viernes, marzo 05, 2021

ELENA SÁNCHEZ DE ARROJO

 LA PRIMERA CONCEJAL DE GUADALAJARA

Elena Sánchez de Arrojo se convirtió, en 1927, en la primera mujer concejal del Ayuntamiento de Guadalajara, entre otras cosas


    Una institución, fueron en la Guadalajara de los inicios del siglo XX los Sánchez de Arrojo; doña Elena, sus hijos y, por supuesto, su señora madre, la Excma. Sra. Doña Pascuala de Arrojo y de Valdés, que contrajo primeras nupcias con un abogado madrileño de nombre don Emilio Sánchez y que tras la muerte de este se unió nuevamente, en esta ocasión, con el bizarro militar don César Tournelle y Ballegas, profesor que fue de Su Majestad Don Alfonso XII y que alcanzó en el Ejército el alto grado de Coronel.


 

   Doña Pascualita, como la llamaban en Guadalajara, nació en Madrid, a pesar de ser oriunda de Asturias, y en Madrid también nació su hija, doña Elena. Ambas, debido a las profesiones de sus maridos se trasladaron a Guadalajara porque ellos ocupaban cargos de responsabilidad en la Academia de Ingenieros Militares.

 

Elena Sánchez de Arrojo

   Fue, doña Elena Sánchez de Arrojo, una de esas personas que se hacen indispensables en toda ciudad que se precie, y que parecen estar en todas partes a lo largo de muchos años. Y como doña Elena vivió la mitad del siglo XIX, y la mitad del siglo XX, hizo muchas cosas y estuvo en muchas partes; sobre todo, de la ciudad de Guadalajara, en la que pasó la mayor parte de su existencia.

 

   En Madrid nació, decíamos, un frío día de San Valentín de 1857; y en Madrid pasó su primera infancia y parte de la adolescencia, hasta que las obligaciones de su padrastro, don César, hicieron que la familia se trasladase a Guadalajara.

 

   El padre de doña Elena, don Melchor Sánchez Santamaría, ilustre abogado madrileño, murió a tan temprana edad, el 30 de agosto de 1865, que bien pudiera decirse que su verdadero padre fue don César Tournelle y Ballagas, un militar metido a poeta en los últimos años de su vida, y que por su cercanía con la Corte introdujo a su familia en el ambiente de la Casa Real, y a doña Elena el gusanillo de la poesía.

 

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   Antes del arribo de doña Elena Sánchez de Arrojo a Guadalajara pasó unos pocos años por la capital de las Filipinas, por aquella Manila que se comenzaba a revelar contra la dominación española, cuando aquellas tierras pertenecían a la corona. 

 

   Doña Elena contrajo matrimonio con un militar de rango que fue allí destinado, don Víctor Martínez Cardenal, y que por allí se dejó la vida batallando con los tagalos. 

 

   En Filipinas se distinguió igualmente su hermano, don Emilio Sánchez de Arrojo quien al igual que Elena pasó una gran parte de su vida en nuestra capital. Alcanzó el grado de comandante y por sus heroicidades en Cavite fue conocido como “el héroe de Calaganang”, heroicidades que fueron galardonadas con la Medalla Laureada de San Fernando. Su historia cuenta que recibió veintisiete heridas que, a pesar de todo, no pudieron acabar con su vida sino mucho tiempo después. De regreso a España, herido de guerra y como un auténtico héroe viviente, se retiró a Mora de Toledo, donde murió a los 44 años de edad, el 12 de octubre de 1898. Don Emilio Sánchez de Arrojo, como Blas de Lezo en la batalla, perdió en combate una pierna, un brazo y un ojo.

 

 

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Doña Elena en Guadalajara

   Viuda regresó doña Elena a Madrid asentándose definitivamente, en los inicios del siglo XX, en Guadalajara, al lado de sus hijos, militares de profesión y profesores en la Academia de Ingenieros antes de ocupar otros cargos. Entre estos se encontraba don Víctor Martínez Sánchez, quien llegó a ser uno de los pilares de la Guadalajara intelectual del primer tercio del siglo XX, a quien se deben, entre otras iniciativa señaladas, la de la creación del “Día de Guadalajara”, o del día de amor a la provincia, que terminó siendo el origen de la Casa de Guadalajara en Madrid a través de la cual quienes se encontraban fuera de la provincia podían continuar manteniendo la relación, y el espíritu, y tanta cosas más, hacía la historia y cultura de sus lugares de nacimiento.

 

  Por cierto, que doña Elena Sánchez de Arrojo, junto a don Miguel de Castro, compuso parte de la letra del Himno a Guadalajara, que durante años se cantó ensalzando a la ciudad; himno que fue musicalizado por los maestros Román García y Cayo Vela y en el que, entre otras cosas, se decía:

 

 

 

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   Perteneció, doña Elena Sánchez de Arrojo, al círculo de damas de la reina Victoria Eugenia de Battemberg, lo mismo que lo fue su madre, colaborando en la creación de las damas de la Cruz Roja, o damas de enfermería, como se llamó por entonces al cuerpo ideado por la reina, para atender a los muchos heridos de las guerras coloniales, y del África; que no nos faltaron guerras a las que mandar médicos y enfermeras en los años finales del siglo XIX y el primer tercio del XX.

 

   También fue, doña Elena, escritora de manuales. A ella se deben algunos de los utilizados por las enfermeras de la Cruz Roja, ante todo el que llevó por título: “El Consultor de la Dama Enfermera”, popularizado a través de una reciente serie de televisión en la que la reina enviaba a sus damas a fundar hospitales y atender a los heridos en la guerrera África hispana.  Libro que dedicó a la reina Doña Victoria Eugenia.

 

   También dio a la imprenta algunos tratados de puericultura, no pocos libros de cuentos y una novela que la lanzó al éxito, y que llevó por título: “El Padre Mabuti”, novela que ambientó en la Filipinas que se le quedó atrás. 

 

   Escribió igualmente alguna que otra pieza de teatro y, por supuesto, colaboró con todos los periódicos provinciales, de la misma manera que como poetisa que fue, sus poemas vieron la luz, con periodicidad semanal, en la prensa guadalajareña hasta los días previos a su fallecimiento.

 

La Cruz Roja Provincial y algo más

   Junto a doña Concepción Aparicio Bueno, esposa que fue de don Salvador de Prado –Director del Instituto Brianda de Mendoza-, ideó lo que sería, convirtiéndose en sus fundadoras, la Cruz Roja Provincial; ya venía siendo Dama de la institución, junto a la reina y algunas infantas de la Casa Real, como dicho está; de la misma manera que pertenecía a la Junta de Damas del Hospital de la Princesa, y una docena de instituciones más, sociales las unas y religiosas las otras. 

 

   No es de extrañar pues que con tantas cosas hechas y por hacer, se pensase en ella para ocupar un lugar como concejal del Ayuntamiento de la ciudad. Encargándole quien en 1927 llegó a ostentar la titularidad de la Alcaldía, don Fernando Palanca, un cargo casi hecho a su medida, la concejalía de Beneficencia y Sanidad, también tuvo a su cargo el agua, la limpieza y el arbolado, e incluso presidió, como concejal más joven, la sesión que en el mes de enero inauguró el curso del consistorio. Que todo sea dicho, no ocupó por mucho tiempo. El 19 de octubre, tal vez viendo que su voz no se escuchaba con el timbre debido, salió de la primera casa del municipio y no volvió a entrar; a pesar de ello ha pasado a la historia por ser la primera mujer concejal de Guadalajara. Regresando a sus labores anteriores quedando, a la temprana muerte de doña Concepción Aparicio Bueno, como Presidenta de la Cruz Roja Provincial.

 

   Recibió títulos, cruces, honores y encomiendas, en recompensa a sus muchas acciones. De su mano pasearon por Guadalajara las infantas Isabel de Borbón –La Chata-, y su hermana Paz, que fueron madrinas de bautismo de alguno de sus nietos en nombre de la reina, quien presidió alguna de sus fundaciones, entre otras, el Sindicato Obrero Femenino.

 

 


EL VALLE DE LA SAL. LA NOVELA (Pulsando aquí)



   Vivió tantos años, en Guadalajara sobre todo, que vio morir a hijos, nietos y amistades. Y también conoció la muerte del rey Alfonso XIII y el exilio de su buena amiga, la reina Victoria Eugenia. 

 

   Los últimos años de su vida los pasó escribiendo poesía. Una poesía casi mística que la acompañó hasta el 28 de junio de 1947, el día en que murió en su casa de la plaza de Boixareu Rivera (antes de Jáudenes), número 27 principal, de Guadalajara, a los 90 años de edad, para recibir sepultura en su cementerio, al día siguiente. Hasta él la acompañó lo más granado de la ciudad porque fue, ante todo, una gran dama.

 

Tomás Gismera Velasco

Guadalajara en la Memoria

Periódico Nueva Alcarria

Guadalajara, 5 de marzo de 2021

 

 

 

 UTANDE

Utande, y sus danzantes de San Acacio.

   Utande –dejó escrito el Cronista Provincial Antonio Pareja Serrada-, es Villa con Ayuntamiento a 11 kilómetros de Brihuega y a 15 de Jadraque.  

   Se halla situado sobre una pequeña eminencia en el valle de su nombre, resguardada del cierzo por la montaña por donde se sube a Miralrío, en terreno de mediana calidad y su clima es saludable, más bien templado que frío por su situación topográfica.

 

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   Produce trigo, que en la vega es de buena calidad, cebada, avena, centeno, legumbres, hortalizas, aceite, vino y algún cáñamo, pues está regada por el Badiel y otros arroyos que proceden de los montes que la circundan; cría ganado lanar y cabrío, cuyas carnes son muy delicadas por los buenos pastos en que se nutren.

   La iglesia parroquial lleva la advocación de la Asunción de Nuestra Señora y es de estilo románico y ojival, como todos los templos del siglo XVI al XVII. Su ábside es hexagonal, y el retablo de la capilla mayor no carece de elegancia.

   Y cuenta con una larga historia que, en lo moderno, se remonta al siglo XII, en el que comenzó siendo parte de la Tierra de Atienza y concluyó en el señorío de los López de Orozco y más tarde de los Mendoza.

  Pero, además de historia, tiene algo que lo distingue: Sus danzantes de San Acacio.

 

 

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