BENITO HERNANDO DE BLAS ESPINOSA
Nació en Cañizar, el 21 de marzo de 1846.
Pasó a Guadalajara, donde realizó los estudios de segunda enseñanza en el
Instituto provincial, de donde pasó a Madrid, donde cursó las asignaturas de la
Facultad de Ciencias y de Medicina en su Universidad.
A los 18 años era ayudante de Química y a los 25 Catedrático por oposición.
El 14 de marzo de 1871 ocupó la cátedra de profesor de Terapéutica en la
Universidad de Granada, desempeñando igualmente las de Sifilografía y
Dermatología, siendo nombrado médico del Hospital San Juan de Dios y del de
Santo Domingo.
El 8 de agosto de 1887 fue trasladado a la cátedra de Terapéutica de la
Universidad de Madrid.
Fue autor de un buen número de estudios médicos, entre los que destacan “La
lepra en Granada”. Llegando a ser Académico de la Real de Medicina.
Fue considerado un verdadero erudito en temas como la Historia, Literatura,
Arqueología o Bibliografía.
Con su vida y obra podrían llenarse decenas de cuartillas. La prensa
nacional recogió su fallecimiento, como el de la auténtica figura nacional que
bajaba a la sepultura, dejando tras él un aureola difícil de apagar.
Hombre de gran sencillez, como verdadero sabio y genio de su tiempo, apenas
hablaba de él, y quizá le hubiese molestado conocer que la mayoría de
periódicos nacionales y de revistas médicas, dedicaron páginas enteras a glosar
su vida y obra. La sencillez de su obra se manifiesta en un lienzo del insigne
pinto Francisco Pradilla, el titulado “La rendición de Granada”, en el que Benito
Hernando de Blas Espinosa (tal su nombre completo), quedó retratado como uno de
los frailes que acompañan a Isabel la Católica.
Casado con una granadina, de la que le nació un hijo, ambos fallecidos antes
que él, se jubiló prematuramente para llorar la pena de sus desgracias en la
capital de su provincia, junto a sus hermanas, donde encontró la muerte el
domingo 24 de julio de 1916.
Su funeral fue una de las grandes manifestaciones de duelo, hasta entonces
desconocidas en Guadalajara, siendo sepultado en su cementerio, el martes 26 de
julio, en el patio de Santa Ana.
Los homenajes, tras su muerte, se prolongaron a través del tiempo, ya que
anualmente fue recordada su vida, también su obra, por sus alumnos, pacientes
y, ante todo, por los miembros de las reales academias a las que perteneció.
Tomás Gismera Velasco
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