LA
ENFERMEDAD DE AZAÑÓN, Y ELMÉDICO DE RUGUILLA
En
1872 un mal desconocido nació en Azañón, y recorrió España
Azañón es una hermosa población de la
Alcarria que, como tantas otras de nuestra hermosa provincia de Guadalajara, ha
ido perdiendo habitantes a manos llenas. En la actualidad su censo vecinal
apenas alcanza al medio centenar de personas; hace algo más de un siglo, cuando
el médico natural de Ruguilla, don Félix Serrano Sanz, recién concluida su licenciatura
llegó a la población para ocuparse de la salud de los azañoneros, estos
rondaban los cuatrocientos vecinos que vivían, como en tantos otros pueblos
comarcanos, de la agricultura y, por supuesto, de la miel.
Fue, don Félix Serrano Sanz, hombre de
recias costumbres, sano entendimiento y un carácter que se le fue agriando con
el pasar de los años. A pesar de ello, y hasta sus últimos días de vida, fue
capaz de separar la política de la medicina y trató de batallar, en la política
y en la medicina, por el bien de sus representados y de sus pacientes, al
margen del partidismo político.
En Ruguilla nació, decíamos, el año de
gracia de 1843, el 21 de febrero para más señas, en el seno de una de esas
familias que dejan huella; su hermano pequeño fue el erudito don Manuel Serrano
y Sanz, gloria de las letras e historia patria; su hermana Amalia fue la madre
de otro de los eruditos patrios y provinciales, Francisco Layna Serrano, y el
mismo don Félix fue el padre de otra de las eminencias jurídicas y
periodísticas de los inicios del siglo XX , don José Serrano Batanero.
Partió nuestro hombre hacía Madrid, capital
de los sueños provinciales, en la década de 1860, y de allá regresó después de
que el 20 de marzo de 1872 obtuviese el título de Licenciado en Medicina y
Cirugía. Un título que le sirvió para ejercer algunos días en Ruguilla, antes
de hacerse cargo de los enfermos de Azañón en unos días en los que en Azañón se
vivía algo así como una plaga bíblica. La gente enfermaba, sin motivo ni razón,
y nadie era capaz de adivinar el por qué.
Entre
Azañón y Ruguilla también se ocupó de la salud de los habitantes de Salmerón, y
más tarde lo haría de los de Sotodosos, como lo hizo de las gentes de Trillo y
de Gárgoles, antes de arribar a Cifuentes en donde, por espacio de más de
treinta años, sería uno de los pilares de la población.
Comenzó, como numerosos de los médicos del último tercio del siglo XIX
guadalajareño, a dar sus primeros pasos políticos en las elecciones que se
celebraron en 1886 para elegir diputados al Congreso. Sin obtener la
representación a que aspiraba. Años después se presentaría a la elección como
diputado por el partido de Cifuentes en la Diputación provincial, y en esta
ocasión sí que alcanzaría los votos suficientes para ocupar su escaño. Como
Diputado representó al partido judicial en la década de 1890. Una década en la
que su nombre se escuchaba ya con fuerza en el mundo de la medicina provincial.
Como
Médico forense titular, y subdelegado de Medicina del partido de Cifuentes, le
correspondió intervenir en numerosos casos que en su tiempo fueron ampliamente
seguidos por los vecinos de los municipios en los que se desarrollaron los
hechos, generalmente delictivos; entre ellos el famoso del asesinato del
llamado “Ermitaño de Cifuentes”, o el no menos señalado del “Crimen de
Armallones”, en los primeros años del siglo XX, convirtiéndose en uno de los
médicos más populares de Guadalajara al ser, igualmente, pionero en arriesgadas
operaciones quirúrgicas.
Formó parte de la Junta del Partido de Cifuentes en la Asociación de
Médicos Titulares de España y llegó a colaborar en algunos medios de prensa;
entre ellos el semanario “La Crónica de Guadalajara”, que terminaría dirigiendo
su hijo, don José Serrano Batanero. Don Félix dejó entre sus páginas artículos
de opinión médica y, por supuesto, de política.
Contrajo matrimonio con Epifania Batanero Palafox, natural de Durón, y
dejó escritos, para el mundo de la medicina diversas obras como el “Tratamiento
especial para la curación del cáncer”, “Técnica operatoria para casos de
urgencia”, “La enfermedad indefinida”, “Los sueros como antineumónicos”, “La
miseria y la enfermedad”, “La vida del médico rural”, etc.
La
enfermedad de Azañón
Fueron, los últimos decenios del siglo XIX, al igual que los primeros
del XX, años en los que la medicina comenzó a experimentar impagables avances.
En los que los médicos provinciales dejaron su nombre inscrito con letras de
molde en la investigación, así como en el estudio. Destacados paisanos son hoy
glorias de la historia de la Medicina, desde don Juan Creus y Manso, pionero en
cirugía y traumatología, a don Román Atienza Baltueña o el considerado “sabio”
de la medicina patria, don Benito Hernando Espinosa.
También don Félix Serrano Sanz dejaría su nombre inscrito en el estudio
de la ciencia médica al ser, en el año anteriormente reseñado de 1872, el
descubridor, o al menos el primer médico que describió la que más tarde sería
famosa y todavía hoy se designa como “enfermedad de Azañón”.
Una especie de epidemia que atacaba, principalmente, a la juventud;
provocando una parálisis generalizada, como entendió el Sr. Serrano Sanz y
confirmaron posteriormente en otras poblaciones: principiaban (los enfermos), a tener entorpecimiento en los pies y
piernas, a los pocos días notaban hormigueo algo doloroso en el trayecto de los
nervios que animan dichas partes, falta de fuerzas en las extremidades
inferiores, hasta que andaban arrastrando los pies, llegando gradualmente a un
estado en el que no podían tenerse de pie, ni andar sin muletas.
Casos hubo de enfermos a los que el mal
les sobrevino en el campo, y sin poder llegar al auxilio de la casa, o del
pueblo, permanecieron durante horas tendidos en los caminos hasta que la
ausencia provocó la búsqueda y el encuentro en tal estado. Teniendo que ser
trasladados a sus lugares respectivos envueltos en una total parálisis, en
angarillas. Otros enfermos, según cuentas, se acostaron llenos de salud y
amanecieron sin poder moverse.
Personas hubo que contrajeron el mal en su juventud y la parálisis los
condenó de por vida a la inutilidad. Sin conocer si aquello se debió al frío,
al calor o la humedad, como muchos de los médicos que los trataron auguraron.
Tampoco faltaron los sanadores que recetaron mil brebajes en ese intento del
humano por atajar y vencer al mal.
No pocos fueron quienes se hicieron la misma pregunta, cuya respuesta
dio don Félix Serrano Sanz: ¿Es presumible que la enfermedad de Azañón no se
haya observado ni descrito hasta el presente? ¿Será quizás una dolencia de esas
raras de nuestro país por más que se hayan visto y estudiado bien en otros que
han entrado tiempo hace en el dominio de la Medicina?
La analogía con otras de las muchas enfermedades, epidemias o males de
aquellos tiempos se comenzaría a establecer, con el fin de tratar de encontrar
el remedio, pues únicamente conociendo el mal se podía atajar.
Hasta entonces, hasta que se llegó a precisar el origen, aparte de los
brebajes que a algunos enfermos se les hizo tomar, trataron de aliviarlo en
otros mediante los baños en aguas sulfurosas. Después de que algunos enfermos
recobrasen algo de la salud perdida tras pasar por los entonces más que famosos
baños de Trillo o de La Isabela.
Tras el estudio de Serrano Sanz comenzó el ir y venir de ilustrados
médicos; las comparaciones con otros males descritos a lo largo del siglo:
triquinosis, pelagra, ergotismo, acrodinia…
Y
los casos se fueron extendiendo: por Cifuentes y Morillejo; incluso se
conocieron otros más por la provincia de Soria y más adelante por Zamora.
Cuando, al fin, se descubrió el origen, escribieron las revistas
médicas: En un lugar de la Alcarria, cuyo
nombre habremos de recordar seguramente, siempre que de enfermedades raras y
oscuras se nos hable…
Don Félix Serrano Sanz había descrito, y al describirla se halló el
remedio, una de tantas enfermedades del hambre, la que recibió el nombre de
“Latirismo”. La producía un alimento que, en aquel tiempo, resultaba de primera
necesidad: la harina de las almortas con las que se elaboraban las
tradicionales gachas. De ahí que el mal brotase en la primavera, al sembrarse
la almorta, y en el verano, con la recolección y el inicio de su consumo. Por
supuesto que la enfermedad no era nueva; lo nuevo era que alguien había
reparado en ella, encontrado su origen y puesta la solución.
Regresó, el latirismo, en los años del hambre que acompañaron las
décadas que siguieron a aquella guerra que ensangrentó España entre 1936 y
1939.
Don Félix Serrano Sanz, gloria de la medicina provincial, falleció en
Cifuentes el 24 de abril de 1923. Su nombre no lo debe olvidar, ni la
provincia, ni la ciencia.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 5 de junio de 2020
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