EVA
CERVANTES.
Y la
Giralda de Jadraque
Huele a geranio reventón, a clavelinas que
cuelgan de los balcones y en los callejones y en las plazuelas encaladas de un
blanco inmaculado comienza a asomar otro olor, tanto o más apetecible que el
del azahar. Por los callejones sevillanos comienza a oler a pescadito frito,
que es tanto como decir que huele a pan recién hecho, a aires con aroma de
ternura como los que escapan del patio de los naranjos de los reales alcázares.
La ciudad, como la tarde, tiene ese color
especial que marcan las atardecidas asomándose al río, donde se reflejan las
estampas siempre graves de la Torre del Oro, de la Giralda, de las agujas
puntiagudas de la catedral; y hasta los copudos naranjos de la Alameda parecen
estirarse más que nunca para sumergir su estampa en el cristal de las aguas,
como los centenarios brazos de la arboleda del parque de los Montpensier, como
las alas de las palmeras de los patios de los palacios y las casas sevillanas
asomándose por encima de tapias y tejados. Sobre las paredes, entre retratos
amarillentos destacan las estampas de la Macarena, del Cristo de los Gitanos,
del Señor del Gran Poder, de la Virgen de San Esteban saliendo de su casa el
martes santo, rozándole los dientes de la puerta mudéjar los varales traseros
del patio. De la Soledad soledosa –como Ochaíta cantara, de Jadraque. La tarde
en la que se apagó Eva Cervantes.
Eva Cervantes tenía un gracejo andaluz
semejante al de José María de Pemán, y mucho menos acentuado que el de Pepe
Illanes, el imaginero que dio viva al Cristo de las Aguas. Para entonces
Esperanza Perales de la Torre estaba ya convertida en la poetisa, la de la
tertulia “El Paraíso” de la calle Mateos Gago; al fondo, como una estampa que
avanza a lo largo de la noche buscando la madrugá, cruzando el Guadalquivir por
el puente de Triana, mecido por los costaleros, el Cristo de los Milagros
jadraqueño, y sobre su cerro, el castillo-Giralda de Jadraque:
¡Desolados castillos,
que pierden sus cimeras,
mientras se alzan en alto mis
banderas!
Sí, Jadraque ha sido tierra de poetas, y de
poetisas. A Jadraque se vino a ahogar sus penas aquella gran dama de las
cumbres asturianas, Micaela de Silva; y a Jadraque lo cantó Ochaíta, lo mismo
que lo cantó Luis Gallego.
Eva Cervantes apagó las glorias de la niña
Esperanza Perales, la hija del notario señorito de Sevilla que, fíjese usted
por donde, se fue a casar con uno de Jadraque, don Mariano García Agustín, un
Ingeniero de Minas a quien el destino lo llevó a Andalucía, a Huelva. En la
iglesia de Cala se casaron, cuando corría el mes de diciembre de 1908; al
marqués de Paterna del Campo, que la requirió de amores, no le quedó más
remedio que convertirla en su musa, y en su amor platónico, dedicándola el
primero de cada uno de sus libros de poemas. A Don Mariano García Agustín ella,
Esperanza Perales, la hija del notario señorito, le prometió amor eterno; el
jadraqueño, hermano de doña Cesárea, la madre del poeta, de José Antonio
Ochaíta.
A Ochaíta, en el mundo de la poesía, lo
apadrinó su tía, Eva Cervantes/Esperanza Perales. A ambos, en el mundo de la
poesía, los apadrinó José María de Pemán: Eva
Cervantes y Ochaíta, alumnos aplicados de las musas…
Corría, cuando aquello
escribía Pemán, el año de gracia de 1935, y nacía, para la poesía, un libro
mítico: “Turris Fortísima”, escrito por ambos, mano a mano. Galleguito mesurado, puesto que llegaba
de Galicia, llamaron los poetas a Ochaíta. Los poetas que se rindieron al canto
de Eva Cervantes. Una mujer capaz de reunir a los grandes de la copla, y de la
poesía, en un tiempo en el que el mundo de la poesía, y de la copla, era cosa
de hombres.
Eva Cervantes convirtió a su Sevilla en un
segundo Jadraque, y a Jadraque en una segunda Sevilla. A Jadraque trajo al mejor
orfebre de la Sevilla de aquel tiempo -1961-, José Antonio Marmolejo, para que
labrase una corona a la Virgen de la Soledad; y a la mejor bordadora de
Sevilla, Adela Medina –Gitanilla del Carmelo-, para que le bordase un manto de
hechuras similares al que bordó para la Esperanza Macarena o la Virgen del
Valle.
Así se convirtió Jadraque en un segundo
Triana, con su Giralda en lo alto de uno de sus siete cerros, convertido en
castillo; con su Torre del Oro convertida en torre de iglesia; y su río, el Guadalhenares.
Por
su casa/tertulia sevillana de Mateos Gago número 1, los miércoles y los
domingos por la tarde se reunían los poetas, a su vera, para hablar de Jadraque
y de Sevilla; los poetas, Manuel Barrios, Fernando de los Ríos; Pemán, Rafael
de León, Adriano del
Valle, Fernando Villalón, los hermanos Álvarez Quintero, el marqués de Aracena,
y cuantos escritores extranjeros pasaban por Sevilla, para hablar, y recitar poemas.
Unos cuantos dejó escritos en otros tantos
libros, a veces sola, en ocasiones con su sobrino: “Rosal de pasiones”, “Turris Fortísima”, “El Cantar de mis cantares”, “En
vuelo herido”, “Estrellas mínimas”,
“Canciones de Eva”… En todos se
asomaban Sevilla y Jadraque.
Dicen que era una mujer bellísima; así lo
reflejan las estampas; de una enorme cultura; de una gran sensibilidad.
Enamorada de una tierra a la que cantó tanto o más que a la propia.
El matrimonio, Eva Cervantes/Mariano García
Agustín –que no tuvo descendencia-, se convirtió en asiduo de los veranos y
festividades jadraqueñas, hasta que a don Mariano le alcanzó la muerte, el 27
de junio de 1962. Y Eva Cervantes, como la Macarena cuando murió Joselito, se vistió de negro. Desde entonces
sus visitas a la villa del Conde del Cid se fueron espaciando. Y su paseo, el
Paseo de Eva Cervantes, notó su ausencia.
Tanto vivió que llegó a conocer la muerte de
todos aquellos a los que apreciaba. Incluso la de su sobrino, aquel poeta que
ella lanzó al vuelo de la poesía. Ella se fue apagando poco a poco, entre
estampas de Macarenas, de procesiones sevillanas y paisajes jadraqueños, y un
19 de mayo, cuando las clavelinas y los geranios ofrecen su mejor flor y la
Alcarria se viste de perfume, cerró los ojos al mundo. Y sí, aquel 19 de mayo
de 1975 lloraron a la par la Macarena, la Virgen de los Reyes y la Soledad de
Jadraque, que aquel día quedó un poco más sola.
Eva Cervantes –Esperanza Perales de la
Torre-, nació en Sevilla en 1885; contrajo matrimonio con el jadraqueño Mariano
García Agustín, siendo la madrina poética de José Antonio Ochaíta. Falleció en
Sevilla el 19 de Mayo de 1975; poetisa y escritora, el Ayuntamiento de Jadraque
le dedicó un paseo, el “Paseo de Eva Cervantes”; el de Sevilla una calle, la
calle de Eva Cervantes”.
Tomás Gismera Velasco
Gentes de Guadalajara
Henaresaldia.com
Guadalajara, mayo de 2020
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