SINFORIANO GARCÍA SANZ. EL
SEÑOR DE LAS BOTARGAS
Tomás Gismera Velasco
Las botargas
vienen con el frío. Con el invierno. Con la Navidad. Con el Año Nuevo, con los
Reyes Magos y, sobre todo, con el Carnaval.
También
llegan con el recuerdo del hombre que, en Guadalajara, las sacó al mundo de la
máscara; del costumbrismo; de la devoción etnológica y etnográfica, y sus
cencerros y campanillas parecen repicar, en el silencio de las tardes
alcarreñas, o bajo el telón puntiagudo y cada vez menos nevado del Ocejón, un
nombre, el de Sinforiano García Sanz. Un hombre que nacía el 8 de junio de
1911, en Robledillo de Mohernando.
Nacía en una
época en la que la provincia de Guadalajara, y la Campiña a la que Robledillo
pertenece, conservaba intacto todo un acervo folclórico heredado a través de
los siglos, y que formaba parte de la identidad cultural de un gran número de
poblaciones en las que enmascarados y botargas, como personajes más
identificativos, acudían a su diaria representación anual en el momento en el
que las nieves comenzaban a teñir, que entonces lo hacían, los picachos del
Ocejón, continuando su escandaloso cencerreo más allá de los primeros fríos
invernales, cuando las cigüeñas comenzaban, por San Blas, a ocupar sus viejos
nidos en las centenarias torres de las iglesias de la zona.
Sinforiano García Sanz. El Señor de las Botargas. |
Nació en una
familia de labradores, por lo que no es difícil pensar que su futuro, en una
familia en la que predominaban las mujeres, estaba destinada a permanecer
apegado al surco, en esa herencia del oficio que fue pasando de padres a hijos,
junto al nombre o al apodo. No fue así en el caso de Sinforiano, puesto que las
estrecheces familiares, junto al poco fruto que el campo ofrecía para forjarse
un futuro prometedor, le invitó, con apenas once años de edad, a trasladarse a
Madrid para, como no podía ser de otra manera, iniciarse en el trabajo como
mero chiquillo de los recados en un almacén de confección, en el que se
forjaría como sastre y donde permanecería hasta que por edad, fue llamado a
servir a la Patria en las filas del Ejército.
Con
anterioridad a su partida al servicio militar ya se había adentrado en el mundo
del libro, a través del Centro de
Estudios Históricos, donde como ayudante había comenzado a relacionarse con
alguno de aquellos hombres que por la década de 1920 comenzaban a dar cuerpo a
los estudios sobre el folclore, provincial y nacional, que trataban de dejar
reseña de lo que fueron todas aquellas representaciones que iniciaban un largo
otoño, con amenaza de quedar dormidas en el arcón de los recuerdos de los
viejos camarotes de las casas labriegas.
Cumplido el
obligatorio servicio a la Patria en Sevilla, donde profundizó un poco más en su
afición a los libros, regresó a su antiguo trabajo en el Centro de Estudios,
hoy Consejo Superior de Investigaciones Científicas, e inició su relación más
estrecha con aquellos personajes provinciales que ya andaban a la caza de
botargas, de enmascarados, de viejos ritos de la Semana Santa, de mayos y
cantos alcarreños, o de ancestrales festejos en torno a los cuales se reunían
nuestros mayores a rascar la cristalina botella de anís o sacar sonidos
misteriosos de la boca de un cántaro desportillado.
Entre
aquellos cabe citarse al doctor Castillo de Lucas, a Américo Castro o a uno de
aquellos insignes eruditos en el arte etnográfico provincial como lo fue
Gabriel María Vergara. De la mano de todos ellos, y algunos más, bebiendo de la
ciencia de lo auténtico, creció Sinforiano en el arte de recopilar viejas
canciones a punto de perderse, escuchadas a través de ancianas con pañoleta a
la cabeza y largos y negros toquillones. De la misma manera que aprendió a
recorrerse los caminos cencerreados por las botargas provinciales.
En su viejo coche recorrió los caminos de Guadalajara |
Nunca fue
hombre de letras universitarias, que cuando hay amor a la tierra y deseos de
engrandecerla parece que los libros sobran, pues se escriben a diario con el
empeño mismo de dejar para las generaciones futuras la ciencia propia de lo
sentido y lo vivido. Así se fue Sinforiano haciendo mayor, a base de comprobar,
viviendo la realidad, lo que era el folclore provincial de las décadas de 1920
y 30. Cuando ya su ciencia se encontraba en sazón y comenzó a elaborar sus
propios trabajos e idear su forma de vida, a través del libró, organizando y
montando su propia librería, tras un viaje a Barcelona al concluir la Guerra
Civil, en la entreplanta de un caserón madrileño de la calle de Fuencarral.
Entre viejos
tomos con olor a papel rancio se fue descubriendo como verdadero recopilador
del folclore patrio guadalajareño, de sus dichos y decires, de sus ya
deshilachados vestuarios que comenzaban a dormitar envueltos en bolas de
alcanfor en los baúles recónditos de los camarotes alcarreños. A forjarse en el
estudio de los antiguos caserones, de los instrumentos musicales que espantaron
las noches de la penumbra alcarreña o de las danzas que fueron y comenzaban a
dejar de serlo.
Dicen quienes
mejor le conocieron, y lo dicen con la certeza de quien no teme equivocarse,
que Sinforiano García Sanz fue el auténtico descubridor de las botargas
alcarreñas, de esas que, al día de hoy, se han convertido en signo de identidad
festiva del invernal reposo de Guadalajara. Y cierto ha de ser, puesto que en
sus trabajos recopilatorios sobre botargas y enmascarados figuran las que hoy
son y las que fueron, en número tan elevado que, tratando de llegar a él, no
hay año que desde que Sinforiano se marchó para siempre, no surja una nueva,
como testimonio que lo trata de recordar y hacer presente.
Robledillo de Mohernando. Enero de 1993 |
En sus
trabajos, dedicados más a la investigación que al adorno literario, dejó reseña escrita en sus “Botargas y
enmascarados alcarreños, (Notas de etnología y folclore)”, que vio la luz en su
primera parte en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, corriendo
el año de 1953. Trabajo completado en los Cuadernos de Etnología de
Guadalajara, y su número 1, publicado por la Diputación Provincial de
Guadalajara y su Institución de Cultura “Marqués de Santillana”, en 1987,
cuando Sinforiano García Sanz se había convertido, simplemente, en Sinfo.
Con
anterioridad a este sustentoso trabajo, y en la misma revista etnográfica de
Dialectología, había dado a la luz popular la tradición por excelencia de su
pueblo natal: “Las Ramas”, en 1945; y a
estas seguiría “La quema del Judas en la provincia de Guadalajara”, nacido en
1948; y en el 1951 nacería un nuevo trabajo: “Notas sobre el traje popular en
la provincia de Guadalajara”, al que seguiría “Los aguinaldos de Santa Agueda”,
de Ruguilla, “Las cuevas de Tielmes”; los “Breves datos sobre la soldadesca de
Codes”, o su “Sobre el Cancionero de Guadalajara y su Geografía popular”, que
sentaría las bases para las recopilaciones posteriores en torno a los cánticos
provinciales.
Pero más allá
de esos trabajos reseñados a vuelapluma, Sinfo fue mucho más lejos en su labor
autodidacta de recopilador de la cultura tradicional de la provincia, añadiendo
a su conocimiento una inmensa biblioteca de temas provinciales a la que, como
cuentas de un rosario, fue incorporando viejos volúmenes desaparecidos en manos
de anticuarios, que en su día volaron en alas del destino, escapando de las
bibliotecas de conventos o monasterios, y que quedaron de esa manera
registradas para el conocimiento general, junto a libretos, estampas, o figuras
de Belén, de las que también llegó a ser coleccionista.
A lo largo de
más de cuarenta años su firma resultó habitual en los semanarios provinciales,
como rescatador de tradiciones y leyendas que un día escuchase por las negras
sendas de los hoy llamados pueblos negros, los senderos alcarreños o serranos,
o de parloteo a la sombra parternal de las olmas concejiles en cualquiera de
las muchas plazas mayores de los guadalajareños lugares.
También los
personajes fueron parte de su pluma, desde el para los etnógrafos botargueros
mítico “Mere” de Arbancón, Hermenegildo Alonso, tallista de botargas,
enmascarados y cachiporras, a cualquiera de los labriegos que le tuvieran algo
que contar. Su viejo seiscientos se hizo popular en el paisaje y paisanaje de
la geografía festiva y tradicional de la provincia.
Vienen al
recuerdo, entre los centenares de trabajos publicados en la prensa, “Las bodas
de Canrayao” o su premonitorio “Requien por Villacadima”, cuando este pueblo
serrano comenzaba a ser sombra de lo que fue.
Sinforiano, visto por el pintor Rafael Pedrós, en 1994 |
Y hasta en
eso, en el escribir semanal, o mensualmente, en semanarios o boletines, parecía
jugar a la confusión, como a veces lo hacen los botargas. Firmaba a veces como
García Sanz; como Gesanz otras muchas; y Garcisanz, y García Sanz, y… Su obra
va más allá de la simple investigación folclórica o etnográfica. En decenas de
artículos de prensa, más o menos largos, nos habla de los pueblos, de los
paisajes, de las tradiciones, de las leyendas o de las gentes que habitan
nuestras poblaciones. E incluso, en muchas ocasiones, echa mano del verso para
lamentar algún desatino de los tiempos.
Sinforiano
García Sanz se atreve con la crítica literaria, haciendo gala de sus
conocimientos bibliográficos. Se atreve con la biografía breve de personajes
como el Conde de Romanones, José Antonio Ochaíta o Ramón de Garcíasol; y nos
habla de los pueblos, sobre todo de la Campiña, aunque no falten las
incursiones a la Serranía de Atienza, por la que en sus escritos demuestra una
particular predilección, ya sean Paredes de Sigüenza, Villacadima o la
amurallada villa de Palazuelos.
Su obra,
extendida a lo largo de decenas de artículos de prensa, forma en conjunto un
amplio volumen que ilustra un tiempo de tradiciones y leyendas de nuestra
provincia, y que, de primera mano, nos va enseñando cómo los pueblos van
perdiendo no sólo esas tradiciones, también a las gentes que las mantuvieron
vivas hasta aquel momento.
Pero a más de
todo lo reseñado, Sinforiano García, reconvertido en popular Sinfo para
centenares de amigos y conocidos, comenzó en la década de 1940 a ser uno más de
aquellos soñadores que trataron de dar a Guadalajara un realce necesario, aún a
fuerza de estar fuera.
Sinfo, entre
aquella “manada” de intelectuales que comenzaron a lamerse las heridas del
destierro provincial a fuerza de laborar desde fuera por lo que dejaron atrás,
comenzó a ser uno más entre aquella pléyade de hombres y nombres hoy míticos en
la cultura de la gran Guadalajara: Francisco Layna Serrano, Tomás Camarillo
Hierro, José Sanz y Díaz, Claro Abánades, el antes citado doctor Castillo de
Lucas, José María Alonso Gamo, José Antonio Ochaíta…, y tantos más cuya
relación haría interminable la lectura de su nómina.
En aquella
década de los años 40 en la que Guadalajara, como la España entera, se sacudía
el hambre a base de hueso sustanciero y guiso de patatas sin sustancia, estos
que en Madrid se sacudían la sed de soles de mayos alcarreños forjaban su
“Colmena” de hijos amantes y laboriosos de su tierra, de la que Sinfo fue uno
de sus primeros seguidores, uno de sus primeros impulsores, y su primer
Secretario General. Su vuelo, por las circunstancias de los tiempos, fue breve,
tan breve como el vuelo de la perdiz en los trigales de la Campiña; pero a “La
Colmena” seguirían otras iniciativas, tal vez con mejores cimientos, en
ocasiones surgidas al embrujo de los viejos cafés, entre halos de humo negro y
el penetrante tufo del humo de la pipa que se le pegó a los labios y pasó a ser
parte del Sinfo intelectual y erudito.
Tras “La
Colmena” llegaría el sueño de La Casa de Guadalajara en Madrid, que en la idea
de Sinfo debía de ser otra Colmena. También aquí fue Sinforiano García uno de
sus primeros impulsores, y defensores, tanto que se asignó, para no ser el
primero, el cuarto puesto en el orden jerárquico de la fundación, y su primer
vicesecretario de la Junta Constituyente, que le designó, con las puertas de la
Casa abiertas, Vicepresidente, cuando Guadalajara comenzaba a despertar a los
años 60. Y a La Casa de Guadalajara dedicó parte de su vida, entre secretarías,
vicesecretarías, vicepresidencias y, ya puestos, libros de biblioteca, pues
desde que la biblioteca se abrió, hasta que las piernas de Sinfo comenzaron a
subir con paso temblón los peldaños de la escalera, Sinforiano fue
Bibliotecario de la Casa de Guadalajara en Madrid.
Largos fueron
los años, y largo el camino recorrido. Recompensado con el tributo amistoso de
quienes, en vida, le admiraron y pusieron su nombre en una placa, descubierta a
su memoria, en su Robledillo natal, cuando ya el viejo seiscientos con el que
se recorrió la Guadalajara entera comenzaba a dar muestras de cansancio.
Aquello fue
en el frío enero de 1993, templado con un cencerrear de botargas y unos guisos
de patatas cocinados según manda la tradición popular. Dos años después Sinfo,
en ese caminar que nunca para, por más que trate de pararse el tiempo, se fue a
dormir, hasta la eternidad entera, al lugar del que salió, a Robledillo de
Mohernando.
Atrás dejó,
para los amantes de la cultura tradicional de una Guadalajara que se sacudió el
polvo de los caminos y se embruja al sonido, color y sentimiento mundano de
botargas y enmascarados alcarreños, un primaveral invierno que lo revive cada
año. Por ciento y muchos más.
Fue
Sinforiano, sin duda, el descubridor y padre literario de los etnógrafos y
etnólogos de la Guadalajara que, despertando del sueño, abrió los ojos a los
últimos años del siglo XX, y a los comienzos del XXI.
Sin
Sinforiano García Sanz, no cabe la menor duda, botargas y enmascarados alcarreños
no cencerrearían como hoy lo hacen.
Sinforiano
García Sanz nació en Robledillo de Mohernando (Guadalajara), el 8 de junio de
1911; falleció en Madrid el 23 de junio
de 1995.
No hay comentarios:
Publicar un comentario