo López de Gomara en el viejo
Madrid, en un elegante edificio de la calle Mayor, esquina a la de Señores de
Luzón, levantada por otro de esos personajes que desde Brihuega dieron el salto
a Madrid para serlo casi todo, Justo Hernández Pareja, que forma parte de otra
biografía de novela. El solar que Justo Hernández Pareja adquirió para levantar
su casa en 1844, era el solar sobre el que se alzó la parroquia de San
Salvador, la misma en la que reposaron los restos de Calderón de la Barca y
tuvo sus reuniones el Concejo de Madrid.
Don Justo Hernández estaba casado con Josefa
López, hija de José López Bermejo, tesorero de las Reales Fábricas. Y al nuevo
edificio se trasladó toda la familia, incluidos sus cuñados, Santiago Sanjurjo
y María, los padres de nuestro personaje. Médico él, y dedicada ella a las
labores propias de su sexo, como entonces figuraría.
López de Gomara nació una mañana del 6 de mayo de
1859, siendo sus padrinos de bautismo su tía Josefa y quien más tarde sería
figura clave en la política española, Don Eugenio Montero Ríos, amigo personal
de su padre. Y como primera parte de esa novela, a los ocho años de edad
nuestro personaje ya era huérfano de padre y madre.
Montero Ríos se dispuso a ejercer de padrino
efectivo, encargándose de su educación. Internándolo en el Colegio de los
Escolapios de Getafe, donde Justo cursó la segunda enseñanza antes de pasar al
Instituto San Isidro de Madrid para concluir el Bachillerato y después, con 15
años ingresar en la Facultad de Derecho de la Universidad Central y comenzar
sus pinitos periodísticos en el diario El Solfeo.
Llamado más para la literatura que para el
ejercicio de las leyes, abandonó los estudios para formar parte de un grupo de
republicanos convencidos de que España no debía ser monárquica, sino
republicana. Entre ellos andaba Leopoldo Alas, Clarín para el mundo de la
literatura. La llegada al trono de Alfonso XII le hizo salir de España,
instalándose en Gante, donde cursó Ciencias Morales y Políticas, y desvinculado
por razones ideológicas de Montero Ríos, se buscó la vida dando clases de
español entre los belgas.
Hasta que Bélgica se le quedó pequeña y decidió
cruzar el charco en el mes de abril de 1880. El 2 de mayo, recién cumplidos los
21 años de edad, llegó a Buenos Aires, y como quiera que entre los republicanos
españoles que emigraron a Argentina había trabado buenas amistades, Don Justo
buscó la complicidad de Enrique Romero Jiménez, “el cura Romero”, quien tras
escapar de España tras las revueltas de 1868, que le costaron la pena de
muerte, dirigía en Buenos Aires un periódico para españoles, “El correo
español”.
Del carácter de Enrique Romero no vamos a hablar
aquí, baste decir que, apenas llegado Don Justo a Buenos Aires y entablada
relación de amistad con Romero, éste, por un “quítame allá…”, se retó a duelo
de pistola (y a muerte), con un personaje retratado por Galdós en su “España
trágica”, José Paúl Angulo, a quien se culpó de instigar la muerte del general
Prim y quien tras su huída de España era director de otro periódico de
españoles en Buenos Aires “La España Moderna”. El reto tuvo lugar en la sala de
lectura del Centro Gallego de Buenos Aires la noche del 11 de agosto de 1880. Y
el duelo tendría lugar dos días después, el 13 de agosto, por la tarde, en
Montevideo.
López de Gomara era uno de los testigos de
Romero, quien salió perdedor del lance, falleciendo el día 23, tras prometerle
nuestro personaje que se haría cargo del periódico, como así lo hizo, dándole
nuevos aires y logrando que fuese el de mayor difusión en Buenos Aires. En muy
poco tiempo Justo Sanjurjo se había ganado la confianza de políticos, banqueros
e industriales. Y tan solo ocho años después, para 1888, era poseedor de una gran
fortuna, ganada a cuenta de su trabajo periodístico, y como banquero, pues
había fundado el “Banco de la provincia de Buenos Aires”.
Su primera llegada a España, al puerto de
Barcelona, en el vapor Buenos Aires, en la primavera de 1888, fue ampliamente seguida
por la prensa. Paseó por Madrid y dedicó el mes de agosto a pasarlo en el
pueblo de su madre, Brihuega.
A finales de ese año regresó a Buenos Aires y,
por abreviar, diré que la crisis de 1890 le arruinó, cuando se encontraba
enfermo de tisis, teniendo que marcha, para reponerse, a la provincia de
Mendoza. A Guaymallén, población que hizo resurgir, convirtiéndola en una gran
ciudad desde la pequeña aldea que entonces debió de ser. Allí fundó periódicos,
cooperativas y bancos, siguiendo el ideal socialista de la época, recuperó su
capital y dominó el comercio y la política. Su cariño por Madrid, por Brihuega
y por Guadalajara, siempre presente. Su casa, levantada con todo lujo y
capricho en Mar del Plata, se llamó “Villa de Madrid”. Y en pago de los muchos
favores políticos que incluso algún Presidente de la República le debía, se le
ofreció un puesto político. Aceptó ser, ni más ni menos, que Cónsul de la
Argentina en Guadalajara, con el único fin de que en la fachada de su casa
ondease la bandera provincial de nuestra Guadalajara, ya que, por aquel
entonces, le pareció excesivo el ser nombrado “Cónsul de Argentina en
Brihuega”.
El cargo lo desempeñó oficialmente durante tres
años, hasta que algún político se dio cuenta de que no tenía su residencia oficial
en Guadalajara, sino en Buenos Aires.
Al ser nombrado “Socio de Honor” del Centro
Alcarreño de Madrid, todos los méritos contraídos hasta aquel momento, en el
mundo político y económico, no se tenían en cuenta. Tampoco su larga
trayectoria novelística, puesto que era ya autor de más de una veintena de
novelas, y otras tantas obras de teatro. Algunas zarzuelas, y media docena de
poemarios.
Hasta entonces había fundado media docena de
periódicos. Había transformado en ciudad una pequeña población. Organizado la Colonia
Segoviana, con centro y todo. Había fundado el Banco Agrícola y Comercial, el
Instituto Agronómico, los Talleres Municipales de Cerámica y Tejido, el Banco
de la Provincia de Mendoza, el Ateneo Artístico del Mar del Plata, la
Asociación Patriótica Española…, e incluso la primera Sociedad Pescadora que
existió en la Argentina, para vender los langostinos del Mar del Plata todos
los días, menos los lunes. Ese día todo el pescado que entraba en la Sociedad
se destinaba a los hospitales y centros de caridad de la ciudad, donde a su
consta, eran repartidos de forma gratuita. Y había intervenido ante el Gobierno
Argentino para que el 12 de octubre fuese declarado Día de la Raza, y fiesta
nacional. Decreto aprobado por el Presidente Yrigoyen.
El nombramiento obedecía a la importante labor
que, entre los gobiernos Argentino y Español venía desarrollando para la
integración y bienestar de los emigrantes españoles en Argentina desde donde
intervino en busca de la legalización de los emigrantes españoles en estado
irregular, es decir, “sin papeles”, así como de los condenados a cárcel por
dicho motivo, logrando para ellos un indulto gubernamental con motivo de la
boda del rey Alfonso XIII, e igualmente logró reunir importantes cantidades de
dinero entre los españoles residentes en el país, y en buena situación
económica, destinado a pagar el billete de vuelta y repatriar a aquellos
españoles que no lograron la ansiada adaptación, no consiguieron trabajo, o por
diferentes motivos tenían que iniciar el viaje de regreso, para el que no
disponían de suficiente capital con el que costearlo.
Por supuesto que en aquella ocasión no vino a
España. Aunque continuó trabajando por los emigrantes españoles en Argentina,
con la idea de formar una Confederación Española de agrupaciones mutualistas,
culturales y regionales, organizando, para llevarlo a cabo, el primer Congreso
de entidades asociativas, que se celebró en Buenos Aires en el mes de mayo de
1913.
Su vida, aquí pergeñada a leves rasgos, es, sin
duda, merecedora de un amplio y gran estudio. Ya ha sido, en parte, estudiada
en Argentina. Y por supuesto que merece, entre nosotros, todo el
reconocimiento. Como lo ha de merecer en Brihuega, pueblo que consideró como el
de su nacimiento, y al que volvió, por última vez, en el mes de mayo de 1914.
Aquel viaje, igualmente seguido por la prensa, duró tres meses. Hizo el viaje a
bordo del crucero Infanta Isabel, considerado un verdadero “palacio flotante”.
El mismo día que desembarcaba en Cádiz, en Lourizán, una pequeña aldea cercana
a Santiago de Compostela, era enterrado Montero Ríos.
Don Justo, desde Cádiz, acompañado de su esposa
Mercedes y de sus tres hijos pequeños, se dirigió a Sevilla, desde Sevilla a
Madrid; recorrió Guadalajara, marchó a Galicia, anduvo por el norte y en el mes
de agosto se dirigió a Hamburgo, donde embarcó de nuevo para Buenos Aires en el
vapor Capitán Arango.
Murió Don Justo Sanjurjo López de Gomara,
brihuego y guadalajareño universal, en Guaymallén, el 12 de agosto de 1923,
dejando entre sus cuatro hijos, Justo, Augusto, Eugenio y Ricardo, una
biografía de novela, y el recuerdo imperecedero del amor a su patria de origen,
España; la provincia y la localidad natal de su madre, Guadalajara, y Brihuega.
Para entonces había perdido nuevamente su fortuna, tan solo le quedaba el
periódico que había fundado a comienzos de siglo “El Diario Español”, que
continuó dirigiendo su hijo Justo, quien regresaría a España y la recorrería
durante cuatro meses en 1928, para asistir al homenaje que en Madrid se
tributaría a Yrigoyen, en el transcurso del cual, y en el Parque del Retiro, se
descubriría la placa que recordaba el decreto por el que el 12 de octubre se
proclamaba lo que después sería llamada como “Fiesta de la Hispanidad”.
Don Justo Sanjurjo López de Gomara, al momento de
su fallecimiento, además, dejaba escritos más se sesenta libros, novelas, obras
de teatro y poesía, ensayos y guías para los emigrantes españoles en la
Argentina, donde su muerte causó una honda impresión. Con su fallecimiento, los
centros regionales perdieron a un gran señor. Guadalajara a un gran personaje.
El primer, y único, Cónsul que ha tenido la República de la Argentina, en la
capital de la Alcarria, donde nada le recuerda, y es que don Justo era, como
solía decir: “argentino en España, y español en Argentina”.
Tomás GISMERA VELASCO, en Boletín Arriaca. Casa
de Guadalajara en Madrid. Diciembre 2011.
Tomás GISMERA VELASCO, en Boletín Arriaca. Casa
de Guadalajara en Madrid. Diciembre 2011.
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