CARMEN BUENO PAZ, DE LAYNA
Detrás de un gran hombre…
Tomás Gismera Velasco
El 25 de octubre de 1917 Francisco Layna
Serrano junto a su cuñado José Brihuega –marido de su hermana Esperanza-, se
dirigió a la casa de don Manuel y doña Francisca Bueno, en la calle de la
Salud, de Madrid, esquina a la de la Abada. Tocaron a la puerta, salió a
recibirles la muchacha del servicio
que los hizo pasar a una sala y, al momento, don Manuel Bueno recibió en su
gabinete a don José Brihuega. Luego se sucedieron los hechos como en esas
películas que nos retrata la España de los años veinte en familias de mediana
posición. Hasta que don Manuel Bueno llamó a su despacho a los novios y
dirigiéndose a la novia primero y al novio después, les dijo aquello de:
-Don José Brihuega ha pedido tu mano, querida sobrina, para usted, don
Francisco Layna –y tras la perorata de costumbre, la pregunta-. ¿Señor Layna, quiere en efecto contraer
matrimonio con mi sobrina Carmen?
Por supuesto que quería. Se conocían de toda
la vida y llevaban cosa de ocho o diez años de noviazgo. Porque entonces los
noviazgos comenzaban y terminaban cuando Dios y el cura, dando su bendición,
así lo querían.
El tío Manuel Bueno, tío de Carmen, era su
tutor. El padre, don Laureano, doctor en Medicina, hacía años que había
fallecido, lo mismo que la madre, María Paz, dejando en la orfandad infantil no
sólo a Carmen, también a sus tres hermanos: Mercedes, Manuel y José.
Carmen Bueno Paz, de Layna |
Todo hay que decirlo, la tía Paca, Francisca
Bueno, era la madrina de nuestro doctor Layna Serrano, por ella llevaba el
nombre de Francisco por delante del Zoilo; y Laureano Bueno fue compañero de
estudios de su padre, Félix Layna, con lo que el noviazgo, a poco que ambos se
atrajesen, estaba bendecido por los Layna, desde Ruguilla, donde vivían sus
padres; y por los Bueno de Maranchón, tutores de nuestra Carmen.
La boda se fijó para el sábado 19 de enero
de 1918, día del cumpleaños de Carmen, en la iglesia del Carmen, de Madrid.
Antes hubo que alquilar vivienda, en la calle de Lagasca número 10, entresuelo
principal. Un piso amplio que les permitiese, además de mantener la vida
matrimonial, abrir una pequeña clínica médica, especializada, lógico, en
otorrinolaringología.
Y la boda…A la que acudieron los radiantes
novios para celebrar el enlace a eso de las diez de la mañana, en un Madrid
helado, todavía con la nieve de los últimos días apretándose sobre las aceras…
¡Qué
lindísima estaba la novia, cuando del brazo de mi cuñado subió lentamente,
pisando mullida alfombra entre dos filas de invitados, las gradas de la
parroquia del Carmen! Con su traje blanco, extendida hacía atrás la amplia cola
del vaporoso velo de tul, coronada de azahares, arrebolado el rostro y
brillantes sus ojos entre gozosos y tímidos…
Y
tras los sies, en un landó descubierto
tirado por dos caballos, alquilado y adornado para el caso, seguido del
acompañamiento, al gabinete fotográfico de Christian Franzen –el mismo a quien
pintó Joaquín Sorolla- para la foto oficial; a cambiar el blanco traje nupcial
por el de calle, y a celebrar la boda con un convite familiar en el restaurante
Molinero de la calle de Caballero de Gracia esquina a Gran Vía para, después
del baile, salir corriendo para tomar el tren de las siete dirección Toledo,
para allí pasar la noche nupcial en el Hotel Imperial y, a la mañana siguiente,
vuelta a Madrid, e iniciar la vida de casados, hasta que Dios lo quisiera. El
viaje de novios quedaba para más adelante. Para cuando llegasen unas pesetas
que Carmen había de heredar de su parienta doña Raimunda, la marquesa de
Linares –la del palacio de la plaza de La Cibeles de Madrid.
No eran tiempos en los que las mujeres
fuesen a la Universidad, o a las academias, salvo casos muy excepcionales. La
mujer estaba destinada a casarse y llevar vida de hogar. Tenía que aprender,
claro está, pero aprendía, por encima de todo, a coser, a lavar, a planchar, a
cocinar… y a servir a su hombre.
María del Carmen Bueno Paz se salía, en ese
sentido, de la norma. De la mano de su tía Francisca aprendió historia y
algunas más que interesantes nociones de gramática. Sin dejar de lado, por
supuesto, las labores del hogar. A pesar de que pertenecía a una clase social,
más bien alta que media. Su padre, don Laureano, fue médico de la Casa Real y
dejó a su muerte un pequeño, aunque interesante capital, que permitió a sus
hijos llevar una vida holgada hasta la hora de la independencia. Vida holgada
que les permitía viajar a Maranchón desde Madrid en coche de alquiler, o pasar
los calores veraniegos donde la alta sociedad de aquellos tiempos lo hacía, en
los balnearios norteños y en los hotelitos serranos de El Espinar. Los Bueno
Albacete, padres de don Laureano, habían conseguido una pequeña fortuna con la
muletería.
También, Carmen Bueno, por tradición familiar,
adquirió conocimientos de enfermería, con lo que no es difícil imaginarnos que
en aquella primera clínica que Layna Serrano abrió en la calle de Lagasca, él
era el médico y ella, por supuesto, la auxiliar de enfermería.
No quedó en ello todo. Carmen Bueno,
adelantándose a un tiempo que todavía tardaría en sernos generoso, o habitual,
fue una de las primeras mujeres que en España se atrevió a ponerse al volante
de un vehículo, y ser titular de un carnet de conducir a su nombre.
Tiempos en los que nuestro Francisco Layna
no soñaba, ni de lejos, con ser el historiador provincial en el que se
terminaría convirtiendo, pero que soñaba con ser un ágil escritor… ¡¡¡de
novelas amorosas!!! Novelas que escribía, a ratos perdidos, y Carmen, su
Carmen, le pasaba a máquina, también en perdidos ratos. Porque a nuestro Layna
Serrano eso de escribir a máquina se le daba mal. Muy mal. Así que del tecleo
de Carmen salieron algunas de aquellas aventuras a la moda del siglo XIX: Rosita Clavería… Amelia de Castellar… aventuras con mal principio y feliz final que
Carmen, amor de esposa y mujer, acoplaba, corregía y revestía de veracidad.
También algún que otro estudio médico pasó
por los dedos de Carmen. Porque Layna comenzó escribiendo sobre Medicina.
Escribía en cuartillas, a mano y mala letra, o letra de médico, que Carmen
transcribía al lenguaje correcto de la máquina, para que todo el mundo lo
entendiera.
Francisco Layna, la biografía. Su vida con Carmen Bueno, en este libro. Pulsando aquí |
La clínica de la calle de Lagasca no
prosperó demasiado, porque entonces ese barrio, el de Salamanca, se encontraba
muy lejos del centro; así que para estar más en el centro alquilaron un nuevo
piso clínica en la calle de la Concepción Jerónima número 17, donde comenzaron
a prosperar. También es cierto que en ese prosperar tenían mucho que ver los
viajes manchegos que Paco llevaba a cabo para pasar consulta en Manzanares,
Tembleque, Tomelloso, Madridejos, Santa Cruz de Mudela, Moral de Calatrava,
Valdepeñas, Santa Cruz de Mudela… Lugares a los que Carmen, por supuesto, no lo
acompañaba. Pero a la que escribía noche a noche, día a día:
…
Mi queridísima Carmen…
Porque todas sus cartas, invariablemente,
comenzaban con las mismas palabras, que se extendían algo más cuando, recibida
carta de ella, la respondía:
…llegó
tu epístola, tan cariñosa como de costumbre, cesó mi preocupación dejando el
sitio a la intensa alegría por saber de ti y leer tus palabras acariciadoras, y
ahora me toca coger la pluma para devolverte, corregidas y aumentadas, esas
frases de amor únicas caricias que nuestro cariño puede permitirse estando como
estamos alejados…
La salud económica del matrimonio no
comenzaría a mejorar hasta mediada la década de 1920, cuando los médicos
desaconsejaron al matrimonio la descendencia, por los constantes problemas de
salud de Carmen, y nuestro médico comenzó a inmiscuirse en la historia
provincial de la mano de su tío Manuel Serrano Sanz. Acompañándole unas veces,
en solitario otras, comenzaron a recorrer la provincia de Guadalajara, blog de
notas y cámara fotográfica en mano. Notas que tomar Francisco Layna.
Fotografías que hacer Carmen Bueno, pues muchas de las fotografías del tan
conocido fondo fotográfico de nuestro historiador fueron tomadas… sí, por
Carmen Bueno.
Con Carmen recorrió las márgenes del Tajo, y
Carmen le pasó a máquina las cuartillas con aquella primera historia que le
haría saltar al conocimiento provincial: “El Monasterio de Óvila”. Después,
junto a Carmen, recorrería los castillos provinciales, y las iglesias
románicas… y de la mano de ambos, y algún que otro amigo fotógrafo, surgirían
“Los Castillos de Guadalajara”, y “La Arquitectura Románica en Guadalajara”.
Entre ambos murió el tío Manuel. Que murió
como Cronista Oficial de la Provincia de Guadalajara, dimisionario. Pues
dimitió de su cargo, tres o cuatro años antes de su muerte. Y en aquello de
ordenar libros, notas del tío Manuel y alentar a su Paco; allí, estaba Carmen.
Que no quiso que su nombre figurase en el libro de los castillos, ni en los de
antes ni en los de después.
Pero cuando Layna publicó su “Arquitectura
Románica”, escribió alguna de las líneas más tristes que escribir pudo: ¡Con el mismo fervor que si vivieras te
dedico este libro… con el mismo fervor que siempre sentí por ti… Tu Paco”.
Escribía
esas líneas con fecha 12 de octubre de 1934. Un año después de la gran tragedia
que marcó su vida.
Sí. En aquellos tiempos también había
accidentes de circulación. Y los Layna habían adquirido un par de años atrás un
vehículo propio. Un Nash azulado con matrícula de Madrid, 30.290.
Aquel 12 de octubre de 1933, la del
accidente, los Layna habían quedado en Guadalajara con los Camarillo para pasar
el día por Cogolludo.
Y salieron de Madrid a eso de las nueve de
la mañana. Paco Layna condujo el vehículo hasta San Fernando. Allí cedió el volante
a Carmen. Con Guadalajara a la vista adelantaron a un camión y sintieron un
ruido extraño. Detuvieron el vehículo en el arcén, por ver si algo iba mal.
Llegó el camión y…
Se trataba de uno de los camiones,
curiosidades del destino, que habían trasladado, piedra a piedra, el monasterio
de Óvila desde las orillas del Tajo a Madrid. El despiste de su conductor no
advirtió que el vehículo de los Layna se detuvo. Se lo llevó por delante.
Francisco Layna, a punto de salir del
vehículo cuando los alcanzó el camión, salió despedido. Carmen Bueno quedó
atrapada entre el amasijo de chatarra. Unos camineros la rescataron y
trasladaron a Guadalajara, donde el doctor Sanz Vázquez trató de salvarle la
vida. Falleció en la clínica Sanz Vázquez a eso de las dos de la tarde de aquel
12 de octubre.
Recibió sepultura un día después, en el
cementerio de Guadalajara. Su amado Paco no pudo asistir al entierro. Se
encontraba, herido de cierta gravedad, en la misma clínica donde ella murió.
Tardó unos días en reponerse. Diez años en
volver a publicar un libro. A pesar de que, fallecida Carmen, confesó, ya no le
quedaba más que una dama por la que luchar: La Alcarria. Guadalajara.
Cuando se repuso encargó a Olmeda, el
marmolista, una de esas lápidas que marcan
el horizonte de los cementerios. Sencilla, ciertamente, pero con unas cuantas
alusiones al amor: el galo moribundo; las columnas partidas… y una frase que
permanecerá en el tiempo: “Laborando por
enaltecer la Alcarria, halló esta dama la muerte. Orad por su alma”.
Y, aunque pasarían cerca de cuarenta años, a
su muerte quiso que lo enterrasen, a don Paco, junto a ella. Con la alianza que
le puso el día que contrajeron matrimonio; la medalla que le regaló el día que
se prometieron…
Carmen Bueno Paz. La mujer a la sombra del
gran historiador, había nacido el 19 de enero de 1894.
(Las imágenes
están tomadas del libro biográfico: “Francisco Layna Serrano. El Señor de los
Castillos. Otra historia de Guadalajara”. Véase también, en este mismo blog, la
biografía de Francisco Layna Serrano: “Francisco Layna Serrano, el nombre de
Guadalajara”).
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