domingo, mayo 08, 2022

ANDRÉS CANO Y JUNQUERA (Gualda)

 GUALDA, ENTRE LA MESTA Y EL OBISPO DE ARADÉN

Don Andrés Cano y Junquera fue uno de los obispos provinciales más populares del siglo XVIII en Guadalajara

 

    Todo un tiarrón, como hoy diríamos, fue don Andrés Cano y Junquera, que no nació por estos pagos, aunque por ellos anduvo la mayor parte de su existencia, y por estos se quedó. En Gualda, que es uno de esos pueblos alcarreños en los que la flor de la lavanda sirvió para que elaborasen las abejas la rica y untuosa miel que tanta fama dio, a la población y a la comarca.

   Don Andrés Cano nació en un poblachón de la provincia de Palencia, Villanueva de los Caballeros, muchos años antes de lo que algunos de quienes han escrito sobre él han querido ver. Lo hizo el 4 de marzo de 1707 y su memoria se conserva en orlas, escritos y diplomas, a través de una gran parte de la provincia de Guadalajara, y del obispado de Sigüenza, que por los tiempos en los que nuestro hombre anduvo por aquí se extendían por las hoy provincias de Soria, e incluso tocaba algo de la de Cuenca. Don Andrés Cano, que pudo y no quiso ser obispo titular de la diócesis, vio pasar, mientras él ostentaba el curato de Gualda, cinco obispos diocesanos, don Fray José García Fernández, don Francisco Díaz de Santos Bullón, don José Patricio de la Cuesta y Velarde, don Francisco Javier Delgado y Venegas, y don Juan Díaz de la Guerra. 


 

 

Gualda, al final del camino

   Don José María Quadrado y Nieto, que fue uno de aquellos periodistas y escritores andariegos del siglo XIX, quien desde su natal Mallorca se lanzó a recorrer los caminos de España junto al sin par Francisco Javier Parcerisa, dejando uno de los mejores trazos de la Castilla histórica de nuestros quehaceres, Quadrado a la prosa y Parcerisa al dibujo, quizá impresionado por la visión de la población, cuando se encontraba inmerso en recorrer la Alcarria guadalajareña, tomó el apunte que otros nos legaron en torno a la Olcadia o los olcades; la Alcarria de Gualda:

   “Cuando se presentó a nuestros ojos aquella montuosa y agreste comarca, de indecisos límites y arábigo nombre, que recordando las alquerías y dispersos caseríos de sus pobladores sarracenos ofrece singular analogía con el nombre y situación de la primitiva Olcadia entre los celtíberos y los carpetanos contenida. Alta y pedregosa, surcada en todas direcciones por hondos valles o más bien barrancos por donde se deslizan apacibles y nombrados ríos, pingüe feraz en las cañadas, desnuda y yerma en las alturas o de bajos matorrales solamente vestida, pero brindando con sabrosos pastos a numerosa grey y a densos enjambres de abejas con aromáticas flores, encierra reducidos jardines, variadas perspectivas y un pueblo sencillo y bueno cuyas patriarcales costumbres, a pesar de los corrompidos hálitos de la Corte, mantiene allí generalmente el pastoril ejercicio. Sus lugares, aunque cortos, parecen haber brotado del seno de la hondonada al par de la pequeña huerta que los circunda, o haberse fabricado un nido de verdor en los recodos de las calizas peñas…”

   Eran los tiempos, mediado el siglo XIX, en los que se comenzaba a descubrir la Alcarria, aquel hermoso país al que, a la gente, últimamente y cada vez con mayor motivo, le da la gana ir.

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   Gualda era, por estos tiempos, población de renombre que, de alguna manera, vivía a la sombra de Brihuega, o mejor, de las fábricas de hilaturas y paños de Brihuega, pues algunos de sus vecinos trabajan para aquellas desde sus pequeños telares caseros.

   Contaba igualmente con una importante industria aceitera, y un no menos interesante comercio vitivinícola, hasta que la filoxera terminó con lo mejor de sus cepas. Pero por aquellos tiempos en Gualda se producía mucho vino, y mucho aceite. Tanto que, a falta de dinero contante con el que abonar las igualas, al médico, al boticario, al cirujano o al barbero, a los que se solía pagar en especie, en lugar de patatas, leña para la lumbre, trigo centenoso o metadenco, como por otros lugares, aquí, una parte del jornal, se abonaba en arrobas de vino.

 

Y aquí, nació la Mesta

   Por aquí pasó y aquí se detuvo el rey Alfonso X en aquellos años de creación de gremios y dictado de leyes, en los que las agrupaciones de pastores y ganaderos se fusionaron en la "Real sociedad de ganaderos de la Mesta", según el privilegio del rey Sabio, en 1273 en Gualda, aunque su denominación y reglamentación es de 1347, reinando Alfonso XI. ​Con su creación se intentaba evitar posibles conflictos entre agricultores y ganaderos, ya que estos últimos debían atravesar las tierras de los agricultores con sus rebaños dos veces al año, produciendo daños en los cultivos. Esto se subsanó construyendo unos itinerarios concretos: los de mayor anchura se llamaban cañadas, y las más importantes de entre ellas se llamaban cañadas reales, dando testimonio de su creación por el rey. Aquí, en Gualda.

   Entonces la villa todavía pertenecía al sexmo de Durón, en el Común de Villa y Tierra de Atienza, antes de que Atienza, Villa y Tierra, dejasen de ser incluso sombra de lo que fueron, y de que doña María de Aragón, reina de Castilla, cometiese uno de aquellos históricos descalabros; cuando se encaprichó en desgajar del Común un ciento de pueblos, villas y aldeas que regalar, como dote de bodas, a su prima doña María de Castilla y al manirroto, como diría Layna Serrano, Gómez Carrillo, que tantos renglones, derechos y torcidos, escribió en la historia de Castilla.

 

Andrés Cano y Junquera

   Don Andrés Cano y Junquera fue conocido en la diócesis de Sigüenza por el título que ostentó, Obispo de Aradén, que podría calificarse de honorífico dentro del obispado; llegando igualmente a ser auxiliar de la diócesis durante un largo periodo de tiempo a lo largo del siglo XVIII, mientras desempeñó el cargo de Cura Párroco de Gualda. Su biografía la trazó el sacerdote e investigador seguntino don Andrés Román de la Pastora. Estudios más avanzados nos indican que fue nombrado obispo auxiliar de la Diócesis, al tiempo que de Aradén, el 16 de diciembre de 1748.

   Continuando lo escrito por don Román Andrés de la Pastora, nos dice este que “a los 29 años de su edad, en el año de 1737, siendo maestro de pajes del señor obispo de esta Diócesis Fr. Josef García, se le presentó el curato de Gualda, de la misma diócesis, vacante por la muerte de don Lucas García, a 3 de abril de dicho año de 1737, y en 6 de junio del año siguiente tomó posesión del curato indicado. Antes de cumplir doce años de cura parroquial, en el mes de marzo o abril de 1749 fue nombrado obispo auxiliar y consagrado con el título de Aradén”.

   De su paso por Gualda nos hace relación el investigador seguntino dándonos cuenta de que su 1ª confirmación en Gualda se verificó el 20 de abril de aquel año de 1749, al tiempo que nos dice que fue un infatigable y activo miembro del obispado, como lo demuestran sus innumerables visitas a través de las poblaciones del entonces obispado de Sigüenza, tanto en la actual provincia de Guadalajara como en las vecinas de Soria y Cuenca. Corrió de pueblo en pueblo, confirmando a niños, o consagrando parroquias, hospitales, capillas, ermitas e imágenes, como lo hizo con una de las tallas más emblemáticas del obispado, la del Cristo del Perdón de Salvador Carmona hacía 1777; o la bendición pública de la conocida ermita de San Baudelio de Casillas de Berlanga.

   De los viejos papeles y documentos encontrados en torno a él en los archivos diocesanos, nos dice que durante su estancia en la parroquia de Gualda predicaba siempre el Evangelio los Domingos y otros días festivos, siendo muy amado de su grey, a la que socorría.

 


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   Murió a los setenta y un años de edad, de forma prácticamente imprevista: “Estuvo el día 15 de septiembre de 1779 muy ocupado y entretenido con la obra del pequeño corredor de su morada; se había fijado la mayor parte del balaustrado; más al terminarse el día no se había clavado aun enteramente la porción que caía a la calle. Querían los maestros concluir esta operación para impedir todo riesgo; más el Ilmo. creyó que no lo habría. Quedó sin perfeccionarse la clavazón y al día siguiente 16, a las cinco y media de la mañana, según su costumbre, preparándose para celebrar Misa en su Oratorio, abrió la puerta del corredor, y distraído por olvido del gran peligro que le amenazaba, se apoyó en las fatales barandillas, distantes de la calle en extremo unas cinco varas. Cayó a la dicha calle…”

   Falleció pocas horas después, a consecuencia de los golpes y fracturas de huesos, a los 42 años, 3 meses y 10 días de cura parroquial, y 30 años y unos cinco meses de su obispado de Aradén

   A él se deben, entre otros logros para la población, la ermita de Nuestra Señora de la Concepción. Las iglesias provinciales están repletas de placas que recuerdan el silencioso paso de don Andrés; pues de él no se ocuparon los grandes libros de la historia.

 

Tomás Gismera Velasco / Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 18 de marzo de 2022

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