ROMÁN
ATIENZA BALTUEÑA. Un médico contra la epidemia, y mucho más
Tomás
Gismera Velasco
El martes 21 de julio de 1890 puede decirse que la totalidad de los
habitantes de la ciudad de Guadalajara se dieron cita en la plazuela de la Cruz
Verde. Una plazuela recoleta como todas aquellas de la Guadalajara del siglo
XIX; cuando en la capital de la provincia no había entrado todavía la piqueta y
se respiraba provincianismo.
La
plaza llevaba aquel nombre porque en ella se levantó el Santo Tribunal de la
Inquisición. Claro está que ya no funcionaba. Y las gentes de Guadalajara no se
habían congregado en ella para asistir a un evento medieval, sino para despedir
a uno de los hombres que más había trabajado por la ciudad y la provincia, don
Román Atienza y Baltueña. Uno de esos sabios que, de cuando en cuando, dan lustre a una ciudad y a una provincia.
Don Román había fallecido el día anterior, el lunes 20 de julio a eso de
las nueve y media de la mañana a una edad que en la actualidad consideraríamos
temprana, 63 años. Si bien para hace algo más de cien años, la edad anunciaba
la ancianidad de nuestro hombre.
Que vio la luz lejos de
Guadalajara, en Valfermoso de la Monjas; que estudió en la capital; se hizo
médico en Madrid y tornó a la capital de sus años mozos para desempeñar en ella
toda una serie de cargos, médicos y políticos. Para ser un hombre apreciado,
querido, admirado y, cuando le llegó la hora de la muerte, añorado.
Por espacio de cuarenta años ejerció la medicina en la capital de la
provincia, pues lo comenzó a hacer en el año de gracia de 1850. Años convulsos,
pues la España de 1850, y siguientes, estuvo envuelta en ese sudario político
anunció de quebrantos, y vapuleada por una pandemia que se venía arrastrando
desde hacía algo más de veinte años, el cólera. Que se enredó en la provincia
de Guadalajara en 1834 y lo volvió a hacer apenas nuestro hombre había
alcanzado el grado de doctor y comenzaba a espabilar en el mundo de la
medicina.
La epidemia de cólera entró en Guadalajara –ciudad-, por la puerta
grande, el 22 de junio de 1855 y salió por la puerta falsa después de 114 días,
el 16 de octubre, llevándose por delante 236 muertos –cerca de 200.000 en el
conjunto de España y poco menos de 10.000 en toda la provincia-, de una
población, en la capital, de poco más de 5.000 habitantes. Durante aquellos
días se puso a prueba la capacidad médica de don Román quien, junto a don
Manuel González Hierro fueron los principales encargados de combatir la
epidemia, que llegó a afectar a una quinta parte de la población.
TIERRA DE SIGÜENZA. Entra a conocerla, pulsando aquí
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Ya era, por aquellos días, diputado provincial y miembro de la Junta de
Sanidad de la capital, a pesar de su juventud, pues apenas contaba con 28 años
de edad; había nacido el 28 de febrero de 1827.
No sería la única vez que se enfrentaría al maleficio de la peste; lo
volvería a hacer como Alcalde de la ciudad, en 1865 y todavía tendría una
tercera ocasión, en 1885, siendo Diputado provincial y delegado de Sanidad.
Dicho lo anterior vamos viendo que don Román, aparte de ser un ilustrado médico compaginó
su oficio de cura de cuerpos con el sano ejercicio de la política local y
provincial. Todo hay que decirlo, sus medidas, una vez la epidemia llegó a
Guadalajara, evitaron que los contagios y las muertes alcanzasen cifras mucho
mayores. También hay que decir que sus atenciones médicas le granjearon la
simpatía y el afecto de los hijos de la ciudad.
Y, además de dedicarse a lo anterior sacó tiempo para ejercitarse en la
escritura y en la historia, dejando para la posteridad algunos trabajos
significativos, tanto para el conocimiento de la historia local como para el de
la medicina.
A
su pluma se debe uno de los primeros trabajos históricos conocidos en torno a
quien es tenido como conquistador de Guadalajara, Alvar Fáñez de Minaya, dado a
la luz de la imprenta poco antes del fallecimiento de nuestro hombre; también
una de las obras que dejan memoria de lo padecido en la ciudad durante aquellas
epidemias anteriormente mencionadas, sus “Apuntes para la Estadística del
Cólera en Guadalajara”; además de un sinfín de estudios médicos que vieron la
luz en las más prestigiosas revistas a ello dedicadas por aquellos tiempos.
Llegó a la Alcaldía de Guadalajara en 1864, después de haber sido
concejal desde años atrás. Durante su mandato como Alcalde, que llegó hasta el
revolucionario año de 1868 se mejoró la traída de aguas, el servicio contra
incendios o los lavaderos públicos, y durante su mandato fue un firme defensor
de la instalación en Guadalajara de la Academia de Ingenieros, logrando que el
Ayuntamiento bajo su mando aportase una importante cantidad económica para sus
obras de adaptación. En la historia de la Academia dejarían inscrito su nombre
algunos miembros de su familia, entre ellos su hijo, Román Atienza López de
Cristóbal; su yerno, el Coronel don Manuel Gautier Vila, y sus nietos, Román y
Manuel Gautier Atienza.
Como Presidente de la Diputación provincial, cargo al que llegaría años
después, en 1882, tendría el honor de inaugurar el nuevo palacete –edificio
actual- de la Diputación Provincial de Guadalajara, entre otros numerosos
logros en bien de la provincia que le tocó gobernar.
Don Román Atienza, además de médico notable,
fue un gran orador, publicista muy estimado; hombre de acendradas ideas
religiosas, bondadoso y muy amante de los pobres, Figuró entre los fundadores
del Ateneo científico, literario y artístico de esta ciudad, y por sus méritos
y servicios fue nombrado comendador de las órdenes de Carlos III y de Isabel la
Católica y se le otorgó la Cruz de Beneficencia. Además de ser académico de la
Real de Medicina, y correspondiente de la Real de la Historia. También
perteneció a la Sociedad Española de Higiene; a la Real Sociedad Económica
Matritense; al Patronato de los Baños de Trillo; a la Junta Provincial de
Agricultura, Industria y Comercio; a la de Instrucción Pública Provincial, y a
una docena de entidades más.
Juan Diges Antón, ilustre cronista de la
ciudad, que conoció y trató a don Román, nos dejó dicho como era aquel sabio: …
alto, enjuto de carnes, los ojos un tanto hundidos en sus órbitas, la frente
espaciosa, la tez pálida, el pelo tirando a rubio, la cara siempre afeitada, la
vista algo baja, como abstraído, cosa que jamás le impidió saludar con aquella
amabilidad grave que le caracterizaba… A don Juan Diges le faltó decirnos que
también perteneció al círculo de amistades de la monja más famosa de este
tiempo, Sor Patrocinio, de la que fue médico personal.
Don Román contrajo matrimonio con doña Juana López de Cristóbal. Padres fueron de al
menos cuatro hijos. Tuvo don Román Atienza la desdicha de perder a su mujer en
plena juventud, doña Juana falleció en Guadalajara el 3 de enero de 1871; la
desgracia de ver morir a una de sus hijas, con apenas tres años de edad; y la
de perder a su hijo Román cuando comenzaba a destacar en el mundo militar y era
alumno aventajado, con el grado de alférez, de la Academia de Ingenieros.
El duelo, el día de su entierro, lo presidió
en nombre de la familia, su yerno, don Manuel Gautier, acompañado de las hijas
de don Román, doña Carmen y doña
Purificación.
El duelo oficial lo presidieron el Alcalde
de la ciudad y el Presidente de la Diputación, y a las honras fúnebres
asistieron al completo los ediles del consistorio y los diputados.
Poco después del funeral, el Alcalde de la
ciudad, don Miguel Mayoral a la sazón, propuso que aquellas calle y plazuela de
la Cruz Verde en la que vivió don Román pasasen a llamarse, y así fue en
adelante, calle y plazuela del doctor don Román Atienza.
Don Román Atienza Baltueña, Médico,
escritor, historiador y político, nació en Valfermoso de las Monjas
(Guadalajara), el 28 de febrero de 1827; falleció en Guadalajara el 20 de julio
de 1890.
(Datos extraídos
de la obra: Guadalajara en los tiempos del cólera. La provincia bajo la
epidemia; de T. Gismera Velasco)
En: Gentes de
Guadalajara
Henaresaldía.com
Febrero 2020
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