viernes, noviembre 03, 2023

SANTOS LÓPEZ PELEGRÍN

 

ABENAMAR, EL LITERATO DE COBETA

Santos López Pelegrín, “Abenamar”, uno de los más prestigiosos columnistas del siglo XIX

 

    Escribieron, quienes se dedican a desentrañar el origen del nombre de nuestros pueblos, que el de Cobeta proviene de “cubo”, enlazando el origen del nombre con la torre del homenaje de lo que fue su castillo, semejante a un cubo alargado.

   Castillo que, sin duda, nació en torno a alguna de las torres que servían de vigías en tierra de fronteras. Antes de que don Manrique de Lara fuese señor de Molina y por ende de Cobeta, que pasó a las monjas de Buenafuente y a ellas se la arrebató, junto a su tierra del Villar, La Olmeda, Torrecilla y algunas más, la fuerza de don Íñigo López, que fue hombre de armas tomar.

   Su historia es densa, la de Cobeta, hasta que los Reyes Católicos, y antes sus antecesores, por aquello de no ganarse enemigos, que los López de Tovar fueron gentes de mucho rango, legalizaron la situación y dejaron a las monjitas sin sus tierras. A cambio les dieron las de Ciruelos del Pinar, para que no lo perdiesen todo, mientras el señorío de Cobeta, que siempre presumió de ser tierra independiente del Señorío molinés, pasaba en tiempo de sus católicas majestades, a doña Mencía de Tovar, casada ella con un Estúñiga, entroncando el señorío de Cobeta con el marquesado de Baides, a las orillas de Sigüenza.

   Ellos, los Estúñiga, erigieron en los primeros decenios del siglo XVI la famosa ermita de la Virgen de Montesinos, en la que colocaron sus armas, haciéndose patronos del santuario. Quien dio el paso fue don Diego López de Estúñiga, hombre de rara virtud y vida ejemplar, como lo definió Alonso López de Haro en el siglo XVII.

   Claro que, con tantas torres, castillos y palacios a los que atender, los Estúñiga, luego condes de Salvatierra, dejaron olvidado el torreón de Cobeta que, poco a poco, se fue perdiendo, hasta quedar en lo hoy conocido.

 

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Y Aquí, el libro de Cobeta

 

 

Los Pelegrín de Cobeta

   A Cobeta llegaron los Pelegrín, procedentes de Molina en los años finales del siglo XVIII, sin duda para dirigir una de las ferrerías que allí se establecieron; una era de ellos y la otra del Sr. Conde de Salvatierra. Aquel primer Pelegrín, sin duda, que llegó a Cobeta, fue don Josef López Pelegrín y Martínez, que casó con doña Polonia Manuela Zabala, natural, por la mayoría de sus costados, de Cobeta.

   Don José López Pelegrín fue uno de los importantes hombres que movieron los hilos de la comarca durante los años duros de la invasión napoleónica, dirigiendo la fábrica de armas, o fusiles, que la Junta de Molina estableció aquí, con operarios guipuzcoanos y dos maestros de postín, Bartolomé Astiarán y Mateo Guisasola, armeros de prestigio reconocido; hasta que los franceses ocuparon Cobeta y el 17 de marzo de 1811 redujeron la fábrica de armas a la nada.

   También fue, don Josef López Pelegrín, hermano de otro de los grandes hombres que movieron los hilos, en este caso del reino, una vez concluyó la guerra contra el francés, don José Ramón López Pelegrín, molinés de nacimiento quien, tras pasar por unos cuantos cargos en el complejo reinado de Fernando VII, fue uno de los consejeros a los que el rey recurrió en busca de abolir la ley sálica establecida con Felipe V, a fin de que las mujeres pudiesen volver a reinar. Lo que concluiría en la primera Guerra Carlista. En la que los Pelegrines molineses y cobetanos padecieron lo suyo, pues les quemaron la ferrería y no solo eso, se llevaron en prenda a doña Vicenta Tabira y sus hermanas; que doña Vicenta era, cuando los sucesos que contamos, mujer de don José Ramón López Pelegrín, hijo de don José y sobrino de don Ramón; y también hermano de don Santos López Pelegrín, Abenamar.

 

Santos López Pelegrín, Abenamar

    La partida de bautismo de don Santos López Pelegrín dice que lo bautizó el cura de Cobeta, don Esteban Llorente Olmo, en su iglesia parroquial, el dos de noviembre de mil ochocientos, y que lo sacó de pila y fue su padrino su abuelo materno, don José Jorge Zavala. Aquí comenzó su andadura por la vida.

   En Cobeta vivió aquellos intensos días en los que las tropas napoleónicas incendiaron Molina, persiguieron a la familia, saquearon su pueblo y destrozaron la fábrica de armas que dirigía su padre quien, apenas concluida la invasión, lo mandó a Madrid, al cuidado de su tío don Ramón, para que estudiase lo que fuese posible; y lo hizo, en Madrid y Alcalá de Henares, hasta ser todo un señor Abogado; título que recibió en 1826, ingresando en la administración, siguiendo los pasos familiares. El primer cargo le llegó dos años después, cuando lo mandaron a las Islas Filipinas como consejero del Gobierno; allí, cuenta la historia, se portó como buen castellano que era. Amplió los horizontes que le fueron encomendados e hizo algo más, en la colonia entonces española fundó una nueva población que había de encargarse de las plantaciones tabaqueras; la población no podía llamarse de otra manera: Nueva Cobeta.

 

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    Sin embargo, el aire de aquellas tierras parece que no le pintaba demasiado, por lo que, tras solicitar la licencia correspondiente, regresó a España. De prestado, que ni dinero tenía para pagarse el pasaje de un viaje que duró ocho meses.

   Aquí, en la Corte, volvió a sus quehaceres jurídicos; ocupó entre 1834 y el año siguiente el cargo de teniente de Corregidor de Madrid; y por mediación de su tío don Ramón lo nombraron para ocupar una magistratura en la Audiencia de Cáceres, pero ya no estaba dispuesto a salir de la capital del reino, renunció al puesto y eligió continuar la carrera para la que se sentía llamado: la literaria.

   Desde años atrás venía escribiendo en algunos medios de prensa y a partir de aquí lo haría con mucho más ahínco, al tiempo que comenzó a publicar algunas obras y relacionarse con los grandes literatos de su tiempo, como Alberto Lista, José de Espronceda, Bretón de los Herreros, Ventura de la Vega…, y un ciento más; pertenecientes a la Academia Literaria que presidió: La Academia del Mirto. Pocos periódicos de Madrid dejaron de incluir su firma, unas veces como Santos López Pelegrín y muchas más con la que le hizo popular: Abenamar.

  También se hizo político, pues representó a Guadalajara en el Congreso en los años difíciles de la última década de 1830 e inicios de la siguiente, cuando las rivalidades se llevaban hasta las últimas consecuencias. A López Pelegrín sus rivales lo acusaron de estar detrás de los pronunciamientos del General O’Donell contra Espartero, que concluyeron con el fusilamiento de Diego de León. Lo apresaron y a punto estuvo de terminar frente al pelotón. Lo salvó el que sus amistades pudieron testificar que nada tenía que ver.

   Pero a partir de 1841 ya no volvió a ser el mismo, aunque dejó para la historia de la literatura unos cuantos miles de artículos de prensa, decenas de obras de teatro, alguna novela, diccionarios y las obras que, en torno al toreo, le darían mayor popularidad, comenzando por la Tauromaquia completa y concluyendo con la Filosofía del Toreo.

   La noche del 21 de febrero de 1845, un derrame cerebral terminó con su vida. Lo sepultaron dos días después, en el cementerio de la Puerta de Toledo, en Madrid; presidiendo el sepelio su hijo, don Santos López Pelegrín y Velasco, hijo de don Santos y de doña Tomasa Velasco Panadero. Su hijo seguiría sus pasos en la política; y a la muerte de su hijo los continuaría su nieto, don Santos Pelegrín y Bordonada quien, como parte de sus antepasados, fue hombre de amplia vida política provincial hasta su fallecimiento en 1935.

   Sin duda, un apellido, para no olvidar dentro de la historia provincial.

 

Tomás Gismera Velasco /Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 3 de noviembre de 2023

 


 

Eugenia de Montijo, el Imperio Escarlata (Conoce la novela, aquí)

Y aquí, el libro

 

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