lunes, julio 10, 2023

EL ALCALDE DE MAJAELRAYO

 

EL ALCALDE DE MAJAELRAYO

En el corazón de la arquitectura negra serrana, Majaelrayo siempre merece una vista

 

 

   Se encuentra Majaelrayo a los pies del pico Ocejón, en plena Serranía de Guadalajara, de esa parte de la provincia que atrae a gran parte del turismo que la visita en busca de una de las arquitecturas más peculiares de esta parte de la península; la que se ha dado en llamar Arquitectura Negra. Arquitectura de pizarra que se extiende a través de este macizo, lo rodea, y todavía continúa por las poblaciones que faldean la montaña sagrada del Alto Rey; por Zarzuela y Villares de Jadraque, Prádena y Gascueña, baja hacía Hiendelaencina, y cruzando las tierras y calles de Robledo de Corpes, continua hacía la Sierra de La Bodera y, por supuesto, la localidad que le da nombre.

   Por aquí, por Majaelrayo, la arquitectura de la pizarra se muestra en todo su esplendor desde que, dejado atrás el magnífico santuario de Nuestra Señora de los Enebrales, en tierra de Tamajón, comiencen a dibujarse sobre el paisaje los pueblecitos de Campillo de Ranas, el Espinar, Almiruete, Valverde y, por supuesto, Majaelrayo.


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Viajeros en Majaelrayo

   Quizá, entre los primeros viajeros modernos que llegaron a estas tierras se encuentren los arriesgados velocípedas que, en viaje organizado por la Sociedad Pedal Madrileña, llegaron a Tamajón el 19 de marzo de 1905 y, al día siguiente, a pie unos y a lomos de mula otros, continuaron hacia el Ocejón e hicieron noche en Valverde y Majaelrayo, en un tiempo en el que ni caminos carreteros señalaban estos lugares. Debieron aquellos de hablar maravillas del entorno, ya que comenzó a ponerse de moda visitar estos pintorescos lugares. Lo hicieron algunos miembros del Club de Alpinismo de Madrid en la primavera de 1907, llegando al Ocejón guiados por el entonces Alcalde de Majaelrayo quien, con diez vecinos más del pueblo, sirvieron de porteadores a los curiosos señoritos madrileños. Un año más tarde, guiados por pastores desde Tamajón, alcanzaron la cumbre, y el pueblo, cuatro alumnos de la Academia de Ingenieros Militares, don Francisco León Trejo, D. Ricardo Larrea, D. José María Paúl y D. Rafael de Castellví, quienes se retrataron entre las espesuras de la nieve que por entonces cubría el entorno.

   Pero será sin duda don José Luis Bernaldo de Quirós quien, en el verano de 1921, con algunos amigos más, acudan a esta tierra, de cacería, y cuenten al mundo lo que entonces era Majaelrayo: …el pueblo más rústico de aquella sierra, situado en la falda del pico Ocejón, montaña inmensa que alza su cumbre, nevada casi todo el año, a 2.000 metros de altura, y el más elevado de Somosierra. Las casas de este pueblo son todas de fragmentos de pizarra y los tejados de grandes losetas de lo mismo, no conociéndose las tejas. Esto hace que hasta que se está a cien metros del pueblo, no se le distinga, porque sus casas son negras como aquellas agrestes laderas…

 

La posada del tío Bernardo

   Se alojaron los excursionistas cazadores en la entonces única posada del entorno, la del tío Bernardo. De nombre Bernardo Arranz Serrano quien fue, en Majaelrayo, toda una institución en los primeros años del siglo XX. Marchó a Madrid en la década de 1870 para cumplir el servicio militar, pasando después a servir como criado en la casa de uno de los grandes actores madrileños de aquel tiempo, Rafael Calvo Revilla, hermano del también actor Ricardo Calvo, y hermano igualmente del dramaturgo Luis Calvo y, a su vez, padre del también actor Ricardo Calvo Agostí.

   Rafael Calvo Revilla falleció en Cádiz el 3 de septiembre de 1888, con lo que, a su muerte, nuestro hombre regresó a Majaelrayo para hacerse cargo de la posada. Los excursionistas nos dirán que trascendía de su persona, en los modales y en el hablar, una cierta distinción que no podía pasar desapercibida a un mediano observador. Lo que perdía a este hombre en su vejez era el vicio del alcohol, cuyas consecuencias, por cierto, muy lamentables, sufrían a menudo los huéspedes que se alojaban en su casa, si no estaban advertidos de antemano…

   Excursionistas que llegaron, como los anteriores, a lomos de mula, puesto que el primer vehículo a motor que hizo su entrada en Majaelrayo por el camino carretero que lo unía a Tamajón fue el conducido por Moisés Velasco García, titular entonces en Madrid del más que famoso “Garaje Peninsular”, que se ubicó por vez primera en la calle de Ponzano número 27. La hazaña de Moisés Velasco tuvo lugar en 1927, y, el primero de agosto, se reunió el Concejo bajo la presidencia de su Alcalde, don Eugenio Atienza Herranz, para hacer constar la llegada por vez primera a este pueblo, de un automóvil, como a todos los señores asistentes consta, en el día 28 de julio último…

  Eso sí, alcanzó Moisés Velasco su lugar de nacimiento, a bordo del auto, al tercer intento.

 

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El alcalde de Majaelrayo

   El Alcalde de Majaelrayo de nuestra historia también se apellidó Velasco, que es nombre hidalgo por estas tierras de Guadalajara. Don Cayetano Velasco García, su santo y señas.

   Su comportamiento de caballero lo recogió la prensa de la época, pasando a la historia provincial a través del relato del Cronista Layna Serrano. Algo que sucedió en 1904, con ocasión de la visita a la ciudad de Guadalajara del rey Alfonso XIII, en la primera ocasión que visitaba la ciudad, después de su proclamación.

   Aquel día, 27 de marzo, la ciudad entera se echó a la calle para recibir al joven monarca, quien llegó, con su acompañamiento, en el tren corto de las once y media. Fue un día lleno de actividades, con visitas a todas las instituciones, desfiles y discursos sin final.

   A Guadalajara llegaron representantes de todos los municipios provinciales para presentar los respetos debidos a Su Majestad; Layna nos dirá que en Guadalajara ese día no cabía un alfiler, pero nuestro historiador se hizo un hueco al lado de su tío don Ramón Serrada, diputado provincial, para acceder al salón principal de la Diputación provincial, donde tenía lugar la gran recepción a las autoridades, y, una a una, las representaciones municipales fueron accediendo a la sala: “Monterillas y concejales vestidos con atavío pueblerino, muchos con la alforja de vivos colores sobre el hombro, y los alcaldes con la vara insignia de su autoridad en la diestra mano, aguardaban temblorosos e impacientes el momento de entrar al oír gritar el nombre de su pueblo. No podían faltar en la ceremonia episodios cómicos, aun siendo aquella tan severa y sencilla, y algunos se produjeron con regocijo de los circunstantes; entre todos, recuerdo uno con tal precisión que se diría presenciado ayer mismo.

   El ujier de servicio anunció con voz potente

   –¡Ayuntamiento de Majaelrayo!

   Tras breves segundos de espera, avanzaron cuatro hombres altos, enjutos, muy morenos, de pelaje negro y crespo. Al llegar frente al sillón del trono, nuestro hombre vaciló un momento, pues quizá le pareció pequeña pleitesía a la majestad reinante hacer una simple reverencia; hincó la rodilla en tierra, dejó en el suelo la vara con lenta y digna parsimonia, y, sin alzar apenas la vista se persignó devotamente entre la risa incontenible y mal contenida del cónclave; risa trocada en entusiasta ovación cuando el joven monarca al advertir la confusión del pobre alcalde, se alzó de su sillón y adelantando unos pasos, dio al buen hombre amistoso golpecito en el hombro, y le dijo, con acento cariñoso mientras aquel se levantaba azorado, luego de recuperar su vara:

   –¡Dios guarde a mis buenos súbditos de Majaelrayo!”

   Y es que, por encima de la negra pizarra del entorno, se presiente, señorial y digna, la gente, la historia, la leyenda, la anécdota, el paisaje de nuestra tierra, que invita a descubrirlo.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 7 de julio de 2023

 

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