viernes, julio 14, 2023

JOSÉ ANTONIO OCHAÍTA, CINCUENTA AÑOS DESPUÉS

 

JOSÉ ANTONIO OCHAÍTA, CINCUENTA AÑOS DESPUÉS

El poeta de la Alcarria, que murió con los versos puestos

 

   El amanecer de la festividad del Carmen, día grande de las fiestas de Pastrana, el 17 de julio de 1973, se rompió con el murmullo que anunciaba los encierros; el disparo de cohetes, el aleteo poético de las palomas buscando refugio en los trigales a punto de siega y el alegre pasacalle que se marcaron los músicos despertando al vecindario.

   Los encierros, esencia de la fiesta, a pesar del gentío, transcurrieron sin incidente y la Colegiata se vistió de lujo a media mañana para que don Licinio dirigiese la función a la que asistió el pueblo con sus autoridades al frente; la tarde sesteó por la Vega del Arlés, que puso colores de terciopelo.

 

 

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Versos a Medianoche

   Los Versos a Medianoche eran ya una institución, surgida de la pasión de los poetas de la provincia, y de más allá, y el recital poético se esperaba con veneración. No en vano a Pastrana llegó lo más florido de la poesía provincial abanderada claro está por José Antonio Ochaíta. Con él sus compañeros de verso, componentes del Núcleo González de Mendoza; Ángel Montero, Bernardino Pradel, Manuel Revuelta, Sanz y Díaz, Cortijo Ayuso... lo más granado de la cultura provincial del momento. La del corazón partido entre la tierra madre y la madrileña de acogida.

   Caída la tarde José Antonio Ochaíta y Rafael Duyós, médico, poeta y monje, marcharon a buscar a Carlos Murciano, que en la Alcarria enhebraba versos con sabor a tierras del Sur; al regresar a Pastrana, frente al cementerio de Hontoba, Ochaíta, con la mirada perdida en el horizonte, les confesó cuánto le gustaría descansar en un cementerio como aquel, y la conversación se tornó triste con la mención de los camposantos que cada uno recordaba.

  Ya anochecido, y con los versos puestos, José Antonio Ochaíta, del brazo de don Paco Cortijo, además de médico, alcalde de la localidad, salió de la Favorita, la pensión en la que se hospedaba desde el día de antes. La misma en la que durmió Cela en su paseo alcarreño y acogió alguna que otra de las personalidades que por Pastrana anduvieron, para cantar y pintar sus tierras. Salió en compañía de José Antonio Suárez de Puga; de Fray Antolín Abad, Manolo Revuelta, Ángel Montero, Baldomero García, Carlos Murciano, Rafael Duyós...

   Los pastraneros se fueron apartando a su paso regalándoles calle como si aquellos fueran la cuadrilla que en tarde de toros había de capear el temporal de Pastrana. Iluminada por una luna bruñida con destellos de oro sobre las piedras palaciegas, y encallejonadas, de una de las poblaciones más auténticas de la Alcarria eterna.

   Un aplauso dio la bienvenida al improvisado escenario, levantado frente a la entrada de la Colegiata. Se cruzaron saludos con los presentes y Baldomero García que hacía las veces de maestro de ceremonias tomó la palabra. En las primeras filas las autoridades provinciales y locales, Gobernador Civil; Presidente de la Diputación; Alcalde capitalino; los amigos del Núcleo, de la Casa de Guadalajara en Madrid, y muchos más arropando con su presencia a quienes iban a intervenir en aquella noche de los poetas; y para los amantes de la poesía. Tras las palabras de García Jiménez, Manuel Revuelta presentó el acto y a los actores. Y devolvió la palabra a Baldomero, iniciando la velada poética con "El canto heráldico de Pastrana". La oscuridad, de no ser por el resplandor de la luna pudiera haber sido absoluta; una luz difusa señalaba el atril; no se necesita más. La poesía es así.

   Don Baldomero, al concluir, presentó al primer vate, Rafael Duyós, quien recitó tres poemas de contenido teresiano. José Antonio Suárez de Puga evocó a San Juan de la Cruz, y finalizó con dos sonetos amorosos; Carlos Murciano, subió para recitar unas composiciones de profundo sentimiento. José Antonio Ochaíta le pidió que cerrase el acto, pero Carlos Murciano no quiso, ese honor había de corresponder al poeta de Guadalajara. Al hombre que, desde los escenarios de media España, proclamaba que nació donde la Alcarria se viste de perfume.


 

 

 

Cuando se rompió la noche

   José Antonio Ochaíta sonrió, habló con sus compañeros de su tierra de cera y miel, de su Jadraque y de su madre, doña Cesárea, que descansaba en tierras cidianas, desde hacía quince años. José Antonio en este día parecía tener una fijación obsesiva con la muerte. Antes de levantarse, a don Francisco Cortijo le volvió a repetir aquello de que morir en Pastrana sería la mayor gracia que Dios le pudiera conceder, y tanto don Paco como quienes se lo escucharon sonrieron al cumplido. Don Paco los tranquilizó, a Ochaíta, le quedaban muchos versos por recitar.

   La palmada del amigo le hizo despertar de su ensimismamiento cuando Baldomero acababa de hacer su presentación diciendo que era como un árbol plantado a la orilla de cualquiera de nuestros caminos.

   Pero José Antonio no era el mismo de la mañana, ni de la tarde. Algo había cambiado en su gesto, y en su mirada. Algo que le hurgaba por dentro. Lo advirtieron quienes lo conocían. Se levantó sonriente, atiborrándose de aplausos que le trajeron a la memoria los estrenos en noche de teatro; era la estrella que con más fuerza brillaba en esos minutos finales de la noche del Carmen. Con la elegancia que lo caracterizaba, ocupó su lugar frente al atril; saludó a Baldomero y con un gesto que de tanto repetir se convirtió en monótono, depositó sus cuartillas bajo el dedo de la bombilla.

   Puesto en pie con los brazos en alto, tensos los músculos, agitando las manos en la oscuridad, comenzó a recitar el primero de sus poemas, "Manos nuevas para mi tierra vieja", su canto pasional a esa Alcarria que le vio nacer: Tengo la Alcarria entre mis manos...

   Interrumpió bruscamente el poema, fueron apenas unos segundos que pasaron desapercibidos. Acto seguido cayó al suelo como un muñeco roto. Se levantaron las autoridades y hacia él corrieron los amigos y compañeros. José Antonio Ochaíta acaba de caer herido por el rayo de la muerte. Durante más de media hora se le trató de reanimar, pero todo resultó inútil; el espíritu del poeta, su alma, su verso e inconfundible prosa, pertenecían ya a la Alcarria de sus sueños. Su adiós recordaba el mismo adiós de su padre, el maestro de Jadraque cuando, un día de enero, sesenta años atrás, ante sus alumnos cayó como un juguete roto delante del encerado. La luna que tintineaba sobre la villa ducal había sobrepasado la línea que marcaba el inicio del día nuevo; del 18 de julio de 1973. 

 

 

 JADRAQUE. CRÓNICAS DE UN SIGLO (Pulsando aquí)


La tristeza del cortejo

   De madrugada cuando las tierras alcarreñas comenzaban a despertar a la realidad, el cuerpo de José Antonio Ochaíta inició el definitivo retorno a su Jadraque natal. Una triste comitiva seguía el furgón que llevaba su cuerpo, hecho recuerdo en la memoria de cuantos lo conocieron. Resonaban en la cuneta de la carretera los versos por él escritos que parecían estar hechos para ser prefacio de su lápida: Así es mi pobre tierra, tierra monda y lironda, con más cera que miel, más pedregal que fronda…

   A las siete de la tarde del 18 de julio de 1973 José Antonio Ochaíta más presente que nunca en la memoria viva de Guadalajara descendió a la sepultura para convertirse en un personaje de leyenda. Mientras Carlos Murciano se apresuraba a hilvanar unos versos para la hora de su despedida: Morir con el verso puesto, en una plaza de España…

   Atrás quedaba su primer estreno teatral, El mendigo de la Rábida, en 1928 en los teatros de Vigo; por delante, la letra de sus coplas: el Cinco Farolas; el Porompompero; el Bienvenido Míster Marshall; su primer libro de versos: “Galicia, verso y jardín”; sus infinitos poemas, a Jadraque, a Guadalajara, a la Alcarria, eternos siempre…

   Cincuenta años pasan de aquella noche triste, y sus versos y canciones están más presentes que nunca en el recuerdo de los alcarreños de corazón.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 14 de julio de 2023

 

 


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