Maestra. Periodista. Ensayista. Pionera
de los derechos de la mujer.
Madrid, 3 de agosto de 1848 –
Guadalajara, 28 de marzo de 1915
ISABEL
MUÑOZ CARAVACA
Por Tomás Gismera Velasco
Doña Isabel Muñoz Caravaca (Isabel María Magdalena Josefa Muñoz-Caravaca
y López de Acebedo), no nació en Atienza, sino en Madrid, el 3 de agosto de
1848; hija de un acaudalado matrimonio originario de Ciudad Real y Madrid. De
Ciudad Real (Alcázar de San Juan), era el padre, Francisco; y de Madrid su madre,
Alejandra.
En Madrid estudió sus primera letras, y lo que era algo más extraño en
una mujer de aquella época, estudio el Bachillerato, música, francés.., e
incluso obtuvo el título de maestra.
Probablemente sin intención de ejercer ninguno de aquellas asignaturas
estudiadas ya que por aquel tiempo el futuro de la mujer se centraba en el
matrimonio. Ella se casó el 7 de diciembre de 1874, en Madrid, con Ambrosio
Moya de la Torre, hombre mayor que ella, catedrático de profesión, con varias
especialidades, matemáticas, física y química, e incluso delineación.
Doña Isabel, a la muerte de su esposo veinte años después de contraer
matrimonio, solicitó una plaza de maestra, obteniendo la que en Atienza había
dejado libre la maestra de niñas doña Escolástica Téllez.
Llegó a Atienza en el verano de 1895, instalándose en la misma escuela,
que entonces contaba con vivienda para la maestra (en el edificio que
posteriormente ocupase Extensión Agraria).
Pero doña Isabel Muñoz Caravaca no era una maestra como las que Atienza
había conocido hasta el momento, limitadas a enseñar a sus alumnas las nociones
básicas, sino que llegando mucho más allá trataba de que sus alumnas
entendiesen que, en una sociedad dominada por los hombres, tenían los mismos
derechos que ellos, entre otras muchas cosas. Lo que la llevó a constantes
enfrentamientos con la sociedad atencina, con la iglesia, con el Ayuntamiento,
e incluso con aquellos sectores que durante años dominaron, de manera caciquil,
la vida de la comarca.
Presionada por esa sociedad que trataba de combatir, dejó su cargo de
maestra, a sueldo del municipio o del ministerio, en el mes de septiembre de
1902; no obstante continuó dando clases particulares, al tiempo que instauró lo
que se llamó escuela de adultos, en lo que durante los años que continuaría
residiendo en Atienza sería su domicilio particular, en la calle de la
Zapatería, frente a San Roque.
A raíz de dejar de dar clases, doña Isabel comenzó una nueva labor, la
periodística, que ya había esbozado en
la revista que, en 1898, vio la luz en Atienza, pasando después a Jadraque como
“Alcarria Ilustrada”, donde escribió algunos artículos sobre lo que podríamos
llamar “costumbrismo atencino”. En aquellos primeros conocidos combatió una de
las festividades que ella entendió “bárbaras”, en Atienza, el descabezamiento
de gallos el día de Jueves Lardero, y ya venía combatiendo otra de las fiestas
nacionales que, con tanto arraigo en Atienza, entendía fuera de lugar, las
corridas de toros.
Pero aunque doña Isabel había dejado el magisterio oficial, continuaba
siendo y sintiéndose maestra, tratando, por todos los medios, que los derechos
de los maestros fuesen reconocidos, lo mismo que abogaba por los derechos
igualitarios de la mujer, el derecho de la mujer al voto, su independencia
frente al marido y, tantas cosas más, que sería largo de describir en breves
líneas. Lucha social que compaginó con otra de sus dedicaciones, la astronomía,
siendo reconocida a posterioridad como una de las más personas mejor instruidas
en el estudio del universo en aquella época.
Luchadora social que la llevó a combatir la pena de muerte, o abogar por
la igualdad social en lucha contra ese “caciquismo local” que tanto la combatió
en Atienza, hasta que, con ocasión de obtener su hijo, Jorge Moya, un trabajo como periodista en Guadalajara, se
trasladó con él a la capital de la provincia en 1910, falleciendo en Guadalajara el 28 de marzo de
1915.
De su trabajo literario quedan decenas de artículos, la mayoría de ellos
publicados en la prensa de Guadalajara, el semanario Flores y Abejas
principalmente, así como en las anteriormente señaladas revistas que
republicaron en Atienza y Jadraque, “Atienza ilustrada” y La Alcarria
ilustrada”, también publicó algún otro en “El Briocense”.
Su escritura es crítica y combativa. No hay aspecto de la sociedad que,
imaginándolo discriminatorio o injusto contra algún sector, no combata. Desde
la pena de muerte, a la riqueza, en contra de la pobreza de otros. Al tiempo que se aventura a
ofrecer soluciones para una tierra que ya, en aquella época, comenzaba a
experimentar una creciente emigración por falta de iniciativas que renovasen la
vida rural.
Isabel Muñoz Caravaca escribe sobre Atienza, sobre las tradiciones de
Atienza, con algunos interesantes artículos sobre las fiestas de San Roque o
las patronales del Cristo; artículos en torno a la astronomía con ocasión de
los eclipses de sol que tendrán lugar en la época; artículos en contra de la
pena de muerte con motivo de las que se dictan, tanto en Atienza como en la
provincia; artículos en defensa de la profesión del maestro; artículos a favor
de la igualdad femenina, del voto femenino, de la educación de los adultos…
Fue, sin lugar a dudas, una adelantada a su tiempo.
ISABEL
MUÑOZ CARAVACA, MAESTRA DE ATIENZA.
En los primeros días de septiembre de 1895 llegó a Atienza, para hacerse cargo de las escuelas
de niñas, una nueva maestra, Isabel Muñoz Caravaca y Alonso de Acevedo, viuda,
de 47 años de edad, y con un hijo, llamado Jorge.
Llegó para sustituir en el mismo puesto a doña Escolástica Téllez, que
marchaba a Extremadura, y compartiría su docencia en los primeros días con doña
Telesfora Yubero quien, cuando doña Isabel se adaptó a su puesto pasó a dirigir
la escuela de niñas de Aldeanueva de Atienza, en la sierra del Alto Rey.
Doña Isabel, desde Madrid, llegaba a una población en la que había de
dejar una profunda huella: “las personas se gastan rápidamente, yo cuando menos
pertenezco a la historia local. Pero desde la historia podré aun ver a las que
fueron mis alumnas aprovecharse de lo que fue el mas firme empeño por mi
parte”, escribió años después, y así
debió de suceder.
La escuela de niñas se encontraba entonces en un viejo edificio junto a
la muralla, justo encima del que hoy
todavía se llama “puerta de las escuelas viejas”, paralela al arco de la
Virgen. El edificio se encontraba justo a la izquierda del arco subiendo desde
el barrio de San Gil, y aquel edificio, antes de dedicarse a escuela de niñas
fue un antiguo telar al que se denominó la “fábrica”, edificio ya prácticamente
ruinoso: “Era una construcción tan rara que no tenía edad; había en ella
tornapuntas y entarimados de hace cincuenta años, y sillarejos sentados hace
siete siglos; era un caserón de varias épocas, apoyado en un lienzo de murallas
que tuvo un metro y setenta y cinco centímetros largos de espesor. Se alzaba en
el lienzo superior del lienzo de murallas, porque la inferior sirve para
contener el terreno, y debió ser construido hace trescientos años. El interior
era casi todo un salón destartalado”.
En el edificio había vivienda para la maestra, aunque no tardaría,
debido al estado del edificio, en pasar a residir a una nueva vivienda de
alquiler, en la calle de la Zapatería, casi frente a la capilla de San Roque,
(en la primera imagen, los balcones que siguen a la farola), en ella residiría
hasta que dejó Atienza en 1910, y desde aquella casa enviaría sus escritos
principalmente al semanario “Flores y Abejas” de Guadalajara. Casa cómodo, desde
la que pudo ser testigo de primera mano de la vida social atencina, puesto que
la calle era, sino la principal, una de las más transitadas de la población.
Llegaba para dirigir una escuela a la que acudían poco más de treinta
niñas, puesto que en aquellos años la mujer todavía está siendo educada para
ser ama de casa. Isabel luchará con todas sus fuerzas, incluso acudiendo de
puerta en puerta para hablar personalmente con los padres, para que las niñas
asistan con regularidad a la escuela, algo que hasta antes de su llegada, no
sucedía:
Llama la atención en Atienza por sus extraña costumbres, a doña Isabel
le gusta acudir al atrio de la Trinidad para ver la salida de la luna, o la
puesta de sol. Desde el atrio de la Trinidad puede observarse una gran parte
del anchuroso valle que se tiende hasta el cerro de Atienza, y allí, cuando sus
obligaciones se lo permiten, se la puede encontrar. Obligaciones que suman doce
o catorce horas de trabajo diario. Puesto que no se limita a dar sus clases
diarias, sino que también ha de corregir los ejercicios, llevar su propia casa,
integrarse en las tertulias atencinas que tratan de cambiar el paisaje social
del pueblo y, por supuesto, dedicarse a ampliar sus conocimientos sobre
astronomía, música, aritmética… o dar rienda suelta a una de sus pasiones
ocultas que a través de la prensa, en sus artículos, en ocasiones semanales,
dan cuenta de sus ideas innovadoras; de pensamientos muy alejados entonces para
una sociedad habituada a cumplir órdenes y amoldada a su suerte.
No tarda en incorporarse a uno de los grupos atencinos que tratan de
cambiar la población, para bien, el capitaneado por el entonces político,
abogado y notario, Bruno Pascual Ruilópez, con quien comparten ideas uno de los
médicos del pueblo, el doctor Solís y Greppi, el farmacéutico, algún que otro
funcionario y poco más.
No obstante ser una señora de ciudad, su llegada a Atienza, creará una
gran expectación, por aquellas ideas que no tarda en dar a conocer, y aquella
misma sociedad que la recibe con los brazos abiertos no tardará en oponerse a
sus ideas, tan solo defendidas por su grupo de íntimas amistades, puesto que no
tardará en comenzar a combatir las rancias creencias religiosas, y eso, en una
población en la que la religiosidad está firmemente asentada desde siglos
atrás, y que en esa época cuenta con no menos de seis sacerdotes, influirá para
que de alguna manera incluso los padres de sus propias alumnas se vuelvan
contra ella, aunque nada de eso le parezca importar.
Desde su llegada luchará para que se edifique un nuevo colegio para las
niñas, e incluso, asomada, como ella cuenta, al balcón que se cuelga sobre la
muralla, ideará el edificio, con un amplio jardín y mucha luminosidad: “Desde
el único balcón de mi labor, en lugar elevado y dominante yo me dedicaba por
las tardes, concluida la sesión, a investigar los alrededores, buscando un
local nuevo para escuela o un solar para construirla”. Claro que sus peticiones
primeras serán desoídas por la primera autoridad municipal que no tardará en
recriminarla con aquello que ella misma apunta de “está usted llena de
caprichitos señá Isabel”.
Aquel primer edificio en el que da clases no tardará en verse desocupado
por su ruina, pasando entonces la escuela de niñas, durante un breve periodo de
tiempo al antiguo hospital de San Julián, bajo la muralla, mientras se habilita
otro edificio. El Ayuntamiento, a instancias suyas, adquirirá la que
posteriormente sería escuela de niñas, en la actual calle de Sánchez Dalp,
entonces continuación de la Zapatería, adquiriendo igualmente los terrenos de
corrales que lo circundaban, que posteriormente fueron la vieja plaza de toros:
“Fue mi sueño, fue mi idea fija, un edificio aislado, macizos de flores, rayos
de sol a torrentes, aire sin medida. Decoración elegante lujo relativo; un
salón de clase convertido en museo, adornado con plantas y con los objetos más
bellos que fuera posible reunir. No pongo en duda que se reunirán y una
inteligente dirección hará lo que yo no puedo hacer ya. Hará más aún. Lejos de
mi idea de que sin mi va a quedar la obra incompleta”.
No queda claro si doña Isabel llegó a dar clases en aquel nuevo
edificio, puesto que las obras, que debieron dar comienzo en torno a 1902, y
concluyeron al año siguiente dirigidas por el arquitecto provincial Ramón
Benito Cura, parece que fueron interrumpidas por el derrumbe parcial de lo que
hasta entonces se llevaba edificado, y el nuevo edificio se entregó en 1920. De
la misma manera que Doña Isabel, ante las presiones que recibió, dejó la escuela,
sin abandonar su profesión de maestra ni su residencia habitual, en aquel año
de 1902, aunque continuó perteneciendo a la Junta de Obras de las nueva
escuela, y continuó dando clases de manera particular en su propio domicilio
unas veces, y en casa de sus alumnas las demás.
A lo largo del tiempo se la acusará de muchas cosas. De pertenencia a
algunos partidos políticos o cofradías o hermandades prohibidas, ella, conforme
contó, tan solo pertenecerá, a lo largo de su vida, a una hermandad, la Sociedad
Astronómica.
A lo largo de su vida se mostrará como una persona escéptica, con unas
creencias propias. Isabel cree en la realidad, en lo que puede verse o
palparse, en lo que tiene una explicación razonada y razonable, lejos de
interpretaciones más o menos místicas o supersticiosas.
Luchará por lo que cree justo, desde la igualdad de la mujer, el respeto
a los animales, la abolición de la pena de muerte, la enseñanza y vida de los
maestros digno, e incluso abogará porque se prohíba el uso de armas de fuego,
pues como ella misma escribirá en alguna ocasión “parece que todo hombre que se
precie necesita llevar una pistola”.
Y, por supuesto, aunque acepte críticas a su labor u opiniones, no
guardará silencio fácilmente. Hará contrarréplica a quienes la critican,
argumentando sus razones, en ocasiones, con un deje de sarcasmo:
“Verán ustedes, a mi, que me han llamado tonta, por traslación, quiero
decir, calificando mis actos de tonterías, no me enfado. Si eso de que soy
tonta ya me lo sabía yo. Yo interpreto la palabra tontería como si me dijeran:
¡que mona , qué graciosa, qué bonita! Yo no tiro chinitas, suelo hacer
observaciones diciendo con franqueza lo que pienso o lo que siento”.
Una mujer ejemplar, sin duda, con sus pros y sus contras, que continuamente,
a través de sus escritos, tratará de enseñar algo, continuando con su labor de
maestra hasta el fin de sus días, desde el primer artículo que se conoce
firmado por ella: “La campana del Salvador”, publicado en Atienza Ilustrada del
12 de marzo de 1898, al último, “Hablemos de otra cosa”, publicado por Flores y
Abejas el 18 de diciembre de 1914. Entre ambos, decenas de artículos y
crónicas, cada uno con su sentido propio.
Muchos de ellos centrados en Atienza, población que se convierte en algo
más que un simple destino de maestra.
En Atienza desgrana toda su sensibilidad tras el incendio que sufren el
comercio de la familia Aparicio, en la plaza del Trigo, en el mes de marzo de
1903, y en el que resultan heridas varias personas y afectadas numerosas casas.
En Atienza muestra todo su sentimiento tras la muerte de Valentín
Cabellos, el Nino, víctima número 31 de las deficientes obras del tercer
depósito del Canal de Isabel II, en Madrid, el 22 de abril de 1905, tras el
hundimiento de la cubierta.
En Atienza habla de su feria, costumbres y tradiciones. Acompaña a
Menéndez Pidal en el mes de mayo de 1903 tras las huellas del Cid Campeador, o
rectificará a Benito Pérez Galdós, dando cuenta de que, la imagen que muestra
de Atienza en sus Episodios Nacionales, está algo alejada de la realidad.
Isabel Muñoz Caravaca, madrileña de nacimiento, se sentirá, en la
segunda parte de su vida, atencina de corazón.
ISABEL
MUÑOZ CARAVACA Y LAS TRADICIONES ATENCINAS
Isabel Muñoz Caravaca,
prácticamente desde el primer momento de su llegada a Atienza, se integra en la
población como una vecina más, si bien, y como es habitual se encuentra con una
sociedad entonces con una apreciable diferencia de clases, a imagen y semejanza
de lo que se vive en el resto de España.
Sus ideas son muy avanzadas para la sociedad atencina, y a pesar de que
encuentra cierto grado de resistencia a sus ideas, que irán creciendo con el
paso del tiempo, por parte del que podríamos llamar “caciquismo” local, no duda
en darlas a conocer, aunque le cuesten los sucesivos enfrentamientos con
Ayuntamiento o sacerdotes del pueblo.
Uno de sus primeros trabajos, en cuanto a las tradiciones atencinas se
refiere, es el que lleva a cabo para la histórica cofradía que celebra
anualmente La Caballada. Nos referimos al encargo que se le hace de bordar para
la Hermandad una nueva bandera, ya que la anterior se encontraba en bastante
mal estado.
Isabel, aceptando el encargo, se atreve a desmenuzar pieza a pieza la
vieja bandera para dar cuenta de algo importante, tenido en Atienza como
verdadero; que la bandera que se le entrega no es la original, y que la famosa
flor de lis de los Borbones no es sino el refuerzo a una rasgadura (omitimos
los detalles, puesto que dicho artículo se publicó en el Extra Caballada del
pasado mes de mayo, la imagen representa la bandera que ella bordó, en el
extremo inferior, en la línea verde que divide la rastela y el castillo se
encuentran sus iniciales tal y como ella señaló: I.M.C. 1898,en hilo azul).
Pero si algo llamó poderosamente la atención a Isabel Muñoz Caravaca al
llegar a Atienza, fueron aquellas viejas tradiciones relacionadas con las
festividades que entonces se celebraban: Carnaval, toros y Semana Santa.
Desde el primer momento en el que tiene conocimiento de la tradicional
tarde de Jueves Lardero, en la que era costumbre que los chicos y chicas de
Atienza se reuniesen en la era a merendar y acogotar a un gallo, luchó porque
esa costumbre fuese erradicada, negándose a cerrar su clase en aquél que era
tenido para los niños como día de fiesta:
Gracias a su labor periodística conocemos no solo esa, de la que no hay
mayores descripciones de su celebración que las que nos lega doña Isabel,
también otras hoy desaparecidas, entre las que se encuentran las hogueras de
San Roque, entonces celebrado con toros en la plaza de San Juan del Mercado, y
otra más de la que apenas se tienen otros datos que los ofrecidos por esta
maestra, puesto que la tradición se perdió en los remotos años veinte, los
ejercicios de Semana Santa, en los que los hombres del pueblo, en la iglesia de
San Juan, representaban una especie de auto sacramental, y sobre todo nos dará
noticias de la antigua feria de San José, que se venía celebrando desde la Edad
Media.
Descriptiva, aunque no exenta de juicio crítico, es la tradicional festividad de San Roque:
“El día 15 de agosto por la noche todo el pueblo se congrega en esta calle, (la
de Cervantes, donde se encuentra la capilla de San Roque), hombres y muchachos
provistos de palos, mejor cuanto mas largos y gruesos, en un extremo de los
cuales ponen un boto, esto es, un cuero viejo de vino, los prenden fuego y los
pasean a todo lo largo de la calle llena de gente, ardiendo, chorreando pez
hirviente en gruesas gotas que caen donde caen, yo no se como no se abrasan
diez o doce personas todos los años. Un humo irrespirable de pellejos y pez
quemados llena la calle y el lugar. Al empezar la fiesta los chicos van
cantando los estribillos corrientes y vulgares, incongruentes o licenciosos
después el tufo y la conciencia de “a lo que estamos”, enardecen los ánimos;
cesan las canciones y sobre la algarabía de la concurrencia solo se escuchan
voces formidables, ¡viva San Roque!, y al fin, ¡viva Roque!, que el entusiasmo
acaba por apear el tratamiento. Esto dura mientras duran los cueros de desecho.
Tal es el homenaje al santo para que libre a las personas y a los ganados,
antes a los ganados, de la peste. Llega el día 16 y el culto especial consiste
en pasear los bueyes de labranza por delante de la capillita, después en la
plaza capea por la mañana y por la tarde, es indispensable; si los bueyes no
pasaran y los mozos no los torearan el santo se enfadaría y vendría la zootia…
Esto es rigurosamente exacto, yo lo oí contar un año en que estos bichos
padecieron no se que alife, que la culpa fue que se suspendió la capea del año
anterior.
Yo vi desfilar por delante de mi ventana a los últimos espectadores para
pasar por ante el altar, cuya contemplación en aquel momento hacia mas
retroceder y retroceder a la Edad Media, y en el último grupo un hombre con voz
potente y entonación seria y tranquila, como quien cumple un deber, con la fe,
convicción profunda que vale mas que la efervescente exaltación, exclamó ¡Viva
San Roque!, y alguien que venia detrás contestó con el mismo acento, ¡Viva!”
No menos sucede con la que realiza sobre Los Ejercicios: “Así llaman en
Atienza a un auto que se repite anualmente durante la Cuaresma, al anochecer de
los lunes y miércoles.
El templo se dispone previamente con especial decoración; la nave
central despejada, como prolongado rectángulo, cerrado en su longitud por filas
de bancos que parten desde el crucero hasta debajo del coro; aquí una mesa; en
la nave, y de trecho en trecho, contando desde la mesa, colocados los objetos
siguientes: dos calaveras en el suelo; una cruz, un banco y en él una caña, una
corona de espinas y un cordel; ; una columna, y por fin otra calavera y dos
tibias, dispuestas en la forma con que se simboliza la muerte.
En los bancos se sientan los hombres, constituyendo una especie de coro;
presidiendo el cura con unos señores que pertenecen a cierta cofradía; las
mujeres y chicos como público se acomodan en las naves laterales; El cura
pronuncia una especie de sermón, después se reza el rosario de siete dieces, lo
dirige el cura y los asistentes contestan, al empezar cada diez el cura se
arrodilla, ora brevemente y se vuelve a sentar, y durante las setenta ave
marías, se va verificando la ceremonia siguiente:
1.-Un paseo de dos hombres por el
interior y a lo largo de la nave, cada cual con una de las calaveras del primer
término en una mano, y en la otra una vela encendida, mientras otro hombre
esfinge crucificado, otro sentado y expuesto con la caña y la corona de
espinas, y otro se muestra atado a la columna, y un monaguillo, de pie, con dos
calaveras en las manos, las levanta en alto para que el público las vea bien.
2.- Otro paseo de dos hombres distintos,
con cordeles en las manos y coronados de espinas, llevan en las manos una vela
encendida y un crucifijo que dan a besar a los fieles.
3.-Otro tercer paseo de otros dos
hombres, también con cordeles y coronas, cargados de sendas cruces, andando a
largos pasos, rítmicos y vacilantes, y así van desde la mesa al crucero y desde
el crucero a la mesa. Con esto termina el rosario.
Entonces sale del coro un hombre, se tiende en el suelo, su cabeza entre
las calaveras, como si estuviera muerto, y el cura y los demás de la mesa, de
pie y con cirios encendidos le rodean, cantando el oficio de difuntos. Así
concluyen los ejercicios.
Como se ve todo es una reminiscencia si no una repetición adulterada de
las antiguas representaciones que se hacían en la iglesia, véase Orígenes del
Teatro español, de cualquier autor, en cualquier tratado de Historia Literaria.
Con los siglos se ha modificado, ya no es un auto, son dos a la vez, con dos
escenas confundidas, una sobre la Pasión de Jesús, otro sobre la muerte vulgar
de los hombres. ¿Desde cuando se viene haciendo esta representación? ¿En qué
punto y por qué se han confundido dos detalles distintos? ¿Qué falta y qué
sobra en ellos? Las calaveras auténticas que traen y llevan los actores del
drama misterioso pertenecieron a individuos que sin duda nos sacarían de dudas.
Merece atención y estudio la doble
representación semanal de estos ejercicios. No hablo contra ellos, nada de eso,
por el momento ni aun les discuto el nombre, son cosa curiosísima, son un jirón
de historia y no vale menos que una ventana ojival o una columna románica. Si
hubiera que votar a favor o en contra de su conservación, no sería yo la que
votase en contra sin condiciones.
Vengo oyendo hablar de los ejercicios desde hace siete años. Hasta ahora
no he tenido tiempo de asistir a ellos, pero sospechaba lo que eran y no me
equivocaba.
Los actores no hablan; su acción es mímica pura, lo cual confirma la
antigüedad y esto deja atrás aunque es mucho más viejo, a los autos
sacramentales de los siglos XVI y XVIII que se hicieron para la plaza y no para
el templo y donde se recita y se declama. Aquí no salimos del templo y no hay
palabras, ¿por qué?
La lengua en que se pronunciaban ¿es tan vieja que ya se ha perdido para
el pueblo?
Aparte del espectáculo, la explica, es decir, el sermón, llegaba difícilmente
a los oyentes”.
Y por supuesto que no faltan sus críticas a las tradicionales corridas
de toros que, coincidiendo con las fiestas del Cristo, tienen lugar en la plaza
del Trigo: “¿Y quien es el adversario del toro, es un hombre sin sentido común
que derrocha estúpidamente su vida, inútil para todo y para todos; que se viste
de reluciente mamarracho; que acepta por apodo una majadería; ¿Qué merece este
hombre de una sociedad civilizada? allí se ve a un pobre animal que pudo,
acostumbrado al trabajo, ser útil auxiliar del hombre en el rudo trabajo de la
tierra…
Por supuesto que entenderá que aquellos hombres acudan al festejo, pero
no que acudan a él niños y mujeres. Niños que, mientras al colegio van
obligados, entiende que a aquel bárbaro espectáculo van por propia devoción,
con la bendición familiar, que no les obliga, y pone mil excusas para que
acudan a formarse en la escuela.
El rito del carnaval es, por si solo para ella, una más de las bárbaras
tradiciones locales. Se negará a cerrar su clase el día de Jueves Lardero y su
mayor logro, que las niñas de su aula, en lugar de acudir a la era, acudan a
clase en su inmensa mayoría.
Se trata de una mujer tan especial, e involucrada en su trabajo, que no
acepta siquiera algo tan tradicional en los pueblos como es la diana en días de
fiesta: “la diana despierta instintos anti humanos, da ganas de levantarse y
tirar un tiesto a la cabeza a los que tocan”.
ISABEL
MUÑOZ CARAVACA Y LOS DERECHOS DE LA MUJER
Isabel Muñoz Caravaca se declara abiertamente feminista en un tiempo en
el que el feminismo, tal y como hoy lo conocemos, tiene otro significado,
puesto que en los años en los que doña Isabel se muestra como tal, las mujeres
apenas tienen derechos en la sociedad:
“Si, soy feminista, estoy en mi derecho”.
En el artículo que titula “Mi cuarto a espadas”, da su definición sobre
su feminismo: “Las feministas aspiran a la igualdad de todos ante la ley y en
la familia, y quieren para nosotras y para vosotros todo el respeto, todas las
consideraciones que individualmente merecemos y merecéis; las no feministas se
entretienen, acertada o desacertadamente, en formar para ellas una moda, es
decir unas costumbres, unas tendencias, en fin, femeninas”.
Se opondrá a algunas ideas de Carmen de Burgos, Colombine, antes de que
esta se manifiesta abiertamente por los derechos de la mujer, y la criticará en
varios artículos cuando Carmen de Burgos, residente en Guadalajara en el primer
decenio del siglo XX, trate de aconsejar a las mujeres sobre algunos detalles
de la vida, o ciertas supersticiones heredadas a través de los tiempos.
Una de sus mayores cruzadas será a favor del voto de la mujer:
“Las mujeres son, moral e intelectualmente, iguales a los hombres;
tienen derechos, los mismos que los hombres; si estos votan, aquellas deben
votar, cuando estos sean legalmente aptos y elegibles para desempeñar cargos,
aquellas deben serlo también. La mujer debe votar y admitir votos, pero esto en
la plenitud de derechos, civiles y políticos, sin depender de nadie; es decir
es un estado de equilibrio social más lógico y más equitativo que este que
tenemos, y no se asuste nadie, esto, lo actual, es lo injusto y lo falso”.
Ella no llegará a conocer los derechos adquiridos por la mujer, pero
aquello, como tantas otras cosas, formará parte de sus sueños:
“Día llegará, pese a quien pese, en que la vida social, política,
administrativa, literaria, estén a la par, en manos de hombres y mujeres.
Entonces el ambiente, él solo, se moralizará. No quiero decir que las mujeres
aporten nuevas virtudes, pero si cualidades, hoy negativas, positivas y
creativas mañana. Las mujeres son seres morales como los hombres; intelectuales
como los hombres, y por lo más o por lo menos, valen lo mismo que los hombres”.
ISABEL
MUÑOZ CARAVACA Y LA ASTRONOMIA.
Es, igualmente, una apasionada de la astronomía. De la observación de
los astros, y del universo y, por supuesto, observadora de los eclipses que
tienen lugar en su época:
“¡Hermoso espectáculo que, por desgracias, no tiene todos los seguidores
que se merece!”
Son varios los eclipses, tanto de luna, como de sol, que tiene ocasión
de contemplar, y de los que da cuenta a través de extensos artículos que, en la
mayoría de los casos, son discutidos por quienes no la creen capaz, o piensan
que una mujer no puede ser capaz, de alcanzar a conocer una ciencia, hasta ese
momento dominada por los hombres; ciencia que, igualmente, transmite a su hijo
Jorge, quien acompaña a su madre con ocasión de la visita de Flammarion a España
a fin de seguir el eclipse total de sol que tiene lugar a finales del mes de
agosto de 1905, y para el que, por mejor observarlo, ya que se ha establecido
que aquel será el mejor punto, se desplazan hasta Almazán.
Jorge Moya será el corresponsal especial que cuente, para Flores y
Abejas, el desarrollo del acontecimiento desde el campamento que montan en las
cercanías de Almazán, lugar al que se desplazan importantes periodistas de toda
España; dando cuenta, igualmente, del recibimiento que se le hace al astrónomo
francés:
“A las diez y pico llegan Flammarion y su señora. El Ayuntamiento los
acompaña al antiguo palacio de Altamira, propiedad de los señores Martínez
Azagra, quienes galantemente ofrecen su casa al astrónomo. Las notas de la
marsellesa se encargan de demostrar los sentimientos y el entusiasmo del pueblo
de Almazán por la misión francesa… Vamos a la instalación del provisional
observatorio, y queda constituida la misión Flammarion”.
Su relato es apasionado, tanto por lo que observa, como por la calidad
de las personalidades que allí se encuentran, entre ellas su madre, doña
Isabel, pertenecientes la mayoría de ellos a la Sociedad Astronómica de
Francia.
El estudio de Isabel Muñoz Caravaca sobre el eclipse será ridiculizado
por algunos periodistas, no porque sea mejor o peor que el de otros astrónomos,
sino porque es una mujer, lo que no causará en ella la más mínima molestia,
aunque contestará firmemente a quienes la critican, ante todo al periódico
madrileño Gedeón.
De la mano de Flammarion visitará Francia en más de una ocasión. Unas
veces para conocer los estudios de este, y otras para participar en asambleas
de la Sociedad Astronómica, y continuará, desde Atienza, observando los astros,
la luna, y dando cuenta de sus descubrimientos.
Incluso en Atienza, escéptica para con ella en tantas cosas, se la
respeta por la observación de los cielos, como sucede cuando, en el mes de
agosto de 1907, se observa sobre sus cielos un extraño fenómeno que ella
describe como el “cometa Daniel”, lo que le da pie para dar toda una lección
sobre los planetas que giran alrededor de la tierra, desechando las
supersticiones que suelen acompañar estas apariciones:
“La aparición de un cometa a nuestra vista no tiene nada de anormal en
el orden del Universo. Lo vemos porque se acerca, y se acerca siguiendo su
camino. Y en cuanto a predecir o anunciar males, no se nos ha ocurrido pensar
que anuncie bienes, en cuanto a sucesos futuros, no influirá la presencia de un
cometa más que la de Venus, la estrella de la mañana o de la tarde…”
Supersticiones que volverán con ocasión del paso del Cometa Halley en
1910:
“Hemos leído horrores contra el sentido común, y lo que nos queda por
leer”.
El paso del Halley le dará pie para, a través de varios artículos que
denominará “Actualidades”, desgranar toda su ciencia planetaria, demostrando
ser algo más que una simple aficionada.
Tras su paso, el 19 de mayo, y no sin cierto sarcasmo, se dirigirá a sus
lectores:
“En fin, se acabó el miedo. Ahora quedan comentarios para unos días. Con
que adiós hermoso, que no tengas novedad; ya nos dejaste, ahora te veremos como
te alejas…”
Todavía tendrá ocasión de observar otro eclipse de sol en el verano de
1912, será el último para ella:
“Yo conocí, y recuerdo, el eclipse total del 18 de julio de 1860; tenía yo doce años aún no cumplidos;
hizo un día espléndido y vi maravillada aquella magnífica corona solar…
Después… a medias, muy a medias, me ha favorecido la suerte en los eclipses
totales.
En mayo de 1900 el eclipse total fue como el del miércoles, parcial para
esta nuestra meseta; lo vi en un cielo muy despejado; hice la observación en el
campo con mis alumnas de Atienza. En 1905, en Almazán, hice el observatorio,
pasamos tremendas ansiedades y una rabieta al fin por culpa de una nubecita…
eran cirrus… que se pusieron por delante. Con que hasta el próximo… Será para
nuestra Península allá por mil novecientos sesenta… y no se cuantos. Que lo
leamos lectores amadísimos, aunque sea con cirrus, cúmulos, o lo que quiera
venir…”
ISABEL
MUÑOZ CARAVACA Y LOS DERECHOS DE LOS MAESTROS.
Para Isabel Muñoz Caravaca, el maestro ha de ser, ante todo, amigo del
alumno, al que ha de respetar para obtener su respeto, oponiéndose por tanto al
castigo físico, tan en boga en la época: “el castigo en las clases es el mas
antipedagógico de los procedimientos, sus resultados son negativos. No hay
motivo jamás para pegar a un niño, para encerrarlo, para maltratarlo. Respetar
a los niños. Lo mismo un maestro, que uno que no lo es, puede ser, por sus
instintos inhumanos, un delincuente. Con los niños tenemos contraída la inmensa
responsabilidad de educarlos, y esto no se consigue pretendiendo vengar en
ellos nuestras humillaciones y nuestro abatimiento voluntario”.
Su queja constante, que los maestros no están bien considerados:
“Convengamos que los maestros, al menos los maestros españoles, no tenemos
suerte. Hemos sido durante largo tiempo risible modelo para los
caricaturistas”.
Esa es únicamente una de sus muchas opiniones.
“Se ha dicho, hasta abusar del concepto y de las palabras, que los
maestros tenemos la misión de formar a los pueblos. Derechas saldrán, como dos
y dos son veinte las masas de población formadas de víctimas pacientes de cosas
como estas que nos hace aparecer sin quererlo y sin pensarlo, en plena y
perpetua irregularidad”.
Del mismo modo que reclamará, permanentemente para los maestros, incluso
dirigiéndose al ministro del ramo (en esa ocasión el conde de Romanones), un
salario digno que hasta ese momento no han tenido: si los sueldos son mezquinos
que se aumenten, si son suficientes sufran sus descuentos como los demás
sueldos del Estado; si se nos quiere privilegiar sin descuentos, venga el
privilegio, pero no a consta de otro.
Su pensamiento es que los maestros de primera enseñanza forman una de
las colectividades más dignas; su misión es quizá la más honrosa de todas las
misiones, por nuestras manos pasan también los que, sin ser sabios, han de
formar la inmensa masa social sabiendo leer y escribir, capaz por su número de
hacer que se clasifique a la nación como ilustrada o como atrasada.
Su concepto de la enseñanza es igualmente innovador: “Yo no podía hacer
comprender a mis alumnos que 10 por 10 por 10 son 1000, al punto de hacerles
admitir que un decímetro cúbico contiene
mil centímetros cúbicos, hasta que hice construir mil piececitas de a
centímetro y se las di para que jugasen con ellas”.
Y luchará permanentemente, a través de Flores y Abejas, por la
dignificación de una profesión, en muchos casos mal mirada: “somos los últimos,
los desgraciados, los desheredados, casta inferior dentro de una sociedad que
no reconoce castas”.
Del mismo modo que celebrará que, por fin, en 1902, las maestras puedan
pasar a formar parte de las Juntas de Enseñanza, hasta entonces dirigidas única
y exclusivamente por los hombres, las mujeres en las juntas. “He aquí una
variante felicísima de este eterno motivo de censura de los hombres contra las
mujeres. Las que matan, las que escriben, las que cumplen su deber de mujeres y
de madres, pueden ser las vocales en las juntas campo espacioso donde pueden
ganar las más generosas batallas, los principios de cultura, de moralidad, de
igualdad, iniciados por la intervención de las madres de familia. Esto es
largo”.
ISABEL
MUÑOZ CARAVACA, LA EDUCACION, LA DOCENCIA Y LA ESCUELA DE ADULTOS
Isabel Muñoz Caravaca, nacida y educada entre la alta sociedad
madrileña, le gusta la educación, asignatura pendiente en muchos aspectos de la
sociedad, tanto de la atencina, como de la madrileña de su cuna: “los
periódicos madrileños se lamentaban, pocos días há de las descortesías de
algunos individuos vestidos de mamarrachos, en las calles y paseos de la
Corte…” En igualmente una crítica hacía el Carnaval, que el comentario va relacionado
con esos festejos.
Piensa que la educación en España está todavía por hacer, e
indudablemente, no está errada: “Nuestra educación está en fase de formación
pero ese es su estado habitual, su modo de ser. Se habla de regeneración, se
cree en ello, se proyecta de buena fe, pero quien así lo haga es que no ha
leído una sola página de nuestra historia. Siglos hace que estamos
proponiéndonos regenerarnos, y aún diciéndolo con estas mismas palabras, la
suspirada regeneración nunca llega”.
Igualmente descubrirá la escuela de adultos, lo hace en Atienza por una
mera casualidad, la de la sustitución del maestro que se encarga de ella, no
obstante, entenderá que esa es una tarea pendiente para la educación. Una tarea
que, a pesar de que al comienzo de su labor docente en Atienza le dedicará
escasos meses, con el tiempo será una más de sus dedicaciones: “Las escuelas de
adultos pueden hacer un gran beneficio; son una de las mejores ideas sobre la
enseñanza que pueden ponerse en práctica. Vienen a ellas hombres por su propia
voluntad, mientras a las otras escuelas van niños a veces a la fuerza. Estos
alumnos vienen a recoger lo que desdeñaron o extraviaron cuando concurrían a la
escuela de niños, y aquí pueden adquirir si quieren, si queremos y sabemos todos,
los conocimientos primarios, los indispensables, prácticos y no teóricos, base
de la instrucción que hace a las naciones ilustradas.
ISABEL
MUÑOZ CARAVACA Y LA IGLESIA.
“No yo no soy impía. Los impíos son los que se espantan de que el Ser
Supremo es un ente caprichoso que concede favores interesados a cambio de unas
gotas de agua turbia y unas cuantas palabras de latín bárbaro”.
La falta de religiosidad, o de cultura religiosa, es una de las
acusaciones que la perseguirán a lo largo de su estancia en Atienza y que la
acompañarán durante el tiempo que viva en Guadalajara, hasta pocos días antes
de su fallecimiento.
Ella nunca se declarará como ferviente católica, más bien es una persona
escéptica que analiza el por qué de las cosas, y que, tratando de predicar con
el ejemplo, más una vez se hará la misma pregunta: “Han pasado dos mil años,
¿cuantos pasarán hasta que seamos cristianos de veras?
Entiende que es una “devoción viciosa” las viejas costumbres arraigadas
en la iglesia, como las rogativas. Ella se siente obligada a formar a sus
alumnos: “los deberes de maestra ponen la pluma en mi mano, y apoyada en lo que
dicen los pedagogos de que la Escuela educa a los padres por medio de sus
hijos, obedezco a mi obligación, no solo de educar sino de contribuir a que se
difunda la luz y la verdad más allá de mi escuela, si es posible”.
El comentario viene a consecuencia de combatir el que sean sacadas las
imágenes de las iglesias para pedir agua, o que cese una plaga de langostas:
“”En las escuelas de niños está mandado que se estudien principios de
Agricultura: cualquier tratado elemental de esa materia enseñaría a los niños a
despreciar supersticiones, y les diría que existen medios racionales para
preservar en lo posible a las plantas de sus enemigos. Cualquier medio de
vulgarizar la ciencia mataría al fin el error y sería medio eficaz para esas
enfermedades morales. Se que mis ideas sublevarán contra mi a los eternos
conservadores de las tradicionales costumbres populares; se que me llamarán impía,
no me importa. Cumplo un deber que me exige no tener miedo, si miedo tuviera
renunciaría a mi escuela y arrojaría mi pluma, antes de ser, desde el lugar que
me dan mis funciones, cómplice pasivo de la imposición de los conjuros, de los
exorcismos, de las prácticas medioevales sobre los sanos principios de la
moderna pedagogía que tiene a educar todas las facultades del hombre”.
Estas opiniones no solo pondrán en su contra a los sacerdotes del
municipio, igualmente lo harán los de fuera de él: “¿por qué nos dice que es
una patraña el creer que el hisopo libre a los campos de los azotes ordinarios?
¿Por qué asegura que los conjuros no son medios racionales para preservar a las
plantas de sus enemigos? Por Dios
señora, ¿quiere usted decir tanto como dicen estas frases?”. Le pregunta el
cura del vecino pueblo de Hijes, Patricio Sánchez.
La respuesta de doña Isabel es larga, la reduciremos a unas líneas que
resumen todo su contenido: “Yo no voy contra las creencias religiosas de nadie;
yo no hablo una palabra de religión en todo esto; porque yo no llamaré nunca
creencias religiosas a las inconscientes credulidades del vulgo. Y ahora que me
dirijo especialmente a un señor capellán pregunto: Si hay herejía ¿dónde está? En mis afirmaciones o en lo que
llama mi contrincante prácticas del pueblo católico? No son católicas esas
prácticas. El catecismo llama culto vicioso a la superstición, y en plena
superstición nadamos”.
Isabel defiende la igualdad, una igualdad que no se ejerce y va contra
el cristianismo que predica la iglesia católica: “El Cristianismo se predicó y
se extendió por el mundo. Hoy, prescindiendo de matices y detalles, es la
religión de todos los pueblos cultos; la única creencia religiosa que cabe
dentro de la moderna civilización. ¿Podemos decir que hemos cumplido
exactamente el mandamiento que se nos dio? Nada más bello que la misión que se
impuso el Cristianismo, pero la misión completa, aquella en que cabe lo mismo
el soñador idealismo de su origen oriental que la lógica positiva de nuestros
días; reunir a los humanos sin distinción, a todos, altos y bajos, grandes y
chicos, sabios e ignorantes, hombres y mujeres… Nuestro Padre está en el Cielo,
nuestra morada es la tierra. Dios no ha creado castas, ni clases, ni especies,
esas son obras nuestras”.
Su enfrentamiento con el padre Cadenas, predicador en Atienza que
exacerbó a los vecinos contra ella, llamándola impía, continuó en
Hiendelaencina, donde Cadenas hubo de ser rescatado por la guardia civil.
Parece que se atrevió a insultar a los mineros por no acudir a la iglesia. En
cambio Isabel, al conocer la noticia, no carga contra él, sino que lo
compadece: “El buen sentido de todos debe remediar y mejor, evitar estos
sucesos lamentables, el de los oyentes haciendo caso omiso de las exageraciones
de la misión, el del misionero recordándole que las imposiciones ya no son
posibles para nadie, ni viniendo de nadie; que deje en paz la conciencia de
todos, que la independencia y la libertad de esa conciencia es la más grande,
la más bella de las conquistas de nuestro tiempo”.
En uno de sus artículos, 28 de abril de 1908, que titula “Ayuno con
Abstinencia”, Isabel crítica esta práctica sin que le falten argumentos para
hacerlo: “En Atienza el jueves y el viernes santo no se comen manjares vedados,
pero como no se veda beber en día de ayuno, aquí se bebe, es la costumbre. Se
bebe limonada, en exceso, y los excesos conducen a lo todo lo malo”.
Aunque sin duda lo que más le duele es que, residiendo ya en
Guadalajara, las mujeres preguntan a su servidumbre cuales son sus opiniones
religiosas, que el 10 de noviembre de 1912, explica en un largo artículo que
titula: Explicaciones.
“Respeto las ideas religiosas de todo el mundo; todas las opiniones
religiosas civilizadas las respeto; que cada cual crea lo que mejor le parezca
o lo que le hayan enseñado ¡discutir creencias! No me aventuro yo en tan
resbaladizo terreno. Por esto no aconsejo a los que me sirven que vayan a misa
o al sermón. Tampoco que no vayan, ellos sabrán lo que han de hacer. Y no les
aconsejo, sobre todo, porque aún antes que sus ideas religiosas, respeto su
condición independiente y libre, primero de las cualidades humanas, anterior a
todo. Si son católicos sinceros, ellos cumplirán sus deberes religiosos sin mi
intervención; irán a misa, a confesar, a donde crean que deben ir, y la única
obligación que mi modo de pensar me impone, es no limitarles la libertad ni el
tiempo, ni pedir cuentas ni sacar consecuencias: no ya como obligación de quien
respeta las creencias ajenas, sino como de quien considera la personalidad
ajena como la personalidad propia dueña de su conciencia y de su albedrío. Como
de quien ni sabe ni debe hacer diferencias entre amos y criados que solo se
distinguen en que unos realizan un trabajo material y los otros lo pagan, sin
me medien mermas ni rebajas de dignidad”.
ISABEL
MUÑOZ CARAVACA Y LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
“Sin salir de casa tenemos en la provincia parajes amenos, lugares que
nadie celebra porque apenas se conocen”.
Lo escribe doña Isabel con motivo de uno de sus muchos viajes por la
comarca de Atienza, el que la lleva, en el verano de 1901, hasta Bustares.
El viaje, como no puede ser de otra manera puesto que no existen las
carreteras, lo realizarán, en compañía de su hijo Jorge, del hijo del médico de
Bustares y de uno de los conocedores del terreno, Perico Rodríguez,
perteneciente a su círculo de amistades atencinas, más andando o a lomos de los
humildes pollinos del país, hechos a llevar cargas de todo género. En Bustares
se alojará en la casa del médico, don Claudio Casado.
En el artículo, que titula “Al través de la provincia”, desgrana todas
sus dotes de auténtica narradora: “Hemos dormido dos noches en Bustares, al pie
del Alto Rey, en medio de una hermosa campiña. Es un pueblo formado por
viviendas de un aspecto especial, muy antiguo, como el de todos estos lugares;
aquél más que ninguno: la portada románica de su pequeña iglesia, parece que no
cuenta más edad que diez o doce crudos inviernos de la sierra, indispensables para
haber borrado las huellas de los instrumentos del cantero. En Bustares
encuentro yo una cosa característica de aquél pueblo: la pureza excepcional del
aire que se respira”.
No faltan las acotaciones a su pasión astronómica: “no he de olvidarme
las noches espléndidas que seguían a los días de nuestro viaje. Júpiter,
Saturno, la Luna en creciente, estrellas a millones de todas magnitudes,
contempladas sin aparatos, es verdad, pero también sin obstáculos, sin límites,
sin brumas, y en la disposición de ánimo necesaria para comprender y admirar”.
Las descripciones de los lugares, tanto de los que pasa, como de las
poblaciones adyacentes, constituyen una evocadora remembranza de la vida rural
de aquellos entonces apartados lugares: “Dejamos atrás a Zarzuelilla, un
pueblecito encajado en bouquet de verdura semejante a un lindo juguete, y
llegamos a Valverde, el pueblo de las cerezas, a que debe su celebridad por
estos contornos. Es precioso, sus casas, completamente rústicas, hechas de una
mampostería primitiva que se reduce a la superposición de láminas de pizarra, y
piedras rojas de óxidos de hierro; de poca elevación y amplias cubiertas, de
corte elegante, a pesar del total desconocimiento artístico que a presidido a
su construcción. Todas ostentan una parra, cuyos tallos verdes se enroscan
caprichosamente por las desigualdades de la fábrica. En la plaza un árbol
enorme, muchas veces centenario, sosteniéndose en un desamparado lienzo de
corteza, da al viento, a gran elevación, hermosas y robustas ramas”.
Si algo le duele, profundamente, es que sus obligaciones en Atienza no
le permitan realizar cuantos viajes desea para conocer aquellos poblaciones de
ensueño, si bien se contenta con hacer uno de estos viajes con cada mes de
agosto: “Ahora heme aquí de nuevo en mis tareas ordinarias, pero conservando de
la expedición pasada un recuerdo imborrable, y soñando en el proyecto de otra
para el año que viene”.
ISABEL
MUÑOZ CARAVACA, Y LA FIESTA DE LOS TOROS
Son muchas las cosas que a lo largo de su vida combatió Isabel Muñoz
Caravaca, una de ellas, las corridas de toros: “he estado tres veces en los
toros, una porque me llevaron, las otras dos he ido yo con deseo de estudiar a
las multitudes en un estado psíquico que me parece curioso. A las corridas de pueblo
no he ido nunca”.
Ante sus airados escritos se ve en la obligación de dejar señalado que
no pertenezco a ninguna sociedad protectora de animales y que hay distancia
enorme entre servirnos de los animales para sustentar nuestra vida y
sacrificarlos despiadadamente para nuestra diversión.
Puede entender, de alguna manera, las corridas de toros que se celebran
en las capitales, donde se reglan, pero lo que no entenderá son las corridas de
toros en las plazas de pueblo, en las que no existe, aparentemente, ley ni
orden: “En los pueblos no hay auxilios, no hay lujo, no hay arte; no hay sino
un recinto mal cerrado; una gradería mal segura; dos o tres malos toreros o
media docena de hombres que no saben torear, encerrados con una fiera, frente a
la muerte horrible, al ensañamiento brutal del toro, y sirviendo de innoble
espectáculo a una multitud que ha depuesto sus sentimientos humanos; esa
multitud es el pueblo entero cuyas casas se cierran. Las corridas de toros, las
de pueblos especialmente, manchan nuestras costumbres”.
Del mismo modo que no puede entender que, mientras los estudiantes en
Madrid no acuden con regularidad a las corridas de toros, si que lo hacen en
los pueblos, dejando de lado otras obligaciones: “habrá alumnos que cursen en
las universidades de Madrid, de Barcelona o de Sevilla, sin haber pisado las
plazas de toros; en cambio a la lidia o capea anual de cada pueblo no falta ni
el más insignificante arrapiezo: Va el que no anda, el que no habla, el que no
comprende: no importa que no pueda marchar solo, para eso están los brazos de
su madre. Para llevarle a los toros y así contribuir inconscientemente a la
educación en sentido contrario de las facultades morales del niño”.
Tampoco las mujeres escapan a su crítica, cuando estas acuden a los
festejos: “Las señoritas de las pequeñas localidades se adornan para la corrida
anual con sus trajes vaporosos recién hechos; esos que llaman modistas y
revisteros de modas confecciones ideales; las señoras, las madres con los
trapitos de cristianar guardados cuidadosamente durante todo el año, ¿qué
espectáculo es el que merece tanto? ¿A qué tanta exaltación de lujo? ¿Se
enojarán conmigo mis lectoras porque les hablo así? Digo la verdad, desnuda,
cruda, tan realista como el motivo que la provoca. Que no me lo tomen a mal.
Yo, aunque discutida, soy por encima de todo educadora”.
Más tarde aclara: “Yo no gusto de hacer ni de que se haga daño a ningún
animalito: por ahí andan artículos míos contra las corridas de toros, y otros
muy repetidos contra la costumbre local, que sinceramente juzgo inhumana, de
algunos pueblos en que se acostumbra que los niños vayan a correr gallos, esto
es a matarlos a palos… Y añadirá y repetirá en otros artículos: “… y esto
tiene, además, de malo, que los de fuera nos toman a los españoles por
toreadores, nos hacen a todos responsables del defecto de algunos, y sin
reflexionar, de verde y oro nos ponen; ese público que tanto alborota no somos
todos, en Madrid apenas la décima parte de sus habitantes acude con regularidad
a los festejos, en el resto de España puede ser el 8, el 9 por ciento de la
población…”
ISABEL
MUÑOZ CARAVACA Y LA PENA DE MUERTE.
Qué Isabel Muñoz Caravaca es contraria a la pena de muerte lo deja
señalado en multitud de ocasiones.
Tal vez la primera en la que abiertamente se muestra en contra, sea con
ocasión de la condena a la que son sentenciados dos vecinos de Albendiego, y
que han de ser ajusticiados en la villa de Atienza, en cuya cárcel se
encuentran, con anterioridad ya ha mostrado su repulsa a dichas condenas en
otras localidades, como sucediese en Brihuega, no obstante la causa de
Albendiego la toma como algo propio:
“Un día de luto amenaza al pacífico vecindario de Atienza; va a pagar
culpas de otros con un espectáculo atroz; en su recinto, dos hombres van a
morir en expiación de un tremendo delito”.
Isabel no está en contra de la condena. Si de que Atienza se manche de
sangre con el ajusticiamiento de aquellos hombres que, indudablemente, merecen
un castigo por su delito. Cualquiera menos la muerte:
“El crimen merece castigo; la sociedad ofendida una reparación; pero no
hay sanción penal; no hay reparación posible que valga como ejemplo a la
conciencia popular, lo que vale un acto de clemencia. Afortunadamente hay quien
puede ejercer ese acto; insistimos, suplicamos; no olvidemos que hemos nacido
en una sociedad civilizada y cristiana; que desde nuestra niñez aprendimos, no
a pedir venganza de nuestros ofensores, sino a exclamar invocando el nombre de
Dios: ¡Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros
deudores!
Finalmente Atienza no se verá salpicada por la ejecución. En el último
momento llegaría la clemencia.
La famosa causa de Mazarete, en la que se condenó a dos hombres
inocentes y que a punto estuvieron de ser ejecutados por un asesinato que no
habían cometido, será otro de los casos que remuevan no solo a la conciencia
provincial, también a la nacional. Isabel Muñoz Caravaca volverá a ser una de
las pioneras a la hora de plasmar su firma en contra de la sentencia, y del
caso, que finalmente será revisado y exculpados los procesados:
“Un día llegará en que se borre de todos los códigos la horrible, la
irreparable pena de muerte; si nosotros no existimos, la sociedad existirá,
¡qué dicha, aunque sea póstuma, la de los que puedan aquel día gloriarse de que
se anticiparon a abolir el ignominioso suplicio en sus conciencias. Y cuando
llegue para mi el último momento, el inevitable, el fatal instante que separa
esta existencia de las tinieblas de la tumba, si es cierto, si es posible en él
un destello de lucidez suprema, yo veré y comprenderé cuanto vale haber, aunque
muy poco, contribuido un día a librar a dos hombres del cadalso”.
No solo se ocupará de los casos que atañen a la provincia, igualmente se
posicionará con la famosa causa de Cullera de 1911; abogará por los procesados
de Maranchón, en lo que ya será una de sus últimas batallas, pues el resultado
final se conocerá a fines de 1914, cuando la enfermedad se ha hecho dueña de
ella:
“Yo estoy viviendo mis últimos días, y creo poder esperar que mi alma
saldrá casi blanca de esta miserable envoltura; me educaron ¡Dios bendiga a los
que me educaron! dándome valor y energía para afrontar las dificultades de
vivir, pero ¿y si me hubieran abandonado dejándome a la barbarie primitiva?
¿Puedo asegurar que no hubiera delinquido como esos delinquieron? ¡Una vez más,
perdón, perdón…! Imploradla, con palabras, con lágrimas, con lo que sea… son
nuestros semejantes, nuestro prójimo, nuestros hermanos; y vosotros os preciáis
de discípulos de Aquél que murió en una Cruz perdonando a sus enemigos y
legándonos su ejemplo…”
A los reos de Maranchón les será conmutada la pena de muerte en el mes
de octubre de 1914.
ISABEL
MUÑOZ CARAVACA Y EL CARNAVAL
El carnaval será su preocupación anual.
Sobre todo la “corrida de gallos” en Atienza, coincidiendo con el día de Jueves
Lardero.
Ya vimos que doña Isabel está en contra de todo el maltrato a los
animales, sea cuales sean, no obstante, la fiesta de toros y lo que ella
denominará “bárbara costumbre”, atencina, centrarán una buena parte de su lucha
en contra del maltrato:
“Lo he de decir una vez más, lo he de exponer al juicio público; sensato
y desapasionado y sea cual fuere la interpretación que se de a mis palabras;
esos jueves, esos sacrificios crueles de animalillos indefensos, son un ultraje
a nuestra educación, y a la que nuestro siglo exige de nosotros”.
En ocasiones se dirigirá a los maestros, compañeros de escuelas
atencinas. En otras a las autoridades provinciales, muchas más a los alcaldes
de Atienza.
“Usted señor Alcalde de Atienza, sabe adoptar medidas higiénicas; eso
está bien, pero no olvide usted que la higiene del alma vale más aún que la
otra higiene. Usted señor Alcalde puede hacer la vista gorda sobre el descanso
dominical, porque nada significa ni a nadie ofende el llenar un cántaro de agua
o un costal de trigo, pero usted debió salir el jueves por el pueblo, recoger
los gallos, dispersar los chicos, prohibir en absoluto el bárbaro suplicio, la
bárbara diversión que borra por un día los signos de la civilización de la faz
de un pueblo”.
Siendo su hijo, Jorge Moya, corresponsal del semanario Flores y Abejas
en Atienza, en alguna ocasión, cuando aquel sale de viaje y no se encuentra en
la villa tendrá que sustituirlo escribiendo sencillas crónicas sobre lo que
acontece en Atienza. Estas, en época de carnaval, las resume en cuatro líneas.
Algo parecido llevará a cabo con motivo de cualquier festejo que se celebre en
la población:
“Ha habido muchos mamarrachos por la calle…”.
El carnaval, desde que llega a Atienza, será su suplicio anual:
“Yo creo que no vine aquí solo para enseñar a las niñas a utilizar
estúpidamente una aguja. El carnaval del año 96 fue el primero que conocí en
Atienza, y ejerciendo mi cargo, cuando tuve noticia de la fiesta del Jueves
Lardero y de sus pormenores, me propuse acabar con ella, al menos intentarlo.
No faltó quien me llamó insensata.
Como jueves, no debe de haber clase por la tarde, pero yo empleé la
tarde y la víspera de aquel día especialmente en hablar a las niñas de lo
odioso de la fiesta, y las exhorté a que, aunque jueves, vinieran a clase por
la tarde. Se dio la clase, en efecto, y en los años siguientes se ha dado
también y aun prolongado la sesión; y he permanecido en mi puesto con las niñas
que han concurrido, como protesta de la escuela, institución moralizadora y
civilizadora, contra una costumbre bárbara.
El primer año vinieron ocho niñas, el siguiente vinieron hasta treinta y
tres, el año 98, cuarenta, el 99, cincuenta y una…
En nuestras manos está la generación futura. Ella confirmará o
derogará los usos que encuentre, según
se les eduque, según se le de capacidad para juzgarlos”.
Las corridas de gallos en Jueves Lardero, serían suprimidas de la vida
de Atienza muchos años después de la muerte de doña Isabel.
ISABEL
MUÑOZ CARAVACA, SU DESPEDIDA COMO MAESTRA
El 17 de agosto de 1902, Isabel Muñoz Caravaca da a conocer a través de
un nuevo artículo en Flores y Abejas que deja de ser maestra de la escuela de
niñas de Atienza:
“En estos momentos voy a entregar al
Municipio la Escuela de Niñas de Atienza, que he desempeñado durante siete
años. Había entrado en ella por oposición; salgo por mi voluntad; de nada me
quejo.
Yo, sin pensar en mi, me dediqué con
ardor a la educación de mis alumnos, que nunca creí reducidos a las alumnas
matriculadas; y siempre consideré prolongado moralmente hasta el límite de la
población, el radio de nuestra influencia educadora; y en cuanto he podido no
ha sido mi clase un recinto limitado donde se dogmatizase a puerta cerrada, y
donde solo iniciados pudieran penetrar. Que mi clase hubiera sido el pueblo
entero, esa era mi aspiración, ese mi sueño.
Yo tuve que empezar por acostumbrar a las niñas a respetar y a exigir
respeto. Yo tuve que acostumbrarlas a reprimir burlas osadas y sangrientas;
derrochando para conseguirlo tiempo, paciencia y ejemplo sin medida. Yo
conseguí ahuyentar el fantasma de la pena de azotes, enemigo de la educación.
Yo llegué a hacer comprender que el cariño educa y el miedo desmoraliza…
Y en cuanto a la instrucción de la clase sus deficiencias serán las de
mi propia instrucción; nadie puede prestar lo que no tiene…
Yo pretendía hacer de mi escuela una de las primeras de la provincia;
segura estoy de que mi combinación de sistemas lo hubiera logrado. Teníamos un
local malo, pero íbamos a adquirir uno bueno. Yo había indicado el sitio antes
que nadie, me aprendí de memoria el proyecto del Arquitecto provincial…
Todo ha concluido, se ha roto el lazo que nos unía a la escuela y a mi.
No culpo a nadie, yo he firmado libérrimamente mi renuncia.
He vivido muy deprisa en estos siete años; he hecho arder mi actividad
con extraordinaria viveza y todo, la vida y la combustión, se ha extinguido.
Ya vendrá quien complete mi obra; no hay nada irreemplazable.
La humana flaqueza, el egoísmo que lo quiere todo se subleva por
momentos, y por momentos enturbia la luz de la razón.
Ante una gran ilusión perdida para siempre, la cabeza más firme cae
sobre las manos, y las lágrimas ruedan entre los dedos… Pero es momentáneo, es
transitorio, dura hasta que la conciencia del deber cumplido viene a enjugar el
llanto y a compensar y a superar el dolor de la derrota.
He sembrado, el que recoja pronunciará mi nombre algunas veces”.
En contra de lo que pudiera pensarse, no deja la escuela por problemas
municipales, sino económicos. El Ministerio no concede las asignaciones
prometidas para material escolar y ella, que llegó con un pequeño capital a la
villa, ha arriesgado su comodidad económica, ya no puede hacer más.
Será sustituida por Teresa Ortego, quien volverá a tiempos anteriores.
No obstante, Isabel continuará en Atienza, dando sus clases, ahora en su propia
casa.
ISABEL
MUÑOZ CARAVACA, SU FINAL.
En 1914 la enfermedad comenzó a apoderarse de ella, aunque trató en todo
momento de sobreponerse al mal. Detestaba, por encima de todo, que la
compadeciesen, y así lo hizo saber al director de Flores y Abejas cuando el
semanario dio cuenta del mal que la aquejaba.
Falleció en la madrugada del 28 de marzo de 1915. Siguiendo sus
instrucciones, Flores y Abejas, el semanario para el que más escribió, se
limitó a publicar la esquela dando cuenta de su fallecimiento.
Otros semanarios de Guadalajara ampliaron la noticia, dando cuenta de su
personalidad, como El Liberal, La Orientación, o La Palanca.
Así lo recogió La Palanca:
“El domingo 28 entregó su alma a Dios la notable escritora y profesora
de primera enseñanza, doña Isabel Muñoz Caravaca, viuda del que fue sabio
catedrático del Instituto del Cardenal Cisneros de Madrid, don Ambrosio Moya
La cruel dolencia que venía padeciendo hace años ha dado fin a la
existencia de una mujer que demostró en vida cuan equivocados están los que
entienden que solo es patrimonio de los hombres la erudición y el estudio.
Trabajó siempre y deja muchas obras escritas y no pocos artículos
periodísticos; en unos y otros se vio siempre la gran cultura que poseía.
Para muchos, por la crudeza de su estilo y por la valentía con la que
atacaba todas las cuestiones, pasó por escéptica en materia religiosa, pero ha
demostrado en los últimos meses de su enfermedad una gran fe y con entereza
inconcebible, ha cumplido todos sus deberes para con Dios y dado ejemplo de
humildad y resignación cristiana.
Conocedores de su modestia y de lo poco que gustó siempre que se
ocuparan de su personalidad, ponemos fin a estos renglones, deseando la haya
acogido Dios en su seno y rogando a nuestros lectores la tengan presente en sus
oraciones”.
La Unión decía:
“La enfermedad que a esta bondadosa señora la tenía postrada y retirada
de la sociedad ha tenido un triste desenlace.
Ha muerto como mueren las inteligencias poderosas en nuestra católica
España, confortada por los sacramentos y cuidada por su hijo Jorge, único que
vivía con ella desde que estuvo desempeñando la escuela pública de Atienza.
Fue la finada una notable escritora, teniendo como característica cuanto
salía de su pluma la fluidez. Escribía con una sencillez encantadora.
Dios haya acogido su alma preciosa en su seno y de a sus hijos
resignación para sufrir tan duro golpe”.
El Liberal lo contaba en su portada, glosando su vida y obra:
“…del temple de su espíritu, de la fortaleza de su ánimo, nadie puede
hablar mejor que nosotros que hemos presenciado de cerca los últimos momentos
de su vida.
Tolerante mujer de su siglo, o mejor dicho, de un siglo que no ha
llegado aún, tenía para las debilidades ajenas una sensibilidad exquisita…
sabía llorar con los humildes, compartir con ellos sus sufrimientos, y socorrer
en silencio sus miserias físicas, morales e intelectuales… Representaciones de
las diversas clases sociales acudieron a rendir el último tributo a la
escritora distinguida, a la mujer buena, que de todos supo hacerse amar y
respetar”.
ATIENZA
ILUSTRADA
Isabel Muñoz Caravaca dejó muchos recuerdos en Atienza, aunque sin duda,
el mejor puede que sea aquella revista que se editó en nuestro pueblo entre
1898 y 1900. Sus orígenes son un enigma. Baldomero García Jiménez publicó en
Flores y Abejas un artículo que título “el nacimiento de Atienza Ilustrada”,
artículo que entendemos nada tiene que ver con la realidad. Por eso, y tomando
el hilo de la historia, nos remitimos a lo publicado por Juan Diges Antón en
1902, en su obra “El Periodismo en la provincia de Guadalajara, apuntes para su
historia”:
“El número 1º lleva la fecha de 14 de septiembre de 1898, y consta de 12
páginas, como los siguientes.
Los números 2, 3 y 4 están tirados en la Imprenta Provincial de
Guadalajara.
En el número 5 tomó el título de
Alcarria Ilustrada.
La Enciclopedia del Año, de Madrid, correspondiente a 1899, dijo de esta
revista, entre otras cosas, lo siguiente:
“Esta importante y curiosísima revista se publica en Atienza. La dirige
don Eduardo Contreras, Jefe de Correos y Telégrafos, notable arqueólogo,
escritor festivo y autor de un notable estudio de Viajes y descubrimientos en
el Polo Norte, y otras obras.
Componen la redacción la señora maestra de niñas, doña Isabel Muñoz
Caravaca, viuda del catedrático Moya, y los médicos señores Solís y Laguardia.
Ellos lo escriben, lo dibujan y lo reparten… gratis.
Detalle curioso: Un número de Atienza Ilustrada fue impreso en una
pequeña minerva, plana a plana, teniendo que descomponer la plana tirada para
componer la siguiente. Como el número constaba de 20 páginas con la cubierta y
se hacían 500 ejemplares, resulta que son 10.000 golpes de palanca y tres meses
de tiempo.
El número 1 costó tanto trabajo como el anterior, que se llamó
extraordinario y que se había hecho como ensayo”.
SU OBRA:
Isabel Muñoz Caravaca fue una prolífica
escritora, principalmente articulista en los medios provinciales: Flores y
Abejas, Atienza Ilustrada y El Briocense, medios en los que se encuentra la
mayor parte de su obra, aunque también colaboró en otros medios de prensa
provinciales y madrileños, si bien en menor medida.
Dio a la
imprenta dos libros de ensayo para el estudio de dos de las materias en las que
se especializó: Principios de Aritmética (Madrid, 1899), y Teoría del Solfeo.
Entre su
obra publicada en la prensa se encuentran decenas de artículos periodísticos,
entre ellos:
-La campana del Salvador (12/03/1898)
-La bandera de la Caballada (02/01/1899)
-Jueves Lardero (15/03/1899)
-A vista de pájaro (14/09/1899)
-¡Perdón! (25/11/1900)
-Adiós siglo XIX (06/01/1901)
-Tribuna libre (28/04/1901)
-Protesta (05/05/1901)
-Sobre las ruinas del Arco de Guerra
(20/05/1901)
-Al través de la provincia (11/08/1901)
-El sueño de una noche de verano
(14/09/1901)
-Está por hacer (23/02/1902)
-Rendición de cuentas (17/08/1902)
-A la luz de la luna (30/11/1902)
-Crónicas momentáneas (24/05/1903)
-Como nace una leyenda (31/05/1903)
-Sueño (28/06/1903)
-Por meterme en todo (25/10/1903)
-Motín de intelectuales (28/01/1905)
-Sucedido (05/08/1905)
-Enterada (24/09/1905)
-Preliminares de la Batalla (12/11/1905)
-El poeta y la rosa (28/01/1906)
-Notas de Atienza (11/02/1906)
-Mi cuarto de espadas (25/02/1906)
-Actividades (17/04/1906)
-Actualidades (24/04/1906)
-De Atienza y para los de Atienza
(08/07/1906)
-El Cometa Daniel (01/09/1907)
-Ayuno con abstinencia (26/04/1908)
-Gazapitos de gran circulación
(22/11/1908)
-Charla (29/05/1910)
-Arqueología modernista (19/06/1910)
-Un caso vulgar (14/06/1911)
-La tónica y la dominante (18/11/1911)
-A mis lectores (24/12/1911)
-Artes desdeñadas (07/06/1914)
Tomás Gismera Velasco
En 2006
el escritor e historiador Juan Pablo Calero Delso publicó la obra: “IsabelMuñoz Caravaca (1848-1915)."