FÉLIX ARENAS GASPAR, EL HEROE DE TISTUTÍN.
A los cien años de su heroica muerte
Es más que probable que cuando Félix Arenas, capitán del cuerpo de Ingenieros, marchó en busca de su destino, prometiese a su mujer, María Arenas Ramos, que pronto regresaría. Desde que el mundo es mundo ha sido la promesa, y la esperanza, de quienes marcharon a la guerra.
Félix Arenas Gaspar era originario de Molina de Aragón, aunque casualmente nacido en Puerto Rico en 1891, el 13 de diciembre, cuando Puerto Rico era todavía una de las numerosas colonias españolas del otro lado del mar. Sin embargo, de Molina fueron sus padres, don Félix y doña Enriqueta. El destino militar de don Félix Arenas, padre, lo llevó a las colonias y, a pesar de su temprana muerte, en 1898, dejó en sus hijos el espíritu militar. Los dos hijos del matrimonio, Félix y Francisco, fueron militares; Félix alcanzó el grado de capitán; Francisco no pasó de teniente.
La muerte del padre devolvió a la familia a la madre patria, y a los hijos a ingresar en la más que famosa Academia de Ingenieros de Guadalajara. Félix Arenas Gaspar, que ingresó en la Academia a los 14 años de edad, a los 19 era segundo teniente, a los 23, capitán; a los 29 diplomado de la Escuela de Estado Mayor, y piloto de vuelo, aunque no ejerciese como tal.
La guerra interminable
Si se tuviese que echar la mirada atrás no podría ponerse una fecha exacta a la hora de señalar el inicio de las guerras de Marruecos con España, o de España con Marruecos. Es lo cierto que los últimos años del siglo XIX, como los primeros decenios del XX, están llenos de sucesos bélicos.
Y en ellos se dejaron la vida decenas de hijos de la provincia. Sin desearlo, muchos de ellos convertidos en héroes; puesto que la guerra saca lo mejor y lo peor de las personas. Al tiempo que en ellas se viven las escenas más duras de la existencia. Las que hacen pensar en los motivos, las razones o el sin sentido de llegar a un enfrentamiento armado.
Probablemente, la etapa de las guerras en las que se vio envuelto nuestro hombre comenzaron con las revueltas del Rif, hacía 1909, y concluyeron con el más que famoso desastre de Annual, cien años hace. En 1921. Entre el 22 de julio y el 9 de agosto. Se calcula que más de once mil españoles murieron en aquellos bárbaros días.
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La marcha del capitán. La batalla de Tistutín
La despedida de Félix Arenas Gaspar, de su mujer e hijos debió ser breve, y llevarse a cabo con todas las connotaciones de tristeza que estos casos motivan. El noviazgo tampoco fue muy largo.
Félix Arenas, al quedar huérfano de padre, fue apadrinado por otro de aquellos molineses que dejaron su nombre inscrito en la historia provincial, su tío don Anselmo Arenas Gaspar, en aquellos tiempos, los del noviazgo, catedrático en Valencia, por lo que, hasta Valencia, el 3 de agosto de 1915, acudieron los novios a casarse en la iglesia de San Pedro Protomártir. Sí, todo hay que decirlo, la novia, María Arenas Ramos era hija de don Anselmo Arenas, quien ofició de padrino.
Por estos lares, y en aquellos remotos tiempos, tardó en conocerse lo ocurrido en Tistutín, donde Félix Arenas se dejó la vida. Las comunicaciones, en aquellos años, no resultaban tan fluidas como en los actuales. La noticia llegó a la península, y probablemente a la familia, bastantes días después de que sucediese. Se conoció, con su gesto calificado de heroico, en el mes de agosto de aquel desdichado 1921 de las desgracias. Por entonces la guerra se libraba tiro a tiro, muerte a muerte; llegando, como en los tiempos medievales, a defender la vida frente a frente, a golpe de bayoneta.
Se conoció en el mes de agosto la muerte de Félix Arenas, como se fueron conociendo las de los miles de hombres. El cómo, llegó después, a través de carta del capitán Aguirre, del cuerpo de Ingenieros, quien daba cuenta a uno de sus compañeros de lo sucedido en la retirada de Monte Arruit. De donde Félix Arenas logró sacar con vida a casi todos los hombres que lo seguían.
… Ya, a un kilómetro de Arruit, se vio envuelto y copado, muriendo de un tiro en la cabeza, a bocajarro. Yo no te puedo decir más, sino que los dos tenientes de Infantería que venían con él, Calderón y Sánchez, entraron heridos y casi sin poder respirar, se dirigieron al general diciendo:
— Mi general, la Laureada para el Capitán Arenas
Era el 29 de julio de 1921, y Arenas se quedó allí sin ninguna obligación; o sí. Unos días antes se desprendió de su caballo, y como aquel Mendoza que en Aljubarrota lo puso a disposición del rey don Pedro y entró a morir lidiando, se lo entregó a un sargento, herido en una pierna y sin posibilidades de caminar. El sargento se libró. El final del capitán, lo conocemos.
Antes de ello, como aquel otro medio paisano, Eloy Gonzalo, que ha pasado a la historia como “el Héroe de Cascorro”, nuestro capitán, junto a un soldado de Ingenieros, Calixto Arroyo, saltó los parapetos de las defensas propias y, con una lata de gasolina, voló las enemigas.
Un compañero, Francisco Carcaño, glosó su hazaña, y escribió en aquellos días: La vida que en los campos del Garet fue arrancada de aquel cuerpo, que no pudo ser reconocido, no se extinguió; sigue luciendo como guion que nos enseña el camino a seguir… Su cuerpo no pudo ser identificado.
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Los honores. El Rey llega a Molina
No se tardó en reconocer el arrojado valor de este hombre. Pues no se tardó en elaborar el informe que había de concluir en la concesión a título póstumo de la Cruz Laureada de San Fernando, la máxima distinción militar. También se concedió a su viuda la medalla de sufrimientos por la patria, y al tiempo se movilizaron sus compañeros para pedir un gran homenaje y un monumento que perpetuase su memoria, junto a la de tantos compañeros del cuerpo de ingenieros que, como él, se dejaron la vida en aquellas guerras. Un monumento cuya talla fue encargada a uno de los grandes escultores del siglo, Mariano Benlliure. Un monumento a levantarse en la capital de la provincia, en la plaza del Conde de Romanones, frente a la entrada principal a la Academia de Ingenieros. De él quiso participar, incluso, el Ayuntamiento de Guadalajara.
La concesión de la Laureada de San Fernando fue aprobada por el Rey el 16 de noviembre de 1924; la medalla de sufrimientos por la patria a su viuda, el 12 de octubre de 1927.
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Y la entrada y viaje del rey Alfonso XIII a la ciudad de Molina de Aragón, capital de uno de los señoríos históricos del reino fue de esos acontecimientos que se recuerdan a través de los tiempos. Aquello ocurrió años después, el 5 de junio de 1928. La fecha del gran homenaje de Molina de Aragón al capitán Arenas. Allí se dieron cita los primeros espadas del reino, políticos y militares, y gran parte de ciudadanos de la tierra molinesa; por supuesto, todas las autoridades provinciales.
Desde Alcolea del Pinar, hasta la plaza de los Escolapios de Molina, el Rey hizo un viaje triunfal, aupado por las palmas de las gentes que, a pie de carretera, lo guiaron hasta los pies del monumento que había de inaugurar.
A la entrada de la plaza, un grupo de muchachas, vestidas según la tradición, se nos decía, aguardaban al Rey para entregarle flores, entre ellas, María Arenas, la hija del héroe.
En la plaza Mayor se ofició una misa de campaña presidida por el Rey. Lugar de honor ocuparon la madre del capitán, su viuda y sus cuatro hijos, María, Félix, Enriqueta y Francisco. También, junto a ellos, quien estaba destinada a ser mujer, ante Dios y los hombres, del hermano de nuestro capitán. El teniente Francisco Arenas Gaspar, su hermano, murió cinco días antes que él, a unos kilómetros de sus mismas líneas.
El Rey descubrió el monumento, este de Lorenzo Coullaut Valera y, a la vuelta hacía Madrid, fue cuando se detuvo ante la Casa de Piedra y tomó los dulces que le ofrecieron Cándida Archilla y Lino Bueno y se prometió al bueno de Lino otra medalla, la del trabajo.
Lo que a Su Majestad no le dijeron en Molina fue que el capitán nunca conoció que cuando marchó, su mujer quedaba a la espera del nacimiento de su cuarto hijo quien, en la iglesia parroquial castrense de Valencia, apadrinado por el Cuerpo de Ingenieros Militares, y en su representación el general Ramírez Falero, recibió en el bautismo los nombres de Francisco de Borja, Anselmo, Juan, Ramón, Lucio, Arenas y Arenas. Nació el 22 de abril de 1922, en Valencia, donde continuaba residiendo su abuelo, don Anselmo. Nueve meses después de la muerte del padre, y como su hermano, y su padre, y su abuelo, fue militar.
Sirvan estas líneas en memoria del héroe de unos tiempos que no deben volver a repetirse, porque ya se sabe que las guerras las carga el diablo, y de evitarlas son responsables, como diría nuestro recordado Jorge Manrique, esos reyes y gentes poderosas. Pues al final, quienes pagan las consecuencias, suelen ser siempre son los mismos.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 23 de julio de 2021
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