UN SABIO ALCARREÑO. Benito Hernando Espinosa, que puso cara a Boabdil de Granada
Don Pío Baroja y Nessi quiso demostrar, en cuantas ocasiones le fue dado, que sentía cierta antipatía por Guadalajara y sus gentes desde más allá de la publicación de una de sus grandes novelas, "La nave de los locos".
La antipatía, en cierto modo, venía provocada por quien fuese uno de sus profesores, el de Terapéutica cuando, como mal estudiante de Medicina, no daba una en el blanco. El enfrentamiento con su profesor, don Benito Hernando Espinosa, se hizo tan público y señalado que saltó de las aulas a la prensa. Ambos, don Benito y don Pío, para más inri, vivían en el mismo portal de la calle de Atocha número 96, por lo que no podía ser extraño que se encontrasen en la cercana Cuesta de Moyano, al calor de los libros. La última vez que lo hicieron don Benito le preguntó a don Pío, ya famoso novelista, sí lo reconocía y no le tenía nada que decir, y don Benito, con su cachaza y mala baba: "Nada, don Benito, que sigo creyendo que los vascongados no son más brutos que los de Guadalajara". Y se acabó la historia. Don Benito, como profesor de don Pío, le aconsejó que buscase otra Universidad más alejada de la madrileña, porque con sus dotes para el estudio, nunca aprobaría. Don Pío definió a nuestro hombre como "caprichoso e insoportable". ¡Quién fue a hablar!
Cañizar, la patria chica del sabio
Es Cañizar una de esas poblaciones que se achicharran al calor agosteño a medio camino entre la Alcarria y la Campiña guadalajareña, en el valle del Badiel y a un paso de la Torre del Burgo y su histórico y arrumbado monasterio de Sopetrán. También está a las cercanías del renombrado monasterio de Valfermoso, en uno de los parajes más idílicos de esta Guadalajara que tantas cosas tienen por descubrir.
BENITO HERNANDO ESPINOSA. UN SABIO ALCARREÑO. El Libro, pulsando aquíAllí nació don Benito el 21 de marzo de 1846, se cuenta, y contaron quienes lo conocieron, para el estudio. Para la ciencia a la que se dedicó desde su más temprana infancia, en Cañizar primero; en Guadalajara después, en Madrid más tarde, donde obtuvo los doctorados que lo llevaron a Granada y, cuando las desgracias se cebaron en su persona, regresó a Madrid.
En Granada fue, sin duda, el más señalado profesor de su Universidad, y tal vez uno de los Médicos que más se empeñó en que aquella epidemia de cólera que asolaba la ciudad en 1885 marchase por donde vino. En ella perdió don Benito a dos de sus hijos, de los cuatro que nacieron de su matrimonio. Claro está que, además de los hijos en el cementerio, don Benito dejó en la ciudad el recuerdo a su memoria y sus obras. En Granada, al tiempo que a la docencia médica, se dedicó a la investigación, dejando para el futuro de la ciencia algunas obras señaladas. Tal vez, la más importante, su estudio sobre la lepra, que sirvió para tratar con mejor sentido y éxito aquella enfermedad que, como las plagas de Egipto, causó estragos. Su recuerdo en la ciudad, mucho tiempo después de su partida, aún vive.
Madrid y Ramón y Cajal
Tornó a Madrid convertido en Académico, en hombre de ciencia, en personaje admirable, con ese sentido a veces incomprendido que tienen los personajes de su talla. En Madrid fue protagonista imprescindible en los estrados académicos, e introductor de personajes que continuaron siendo grandes. De doctores como Tolosa Latour o genios como Ramón y Cajal.
CAÑIZAR Y SUS GENTES. Un libro y una historia. Pulsando aquí
Reconocía, don Santiago Ramón y Cajal, que ambos fueron poco menos que uña y carne, y debió de ser cierto. Don Santiago Ramón y Cajal paseó por el Madrid científico de la mano de don Benito Hernando, y conoció Guadalajara a través de nuestro hombre quien, subido a un tren, perdía el sentido, como viajero impenitente que siempre lo fue. A Guadalajara lo llevó en los inicios del siglo XX, y desde Guadalajara a Sigüenza y de Sigüenza a cualquier parte.
Al Instituto de Guadalajara regaló don Benito una de las plumas de Ramón y Cajal con la que firmó notables obras, como a Granada llevó los pinceles de Casto Plasencia.
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Y es que era, don Benito Hernando, uno de esos personajes que, a la moda de los últimos años del siglo XIX, gustaba de echarse a los caminos a descubrir mundo, pueblos, ciudades o historia. En los veranos, cuando las ocupaciones académicas dejan tiempo para el solaz.
Memorables fueron sus idas y venidas a Granada; sus recorridos por la provincia de Guadalajara; su viaje a Pastrana a través de la Alcarria en compañía del doctor Moreno, Médico en aquella, o sus constantes giras históricas a la sin igual Toledo.
También centró su mirada en otro de los grandes personajes de nuestra historia, Francisco Ximénez de Cisneros, a quien parece que llegó a conocer como si de su padre se tratase.
Boabdil de Granada
Quizá, una de las sorpresas mayores que pudo llevarse nuestro genio sabio fue el verse retratado en esa gran obra que al día de hoy cuelga de las paredes del Palacio del Senado de Madrid y es conocida popularmente como La Rendición de Granada; una obra inmensa debida al pincel de Francisco Pradilla, con quien intimó en Granada cuando Pradilla acudió a la ciudad para conocer el ambiente en el que había de situar su obra, y en Granada le advirtieron que nadie mejor que don Benito Hernando para señalarle los lugares y personajes históricos que en el lienzo habían de aparecer. Pradilla, en recompensa, lo plasmó en la obra, poniendo su rostro a Boabdil, el rey de Granada.
También lo pintó de académico y le regaló el lienzo que luego sus hermanas donaron a la Real Academia de Medicina, después de la muerte.
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Que fue, como las muertes son, triste como pocas. Pues don Benito perdió en el camino que media entre el éxito y el ocaso, a toda su familia, a sus hijos y a su mujer, y lo que aún es peor para un hombre de ciencia, perdió la salud.
Lo acogieron sus hermanas, Emiliana y Ángela; y su cuñado, el guarnicionero don Jacinto Sacó, en su casa de la calle del Museo; casa que luego donaron al Patronato de Huérfanos del Colegio de Médicos, para fines docentes, en memoria de don Benito. En ella falleció nuestro genio la víspera de la festividad de Santiago de 1916.
A su entierro, en una Guadalajara enlutada, acudieron médicos y científicos de todas las academias. Quizá no vivió la ciudad un entierro como aquel, en festividad tan señalada como la de Santiago, en mucho tiempo.
Extrañó a los médicos, a los científicos, a los sabios del momento, que no hubiese en el sepelio, celebrado en la iglesia de Santiago, representaciones políticas oficiales de la ciudad o de la provincia cuando de despedir a uno de los hombres más admirados de la ciencia española se trataba. La respuesta la encontraron muchos de ellos cuando la comitiva fúnebre se dirigía al cementerio y, por el mismo camino, a hombros de la multitud marchaban, camino de sus hospedajes, los triunfadores de la tarde, Bomberito y Carralafuente.
A las mismas horas que la ciencia despedía en Guadalajara a uno de sus sabios, en Guadalajara se celebraba la corrida de toros de Santiago. Y entre asistir a los toros de Santiago, o a un entierro… ¡No hay color!
La memoria de don Benito Hernando vive entre nosotros.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria. Guadalajara, 1 de octubre de 2021
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