EL APÓSTOL DEL VOLAPÜK .
Memoria breve de Francisco Fernández Iparraguirre
El 22 de enero de 1852 nació en Guadalajara (capital), en la plazuela de Santo Domingo número 4 para más señas, uno de esos hombres llamados a perpetuar su nombre en la historia provincial. Que pasar, ha pasado a la historia. Pero todavía pudo hacerlo, si la muerte no se lo hubiese llevado a la casi juvenil edad de 37 años, dejando un legado mucho mayor. La muerte, tan sorprendente siempre, lo visitó el 7 de mayo de 1889, después de una insidiosa y penosísima enfermedad, como la definió uno de los hombres que más lo conoció, y que compartió con don Francisco alegrías y penas, don Tomás Escriche y Mieg, un francés de Burdeos que se pasó un decenio en la Guadalajara del último tercio del siglo XIX, dando clases de Física y Química en el Instituto de Segunda Enseñanza.
Una familia distinguida
Destacaron, en la Guadalajara del último tercio del siglo XIX grandes hombres que han dejado rastro a través de sus calles. Para desgracia de la historia de la ciudad, y la provincia, muchos de ellos tuvieron que salir a buscarse las habichuelas mucho más allá de los límites guadalajareños, principalmente en Madrid. Otros, no pocos, quedaron aquí, como lo hizo don Manuel Fernández de la Rubia, el padre de nuestro hombre, quien en aquella plazuela de Santo Domingo número 4 tenía su oficina de Farmacia, o su botica, como entonces se denominaba también a estos establecimientos. La más antigua de la ciudad. También, don Manuel, cuando su hijo nació era, tal vez, el farmacéutico más prestigioso de la provincia. También subdelegado de Farmacia por nombramiento institucional.
Don Manuel, que se trajo a Guadalajara a una guipuzcoana de prestigio para hacerla su esposa, doña Juliana Iparraguirre Sanz, sobrina de aquel cantor que llevó por nombre José María de Iparraguirre, a quien llamaron “el bardo”, uno de aquellos bertsolaris que cantaron a la España de la época.
Don Tomás Escriche definió a don Francisco Fernández Iparraguirre, sin duda, como mejor puede hacerse cuando se habla de personaje de semejante talante: hombre de intachable honradez, y trabajador incansable del progreso.
Como infatigable obrero de la ciencia lo definieron sus colegas de la Sociedad de Farmacia madrileña cuando se conoció lo inoportuno de la visita de la muerte. Pues fue don Francisco uno de los más prestigiosos farmacéuticos, siguiendo la tradición familiar, no sólo de Guadalajara, también de la España de su tiempo.
Gentes hay que nacen con duende, y con él nació y vivió nuestro genio. Lo fue. A los cuatro años de edad ya mostraba dotes para el estudio de la farmacia, siguiendo los dictados del padre, al igual que su hermana Ascensión, ingresando en el Real Colegio de San Carlos de Madrid con apenas catorce años de edad para llevar a cabo aquellos estudios, y licenciándose a los 18, manifestándose, contaron quienes lo conocieron, como un gran estudioso de la botánica farmacéutica. Poco tiempo después de su licenciatura obtenía el doctorado, con una tesis llamativa: “Sobre las pretendidas divisiones de la Naturaleza y de la Ciencia”.
No dudó en ser pionero en muchas artes, y muchas lenguas. Pues compaginó, a más de su profesión farmacéutica, el gusto por la docencia; siendo catedrático de francés en el Instituto de Segunda Enseñanza de Guadalajara; dio clases de taquigrafía y fue también pionero en el idioma de signos, pues fue profesor de sordomudos y ciegos; eterno estudiante de lenguas y, como también don Tomás Escriche lo definió:
Apóstol del Volapük
Ciertamente, en eso de las lenguas e idiomas cada cual tiene sus gustos y trata de levantar su frontera. Increíblemente, hoy más que nunca con aquello de las raíces culturales. Pero entonces estas ideas no parecían existir y hubo gentes que más que la división buscaron la unión, de gentes, países e idiomas.
Coincidió que nuestro hombre, por su cuenta, viajó a Europa para representar a España en un Congreso Farmacéutico que se celebró en Bruselas el año del cólera de 1885; pasó por París, ya de regresó a la Guadalajara patria y en París conoció el dichoso Volapük, se entusiasmó de la lengua, y de la unión de gentes, y se lo trajo a España, y a Guadalajara. Desde aquí lo extendió, y fundó su propia revista para darlo a conocer: El Volapük, que se inventó y creció en la rebotica de su farmacia. En tiempos en los que las reboticas de las farmacias eran una especie de ateneo tertuliano-cultural. Después el esperanto borró al Volapük y surgieron aquellas cosas de las barreras idiomáticas. Como que a algunas gentes les gusta lo de la torre de Babel, por dividir, o distinguirse.
Acreditado y laborioso
Como a tal lo definió otro de los doctos hijos de esta tierra, a pesar
de que su nacimiento tuviese lugar fuera de ella, don Domingo Bris y
Castellet, quien dejó en Jadraque su seña de identidad, de la villa
castillera fue médico de cabecera por espacio de casi cincuenta años.
Don Domingo, que nació en la Barcelona de mediados del siglo XIX, y ejerció la
medicina en la provincia tantos años que llegó a los casi cien de vida, ejerciéndola.
Fue en la velada homenaje que tuvo lugar unos días después de la muerte y entierro de don Francisco Fernández Iparraguirre a quien todos, en los méritos laborales, se querían igualar.
Y Luis Cordavias dio cuenta de que jamás se mezcló en turbios asuntos de política, que tanto pervierten en ocasiones a las gentes, la mayor parte de las veces encaminados a un fin particular.
Pertenecía, a la hora de su muerte, a unas cuantas sociedades, culturales siempre: al Ateneo de la Habana (del que era socio honorario); al Círculo Filológico Matritense; al Ateneo Científico de Guadalajara (del que fue socio fundador); la Asociación de Escritores y Artistas de Madrid; la Fonética de Profesores de Lenguas Vivas de París; el Ateneo Caracense, y unas cuantas más.
Fue autor de un buen número de obras gramaticales, de ciencias y de idiomas, utilizadas como texto de lectura y docencia en la Academia de Ingenieros Militares de Guadalajara, así como en el Instituto Provincial, siendo reconocida su obra por la Academia de la Lengua. Entre ellas figuran una Colección de plantas espontáneas en los alrededores de Guadalajara que le hizo acreedor a la medalla de bronce de la Exposición Provincial celebrada en 1876, poniendo su nombre a una zarza del convento de Pastrana, la Fernandezii.
Total, un genio. Algo más que el nombre de un paseo, o la placa de una estatua.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 22 de enero de 2021
ALMIRUETE, ENTRE EL OCEJÓN Y LAS BOTARGAS. MEMORIAS PARA UN PUEBLO (Pulsando aquí)
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