VICENTE RIAZA MARTÍN
Barítono
Brihuega, 1894- Madrid, 2 de abril de 1970
Tomás
Gismera Velasco
El 2 de abril de 1970 un hombre de avanzada edad, Vicente Riaza Martín,
salió de su domicilio en la calle de Gutemberg, de Madrid. Una calle popular en
el distrito de Retiro. Se dirigió a la estación del metro más cercana, Méndez
Álvaro, en la línea 1. Apenas el convoy se adentró en los túneles en dirección
a la estación de Atocha comenzó a sentirse mal. Pensó que era una indisposición
pasajera, pero al detenerse en la estación de Antón Martín, siete minutos
después de haberlo tomado, don Vicente Riaza, al abandonar el convoy y
dirigirse a la salida cayó fulminado por un derrame cerebral que lo dejó tirado
en el andén de la estación.
La noticia pasó desapercibida para el gran público madrileño y, por
supuesto, también para el de Guadalajara. La prensa de la época, la de Madrid,
recogió el suceso como una de esas curiosidades que ocurren a diario en una
gran ciudad, no así la de Guadalajara, que nada dijo porque nada supo, puesto
que Vicente Riaza había pasado a la historia de la música y ya nadie hablaba de
él. Era el último representante de una saga musical que había tenido su centro
en Brihuega, de donde don Vicente era natural, puesto que allí había nacido en
1894.
En pos del triunfo había dejado la villa alcarreña en 1910 para
dirigirse a aquel Madrid de los triunfos al que se acudían cuantos querían ser
algo en la vida. Su voz prometía, como le advirtieron en su localidad natal, y
es por ello que trató de ser cantante de ópera.
Sin que conozcamos el dato, hemos de admitir que su formación musical
debió de salir de alguna de las muchas academias de cante que entonces
proliferaban en la capital de España, pasando a formar parte de las compañías que
a diario llenaban los teatros madrileños. En la actualidad hubiese podido ser
cantante de Rock, o hubiera formado un grupo musical con él como solista. En
aquellos tiempos triunfaban la ópera y la zarzuela y, quienes tenían voz,
interpretaban a Verdi, a Mozart, a Federico Chueca y a Ruperto Chapí.
Que su voz prometía lo supo la familia, y el mismo Vicente, poco tiempo
después de haberla educado y lanzado al aire los primeros gorgoritos. Alcanzada
la mayoría de edad ya triunfaba. Vicente Riaza estuvo contratado en la década
de 1920 por la empresa que regentó el conocido tenor Miguel Fleta, con quien
actuó en numerosos espectáculos. Posteriormente formaría compañía propia, sin
demasiado éxito, todo hay que decirlo. Así que se pasó a la que, para
transmitir la ópera a los domicilios españoles, fundó la compañía Unión Radio.
El 10 de enero de 1926 se podía leer en la prensa de Guadalajara: Nuestro paisano Vicente Riaza, el aplaudido
barítono, hace ya tiempo que forma parte de la compañía de ópera con el tenor
Fleta. En el teatro Apolo de la Corte con su “Damian” ha cantado
admirablemente; Riaza continúa esta temporada su marcha triunfal. Por la Unión
Radio hemos escuchado a nuestro paisano en la ópera de Puccini: “Tosca”, con su
entonación de voz cálida con que le oímos aquí también sus paisanos cuando en
las fiestas de la Patrona cantó sus plegarias. El Casino le ha felicitado y
conociendo las excepcionales condiciones de Riaza y la distinción con que le
considera el gran tenor Fleta, le auguramos un excelente porvenir.
Pocas localidades de la provincia podían entonces presumir, como
Brihuega, de formar parte de la música, y de la voz, de los escenarios
madrileños. Brihuega era entonces, desde hacía tiempo, y lo continuó siendo, uno
de esos enclaves musicales que tienen algunas poblaciones, quizá señaladas por
la batuta del éxito. El nombre de Brihuega, con la “Miel de la Alcarria”, se
paseaba en tiempo de jota, con música de Enrique Granados que, aunque la villa
no sonase, a ella sonaba. Y esa “Miel de la Alcarria” sonaba a aquella otra
composición lírico-dramática en tres actos de José Feliú y Codina que ésta sí,
ésta transcurría en Brihuega. Por cierto, que al orondo don José Feliú y Codina
también le llegó la muerte de aquella manera improvisada con la que a veces
hace su visita. Don José comió con sus amigos, en su casa, se sintió
indispuesto, le prepararon una manzanilla, por si era indigestión y, tras
tomarla, expiró.
Y también tenía Banda de Música, Brihuega; la Sociedad Filarmónica de
Jóvenes Briocenses, que se fundó allá por el 1868, año revolucionario donde los
haya, cuando de Brihuega eran algunas de las personas que tenían mando en
plaza, en Madrid y Guadalajara. A pesar de que don Ramón Casas o don Antonio
Hernández, que les hubiese gustado, no pudieron presumir de que su pueblo fuese
la capital de la provincia, que a punto estuvo de serlo, porque la población
estaba mejor situada que la capital de los Mendoza, más a mano para cualquiera,
más en el centro de la Guadalajara provincial, pero… las discusiones políticas,
tan complicadas a veces, dejaron a Brihuega sin ser la capital de la provincia
de Guadalajara.
Aquella Banda juvenil se convirtió en Filarmónica cuando el siglo XIX
comenzaba a dar sus últimos bandazos. Cuando don Tomás Bretón, que escribía
música zarzuelera, dedicó una marcha a la Virgen de la Peña. Marcha que, como
es lógico, interpretaron año tras año los jóvenes músicos briocenses. Que las
autoridades municipales mimaron a su banda para que estuviese a la altura de
las grandes bandas de las mejores capitales de provincia.
Los títulos de las composiciones que tocó la Banda, y sus directores,
desde el mítico Pedro Marlasca a cualquiera de los integrantes de aquella gran
comisión que dio días de gloria a la villa con motivo del Centenario de la
Batalla de Villaviciosa, son páginas de historia. Que allí, en los actos
institucionales de Villaviciosa también estuvo la Banda de Brihuega y,
probablemente, el joven Vicente Riaza Martín.
A Brihuega, desde que salió de la villa, únicamente regresaba, como casi
todos aquellos que salían en busca de futuro, para honrar a la patrona, a la
Virgen de la Peña con motivo de las fiestas y sus procesiones; allá por el
agosto luminoso que llenaba las calles de alegría. Vicente Riaza, las crónicas
lo cuentan, solía cantar algunas plegarias, para honor y gloria de su
localidad; y actuaba, generosamente, para recaudar fondos con los que paliar
alguna que otra desgracia. Que desgracias provinciales, y locales, no faltaron
a lo largo del primer tercio y mitad del siglo XX. Vicente Riaza Martín, a
pesar de recorrer los escenarios musicales de España, no solía faltar
anualmente a las fiestas de Brihuega, cuya actuación formó parte de los
espectáculos que rodeaban aquel acontecimiento anual, siendo admirado no sólo
en su población natal, sino también en la provincia y capital de Guadalajara
donde actuó, y se destacó, en numerosas ocasiones.
En 1926, año de sus mayores triunfos, Vicente Riaza contrajo matrimonio
en Madrid con Elena Franchini, en el mes de octubre. Matrimonio del que
nacieron al menos dos hijas.
Sus años de mayores triunfos se centraron entre 1924 y 1935, ya que tras
la Guerra Civil su nombre apenas aparece, salvo esporádicamente, en los
escenarios madrileños de la ópera, del mismo modo que de estos desaparece,
salvo ocasiones contadas, la ópera. En los escenarios de la posguerra triunfará
la copla y, por supuesto, la zarzuela. Vicente Riaza intervendrá en numerosos espectáculos
del mal llamado género chico hasta su
definitiva retirada en los años finales de la década de 1950. Tras el
fallecimiento de su esposa. Su muerte, y la posterior de sus hijas, lo sumieron
en el abatimiento.
Desde entonces, desde la muerte de su mujer y sus hijas caminaba por la
vida como quien lo hace sin rumbo fijo. Como quien, castigado por la mala
fortuna, no encuentra dicha. Hasta aquel día en que tomó el metro en la
estación de Antón Martín para dirigirse a la plaza de Santa Ana. A aquella
esquina en la que se ubicaba la hoy olvidada Casa de Guadalajara en Madrid,
entonces sede de los hijos de la provincia. Y en una estación de metro, bajo el
asfalto de la capital, quedó la vida, y el recuerdo, del último gran barítono
briocense.
Recibió sepultura en aquel Madrid que fue parte de su vida, el día 4 de
abril, en el cementerio de la Almudena.
Memoria de un tiempo en el que, la voz musical de la provincia llevó
nombre alcarreño: Brihuega. Que hoy sigue sonando a miel de la Alcarria, con
olor y color de lavanda.
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