BALTASAR CARRILLO, EL GUERRILLERO DE ATIENZA
Natural de Arbeteta, fue una figura principal en la Guerra de la Independencia, y en la 1ª Carlista
Sin duda, uno de los personajes más singulares y poco conocidos de la Guadalajara de los últimos años del siglo XVIII y mitad del XIX, fue Baltasar Joaquín Mariano Carrillo Lozano Sicilia y Manrique, hijo de Baltasar Carrillo Sicilia, natural de Arbeteta; y de Brígida Lozano Manrique, de Campisábalos. El chiquillo Baltasar nació en Arbeteta el 28 de noviembre de 1770, y el 8 de diciembre, en la iglesia parroquial de la villa de Arbeteta, su cura párroco, don Miguel Abarca, lo bautizó con la solemnidad que correspondía al hijo de una familia ampliamente conocida en la comarca. Su padre era propietario de uno de los hornos-fábrica de vidrio más populosas del entorno; por parte de su madre, los Lozano dominaban el mundo de la ganadería lanar a lo largo y ancho de la Serranía de Atienza; sus rebaños estaban formados por varios miles de cabezas; disponiendo de casonas hidalgas en numerosas poblaciones, desde Campisábalos a Miedes; de aquí a Arbeteta, Laranueva, Trillo y, por supuesto, Atienza, en donde en su entonces calle Mayor, o de la Zapatería, Baltasar heredó la de sus antepasados, los Fernández Manrique, levantada según proyecto del arquitecto Lorenzo Forcada, en los años finales de la década de 1779.
Baltasar Carrillo, un hombre para la Historia
Corta edad contaba Baltasar Carrillo cuando, como heredero de su tío Juan Antonio Lozano Manrique, regidor perpetuo de Atienza, dejó atrás Arbeteta para establecerse primeramente en Campisábalos, sin duda para conocer los extensos dominios patrimoniales de la familia, desde donde pasó a cultivarse al Seminario de Nobles de Madrid, antecesor del Colegio Imperial, en donde llevó a cabo sus estudios, para regresar a Campisábalos hacia 1785; haciéndose cargo de la hacienda familiar, títulos y nombramientos de su tío Juan Antonio, hermano de su madre, al fallecimiento de este en 1795 o 96; entre ellos el de regidor de Atienza, o el de Síndico General del convento de San Francisco, en cuyas cercanías vivió, puesto que, dejando atrás la noble casona de la calle de la Zapatería, prefirió el viejo caserón levantado a espaldas de la iglesia de San Gil.
Su vida, hasta los tiempos de la invasión napoleónica no dejará grandes reseñas, pues vivirá dedicado a la atención de sus negocios; producida esta movilizará a las gentes de Atienza para crear una de las numerosas Juntas de Defensa que en sus inicios se extendieron por la provincia, uniéndose al poco a la de Sigüenza, creada el 11 de agosto de 1809, que pasaría a ser la de la provincia, presidida por el obispo Vejarano, y de la que tomará igualmente parte el también atencino, tutor de Jovellanos, Juan José Arias de Saavedra.
Fue igualmente Baltasar Carrillo el hombre que, dando cumplimiento a uno de los principales acuerdos tomados por la Junta de Defensa, el 6 de septiembre de aquel año, a lomos de buena cabalgadura, atravesó la Serranía para plantarse el día 9 en Ayllón ante el mismísimo “terror de los franceses”, como ya era conocido el vallisoletano Juan Martín Díaz, el Empecinado. La pretensión de la Junta de Sigüenza, y órdenes de Baltasar, era traer a Guadalajara al valiente guerrillero. Le ofreció todo lo que aquel necesitaba para combatir aquí al francés, armas, uniformes, equipamientos, víveres y pagas. Días después, El Empecinado entraba en Guadalajara, procedente de tierras segovianas, a través de los extensos pinares que rodean el Pico Ocejón.
No fue, la relación de Juan Martín con la Junta de Defensa todo lo feliz que se hubiera deseado, puesto que los desacuerdos fueron constantes, llegando incluso a una especie de ruptura en 1811, situándose al frente de la guerrilla del Empecinado, nada menos, que Baltasar Carrillo. A quien no se le debió dar demasiado bien dirigir las tropas, puesto que los franceses estuvieron a punto de desmantelarla. Cuando volvió Juan Martín a capitanearlas, decenas de sus hombres habían perecido o habían sido hechos prisioneros. En una gesta gloriosa, participó Baltasar Carrillo junto al Empecinado, en la que se llamó “acción de Mirabueno”, reñida del 15 al 16 de marzo de 1810, en la que la partida del guerrillero, con la participación de algunos miembros de la Junta, desmanteló el convoy francés que se llevaba, en decenas de carros que hubo de abandonar en aquellos caminos, el producto de uno de tantos saqueos que padeció la ciudad de Sigüenza.
Juan Martín y la Guerra de la Independencia en Guadalajara; conócelo pulsando aquí
El secuestro de don Baltasar
Cargado de honores regresó de la guerra de la Independencia don Baltasar Carrillo a la Serranía. Honores y algo más de poder; puesto que tras la constitución de las Diputaciones provinciales formó en la de Guadalajara como uno de sus primeros vocales; manteniéndose como regidor de Atienza; cargo del que pasaría a ser, en 1820, Alcalde Constitucional. Antes, en 1815, fue el encargado, en nombre de la Villa, de acudir a postrarse ante Fernando VII, y darle la bienvenida al trono, en nombre de Atienza y su tierra.
Casado se encontraba con su prima Francisca de Torres Lozano, quien añadió a la hacienda conyugal no menor cuantía de bienes. Matrimonio que no fue bendecido con la descendencia, por lo que los bienes de ambos se distribuirían a su vez en nuevos sobrinos.
Don Baltasar Carrillo formaría parte de las Cortes del Reino, como Diputado por la comarca de Atienza, en varias legislaturas, siempre buscando la defensa de sus intereses, e incrementando la hacienda. Su cabaña de ganado lanar pastaba por los campos serranos, y por los extremeños, donde, en Campanario, a fin de controlar los de aquella parte de la tierra, se aposentó uno de los miembros de la familia que allí echó raíces.
Más si algo le llevó a ocupar durante días las páginas de la prensa nacional fue uno de esos sucesos que alteran el orden en tiempo de guerra. Sucedió durante la primera carlista cuando, el 15 de febrero de 1836, a eso de las diez de la mañana, al tiempo que las gentes se encontraban en misa, la partida guerrillera del canónigo seguntino Vicente Batanero entró en Atienza, saqueó, robó, amenazó y, llegado que fue a la casa de Baltasar Carrillo, lo busco hasta debajo de las piedras.
Don Baltasar, ya en edad de pocos trotes, no había ido a la iglesia y, al ruido, busco refugio… en las trojes del trigo, en las cámaras altas de la casa. De allí lo sacaron los de Batanero y, con la partida, se lo llevaron camino de la sierra. Hasta Galve acudieron los familiares a ofrecer por él un buen rescate; pero Batanero no buscaba dinero, sino la libertad de algunos de los principales hombres, partidarios del pretendiente, que se encontraban presos.
La prensa dio detalles, día a día, de los movimientos del ex canónigo seguntino, como las dio de la aparición de don Baltasar en Atienza, días después.
En su constante movimiento para no ser alcanzados por los isabelinos, las tropas de Batanero recorrieron la sierra sin detenerse; el día 20, en las cercanías de Beleña, don Baltasar, maniatado sobre una caballería, se echó de ella, rodó por el terreno, le dispararon hasta darlo por muerto y… a lomos de un borriquillo, apareció en su casa varios días después.
Poco se conoce de sus últimos años. Es sabido que fue uno de los primeros inversores de la minería en Hiendelaencina; que adquirió las propiedades desamortizadas del convento de San Francisco de Atienza, y que hubo de fallecer en torno a 1844.
Uno de los primeros estudiosos del personaje, su paisano Juan Luis López Alonso, en la revista digital Atienza de los Juglares, contó vida y milagros, de don Baltasar, y su familia.
Un hombre para la historia y, quizá, todavía por descubrir.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 22 de noviembre de 2024
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