Impresor
Atienza
(Guadalajara), 1 de septiembre de 1901 – Gusen-Mauthausen (Austria), 4 de
noviembre de 1941
GIL RUIZ DOMÍNGUEZ
DE ATIENZA AL INFIERNO DE
MAUTHAUSEN
Tomás Gismera Velasco
Una historia que nunca debió de
suceder, ni con él, ni con nadie.
A la memoria de Gil Ruiz
Domínguez.
Sintiendo el profundo silencio que hoy
se respira en los campos de Mauthausen-Gusen, resulta prácticamente imposible
imaginar lo que sintió Gil Ruiz Domínguez en la madrugada del 4 de noviembre de
1941.
Hoy ese silencio impresiona. Tal vez,
mucho más, las distintas placas, monumentos, coronas de flores, todo lo que
quiere recordar lo que allí sucedió, para que no se olvide, para que no se
vuelva a repetir.
Seguir los pasos de Gil Ruiz Domínguez
no ha sido fácil, y por ahí, entre esos barracones que hoy son testimonio de la
irracionalidad a que puede llegar el ser humano, creo poder encontrarlo,
embutido en uno de aquellos trajes a rayas de presidiario del ejército alemán,
distinguido con una “S” de ... de republicano español. No lo reconocería, claro
está, a no ser que él mismo se presentase. En ese caso el nudo en la
garganta se haría mucho más grande. He de confesar que, siguiendo su historia,
se me han hecho muchos, quizá demasiados nudos en la garganta. De emoción, de
rabia, de…
Sí. Gil Ruiz Domínguez nació en
Atienza. Es uno de esos nombres que se relacionan entre los miles y miles de
muertos en los campos de concentración bajo el fanatismo, la violencia, la
sinrazón de las guerras incomprensibles…
Llegar hasta él no ha sido fácil, lo
repito. Partía de un nombre en una de esas larguísimas listas de represaliados
de la Guerra Civil. Su nombre figura en los archivos españoles ocupando apenas
unas líneas entre los deportados a campos de concentración nazis en el periodo
comprendido entre 1941 y 1945. La ficha tan sólo da cuenta de su filiación, y
de su muerte: “Ruiz Domínguez, Gil.
Nacido el 1 de septiembre de 1901 en Atienza. Provincia de Guadalajara.
Castilla-La Mancha. Prisión de Fallingbostel XI-B. Número de prisionero 41.806.
Deportado el 8 de septiembre de 1941 al campo de concentración de Mauthausen.
Número de la primera matrícula 4.461. Estado fallecido. Fecha 4 de noviembre de
1941”.
La ficha española está tomada del “Livre Mémorial des Deportés de France”,
tomo 3, página 1.071. Referencia D-18.401.
La misma cita, sin más, aparece en las
distintas relaciones, memoriales y recordatorios de un tiempo que nunca debió
de existir. En algunas relaciones, a la fecha de su muerte, ignorando la de su
nacimiento, añaden que falleció en Gusen. Otras dan cuenta de que su muerte
tuvo lugar en Mauthausen, en Austria. Algunos datos, sacados de la relación
aportada por la Cruz Roja Internacional a partir de 1945, entresacados de los “libros de la muerte” de los campos de
Mauthausen y Gusen, o de otro anterior registro elaborado por la Cruz Roja de
Berlín en 1943, con datos entresacados de lo sucedido entre 1941 y ese mismo
año, eludiendo casi por completo el de 1942, no coinciden en su integridad con
los que figuran en los Archivos Memoriales de Mauthausen en Viena, donde se
conservan parte de los registros primitivos de esos años.
Mauthausen fue una de esas sucursales
del infierno que el III Reich instaló en la tierra. Gusen, conocido como “el campo de los españoles”, su
vestíbulo.
GIL RUIZ DOMINGUEZ
Gil, efectivamente, nació en Atienza,
en la antesala de las fiestas patronales, como segundo hijo del matrimonio
compuesto por Pío Gil y Juana Domínguez, en Atienza fue bautizado y allí dio sus
primeros pasos.
Probablemente, si tuviésemos ocasión de
preguntarle, nos diría a qué familia pertenecía. Pero no está para responder.
Ni él, ni su mujer, Juliana Pérez Borderas, una madrileña vivaracha, diez años
menor que Gil, que aprendió a sobrevivir a los malos tiempos y falleció va para
diez años en un hermosa población, de esas que se enmarcan en las postales de
los turistas, Dinan, en la Bretaña francesa. Allí, en su cementerio, está
enterrada.
Juliana, cuando conoció la muerte de
Gil, tras casi siete años de esperar su regreso, trató de contactar con la
familia. Una parte de ella residía ya en La Habana, en Cuba, donde uno de los
hermanos de Gil había instalado una prestigiosa joyería. Antes la había tenido
en Madrid. La falta de documentos le impidió emigrar a la isla. Razones
políticas, regresar a España. Razones de cariño y amistad, quedarse en la
población que la había acogido, Les Champs-Geraux, a once kilómetros de Dinan.
Allí en aquel pueblecito, de postal también, Gil Ruiz Domínguez es parte de la
historia. En el monumento que se levanta a “los
muertos por Francia”, entre la larga lista de nombres de ambas guerras, la
primera y la segunda, compuesta por sesenta y cuatro niños y nueve adultos, el
último nombre es el de Ruiz G. Nuestro paisano.
Digamos que la de Gil era una de esas
familias mitad burguesas, mitad emprendedoras. De gran cultura y acaso con
ideas liberales. Julia, su hija mayor, nacida en 1932 en el Madrid de la
República, guardaría durante años el recuerdo de su padre rodeado de libros.
Gil llegó a ser un reputado tipógrafo en una imprenta familiar situada en el
número 15 de la calle de Tarragona, en las cercanías de la estación de Atocha
de Madrid, entre los paseos de Santa María de la Cabeza, y de las Delicias.
Sobre ella tenían su domicilio familiar, aburguesado, rodeado de colecciones
bibliográficas y filatélicas.
La Guerra Civil no les pilló
desprevenidos. En aquella imprenta se imprimieron muchos de los carteles,
pasquines y folletos del Frente Popular. Tal vez por eso a nadie en la familia
pilló tampoco desprevenido el que Gil, con anterioridad a la movilización
general, respondiendo a uno de tantos llamamientos, y tras la cena de la
Nochebuena de 1936, anunciase su intención de alistarse voluntario en el Cuerpo
de Carabineros, con destino a las Brigadas Mixtas. Su ingreso consta oficial y
documentalmente el 28 de diciembre de 1936. Las gacetas y diarios oficiales
recogieron su ingreso el 1 de enero de 1937, y su destino al frente de Madrid.
Pasó el año 1937 y la mayor parte de 1938 por la sierra madrileña y sus
alrededores, como integrante de la 152 Brigada Mixta de Carabineros. También
las gacetas, diarios y boletines oficiales recogen sus ascensos, hasta mediados
de 1938, cuando se le pierde la pista. Sabemos que anduvo por la Ciudad
Universitaria de Madrid, así como por el entorno del río Manzanares. Poco más
de ese periodo.
No, no tuvo un papel importante en el
ejército. Fue, tan sólo, uno entre tantos. Uno más de los que, con todo
perdido, incluso la casa e imprenta de la calle de Tarragona, que ardieron en
los inicios de 1937 bajo el empuje de una bomba incendiaria, optó por lo que
creyó la tierra de la libertad. Francia.
¿TIERRA DE LIBERTAD?
El largo invierno de 1938-39, fue para
los republicanos madrileños un invierno de desilusiones. Un invierno en el que
muchos de ellos se encontraron abandonados a su destino. Cuentan algunos
historiadores que las tropas del general Franco dieron plazo para que cuantos
quisieran, o pudiesen, saliesen de España. Sea o no cierto, el caso es que más
de medio millón de personas se agolparon en los pasos fronterizos de Cataluña
con Francia, y entre aquellos, desde Puigcerdá, iban Gil Ruiz, su mujer y sus
dos hijas, Julia y Mercedes. Les acompañaban dos familias madrileñas más, de
apellidos Peral y Quinta Rubia. Su hija, en 2008, no recordaba nada más que
añadir a la confusión de aquellos días. La escena siguiente la situaba en un
tren de ganado, ya en suelo francés, donde su padre logró acomodar a su mujer e
hijas entre cien mujeres y niños más. Después, con el tren en marcha, lo vio
correr a lo largo de la estación para entregar a su esposa una sortija de oro.
Aquello fue en los últimos días de enero, o comienzos de febrero, de 1939. Fue
la última vez que lo vieron.
Lo que si recordaba es que el tren,
tras dos o tres días de viaje, se detuvo en Saint Brieuc, camino de la Bretaña,
donde hicieron descender a los refugiados. En la portada del periódico de la
localidad del 4 de febrero de ese año, apareció una foto en la que ellas se
encontraban entre las decenas de de mujeres y chiquillos que se agolpaban en la
estación ante la incrédula mirada de las autoridades, y rodeadas de gendarmes a
la espera de recibir la orden de qué hacer con aquellas gentes. Eran alrededor
de ciento cincuenta personas, entre niños y adultos.
El gobierno francés, también es cierto,
se vio desbordado por la avalancha de refugiados que entraban en el país por
cualquier punto de la frontera. Y también es cierto que los republicanos
españoles no eran bien recibidos en todas partes. Aquellas gentes eran lo más
parecido al demonio. Así parece que se los habían pintado. Tampoco el gobierno
de la república francesa quería indisponerse con el nuevo orden español. Se
esperaban acontecimientos, pero había que esperarlos. Y decidir la suerte de
aquellos andrajosos apátridas no resultaba nada fácil. Recibirlos suponía
enfrentarse al nuevo gobierno español, al alemán, al italiano, al…
En Saint Brieuc, los refugiados
españoles fueron conducidos de forma provisional al campo de Gouédic y al Hogar
del Soldado. Después distribuidos, a la espera, entre las poblaciones vecinas,
tras ser desparasitados, vacunados y de alguna manera asistidos por las
organizaciones de beneficencia, sobre todo los niños, a los que proporcionaron
ropas de abrigo entre la indiferencia general y el malestar de las autoridades,
conscientes de que si eran bien recibidos, llegarían más. La intervención
del obispo de Saint Brieuc, monseñor Serrand, apelando a la caridad de Cristo,
logró parar la expulsión y que algunas localidades admitiesen a un número
determinado de aquellos. El 9 de febrero la mujer e hijas de Gil Ruiz, con
otras 17 personas, marcharon a la ciudad de Dinan. Pasaron la noche en las
celdas de la antigua prisión. En la calle Gambetta, acondicionadas para que
pudiesen dormir. Al día siguiente las trasladaron a la
localidad de Champs Geraux, donde serían recibidas y
acogidas por el alcalde de la localidad, Pierre
Busnel, y el maestro Francis Herby, a su vez, secretario del
Ayuntamiento. Durante algunos meses la mujer e hijas de Gil Ruiz vivieron allí,
en dos habitaciones situadas sobre la escuela local, a partir del verano de
1939 pasaron a ocupar una destartalada casa, sin luz ni agua corriente, a unos
centenares de metros de Champs Geraux, en Boulaie. Para entonces de los veinte
refugiados que llegaron tan sólo quedaban 15. Los restantes, naturales de La
Seo de Urgel, habían regresado a España.
Entre Champs Geraux, Boulaie y Dinan
transcurriría el resto de la vida de las hijas y mujer de Gil Ruiz. Gil pasaría
a ser un número más entre los miles de españoles retenidos en los campos de
retención, o concentración franceses, el de Le Vernet, en Ariége. El resto de
campos abiertos por aquellos días ya se encontraban colapsados. En el de Le
Vernet fueron a parar la mayoría de hombres que pertenecieron a las columnas de
Durruti, y en donde los españoles, más que refugiados o exiliados políticos
recibían trato de prisioneros.
HA ESTALLADO LA GUERRA
A través del alcalde de Champs Geraux,
Gil Ruiz conoció el destino de su familia, lo mismo que está el de Gil. Fue
localizado en el mes de junio y a partir de entonces ambos se cruzaron varias
cartas desde ese mes de 1939 hasta la ocupación de Francia por las tropas alemanas.
Recordaba la hija de Gil que en
aquellas cartas su padre les hablaba de la desesperación que sentía, como
tantos otros, ante la incógnita sobre su destino. Sus deseos de salir de allí e
iniciar una nueva vida, ya fuese en suelo francés, o en Cuba, junto a su
hermano. Viendo en el alistamiento a la Legión Extranjera su única salida. Y
según su hija trató de alistarse en ella de manera voluntaria. Lo que no le
habría sido admitido.
Lo cierto es que ante el inminente
estallido de la Segunda Guerra Mundial el gobierno francés, mediante decreto,
obligó a los extranjeros varones sin nacionalidad, y los republicanos españoles
ya lo eran, comprendidos entre los 20 y los 48 años, a prestar servicios para
las autoridades militares. Ofreciendo varias opciones: pasar a ser contratados
por patronos agrícolas a título individual y salarios de subsistencia, en caso
de haberlos. Apuntarse a la Compañía de Trabajadores Extranjeros destinados a
la fortificación de las líneas de defensa, o alistarse por 5 años en la Legión
Extranjera o en los Regimientos de Voluntarios Extranjeros, durante el tiempo
que durase la guerra.
Gil Ruiz entró a formar parte de la
Compañía de Trabajadores Extranjeros en el mes de marzo de 1940. La familia lo
conoció a través de una carta que Gil les remitió, probablemente desde la
llamada “línea Maginot”, el día 3 de
abril de ese año. Las autoridades militares no permitían dar cuenta del lugar
en el que se encontraban. En aquella carta Gil felicitaba a su hija en su
octavo cumpleaños, sería el 6 de abril: “Para
mi pequeña Julia. Tu papá te desea un feliz cumpleaños en compañía de mamá y de
tu hermanita, ya que en mi compañía no es posible. Y ya que no puedo enviarte
otra cosa, te mando muchos besos”. Julia siempre recordaría aquél texto.
La siguiente carta, recibida a través
de la Cruz Roja de Berlín, les llegó a mediados de julio. Había sido escrita el
día 3. En ella les daba cuenta de que la compañía en la que servía había caído
en una emboscada en Vosgos, en Epínel, y se encontraba, como preso de guerra,
en Bataville-Hellocourt, en el Mosela. En una vieja fábrica de zapatos
convertida en campo de retención, y ocupada por los alemanes el 17 de junio.
Todavía les llegaría una nueva carta, tranquilizadora sobre su situación,
fechada el 14 de julio.
La realidad tranquilizadora, a pesar de
todo, había comenzado a convertirse en pesadilla. Ciertamente, Gil Ruiz había
sido hecho prisionero, el 21 de junio de 1940 en el lugar que él mismo había
dicho, allí había sido registrado con el número de prisionero 41.806 del Stalag
XI-B. La realidad era que, pasados los primeros meses de ser tratado como tal,
las autoridades alemanas no reconocieron sus papeles de trabajo francés. Era
español, republicano y… el 8 de septiembre, como otros muchos de quienes
se encontraban en su misma situación,
entraba en el infernal campo de concentración de Mauthausen,
donde fue registrado con el número 4.461. Aquél día, junto a Gil, entraron algo
más de doscientos españoles, los números 4.263 al 4.485. De ellos tan sólo 34
sobrevivieron. Y de su inmediato compañero, Lorenzo de la Torre Guijarro,
número 4.462, natural de Torronteras, en nuestra provincia, se perdió en Gusen
todo rastro. A pesar de ostentar ese número de matrícula, Gil Ruiz sería
registrado igualmente con el número de prisionero 8.530.
Los testimonios de los pocos
sobrevivientes que compartieron similar destino al de Gil Ruiz dan cuenta de
que, efectivamente, fueron tratados como prisioneros de guerra durante algún
tiempo que sitúan entre tres y seis meses, hasta la entrevista del Ministro
español de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suñer con Hitler, a finales de ese
mismo mes de septiembre de 1940. Las memorias de Ramón Garriga, quien llegó a
ser Jefe del Servicio Nacional de Prensa y Propaganda, dan cuenta de
conversaciones anteriores, en el mes de agosto de 1939, cuando Garriga se
encontraba en Berlín. Los apuntes de los archivos de Mauthausen en Viena dan
cuenta de que Gil Ruiz Domínguez, tras no ser admitida su documentación
francesa, fue registrado como “rotspanier”, o lo que es lo mismo: “voluntario
rojo español de guerra”, siendo entregado a la Gestapo, tras la orden dada por
Heinrich Himmler, de que todos los españoles voluntarios de guerra fuesen
tomados en una supuesta “prisión preventiva”,
en la que se les desposeyó de todas sus pertenencias, se les rapó el pelo, y
comenzó el proceso de degradación personal.
MAUTHAUSEN, LA PUERTA DEL
INFIERNO
Nada indica que Gil Ruiz llegase a
Mauthausen con heridas de guerra, había pasado demasiado tiempo desde su
detención. No obstante, la primera referencia que se tiene de él, conocida años
después a través de los informes de la Cruz Roja de Berlín elaborados en 1943,
comprobados en los libros de registro a partir de 1945 y revisados por el Comité
Internacional en 1967 (informe
del International Tracing Service del Comité Internacional de
la Cruz Roja, fechado el 30 de junio de 1967),
es el de haber sido objeto de una
operación quirúrgica que se le efectuó en el pie izquierdo. Una incisión con
drenaje de un aparente flemón, o algo similar. La anestesia utilizada fue
cloruro de etileno, o de etilo (cloretano), al parecer un sucedáneo de la
gasolina capaz de paralizar el miembro a intervenir, por congelación. Si bien
lo habitual para las anestesias era la utilización de éter. La operación pudo
llevarse a cabo bajo la dirección del doctor Eduard Krebsbach. Método
anestésico después utilizado por Aribert Heim, tristemente conocido como “el doctor muerte” o “el Carnicero de Mauthausen”. Y conocido
es que en aquel campo, al igual que en el más terrible de Gusen, no se operaba
prácticamente a nadie, salvo para realizar experimentos. Heim se encontraba al
cargo de los quirófanos cuando Gil Ruiz murió. La operación se llevó a cabo el
15 de noviembre de 1940.
Los espeluznantes experimentos llevados
a cabo, entre otros por Aribert Heim, fueron recogidos en el proceso de
Núremberg, donde declaró el fotógrafo Francisco Boix, (preso 5.185) quien
igualmente coincidió con Gil Ruiz, tanto en los Vosgos como en Mauthausen.
Siendo algunos de ellos recogidos en los diversos textos que se conocen en
torno al proceso.
De ser cierto, como suponemos, que Gil
Ruiz fue sometido a algún tipo de experimentos médicos, cierto es también que
sobrevivió a ellos. Repuesto de aquella intervención, Gil Ruiz ingresó el 24 de
enero de 1941 en el todavía más siniestro campo de Gusen, donde se le registró
con el número 9.651.
Gusen, catalogado como campo de
categoría III (o campo sin retorno), a cuatro o cinco kilómetros de Mauthausen,
fue en realidad un campo de exterminio en el que los internados morían
realizando trabajos forzados, extrayendo y transportando piedras de su famosa
cantera subiéndolas a través de los no menos famosos 186 escalones de la
“escalera de la muerte”. Llegar al final era comenzar a subirla nuevamente, a
irse muriendo poco a poco mientras algunos industriales alemanes se enriquecían
a costa de aquellos desgraciados. Mientras a estos, después de diez horas de
acarrear piedras, se les lanzaba un mendrugo de pan amasado con una pequeña
porción de harina y un mucho de serrín.
El lema del campo era que se entraba
por la puerta, y se salía por la chimenea.
TIEMPO DE ESPERA
Juliana Pérez Borderas, la esposa de
Gil Ruiz, tuvo que aprender a sobrevivir en un país desconocido y con lengua
desconocida. Desde aquel mes de julio de 1940 no volvió a tener noticias de su
marido. Imaginó, como tantas personas más, que Gil Ruiz se encontraba internado
en algún campo de prisioneros, como tantos otros, del que algún día regresaría.
Durante los años siguientes se emplearía en las
granjas del lugar, realizando trabajos para la
comunidad, e incluso ganándose cierta fama como costurera. Sus hijas, Julia y
Mercedes, fueron acogidas por el maestro Francis Harby, quien las llegaría a
tratar como si fuesen miembros de su propia familia, al igual que el alcalde
Pierre Busnel.
La guerra en Champs Geraux pasó sin
demasiados sobresaltos, si bien las tres tuvieron que pasar por los diversos
controles alemanes y franceses de identidad a los que la población se vio
sometida. El propio maestro y a su vez secretario municipal, falsificó su
documentación para hacerlas pasar por ciudadanas de Champs Geraux, donde Gil
fue inscrito como preso de guerra, domiciliado en Boulaie.
El mayor incidente vivido por la
localidad sucedió en el mes de mayo de 1943, el día 29, cuando en su término
cayó un avión militar norteamericano B-17 pereciendo once de sus
tripulantes. Juliana Pérez Borderas fue una de las primeras personas en
acudir al socorro de las víctimas, y en utilizar la tela de los paracaídas para
confeccionar vestidos. Después todo fue esperar a que la guerra concluyese.
Guerra que dejó para el pequeño lugar, de apenas un millar de habitantes, ocho muertos
en combate.
La llegada del armisticio trajo también
la incertidumbre sobre lo sucedido con Gil Ruiz. Regresaron los combatientes, y
regresaron los prisioneros. Pero no Gil.
En el verano de 1945 trató de conseguir
el visado para dirigirse a Cuba con sus hijas, al cobijo de la familia de su
marido, pero el visado le fue negado, carecía de documentación oficial en
regla. Aquella había quedado en España, un lugar al que ya no podía volver.
El 10 de mayo de 1946 les fue
reconocida la residencia oficial en Francia, en aplicación de un decreto de la
república de 15 de marzo de 1945.
También, por entonces, comenzó a
conocerse lo sucedido en los campos de concentración alemanes. Algo increíble,
pero real.
EL MONUMENTO
En el mes de mayo de 1947 comenzó a
hablarse en el ayuntamiento de Champs Geraux de llevar a cabo lo que ya se
estaba acometiendo en otros lugares. Levantar un monumento en homenaje a los
muertos por Francia, naturales de la población.
La noticia que sorprendió en la
localidad, días antes de tomar el acuerdo definitivo, fue la llegada de una
carta oficial proveniente del Ministerio de ex combatientes y víctimas de la
guerra dirigida al alcalde, Pierre Busnel. Se le pedía la localización de
Juliana Pérez Borderas, la carta era la notificación, tras las diversas
comprobaciones, de la muerte de Gil Ruiz Domínguez.
Se acompañaba su partida de
defunción, que quedó inscrita en el ayuntamiento de la localidad,
en
donde puede leerse: El día 4 de noviembre de 1941, a las siete y media de la mañana,
falleció en Mauthausen (Austria), Gil Ruiz Domínguez, obrero impresor, nació el
primero de septiembre de 1901 en Atienza (Provincia de Guadalajara), España. Su
último domicilio conocido fue el de Boulaie, en Champs Geraux, Costas del Norte.
Hijo de Pío Ruiz y de Juana Domínguez. Esposo de Juliana Pérez Borderas.
El acta estaba firmada por el oficial
del Estado civil del Ministerio de Excombatientes y Víctimas de la Guerra, de
París. La causa oficial de la muerte: neumonía.
El 20 de julio de 1947, el
ayuntamiento de Champs Geraux tomó el acuerdo oficial de levantar su monumento
a los muertos por Francia, naturales del lugar. Y por unanimidad acordó incluir
el de Gil Ruiz entre los fallecidos por Francia, naturales de Champs Geraux.
Ocuparía un lugar de preferencia en la
plaza de Champs Geraux, entre el ayuntamiento y la iglesia, y en él figurarían
los nombres de los 64 chiquillos fallecidos a lo largo de los años que mediaron
entre 1914 y 1918, así como de los combatientes de ambas guerras.
Le fue encargado el diseño al
arquitecto Luis Pinard, de Dinart, y lo llevaría a cabo el escultor de granito
Eugenio Gallée, de Evran.
A efectos de oficializar la
nacionalidad, y el honor, de que el nombre de Gil Ruiz se incluyese en el monumento,
el alcalde Busnel se dirigió al Ministerio de Víctimas de la Guerra,
solicitando que Gil Ruiz, prisionero en campo francés luchando por Francia con
el ejército francés, fuese reconocido como “muerto
por Francia”. Aquello llevaría emparejado el que su viuda fuese igualmente
reconocida como víctima de la guerra y sus hijas huérfanas de guerra, pudiendo
acceder a las ayudas oficiales, y a la nacionalidad.
La respuesta le llegó el 8 de agosto,
rechazando la petición, ya que Gil Ruiz no era reconocido como militar, sino
como trabajador extranjero ilegal.
A pesar de ello, el monumento, en el
que se incluiría el nombre de Gil Ruiz, fue inaugurado oficialmente el 6 de
junio de 1948.
Algo más de un año después, el 13 de
agosto de 1949, tras varias demandas y recursos entablados por el ayuntamiento
de Champs Geraux, a Gil Ruiz Domínguez se le reconoció el honor de haber muerto
“por Francia”, y a su viuda e hijas
el de víctimas de la guerra, pudiendo acceder a la nacionalidad, y a una
pensión vitalicia, con efectos retroactivos.
Mercedes Ruiz Pérez Borderas, hija
pequeña de Gil, marchó a vivir a Rennes. Su mujer, Juliana, falleció en el mes de
mayo de 2003, siendo enterrada en Dinan. Julia se casó en 1958 y vive en Dinan,
en la calle de las Escuelas, curiosamente, sobre una antigua imprenta manual.
Los informes recogidos y elaborados por
el Comité Internacional de la Cruz Roja, a partir de los llamados “libros de la muerte”, en los que se
registraron los fallecidos en aquel campo, y casualmente rescatados por las
tropas de liberación, dan a entender que Gil Ruiz Domínguez entró en las
cámaras de gas en la madrugada del 4 de noviembre. Fue arrojado a los
crematorios en la mañana de ese mismo día.
Aquél informe del International Tracing
Service del Comité Internacional de la Cruz Roja, fechado el 30 de junio de
1967, reconoció que aquellos datos en torno a su fallecimiento, registrados por
la Cruz Roja de Berlín el 10 de febrero de 1943 podían no ser ciertos. Ese día
le acompañaron a la muerte otros 24 españoles, fallecidos también de afecciones
neumáticas.
Los libros de registro sirvieron para
condenar posteriormente a muchos de los ejecutores que intervinieron en las
masacres. Otros, como el propio Heim, lograron escapar. A él todavía se le
sigue buscando, aunque se piensa que murió en 1992 en Egipto. Los libros de la
muerte relatan la ejecución de al menos 400 españoles, más de una veintena de
Guadalajara. Estos libros sirvieron como prueba en el famoso juicio de
Núremberg. Caso curioso registrado en ellos: el 19 de marzo de 1945, en 12
horas, fallecieron 203 personas, los reclusos números 8.390 al 8.593, todos
ellos “por problemas cardiacos”.
Uno de los supervivientes de aquél
infierno, Mariano Constante, en el documental titulado “Francisco Boix, un fotógrafo en el infierno”, apunta: El mes de noviembre (de 1941), fue algo
horrible. En el mes de noviembre liquidaban a los nuestros (a los españoles)
como moscas. Y eso te prueba una cosa: nosotros éramos un poco los judíos de
aquel tiempo.
El informe sobre su estancia en Gusen y
posterior asesinato, recoge que la causa
dada de muerte no tiene correlación con los motivos reales para el
fallecimiento del preso.
Notas:
Junto a Gil Ruiz, aquel 8 de septiembre
en que llegó a Mauthausen, entraron otros 222 españoles, los números 4.263 al
4.485. Todos ellos provenían del Stalag XI-B de Fallingbostel. Tan sólo 34
sobrevivieron, siendo liberados por las tropas norteamericanas en el momento de
la ocupación del campo, el 5 de mayo de 1945.
Entre los que entraron aquel día
también se encontraban Fernando Checa Domínguez y Sebastián Mena Sanz,
naturales de Olmeda de Cobeta, que lograron sobrevivir.
Gil Ruiz Domínguez figura habitualmente
en la relación de españoles muertos en el campo de concentración de
Mauthausen, figurando como “represaliado
en la postguerra”, sin que se ofrezcan más datos. Aquí se esboza su
pequeña, o larga historia. El informe de su fallecimiento se puede consultar en
el Ayuntamiento de Champs-Geraux, (País de Dinan. Bretaña. Francia), y su
nombre y ficha pueden consultarse en el “Livre
Memorial des Deportés de France”, tomo 3, página 1.071. Igualmente sus
datos están a disposición de los investigadores en el Mauthausen Memorial
Archives de Viena (Registro 3.500/2874-IV/7/11).
El mismo día 4 de noviembre de 1941 en
que se registró la muerte de Gil en Gusen, se registraron igualmente por la
Cruz Roja de Berlín, las muertes de otros 24 españoles: Juan Abelló Mestres;
Antonio Bracero Martín; Pedro Campallo Manzareda; Antonio Castilla Muñoz;
Federico Cervera Moratín; Salvador Esvertit Forcada; Manuel Fernández
Gutiérrez; Leandro Ferrer Llausa; Ginés Izquierdo Sánchez; Ramón Llasera
Ballester; Félix López Laguna; Antonio Maldonado Calderón; Delfín Marceli
Pellicer; Miguel Marques Anguera; Ernesto Melendo Pascual; Antonio Millera
Millero; Daniel Muñoz Burgos; Pedro Nin Nin; Segundo Pacheco Torres; Vicente
Pérez Ruiz; Román Rodríguez López; Ramiro Sánchez Molina, Baudilio Tajuelo
Córdoba; Amadeo Torrent Corominas y Francisco Tocas Giner.
Fallecidos todos a causa del
agravamiento de afecciones leves, en su inmensa mayoría debidas a “neumonías”.
De la poca credibilidad en torno a las
causas del fallecimiento de Gil Ruiz Domínguez, a causa de una neumonía,
conforme al informe de la Cruz Roja de Berlín de 1943 y revisado en 1967, nos
da cuenta el número de fallecidos españoles por la misma o semejante causa, a
lo largo del mes de noviembre: El día 1 se registraron 25 fallecidos españoles.
El día 2, 35; El día 3, 34. El día 5, 33…. y así a lo largo del mes, con días
de hasta 50 y más…
En ese mismo mes, y en Gusen, también
encontraron la muerte los guadalajareños Ricardo Herranz Martínez, de
Esplegares, el día 2; Francisco Moracho Martínez, de Solanillos del Extremo, el
3; Fermín Pérez Aráuz, de Checa, el 8; Quintín Villaverde Foguet, de Masegoso
de Tajuña, el 9; Julián Alonso Herranz, de Tartanedo, Estanislao Ruiz López, de
Trijueque, Andrés Villanueva Ballesteros, de Albalate de Zorita y Antonio
García Hombrados, de Torremocha de Jadraque, el 12; Guillermo Vindel Cucharero,
de Viana de Mondéjar, el 14; Nicolás Alabreu Merino, de Medranda, Santos Gálvez
Aguirre, de Valdegrudas, Felipe Mellado Mellado, de Milmarcos y Luis Jabonero
Arroyo, de Fuentelencina, el 17; Claudio Peñuelas Escarpa, de Gascueña, el 19;
Eugenio Martín Sanz, de Albendiego, el 25; Román Alda Bolaños, de Anguita y
Antonio Hernández García, de Torremocha, el 28 y Robustiano Diez Aguilar, de
Anguita, el 29.
Algo más de medio centenar de naturales
de la provincia encontraron la muerte en los campos de Mauthausen y Gusen entre
1940 y 1945.
El alcalde de Champs-Geraux, Pierre
Busnel, declaró en la inauguración del monumento, refiriéndose a Gil Ruiz: “Francia no ha tratado bien a los
republicanos españoles, pero no todos los franceses somos iguales. Gil Ruiz
murió por Francia, por su libertad, nosotros así lo proclamamos”.
Este artículo, que recoge con apreturas
una parte de la trayectoria del atencino Gil Ruiz Domínguez, forma parte de un
trabajo de mayor extensión.
Está tomado de los recuerdos que Julia
Ruiz Pérez-Borderas esbozó a M. P. Guillard, en Dinan; de la colaboración del
municipio de Champs Geraux y su alcalde, George Lucas; de la intermediación de
Sabrina Gerekens; de las aportaciones del Dr. C. Vallant y de Anita Kopr, del
Memorial Mauthausen Archives de Viena, y de la investigación del
autor.