ANTONIO BOTIJA, JADRAQUE Y UN CUADRO DE JOVELLANOS
Fue,
sin duda, uno de los personajes más sobresalientes de los últimos años del
siglo XIX e inicios del XX
Don Antonio Botija Fajardo pasó la mayor parte de su vida fuera de la
villa del conde del Cid, en Madrid. Tampoco nació en Jadraque, sino en
Barcones, pueblecito hoy en la provincia de Soria y que cuando don Antonio vio
la luz del mundo, en 1840, acababa de pasar a pertenecer a aquella provincia, puesto
que siempre fue, Barcones, tierra de Atienza y con Atienza, por su Norte, lo
tiene de frontera. A pesar de ello don Antonio Botija fue una institución en
Jadraque desde que llegó a la villa para contraer matrimonio con una de sus
primas, hasta que volvió para quedarse a reposar a la eternidad en su
cementerio.
Desde su casa madrileña, en el número 4 de la plaza de Santa Ana, que
tantos recuerdos tiene para la provincia, inició en el mes de mayo de 1922 el que
sería su último viaje junto a su hija Conchita. Y es que don Antonio expresó,
desde que comenzó a sentir que la vida le pedía cuentas, su deseo de morir en
Jadraque. Tras llevarlo a cabo aquí murió, el 26 de mayo de ese año, y en su
cementerio recibió sepultura junto a su esposa, doña Antonia Botija Verdugo,
que se le adelantó en el viaje unos cuantos años.
Puede que nadie se haya parado a pensarlo, pero si echamos una mirada a la lista de profesiones que
eligió la juventud jadraqueña de los comienzos del siglo XX nos llevaremos una
sorpresa al encontrarnos con un gran número de Ingenieros Agrónomos.
Algo de lo que don Antonio Botija podría darnos cumplida explicación,
puesto que fue Ingeniero Agrónomo; y no sólo eso, sino que también fue Director
de la Escuela Especial de Ingenieros Agrónomos; Inspector General, Catedrático
de Agricultura, y un ciento de cosas más. Además de expandir por la localidad
la profesión que él mismo ejercía, y a través de sus numerosas publicaciones,
por España e incluso Europa. De ahí que en los inicios del siglo XX se
prodigasen por Jadraque los Ingenieros.
También fue, desde el último tercio del siglo XIX hasta pocos años antes
de su retirada de toda actividad política e industrial, uno de esos personajes
imprescindibles en el mundo social, político y cultural de una provincia. Pues
fue, además de diputado provincial, representante en el Congreso de los
Diputados por el partido de Atienza-Sigüenza; llegó a ser nombrado Gobernador
civil de Burgos y dejó escritos, como apuntábamos, una docena de tratados de
agricultura que fueron en su tiempo auténticos manuales para todo aquel que
quisiera dedicar su vida a eso, a la agricultura.
También
fue en Jadraque uno de sus principales propietarios, de tierras, de fábricas de
harinas, e incluso llevó la luz eléctrica a la población, cuando llevar la luz
eléctrica a una población significaba dar un paso de gigante hacía la
modernidad. Que lo dio en 1898, el 30 de enero.
Aquel día dejó grabado su nombre con letras de molde en la historia de
la localidad. Don Antonio había prometido a los jadraqueños que antes de que
finalizase el siglo sus calles se verían iluminadas por la luz eléctrica, que
por estos tiempos comenzaba a hacer furor en las ciudades y poblaciones que de
cierta relevancia se lo podían permitir.
Para que un pueblo como Jadraque pudiese contar con tan mágico invento
tan sólo necesitaba unos motores, unas turbinas, un molino y mucha agua. Esto
último, el agua en abundancia la tenía; el molino también, ya que lo ponía la
familia Verdugo-Botija; faltaba, como mucho, adaptar las turbinas, motores, hacer el tendido… Pequeñas cosas que
con el tiempo se solventarían.
En la provincia de Guadalajara, a esas alturas, se contaban con los
dedos de la mano las poblaciones que disfrutaban del adelanto, que lo era. Para
alumbrarse no quedaba otra que la luz de hogar, esa que ofrecía la lumbre
quemando leña; la del candil; o la más moderna, destinada a la iluminación
urbana durante una o dos horas diarias, de las lámparas de petróleo. Aquel, el
día estaba despejado. El señor cura bendijo las instalaciones y al momento de
caer el sol el Sr. Botija accionó la palanca y, al momento, se iluminó el gran
foco situado en el centro de la plaza, y el cartel que se colocó en la fachada
del Ayuntamiento en el que se leía “Viva Jadraque”, compuesto por bombillas de
colores. Por supuesto, sonaron las campanas y los fuegos de artificio surcaron
el aire.
Habitaban, don Antonio Botija y su familia, el viejo caserón de los
Verdugo de Oquendo y los Arias de Saavedra. El caserón en el que es fama y
recoge la historia, al que fue a curarse de los males del cuerpo y del alma el
gran erudito don Gaspar de Jovellanos, liberado de sus prisiones.
Allá acudió en busca del amparo de su tutor, el atencino don Juan José
Arias de Saavedra, a quien un mal día persiguieron los franceses hasta hacerlo
marchar a las altas cumbres de Bustares, tratando de salvar la vida, y donde
encontró la muerte y en su iglesia de San Lorenzo fue enterrado.
Don Juan José murió unos meses antes de que lo hiciese el gran adalid
asturiano de la cultura, y aun así no mudó su testamento, ni la idea de dejar a
los Arias de Saavedra parte de su colección pictórica, aquella que con el
tiempo pasó por mil vicisitudes y hoy se encuentra distribuida por media España
y sus museos.
Los cuadros que fueron de Jovellanos, y después de los descendientes de
Arias de Saavedra se mantuvieron durante largos años en el caserón. Entonces,
mediado el siglo XIX y hasta sus años finales, a aquellas pinturas no se las
daba el valor que hoy tienen. Quizá porque eran muchas las pinturas que
ornamentaban caserones como los de los Verdugo de Jadraque. Y las pinturas no
eran, ni mucho menos, para echarlas al saco del olvido: algunos lienzos de
Goya, otros de Zurbarán; una Virgen María del
célebre Murillo; otra Virgen María del divino Morales… Bagatelas.
En qué momento la familia se deshizo de los Murillo y los Morales no
está claro; probablemente pasasen a otras ramas familiares cuando unos
heredaron de los otros, quedando en el caserón la Virgen Niña de Zurbarán, hoy
en el Museo Diocesano de Sigüenza, y aquel gran lienzo de Gaspar Melchor de
Jovellanos que pintase el gran Francisco de Goya en Aranjuez el año de gracia
de 1798 y por cuya hechura cobró el famoso sordo de Fuendetodos la nada
despreciable cantidad de 6.000 reales. La factura la abonó, al recibo de la
obra, don Joaquín Verdugo, el sobrino y heredero de don Juan José.
En las salas de la casa estuvo el famoso cuadro de cuerpo entero de
Gaspar Melchor de Jovellanos hasta que llegó el año de gracia de 1868, cuando
en Jadraque se inauguró el nuevo puente que cruzaba el río y a su inauguración,
el 15 de abril, asistió el Sr. Gobernador, a quien recibieron las autoridades
con el lógico cumplimiento, le mostraron el pueblo y lo invitaron a conocer la
casa en la que se alojó don Gaspar Melchor y… ¡oh sorpresa!, a don Florencio
Janér, un Gobernador erudito en historia y ciencia, le llamó la atención aquel
lienzo con trazas de pintura de Francisco de Goya.
Don Antonio Botija, con el beneplácito de la familia, acudió poco
después, con el cuadro bajo el brazo a ofrecerlo al Congreso de los Diputados,
por si la Cámara Legislativa estaba interesada en su adquisición, que no lo
estuvo, y tampoco el Museo del Prado. Goya entonces no tenía tanto predicamento
como lo tiene hoy en día.
Terminó en la trapería, o tienda de antigüedades, de don Mariano
Santamaría, por poco más de mil pesetas, después de recibir la negativa del
Museo, quien a su vez solicitó informe de la Academia de San Fernando y la
Academia respondió diciendo que el Museo Nacional ya tenía bastantes obras del
pintor y que como no era de lo mejor de don Francisco… no merecía la pena.
Don Mariano Santamaría se lo vendió, por unos cuantos miles de pesetas a
la duquesa de la Torre, de quien pasó a la vizcondesa de Irueste, a cuyos
descendientes se lo terminó comprando el Ministerio de Educación Nacional por
veinticinco millones de las pesetas de 1974, para que fuese expuesto en el
Museo del Prado. El lugar al que don Antonio Botija lo quiso llevar en segundo
lugar, y donde fue rechazado.
Como que la vida da tantas vueltas que, al final, no sabemos dónde
tenemos la cabeza. ¡Si don Antonio Botija la levantase!
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, de abril de 2020
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