EL
BARRENDERO DE COGOLLUDO.
Ángel
Lanuza se alzó contra Fernando VII, y fue ajusticiado en la plaza de la Villa
En estos días en los que se agosta Cogolludo, viene a la memoria el
tiempo agosteño de hace, prácticamente, doscientos años. Un tiempo agosteño,
por lo de los calores y el color de la mies, que nos lleva al 12 de julio de
1822, cuando le dijeron a don Ángel Lanuza, desde la Audiencia de Guadalajara,
cuál sería su destino final, después de que tratase de derrocar a su Rey, don
Fernando VII.
Ángel
Lanuza pasó a la historia como un simple barrendero de palacio (real) quien,
tras jubilarse, regresó a la tierra de sus mayores, Cogolludo, donde cuenta su
historia que nació, sin que sepamos cuándo, si es que el nacimiento tuvo lugar
en la villa, y en donde se cuenta que terminó sus días; ya que de su óbito
dieron cuenta las líneas de la historia.
No
es mucho lo que conocemos de él desde su nacimiento hasta su muerte, salvo que
pasó por el palacio real entre 1815 y 1820, desempeñando el ya citado oficio de
barrendero, como premio a su destacada labor anterior en pro del reino. Con
anterioridad fue carabinero, resultando herido en uno de los últimos
enfrentamientos que el pueblo de Madrid vivió contra los franceses en 1814, siendo
ese el motivo de que, al ser declarado inútil para el cuerpo en el que servía,
se le ofreciese el siguiente empleo. Pasando a la historia como “el Barrendero de Palacio”.
De aquella acción en la que salió, poco menos que en brazos del
heroísmo, tenemos el relato fidedigno de lo sucedido, así como el
reconocimiento que tanto a él, como a sus compañeros de valentía se les hizo
cuando don Fernando VII, el rey al que defendió, llegó a Madrid tras años de
guerra y real cobardía.
El 5 de abril de aquel 1814, para celebrar la próxima llegada a la
capital del reino del deseado Rey, y ante uno de sus retratos, los Carabineros
Reales, después de compartir un Te Deum en honor de don Fernando, seguido de la
correspondiente comida en la Alameda de la villa de Madrid, fue Lanuza
condecorado: El comandante, para dar una
prueba del aprecio que le merecen las acciones brillantes distinguió
particularmente a los carabineros José Escribano, Ángel Lanuza, Rafael Castuera
y al músico Lucio Varela, con el alférez D. Hipólito de Silva, haciéndoles una
particular expresión después de haberles hecho comer con él de varios platos.
Sin embargo Lanuza, como otros muchos de su promoción, pronto se dio
cuenta de que Fernando VII no era el Rey que mejor convenía a España. Su
absolutismo pronto se vio contestado y protestado por el pueblo, o una parte
del pueblo, culminando en alguna que otra revuelta que con intentos de ensayo
democrático trataron de derribarlo del trono cuando comenzaba la década de
1820. Para entonces nuestro Ángel Lanuza ya se había retirado de palacio y con
media pensión vivía apaciblemente jubilado en su Cogolludo. Hasta que llegó el
mes enero de 1822 y todo cambió para nuestro paisano. Se contaba en los
periódicos: Por fin se reventó la mina
que hace mucho tiempo se nos estaba anunciando en este país, y ¿cuál les parece
a Vds. que fue el resultado de tantas combinaciones misteriosas y tantas
amenazas? Que Ángel Lanuza, barrendero de palacio y retirado en este pueblo con
no se cuánto sueldo, ha seducido a seis u ocho infelices y haciéndose general
de ellos salió en gavilla a reunirse con
otros tantos que le esperaban a media legua de aquí…
Y
se armó, como otros dirían, la de San Quintín. Se armó de valor y ascendió alborotando a los pueblos, hasta la sierra,
con la intención de reunir una pequeña tropa que lo acompañase hasta Madrid con
el sano fin de quitar del trono a don Fernando.
La carta a las autoridades, dando cuenta de
lo que estaba sucediendo, en crónica periodística, la escribía, claro está, el
juez de la población a quien, según se desprende de su contenido, había
prometido Lanuza colgar públicamente en la plaza Mayor, como seguidor que era,
y defensor, de las leyes que el pueblo comenzaba a desobedecer.
Unos días después de que Lanuza con los
suyos y sus caballos abandonasen Cogolludo en dirección a Arbancón, el mismo
juez volvía sobre sus pasos para decir lo que había escuchado por los
contornos:
Van jurando
que esta noche me quitan la vida, pero esta satisfacción no debe llenarles
mucho, porque no faltaría otro juez que me reemplazase para su castigo....
Era el 26 de enero de 1822 y, efectivamente,
el juez estaba en lo cierto ya que pasó la noche sin que los facciosos cayesen
sobre él. Mientras que a la mañana siguiente, desde Fuencemillán, salían
también en su persecución:
Salió una
hora después (del amanecer) con 18 hombres, los facciosos también son 18, entre
ellos algunos de Fuencemillán…
Se referían a la gente de la guardia de la
localidad, capitaneados por el juez de Cogolludo, y las tropas de esta villa.
También desde Guadalajara partió un cuerpo de ejército en su persecución,
mientras crecía la alarma en la comarca y de unos a otros se iban pasando las
cuentas de las tropelías y barbaridades que los de Lanuza cometían desde
Cogolludo al otro extremo del Ocejón, resguardándose en las estribaciones del
Alto Rey. Por donde fue perseguido y detenido apenas media docena de días
después de su levantamiento, por lo que no era posible que hubiese cometido
tantos desmanes como se le atribuían en una tierra y entorno en el que la nieve
ya cubría desde los tobillos hasta la cintura.
De su detención se hizo eco, con la alegría
lógica de saberse libre de sentencia, el propio juez de la villa, don Rodrigo
Castañón, tanto como el comandante que llevó a cabo el arresto, don Antonio
Lecina, sin que tardasen demasiado en entregarlo a la justicia, formarle causa
y celebrar el sumarísimo juicio.
La causa, claro está, no tenía otro final
que el de la pena de muerte. Mucho más después de haber amenazado con
quitársela a quien, por aquel extraño designio del destino, era el encargado de
juzgarlo, y sentenciarlo; y claro está,
don Rodrigo lo mandó, en lugar de a la horca, al garrote.
El extracto de la sentencia, confirmada el
12 de julio de aquel año, trataba de ser con todo, justa y ejemplarizante, como
decían que era entonces la justicia.
En la causa formaba por el juez de primera
instancia de Cogolludo y remitida a la audiencia de esta capital (Guadalajara)
contra Ángel Lanuza, casado, vecino de la villa de Cogolludo, por haberse
alzado con otros en cuadrilla y con armas contra el actual sistema de Gobierno,
dio sentencia en 19 de junio último por la que condenó a Ángel Lanuza a la pena
ordinaria de garrote; a Celestino Carrascosa a 10 años de presidio en África; a
Ramón Goné a 8 años en el mismo presidio
con las costas de la causa mancomunadamente si en algún tiempo tuviesen bienes
y en el reintegro a sus dueños de los caballos y efectos robados…
En
la plaza Mayor de Cogolludo, unos días después, cuenta la historia, se
cumplieron las sentencias.
Cosas
que pasan con las páginas de la historia que, a poco que las palpemos, nos aportan
su memoria.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, viernes 12 de julio de 2019
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