viernes, abril 09, 2021

ROMÁN ANDRÉS DE LA PASTORA

 DON ROMÁN, EL PRIMER ARQUEÓLOGO
Recordando a D. Román Andrés de la Pastora

 

     No fue justa la gloria con don Román Andrés de la Pastora, o no al menos como lo debió de ser, pues después de toda una vida de laborioso escudriño en archivos y bibliotecas, en iglesias y catedrales, e incluso en las entrañas de la tierra, fueron otros hombres quienes, llegados detrás de él, recibieron los honores. En ocasiones recordaron que aquel hombre les abrió las puertas. En otras, con harta frecuencia suele acontecer, se atribuyeron, sin más, los trabajos que aquel hizo.

 


 

   Las “papeletas”, notas y fichas que don Román rellenó por espacio de más de sesenta años, sirvieron para componer obras que hoy son de culto para la historia de la provincia de Guadalajara, y mucho más para la histórica Sigüenza, cuyos secretos descubrió y llegó a conocer como si se tratase de las losas de las alcobas de su propia casa.

 

La infancia son recuerdos

   Andaba inmersa España, y con ella Sigüenza, en aquella orgía guerrera que nos trajeron los malos gobiernos que permitieron la invasión francesa en los inicios del siglo XIX. Buen número de las hidalgas familias, o quienes pudieron hacerlo, salieron de Sigüenza, tan castigada por los generales franceses, entre la primavera de 1808 y la de 1814, asentándose, mientras duró la guerra, en los pueblos próximos, especialmente en el entorno de Palazuelos. La familia de don Andrés Román de la Pastora permaneció durante todos aquellos años en Sigüenza, y allá nació nuestro hombre, en el bisiesto año de 1812. Un 29 de febrero, que ya es capricho, en el seno de una familia de labradores, medianamente acomodados, también es cierto.

   Con 14 años ingresó en el seminario seguntino, y con veinte apenas, diestro maestro en historia y arqueología, ya era cura de Santa María de Sigüenza, donde permaneció veinte años más, al tiempo que comenzaba a escudriñar en los archivos y descubría los pilares ocultos de la historia dela ciudad de los obispos; mientras ocupaba algún que otro cargo segundón en la catedral, lo mismo que en el complicado organigrama diocesano: asesor de la fiscalía del Tribunal Eclesiástico; Vocal de la Junta liquidadora de haberes del Clero; de la Comisión de Memorias y Aniversarios del Obispado; inspector de libros sacramentales; Notario mayor de Capellanías…

 

Historias de la historia, y la arqueología

   La mayor parte de su vida, que fue larga en extremo, pues vivió casi por entero la totalidad del siglo XIX, permaneció en Sigüenza, haciendo alguna que otra salida, claro está, para visitar las poblaciones vecinas, indagar en asuntos de historia y arqueología, ocuparse de una singular capellanía heredada en Guijosa y viajar a Madrid, donde permaneció por espacio de casi nueve años cuando el siglo se partió por su mitad. Aquella estancia en la capital del reino le permitió entablar relaciones con arqueólogos e historiadores, regresando a Sigüenza con más ganas, si cabe, de desentrañar y descubrir historias.

 

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   Alguna ya tenía hilvanada, pues por entonces fue nombrado Académico correspondiente de la Real de la Historia. Academia a la que remitió algunos de los primeros informes sobre hallazgos arqueológicos que llevó a cabo en la comarca de Molina, en El Pedregal, donde estudió una curiosa necrópolis que posteriormente pasaría a formar parte del mapa de la arqueología provincial; el 4 de noviembre de 1882 firmaría la comunicación que después publicaría el Boletín de la Academia.

   En Sigüenza, en una era propiedad de la familia, también se hallaron algunos restos óseos, celtíberos o romanos, que le dieron pie para las posteriores investigaciones que hicieron de él, sin duda, el primer arqueólogo, conocido como tal, de la provincia de Guadalajara. Posteriormente llegarían otros, como el inolvidable Justo Juberías.

   Tanto es así que quien es considerado uno de los mayores arqueólogos españoles, al menos de los orígenes de la arqueología española, don Enrique de Aguilera y Gamboa, marqués de Cerralbo, no pudo menos que definirlo como “un sabio, profundo, acertadísimo y modesto investigador”.

   Don Román llegó a reunir la que sería, tal vez, mayor colección de piezas arqueológicas de la provincia, que el tiempo se encargó de dispersar y perder. Llegó a juntar una inmensa cantidad, en monedas y otros materiales que expuso para conocimiento de la provincia en la Gran Exposición que tuvo lugar en el Palacio del Infantado en el otoño de 1867, donde llamaron la atención su colección de monedas celtibéricas, por la que recibió una mención especial con su correspondiente medalla. Según recoge la Memoria de la Exposición, a ella tan sólo llevó 180, a pesar de que su colección estaba compuesta por más de siete mil.

 

San Baudelio de Berlanga

   Tiene, y tenía, la tierra de Soria, por el siglo XIX, aires seguntinos. Una buena parte de aquella provincia todavía continuaba perteneciendo al obispado de Sigüenza, por lo que no es extraño que gentes de estas tierras participasen en la historia de aquella provincia, desde Barahona a Medinaceli y desde Almazán a Berlanga. Por supuesto, también en los pueblos intermedios.

   En uno de ellos se encuentra la que es, sin duda, una de las ermitas más visitadas, e históricas, por su pasado: San Baudelio, en Casillas de Berlanga, a donde fue llamado don Román por su primo, párroco de La Riba de Escalote, don Domingo Pastora. Don Domingo llegó a Casillas por casualidad, vio lo que dentro había y, como aquellos hombres que descubrieron las tumbas de los faraones o las cuevas de Altamira, se admiró. Ambos, don Román y don Domingo fueron, cuentan por allá, quienes buscaron a don Elías Romera, que la sacó a la luz de los papeles de la historia.

   Casualidades del destino, el yerno de don Elías, don Juan Francisco Marina Encabo, natural de nuestras tierras, tendría que batallar en los tribunales, muchos años después, para tratar de que a la ermita regresasen aquellas pinturas que son su ser y que, como algunas buenas obras, salieron de España por la puerta falsa.

 

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   Cuando don José Ramón Mélida y don Manuel Aníbal Álvarez dieron en 1907 a la imprenta su trabajo sobre San Baudelio, como “un monumento desconocido”, claro está que no lo era para nuestros sabios investigadores serranos. Tan sólo que estos no dispusieron de los medios económicos necesarios como para dar sus trabajos a la imprenta.

 

Historia de la Diócesis de Sigüenza

   Contaba el obispo historiador, don Fray Toribio Minguella, poco después de dar a la luz aquella gran obra con la historia de los obispos seguntinos, que no había un solo papel en los archivos que un hubiese sido estudiado por don Román Andrés de la Pastora.

   Con aquellas notas, y papeletas, que nuestro hombre fue sacando, componiendo e hilvanando, llegó a formar don Toribio la Historia de la Diócesis y sus obispos, una obra en la que don Román trabajó durante la mitad de su vida, sin poder llegar a verla publicada.

   Don Toribio, reconoció en sus escritos la labor callada de aquel hombre, en pro de la historia seguntina; como lo reconocería otro de nuestros grandes historiadores, en cuanto a la tierra de Sigüenza hace, don Manuel Pérez Villamil, quien elogió largo y tendido a don Román. Cuando la obra de Pérez Villamil vio la luz, la “Historia de la Catedral de Sigüenza”, en 1899, don Román hacía muy poco que bajó a la tumba. Tuvo ocasión de conocer, valorar y sentir, el trabajo de Pérez Villamil, en el que reconocía las aportaciones de nuestro hombre.

 

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  No sucedió lo mismo con la obra de Minguella. Cuando la Historia de los Obispos de Sigüenza salió de la imprenta, habían pasado ya muchos años del fallecimiento de don Román. Y la distancia es el olvido.

   Un detalle tuvo aquel sabio obispo para con los restos del erudito olvidado que, tras su muerte, fue sepultado en el cementerio, como uno más de los vecinos de la noble ciudad. Don Toribio mandó que los restos de aquel hombre sencillo que en vida fue, se trasladasen a la catedral y ocupasen en ella el lugar de honor que debió de haber ocupado en vida. Y enterrado se encuentra en su nave central.

    El 10 de abril de 1898 se despidió del mundo, mientras que sus papeletas continúan abriendo ventanas a la historia de la ciudad. Loada sea su obra.



Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 9 de abril de 2021 

 

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