MURCIA
Y UN SEÑOR DE ATIENZA
Antonio
de Elgueta, natural de Atienza, recopiló el Diccionario de lenguaje murciano
Hay en Atienza una calle, y en la calle un edificio, cuyos habitantes
llenaron de gloria una página de la Historia de España. La calle es la actual
de Cervantes y el edificio la casona natal de los hermanos Elgueta Vigil. El
edificio albergó la oficina de turismo de Atienza; fue sede judicial e incluso,
en el remoto siglo XIX, cuartel de la Guardia Civil.
En este edificio, con escudo sobre su portón, nacieron don Baltasar
–intendente de obras, y arquitecto, en el Palacio Real de Madrid-; nuestro don
Antonio; don Pedro y don José. A don Baltasar ya lo reseñamos tiempo hace en
estas mismas páginas de Nueva Alcarria, dando cuenta de cómo fue uno de los
fundadores de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, además de
llevar hasta Atienza la obra inmortal de uno de sus patrocinados, don Luis
Salvador Carmona y su Cristo del Perdón; además de dejar para la posteridad un
Hospital, el de Santa Ana.
Eran los tiempos, cuando nacieron los hermanos Elgueta, de la segunda
resurrección atencina. La primera tuvo lugar en la remota Edad Media.
En esta resurrección de la villa, tras la llegada al trono de Felipe V
de Borbón, Atienza escribió páginas de gloria a través de sus gentes de las
que, para desgracia de propios y extraños no queda en la villa memoria. A pesar
de que los grandes hombres, y sus nombres, son los que dejan huella allá donde
nacieron y, por supuesto, por donde pasaron.
Antonio
de Elgueta Vigil
Nació don Antonio, decíamos, en aquel edificio señoril que todavía hoy
pregona la hidalguía de la calle y la de sus habitantes, como hijo de don
Baltasar de Elgueta y doña Josefa de Milla. Para don Baltasar, fallecido en
1697 y enterrado en la iglesia de San Juan del Mercado, fue este su segundo
matrimonio; anteriormente tuvo otra prole de hijos con su primera esposa que
también, casualidades del destino, dejaron su nombre en la historia, en esta
ocasión en la de la propia Atienza, y en la de la provincia de Soria. A su hijo
mayor, entonces cura párroco de Retortillo de Soria, dejó el encargo de
redactar su testamento. Doña Josefa de Milla descansa a la eternidad en la
capilla mayor de la iglesia de La Olmeda de Jadraque. La muerte la encontró
visitando allí al tercero de sus hijos.
Antonio
de Elgueta fue bautizado en la parroquia de la Santísima Trinidad el 17 de
enero de 1686; estudió leyes en Madrid, ingresando en el cuerpo legislativo del
Reino, alcanzando a ser nombrado Secretario de la Inquisición de Murcia,
capital del reino de su nombre en el que contrajo matrimonio con María Teresa
de Mesa y Rocamora, de la hidalguía de la ciudad, el 3 de agosto de 1722.
En
Murcia falleció en la década de 1760. Estando considerado como una de las
figuras claves en el desarrollo cultural de la provincia y su entorno, ya que
don Antonio fue, como apuntamos, una de las figuras esenciales en las obras que
se llevaron a cabo a lo largo del siglo XVIII en la ciudad. Viajó por Francia e
Italia a la búsqueda de pintores y escultores que dejasen su firma en el
Palacio de Oriente, de Madrid, que por entonces se levantaba, como ayudante de
su hermano Baltasar. Igualmente, y con motivo de esa colaboración, viajó por
España, también en busca de escultores, pintores o arquitectos que presentar a
su hermano, a fin de que diesen lustre, en caso de valía, a las obras que a lo
largo del siglo se llevaban a cabo en la edificación de ese Palacio tantas
veces señalado como una de las obras de la arquitectura española más
representativa de los últimos siglos.
También es considerado, don Antonio, como la persona que incitó a los
Salzillo a viajar a Murcia, donde fue protector de Nicolás, padre del genial
escultor.
Bajo
su mandato, como hombre de representación en la ciudad, se llevaron a cabo
importantes obras en el alcázar de la Inquisición, al tiempo que engrandeció la
institución. De su trabajo como agrimensor surgieron algunas obras dignas de
recuerdo, entre ellas una de referencia histórica: La cartilla de la agricultura de las moreras, pues don Antonio de Elgueta, además de
adentrarse en el mundo legislativo y judicial; de tantear la arquitectura, la
pintura y la escultura, también se introdujo en el entonces tan complejo mundo
de la agricultura y la botánica. Mundo complejo ya que por entonces, cuando
nuestro hombre dio a la imprenta su cartilla, eran muchos los hombres que como
él dedicaban una parte de su tiempo al estudio para la mejora del fruto de la
tierra.
La
Cartilla de la agricultura de las moreras
Cuentan por la murciana tierra, donde don Antonio se convirtió en todo
un caballero, que su nombre perdura por no ser nacido en ella. Suele suceder
que a los naturales de la tierra, por tenerlos cerca y conocerlos desde
siempre, no se los valora hasta después de su muerte. De ello se
quejaban los murcianos no hace mucho, al cumplirse los doscientos cincuenta
años de la edición de la obra recordaban que: no ser originario de Murcia le libró del veneno de los naturales del
reino, según uno de los literatos de aquella tierra que más cantó al de
Atienza, don Ricardo Sánchez Madrigal.
A
pesar de que dos siglos y medio después de su muerte, don Antonio de Elgueta se
perdió en el silencio de los tiempos, no sucedió lo mismo con su obra, que
adornó a la moda del siglo del barroco con láminas
para facilitar su cabal inteligencia, no sólo a los que se ejerciten en su
práctica, sino también a los físicos en la investigación de la Naturaleza…
La obra se imprimió en Madrid en 1761, en la imprenta de don Gabriel
Ramírez, la misma que poco después de que la obra de nuestro hombre viese la
luz pasaría a manos de don Antonio de Sancha, del que por estos meses se
cumplirán trescientos años de su natalicio en Torija.
Al final de su estudio, por aquellos tiempos figuraba la industria de la
seda en la región murciana como una de las más principales, incluía don
Antonio, pionero en ello, una especie de diccionario de términos a través de
los cuales cualquiera que no fuese entendido en la materia podía fácilmente
llegar a conocerla. Su “Índice y Explicación por orden alfabético de los
nombres y voces que se usan y practican en el arte de la cría de los Gusanos de
seda, para su mejor inteligencia”.
El
Diccionario Murciano
Es, aquel “Índice y Explicación”, una especie de Diccionario del
palabrerío y dichos que por aquel tiempo se utilizaban en la región murciana.
Recuperando don Antonio para la posteridad las formas y modismos del
vocabulario histórico de Murcia, algo que en la actualidad tanto se han puesto en
boga tratando, a través de la recopilación de los dichos populares, del
mantenimiento del acervo cultural de nuestros pueblos y regiones.
Sirvió, la obra de nuestro paisano, para que autores posteriores
pudiesen elaborar, como lo hicieron, los distintos tratados en torno al
primitivo “Vocabulario Murciano”, así como el de los trabajos e industrias de
la seda.
A
Murcia llegó en 1717, y desde Murcia extendió el cultivo de las moreras por
numerosas partes del reino –español-, enviando plantones a los reales jardines
de Aranjuez, entre otros muchos.
Su vocabulario se compone de doscientos veintiséis vocablos, que pueden
no ser muchos. Y que son, sin duda, doscientas veintisiete definiciones, o
vocablos –reiteramos-, librados del olvido.
En Murcia murió y fue enterrado, donde continuaron sus descendientes
dando glorias a la región. Y en Atienza pasó, junto a sus hermanos, al olvido.
Pocas casonas, como la de los hermanos Elgueta en Atienza, mantienen
entre sus recuerdos tanta historia. Incluso en el blasón que orla su fachada. Un blasón que don Antonio también
mandó esculpir en su casona murciana de la calle de la Merced.
Nuestros pueblos, nuestras villas hidalgas, debían de tener un poco más
presentes a quienes fueron parte de su historia. En este caso, en Atienza, y en
su casa, a los hermanos Elgueta. Pues quien a los suyos honra, honra merece.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 13 de marzo de 2020
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