MEMORIA DE ÁNGEL CAMPOS GARCÍA
Natural de Trillo, fue uno de los hombres más populares, y Alcalde de Guadalajara, en los inicios del siglo XX
Cuando don Ángel Campos García salió de su localidad natal en los años finales de la década de 1860 para dirigirse a la Universidad Central de Madrid en la que llevar a cabo estudios de Medicina y Farmacia, Trillo, el municipio en el que nació era una fiesta. Uno de esos centros en los que una parte de las élites sociales y políticas de Madrid y Guadalajara acudían a lo que, por aquellos tiempos, llevó el nombre de “tomar las aguas”, o lo que podía ser lo mismo, hacer una cura de reposo vacacional en su más que reputado Balneario de Carlos III.
Por aquellos tiempos, y hasta muy avanzado el siglo XX, no estaba de moda marchar a tostarse, vuelta y vuelta, sobre las arenas doradas de las playas levantinas y, quien lo podía hacer, empleaba sus ocios veraniegos en estos establecimientos.
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Cosa curiosa, don Ángel Campos, quien como Doctor en Medicina y mecenas provincial llegó a tener interés comercial y humano en aquel establecimiento, tras contraer matrimonio con doña María Luisa García Gamboa en los últimos años del siglo XIX, no fue asiduo de los veraneos trillanos, sino que la estación vacacional la disfrutaron en la elegante Sigüenza, donde lo hacían los pudientes hombres de negocios guadalajareños, a la bendita caricia de la sombra en su elegante alameda, tras pasar unos días, en los inicios de cada mes de agosto, disfrutando de las aguas termales de los baños de Alhama, la más directa competencia de Trillo.
Trillo un balneario de postín
Fue, el Balneario de Trillo, tal vez por la cercanía con la corte madrileña, uno de los más prestigiosos, como decíamos, y que adquirió gran fama en la segunda mitad del siglo XIX merced al impulso que le dio su entonces director-propietario, don Francisco Morán y Gutiérrez, hombre que supo dar aire nuevo al establecimiento, como amo y señor que fue de uno de los más tradicionales dedicados al hospedaje con clase en la capital de España, la Fonda de los Leones de Oro, que se situaba junto al antiguo Postigo de San Martín, en la calle del Carmen, en el mismo centro de Madrid. Tanto que, al día de hoy, su solar lo ocupa un elegante centro comercial.
Mucho se escribió sobre la vida que en aquellos años se llevaba a cabo en el balneario; pocos textos serán tan jugosos como el que nos dejó uno de los personajes provinciales que, por casualidades del destino, acudió a él, de visita, mientras la juventud se lo permitió:
El ambiente del balneario no era de mi gusto, ni estaba preparado para vivirlo, por no haber tenido tiempo, gana ni oportunidad de aprender aquellas exquisiteces de trato de la cursi y pretenciosa clase media. No lo pasaba del todo bien por desagradarme tantísimo ramplón como allí brillaba mirando a los demás como a seres inferiores, pero me divertía, ya que a cambio de tal desazón me reía entre dientes a costa de tanta cursilería. Por las mañanas, quienes no se bañaban (solo se hacía por prescripción facultativa pues el baño de limpieza corporal no se estilaba entre aquellos presumidos), o habían cumplido esta parte del plan, si eran personas serias tomaban asiento en sillones de mimbre a la sombra de la frondosa alameda del parque; si gente joven, en grupos de chicos y chicas, le daban al tacón sin tregua ni descanso durante dos o tres horas por el paseo que corre ante la fonda, frente al viejo establecimiento de Carlos III; continuo ir y venir bajo la vigilante mirada de las mamás, aprovechado por las muchachas para atrapar al que por su tipo o su caudal preferían; y por ellos matar el tiempo en galanteos triviales, muy atentos a no resbalar cayendo en las redes que las bellas nereidas les tendían…
Nuestro joven descriptor de las cursiladas del Balneario, en donde no faltaban las notas de piano, la pista de baile o la sala de billar, no era otro que don Francisco Layna Serrano. Allá, en el Balneario, veraneaban sus primos madrileños y, en Trillo, tenía establecida consulta médica su primo, don Juan Béjar, marido que fue de doña María Serrano Batanero.
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Don Francisco, nos cuenta en sus anónimos relatos de juventud, subía a Trillo desde la vega de Ruguilla a lomos de la panzuda yegua con la que su padre recorría el partido médico al que servía; llamándole la atención una de aquellas escenas que tanto tenemos vista en postales pasadas, aquella en la que los veraneantes se complacían arrojando al río desde el pretil del puente alguna moneda de cobre, envuelta en un papel blanco, que se apresuraban a sacar del río cogida entre los dientes los pequeños chicos de Trillo, tostados por el sol y ágiles como anguilas.
El puente de Trillo, quizá, uno de los más elegantes que la arquitectura civil diseñó para la provincia de Guadalajara. Dañado por los franceses después de 1808, y mandado reconstruir, a honra de los trillanos, por el obispo don Manuel Fraile y García quien, cuando se disponía a irlo a inaugurar, recibió la noticia de que Su Majestad, el rey don Fernando, VII de su nombre, se disponía a viajar a Sigüenza a rogar a su santa patrona, Santa Librada, un varón que lo heredase, así que, desde Óvila, don Manuel se tuvo que dar la vuelta.
Don Ángel, el hombre de Guadalajara
Doctorado en Medicina, en la década de 1880, don Ángel Campos se asentó en Guadalajara, donde comenzó a pasar consulta médica, siendo uno de los personajes más populares de aquella ciudad que comenzaba a modernizarse. Guadalajara era, en aquellos años finales del siglo XIX lo que podríamos definir como una pequeña sucursal de Madrid, pues todo aquel que anhelaba el triunfo en la vida estudiantil, social o económica, antes de asentarse en la ciudad, había de pasar, de una u otra manera, por la capital del reino.
No está claro si desde los primeros tiempos don Ángel se estableció en la plaza de Moreno, o lo hizo con el pasar de los años, pero en el número 4 tuvo su domicilio. Allí fundó el periódico que sería su enseña literaria “El Atalaya de Guadalajara”, que se editó en el último decenio del siglo; y en aquel domicilio escribió los jugosos artículos de prensa que publicó a lo largo de su corta vida en los semanarios provinciales, dedicación que le valió para ser elegido presidente de la Asociación de la Prensa de Guadalajara. También fue hombre de negocios, principalmente desde que contrajo su segundo matrimonio, con doña María Luisa García Gamboa, hija de uno de los próceres varones de la ciudad, don Diego García Martínez, a quien heredaron en política, empresa y negocios.
Los de don Ángel se diseminaron entre la finca de los Parrales y la Dehesa de Valdeapa; entre los negocios olivareros, los vitivinícolas, el cultivo de nueces, frutas y cereales, o los harineros de Alcocer, ya que también fue propietario de la Harinera de las Fuentes, junto al río Guadiela de aquella población. Empleándose, en los ratos de ocio, si es que los hubo, en criar las mejores especies de gallinas, conejos, ovejas, corderos y murecos; rara fue la ocasión en la que, presentándolos a concurso en cualquier feria, no se alzaron con un premio.
Desempeñó el cargo de Presidente del Casino de Guadalajara, del Cabildo de Hacendados y Labradores; fue Presidente de la Federación Agraria de Castilla la Nueva; Diputado Provincial, Concejal del Ayuntamiento de Guadalajara y, por supuesto, Alcalde de la Ciudad.
Al Ayuntamiento llegó en 1904, entonces las alcaldías, al parecer, se
renovaban anualmente por mitades. Le tocó ser Alcalde de la ciudad a partir del
mes de enero de 1905 y, a pesar de que su nombre no dejó de ser criticado por
la oposición, dejó buena memoria de su paso por la Casa Consistorial. Bajo su
mandato se renovó la fachada del consistorio; se levantaron los lavaderos del
Alamín; se renovó la plaza del Jardinillo de San Nicolás y se empezaría, de una
vez por todas, a solucionar el problema del agua, llevándose a cabo el estudio
para establecer el famoso viaje del agua desde
las fuentes de Torija. Tan sólo estuvo dos años en el cargo, dimitió, agobiado
por las críticas de la oposición, que sólo lo pudo acusar de bondadoso, en el
mes de febrero de 1907.
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Tras dejar la Alcaldía continuó ostentando cargos, el último, el de Presidente Provincial de la Cruz Roja, en cuyo desempeñó falleció, casi repentinamente. Venía arrastrando desde tiempo atrás algunas dolencias, pero el fallecimiento, en la madrugada del 13 de mayo de 1916, no dejó de causar sorpresa. Mayor fue conocer que, al morir sin hijos, su cuantiosa herencia pasaba a administrarla su viuda, doña María Luisa. De ella extraía algunas cosas: Su casa natal de Trillo la donaba a su Ayuntamiento, para que en ella se estableciesen las escuelas de la localidad; su biblioteca, tal vez la más significativa de la Guadalajara de aquel tiempo, la donaba al Instituto Técnico Provincial, para que los alumnos pudiesen investigar en ella. Tampoco faltaban mandas a la caridad pública.
No llegaba a 66 años de edad, había nacido el 2 de agosto de 1850. Y, a pesar de que fue tantas y variadas cosas en la vida, lo mejor, sin duda, es que fue un hombre del que tomar ejemplo, de tesón, bondad y trabajo, sobre todo. Por ello lo de traerlo a esta memoria.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 13 de mayo de 2022
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