WENCESLAO ARGUMOSA BOURKE
El
hombre del 2 de mayo
Que dio nombre, también a una calle. Claro está que para dar nombre a
una calle de Guadalajara, o de cualquier otro lugar, su nombre tuvo que hacerse
famoso. O mejor, su vida y obra tuvo que pasar a la historia y, aunque en la
actualidad es un tanto desconocida, continúa siendo un nombre de referencia
para la historia de los comienzos del siglo XIX.
Su vida comenzó en Guadalajara, el 27 de septiembre de 1761, en unos
tiempos algo revueltos, que continuarían revolviéndose todavía mucho más.
Recibió las aguas bautismales en la iglesia de San Esteban.
Su vida y obra comenzó a conocerse en los primeros años del siglo XX,
cuando se conmemoró, por todo lo grande, el primer centenario de los
acaecimientos que dieron lugar a la Guerra de la Independencia.
Con motivo de aquello, se escribió: Lástima
grande es que no se haya publicado aún ni la más insignificante noticia
biográfica del abogado arriacense que con mayor intensidad brilla en el foro
español, donde precediendo a Arrazola, llegó a igualarle, si es que no lo
superó: D. Wenceslao de Argumosa.
Fue hijo de Ventura Argumosa y de la
Gándara, corregidor e intendente de Guadalajara, caballero del hábito de
Santiago y subdelegado de las reales fábricas de paños de Guadalajara y
Brihuega; y de doña Concepción Bourke de Parry.
Por línea materna último descendiente del conde de Clarinkard, noble
familia inglesa que se asentó en España en tiempos de Felipe II.
Estudió francés con su madre y con los
jesuitas, en el colegio que tenían en el Jardinillo de San Nicolás, y cuando
los jesuitas fueron expulsados pasó a depender, en cuanto a educación y
cultura, del maestro italiano César Branchi, con quien aprendió gramática y latín,
antes de pasar a Alcalá, en cuya Universidad estudió Filosofía. Estudios en los
que le acompañó su hermano Teodoro, héroe en la batalla de Trafalgar, al mando
del navío “Monarca”.
Habiendo quedado huérfano de padre en 1773 y
de madre en 1776, se encargó de su educación su padrino, el Cardenal Lorenzana,
quien se convirtió en su protector y de cuya mano concluyó en Madrid, Toledo y
Valladolid, los estudios de Derecho Civil y Canónico, antes de marchar a
Bolonia y su colegio de San Clemente de los Españoles, del que fue secretario,
historiógrafo, archivero, decano y catedrático de Cánones. En 1791 viajó por
Italia y regresó a Madrid en 1792 y aquí se dedicó desde entonces al ejercicio
de la abogacía.
El prestigio de su nombre lo llevó a defender los pleitos
que a la vista de cualquier otro letrado pudieran resultar más insostenibles,
teniendo entre sus clientes a lo más prestigioso de la política y la cultura de
los años finales del siglo XVIII y los comienzos del XIX.
Hasta que se desató aquella vorágine de la Guerra de la Independencia,
siendo llamado a participar en el Consejo de Bayona, para ponerse al servicio
del invasor, rechazando nuestro paisano el encargo, y por ello siendo detenido,
hecho prisionero y confinado en diversos lugares de Francia hasta el término de
la guerra, en que fue puesto en libertad; regresó a Madrid y el rey Fernando
VII lo nombró su Secretario particular, al tiempo que le colgó unas cuantas
condecoraciones. Más tarde sería abogado general de la Casa Real, interviniendo
en no pocos pleitos dinásticos entre príncipes e infantes.
Cuentan quienes en su tiempo trabaron conocimiento con nuestro hombre
que era un portento de memoria, al
extremo de no leer pleitos sino por los extractos.
Y todavía nos dicen más: Hasta el fin de su vida acompañó a Argumosa
el exquisito acierto con que dirigió todos los negocios que le confiaron. No
extraña por tanto que fuese llamado para redactar el Código Civil. Y que
ocupase lugar como Académico de la Real de San Fernando.
Es autor de una Relación de los ejercicios
literarios, grados y méritos..., impresa, cuya copia aparece fechada en
Madrid el 23 de diciembre de 1792 y de la cual envió un ejemplar a Godoy el 27
de diciembre de 1796. Al mismo tiempo, pedía permiso al Príncipe de la Paz para
visitar los Reales Palacios y las habitaciones de Grandes, Títulos y
particulares, con el fin de escribir un libro sobre los monumentos españoles
que sirviera de complemento al de Antonio Ponz. La respuesta de Godoy, no
obstante, fue negativa. Por lo que aquella historia se quedó sin escribir.
Si dejó
escrito un librito que es al día de hoy documento imprescindible para conocer
algunos de los grandes sucesos que ocurrieron entre 1808 y 1820, es el
titulado: “Los cinco días célebres de
Madrid”, en el que relaciona lo sucedido el 19 de marzo de 1808, cuando
Carlos IV abdicó en Fernando VII encontrándose en Aranjuez; los sucesos del 2
de mayo, que vivió en primera persona; los del 1º de agosto tras la batalla de
Bailén; la entrada de Napoleón en Madrid; y la jura obligada de la Constitución
por Fernando VII, el 9 de marzo de 1820.
Y dejó
también para la posteridad otra obra que vive aún al día de hoy, como monumento
a los héroes de la patria, ya que fue el promotor de levantar un monumento a
los “héroes del 2 de mayo”, para el
que llamó a los españoles a aportar su mano, a fin de costearlo, poniendo él
los primeros 20 doblones de oro. El llamamiento para llevar a cabo aquella obra
todavía puede leerse en la prensa de la época: “...las víctimas del día 2 de mayo fueron la piedra angular de la grande
obra de nuestra liberación. Debe pues eternizarse su memoria, y al monumento
que para ello se eleve deberemos nosotros y nuestros hijos mirar cifrada para
siempre la patria y su rey. El autor de esta carta ofrece 20 doblones para el
profesor que presentare el mejor diseño de un monumento en el Prado, destinado
a este objeto. El premio es tan corto como el empeño grande, pero es el
patriotismo el que debe impulsar a los célebres profesores españoles, el autor
solo presenta esta suma en calidad de memoria; y guiado de los mismos
principios para con los ilustres cuerpos de la nación, suplica a la Real
Academia de San Fernando tenga a bien permitir que los profesores pongan sus
diseños en manos del señor secretario de la misma”.
Aceptó
la Real Academia la propuesta, y de las obras presentadas a concurso resultó
ganadora la del obelisco que todavía hoy se conserva, trazado por el arquitecto
D. Isidro González Velázquez. El 21 de abril se aprobó el proyecto y el 2 de
mayo de 1821 se puso la primera piedra. Tras no pocas vicisitudes históricas de
España que interrumpieron las obras por fin, el 25 de marzo de 1836 a mediodía,
se colocó la última; a pesar de que no se inauguraría oficialmente hasta el 2
de mayo de 1840.
D.
Wenceslao Argumosa contrajo matrimonio con Catalina de la Bárcena, con la que
tuvo diez hijos, nueve de los cuales murieron en edad infantil y únicamente le
sobrevivió una hija, Luisa, bautizada en Madrid, en la iglesia de San
Sebastián, el 20 de junio de 1804.
Murió
en Madrid, el 28 de noviembre de 1831, siendo enterrado con todos los honores en
la desaparecida Sacramental de San Sebastián, de donde fueron trasladados sus
restos, junto a los de otros muchos nobles allí sepultados, al desaparecer el
cementerio en la década de 1920, al
osario de la iglesia, junto a los del marqués Ofelia, entre otros.
Su lauda
sepulcral, hoy desaparecida, no podía ser más elocuente: Aquí yace el Sr. D. Wenceslao de Argumosa y Bourke, Caballero de la
Real y distinguida Orden de Carlos III; condecorado con la Cruz de Fidelidad de
Estado; del Consejo de S.M., su Secretario; y Decano del Colegio de Abogados de
esta Corte. Buen esposo, padre tierno, hombre de bien, célebre jurisconsulto,
orador distinguidísimo. Falleció a 28 de noviembre de 1831, habiendo cumplido
72 años y dos meses. Dios haya premiado sus virtudes.
Don Wenceslao de Argumosa y Bourke, notable jurisconsulto, escritor y
gran patriota, nació en Guadalajara el 27 de septiembre de 1761; murió en Madrid,
el 28 de noviembre de 1831.
Tomás Gismera Velasco
Gentes de
Guadalajara
Henaresaldia.com
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