FELIPE BLANCO, EL MÚSICO DE LUZÓN
Fue autor de alguna de las más célebres composiciones musicales que acompañan la Semana Santa
Luzón, que fue patria de los lusones celtibéricos, lo fue también de don Francisco Layna Serrano, referente en cuanto a historia hace, en la Guadalajara del siglo XX, y lo fue de un hombre de aspecto delicado por su sencillez, y cuyo nombre, por ello quizá, ha pasado prácticamente desapercibido para la provincia, que pronto lo olvidó. A pesar de que es nombre que suena, y con fuerza, todos los años, cuando los últimos días de marzo, o los primeros de abril, se asoman al calendario.
Es entonces cuando los crucificados sobre su monte de lirios, y las dolorosas con su manto de dolor, salen a las calles de esta Castilla que se convierte, por unos días, en reflejo del silencio; que traen la emoción y la ternura ante imágenes que, lo mismo que nos recuerdan la infancia, nos llevan a la memoria de aquellos imagineros que a la luz de las velas tallaron lo mejor de la escultura religiosa por los siglos XVII o XVIII.
Escultura que nos habla de pasos de Semana Santa; que nos huele a cera y nos suena a trombones que rompen las noches y sus misterios.
También se escuchan las dulzainas y el lamento del tambor desde estas tierras de la serena Guadalajara, ascendiendo cuesta arriba a las de Segovia, Salamanca o Palencia. Donde las procesiones se convierten en silencio y austera severidad. Muy distinta a los aplausos de salón, con todos los respetos dicho, que acompaña las escenas pasionales del Sur. A cada clima su gente. Alegres unos, austeros otros.
Los chicos del órgano de Luzón
Hubo un tiempo en el que los sacristanes, además de ejercer este oficio, tocar las campanas, acompañar con sus cantos los oficios religiosos y pasar la bandeja, tenían igualmente la obligación en muchos de nuestros pueblos, de llevar la contabilidad y libros municipales, como secretarios del consistorio y, por si ello fuera poco, enseñar a los muchachos de sus respectivas poblaciones las nociones básicas de números y gramática, como maestros de primeras letras.
LUZÓN, ENTRE EL DUCADO Y EL SEÑORÍO (Pulsando aquí)
Quien ejerció en Luzón en los últimos años del siglo XIX e inicios del XX, además de mostrar su arte en números y letras a los chicos del pueblo mostró especial interés en que sus hijos tocasen unos cuantos instrumentos y se apasionasen por la música, y a fe que lo logró.
Lo logró con el mayor, que se llamó Antonino, Antonino Blanco Aguirre, que no tardó en tomar el relevo al padre en aquello de tocar el órgano de la villa. Un hermoso órgano entonces; que se fabricó en 1783 siendo cura párroco don Pedro Burriel del Puente, por uno de los organeros más prestigiosos de aquel tiempo, don José Berdalonga quien, por su obra, cobró la nada despreciable cifra de 11.309 reales de aquel tiempo. Claro está que, según se decía, Luzón era en aquel entonces un pueblo de gentes con buen capital a cuenta de su gran cabaña ganadera. Y no les debió de ir mal a los luzoneros, pues sólo hay que ver el pueblo para darnos cuenta de que las cosas, en los años finales del siglo XIX e inicios del XX, estaban mejor que ahora, ante todo en población, que rondaba, por aquellos tiempos, los mil habitantes.
Antonino fue el primer chiquillo del organero que se soltó en lo de aporrear las teclas. Desde Luzón marchó a Sigüenza, a soltarse un poco más y, cuando lo hizo, se encargó de que lo mismo que él se soltó, lo hiciese su hermano.
Felipe Blanco Aguirre
En Luzón nació, el 10 de abril de 1910, Felipe Blanco Aguirre, hijo y hermano de músicos, como vamos viendo, aprendiendo de su hermano mayor, Antonino, las primeras nociones de solfeo. Claro estaba que tenía oído para la música, y con ocho o diez años, cuando tocaba el órgano en las festividades que la iglesia de Luzón celebraba, el pueblo entero quedaba admirado. De tal palo, tal astilla.
LUZÓN, ENTRE EL DUCADO Y EL SEÑORÍO (Pulsando aquí)
Siguió los pasos del hermano, marchando a Sigüenza en cuanto tuvo ocasión. Para cuando él lo hizo, en el inicio de la década de 1920, su hermano Antonino ya había levantado el vuelo, dejando la ciudad mitrada, que a tantos músicos atraía en el entorno de su catedral, por un destino, si no mejor en cuanto a situación, sí en cuanto a emolumentos. A Antonino lo contrató por aquellas fechas, para dirigir la Banda Municipal, el Ayuntamiento de Almazán; y al tiempo que dirigía aquella banda, abrió en la villa soriana su primera Academia de Música.
Felipe continuó en Sigüenza, aprendiendo con los maestros de coro catedralicios, hasta que supo que quedaba vacante el cargo de organista de la Colegiata de Berlanga de Duero. Quince años tenía cuando dejó Sigüenza por Berlanga, y un año después, mucho más suelto, marchó a Zaragoza, porque en la ciudad del Ebro opositó a director de la Banda Militar. En Zaragoza continuó con sus estudios y prácticas en la academia del maestro Salvador Azara Serrano, ampliando junto a él los de piano y armonía. Azara Serrano era a la sazón maestro de capilla de la Seo. Se convirtió nuestro genio, por aquello de dirigir la Banda Militar de Zaragoza, a los dieciséis años de edad, en el Director de Orquesta más joven de España.
Vuelta a Sigüenza
Eran tiempos, los de las décadas de 1930, 40 y 50, en los que las grandes ciudades, como Sigüenza, mantenían hermosas Bandas de Música Municipales. Y para dirigirla, en los primeros años de la década de 1940, el Ayuntamiento, o su Alcalde, don Antonio Ladrada, se fijó en él.
Dirigió la Banda Municipal seguntina por espacio de algo más de diez años. Al tiempo que como su hermano Antonino hiciese en Almazán, fundó Felipe en Sigüenza su propia academia de enseñanza musical. Al frente de la cual estuvo, lo mismo que de la Banda Municipal, hasta 1953. Los años suficientes para convertirse en persona admirada, querida y respetada.
Sus pasodobles animaron las noches festivas de la Alameda y sus marchas acompañaron las procesiones de San Roque, la Virgen de la Mayor y, por supuesto, las procesiones de la singular y admirable Semana Santa seguntina.
Para cuando marchó de Sigüenza, su hermano Antonino se encontraba por tierras norteñas, después de cambiar la Banda Municipal de Almazán por la de Ponferrada, y ya fuese por influencias de su hermano, ya por las circunstancias, Felipe fue llamado por la sin par Zamora, para dirigir, primero, la Banda Municipal, la provincial después.
El hombre de las procesiones
Tiene, la Semana Santa zamorana, un temple especial. Un temple que va arropado por el sonido del trombón, la severidad de la tierra castellana y el redoble de los tambores.
Si en la Colegiata de Berlanga y en la catedral de Sigüenza, lo mismo que en Luzón, nuestro hombre tocó el órgano, aquí, en Zamora, le correspondía ser algo más. En Zamora comenzó a escribir composiciones musicales que acompañasen aquellos pasos tan graves y dolientes, como admirados. En las calles de Zamora mostró su arte, componiendo marchas de procesión, y pasodobles que se escuchan, al día de hoy, en las plazas de los pueblos en días de fiesta. Y en las de toros, cuando surge la ocasión, o cuando salen los toreros al ruedo y alguien hace sonar la música de “Capotillo de paseo”, o “Aquí está el Viti”.
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Se jubiló, como Director de la Banda Provincial de Zamora, en 1979. Asentándose en tierras de Madrid, en Moralzarzal, donde la muerte se lo llevó el 14 de septiembre de 1993; después de dejar musicalizados unos cuantos pasodobles de esos que se tararean una y mil veces. También compuso la música de un “Himno a la Alcarria”, y quién sabe cuántas tonadillas más.
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Pero hay una marcha que, por estos días, aunque este año no haya procesiones, en cualquier parte de España, lleva el aire de Luzón, y se escuchará, con o sin ellas. Por los cuatro puntos sonará aquel “Santo Entierro”, que compusiera en Zamora don Felipe. Todo un himno que, en días como estos, cuando los crucificados salen a las calles sobre su monte de lirios, nos recuerda que Guadalajara dio al mundo gente humilde, y grande al mismo tiempo.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 31 de marzo de 2021
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