viernes, junio 05, 2020

FÉLIX SERRANO SANZ

LA ENFERMEDAD DE AZAÑÓN, Y ELMÉDICO DE RUGUILLA
En 1872 un mal desconocido nació en Azañón, y recorrió España


   Azañón es una hermosa población de la Alcarria que, como tantas otras de nuestra hermosa provincia de Guadalajara, ha ido perdiendo habitantes a manos llenas. En la actualidad su censo vecinal apenas alcanza al medio centenar de personas; hace algo más de un siglo, cuando el médico natural de Ruguilla, don Félix Serrano Sanz, recién concluida su licenciatura llegó a la población para ocuparse de la salud de los azañoneros, estos rondaban los cuatrocientos vecinos que vivían, como en tantos otros pueblos comarcanos, de la agricultura y, por supuesto, de la miel.

   Fue, don Félix Serrano Sanz, hombre de recias costumbres, sano entendimiento y un carácter que se le fue agriando con el pasar de los años. A pesar de ello, y hasta sus últimos días de vida, fue capaz de separar la política de la medicina y trató de batallar, en la política y en la medicina, por el bien de sus representados y de sus pacientes, al margen del partidismo político.



   En Ruguilla nació, decíamos, el año de gracia de 1843, el 21 de febrero para más señas, en el seno de una de esas familias que dejan huella; su hermano pequeño fue el erudito don Manuel Serrano y Sanz, gloria de las letras e historia patria; su hermana Amalia fue la madre de otro de los eruditos patrios y provinciales, Francisco Layna Serrano, y el mismo don Félix fue el padre de otra de las eminencias jurídicas y periodísticas de los inicios del siglo XX , don José Serrano Batanero.

   Partió nuestro hombre hacía Madrid, capital de los sueños provinciales, en la década de 1860, y de allá regresó después de que el 20 de marzo de 1872 obtuviese el título de Licenciado en Medicina y Cirugía. Un título que le sirvió para ejercer algunos días en Ruguilla, antes de hacerse cargo de los enfermos de Azañón en unos días en los que en Azañón se vivía algo así como una plaga bíblica. La gente enfermaba, sin motivo ni razón, y nadie era capaz de adivinar el por qué.

   Entre Azañón y Ruguilla también se ocupó de la salud de los habitantes de Salmerón, y más tarde lo haría de los de Sotodosos, como lo hizo de las gentes de Trillo y de Gárgoles, antes de arribar a Cifuentes en donde, por espacio de más de treinta años, sería uno de los pilares de la población.

   Comenzó, como numerosos de los médicos del último tercio del siglo XIX guadalajareño, a dar sus primeros pasos políticos en las elecciones que se celebraron en 1886 para elegir diputados al Congreso. Sin obtener la representación a que aspiraba. Años después se presentaría a la elección como diputado por el partido de Cifuentes en la Diputación provincial, y en esta ocasión sí que alcanzaría los votos suficientes para ocupar su escaño. Como Diputado representó al partido judicial en la década de 1890. Una década en la que su nombre se escuchaba ya con fuerza en el mundo de la medicina provincial.






   Como Médico forense titular, y subdelegado de Medicina del partido de Cifuentes, le correspondió intervenir en numerosos casos que en su tiempo fueron ampliamente seguidos por los vecinos de los municipios en los que se desarrollaron los hechos, generalmente delictivos; entre ellos el famoso del asesinato del llamado “Ermitaño de Cifuentes”, o el no menos señalado del “Crimen de Armallones”, en los primeros años del siglo XX, convirtiéndose en uno de los médicos más populares de Guadalajara al ser, igualmente, pionero en arriesgadas operaciones quirúrgicas.

   Formó parte de la Junta del Partido de Cifuentes en la Asociación de Médicos Titulares de España y llegó a colaborar en algunos medios de prensa; entre ellos el semanario “La Crónica de Guadalajara”, que terminaría dirigiendo su hijo, don José Serrano Batanero. Don Félix dejó entre sus páginas artículos de opinión médica y, por supuesto, de política.

   Contrajo matrimonio con Epifania Batanero Palafox, natural de Durón, y dejó escritos, para el mundo de la medicina diversas obras como el “Tratamiento especial para la curación del cáncer”, “Técnica operatoria para casos de urgencia”, “La enfermedad indefinida”, “Los sueros como antineumónicos”, “La miseria y la enfermedad”, “La vida del médico rural”, etc.


La enfermedad de Azañón
   Fueron, los últimos decenios del siglo XIX, al igual que los primeros del XX, años en los que la medicina comenzó a experimentar impagables avances. En los que los médicos provinciales dejaron su nombre inscrito con letras de molde en la investigación, así como en el estudio. Destacados paisanos son hoy glorias de la historia de la Medicina, desde don Juan Creus y Manso, pionero en cirugía y traumatología, a don Román Atienza Baltueña o el considerado “sabio” de la medicina patria, don Benito Hernando Espinosa.

   También don Félix Serrano Sanz dejaría su nombre inscrito en el estudio de la ciencia médica al ser, en el año anteriormente reseñado de 1872, el descubridor, o al menos el primer médico que describió la que más tarde sería famosa y todavía hoy se designa como “enfermedad de Azañón”.

   Una especie de epidemia que atacaba, principalmente, a la juventud; provocando una parálisis generalizada, como entendió el Sr. Serrano Sanz y confirmaron posteriormente en otras poblaciones: principiaban (los enfermos), a tener entorpecimiento en los pies y piernas, a los pocos días notaban hormigueo algo doloroso en el trayecto de los nervios que animan dichas partes, falta de fuerzas en las extremidades inferiores, hasta que andaban arrastrando los pies, llegando gradualmente a un estado en el que no podían tenerse de pie, ni andar sin muletas.

   Casos hubo de enfermos a los que el mal les sobrevino en el campo, y sin poder llegar al auxilio de la casa, o del pueblo, permanecieron durante horas tendidos en los caminos hasta que la ausencia provocó la búsqueda y el encuentro en tal estado. Teniendo que ser trasladados a sus lugares respectivos envueltos en una total parálisis, en angarillas. Otros enfermos, según cuentas, se acostaron llenos de salud y amanecieron sin poder moverse.

   Personas hubo que contrajeron el mal en su juventud y la parálisis los condenó de por vida a la inutilidad. Sin conocer si aquello se debió al frío, al calor o la humedad, como muchos de los médicos que los trataron auguraron. Tampoco faltaron los sanadores que recetaron mil brebajes en ese intento del humano por atajar y vencer al mal.

   No pocos fueron quienes se hicieron la misma pregunta, cuya respuesta dio don Félix Serrano Sanz: ¿Es presumible que la enfermedad de Azañón no se haya observado ni descrito hasta el presente? ¿Será quizás una dolencia de esas raras de nuestro país por más que se hayan visto y estudiado bien en otros que han entrado tiempo hace en el dominio de la Medicina?

   La analogía con otras de las muchas enfermedades, epidemias o males de aquellos tiempos se comenzaría a establecer, con el fin de tratar de encontrar el remedio, pues únicamente conociendo el mal se podía atajar.

   Hasta entonces, hasta que se llegó a precisar el origen, aparte de los brebajes que a algunos enfermos se les hizo tomar, trataron de aliviarlo en otros mediante los baños en aguas sulfurosas. Después de que algunos enfermos recobrasen algo de la salud perdida tras pasar por los entonces más que famosos baños de Trillo o de La Isabela.





   Tras el estudio de Serrano Sanz comenzó el ir y venir de ilustrados médicos; las comparaciones con otros males descritos a lo largo del siglo: triquinosis, pelagra, ergotismo, acrodinia…

   Y los casos se fueron extendiendo: por Cifuentes y Morillejo; incluso se conocieron otros más por la provincia de Soria y más adelante por Zamora.

   Cuando, al fin, se descubrió el origen, escribieron las revistas médicas: En un lugar de la Alcarria, cuyo nombre habremos de recordar seguramente, siempre que de enfermedades raras y oscuras se nos hable…

   Don Félix Serrano Sanz había descrito, y al describirla se halló el remedio, una de tantas enfermedades del hambre, la que recibió el nombre de “Latirismo”. La producía un alimento que, en aquel tiempo, resultaba de primera necesidad: la harina de las almortas con las que se elaboraban las tradicionales gachas. De ahí que el mal brotase en la primavera, al sembrarse la almorta, y en el verano, con la recolección y el inicio de su consumo. Por supuesto que la enfermedad no era nueva; lo nuevo era que alguien había reparado en ella, encontrado su origen y puesta la solución.

   Regresó, el latirismo, en los años del hambre que acompañaron las décadas que siguieron a aquella guerra que ensangrentó España entre 1936 y 1939.

   Don Félix Serrano Sanz, gloria de la medicina provincial, falleció en Cifuentes el 24 de abril de 1923. Su nombre no lo debe olvidar, ni la provincia, ni la ciencia.


Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 5 de junio de 2020

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