JUAN-CATALINA
GARCÍA LÓPEZ.
Memoria
del primer cronista provincial
En la media noche del 24 de noviembre de
1845, festividad de San Juan de la Cruz; iniciándose el día 25, de Santa
Catalina, vio la luz del mundo, en Salmerón, quien sería el primer Cronista
oficial de la provincia, y de la ciudad de Guadalajara, Juan-Catalina García
López.
Nombre y apellidos que llevan a la
confusión. Que, a su fallecimiento, aclaró quien escribiese su nota necrológica
para la Real Academia de la Historia, su amigo y compañero don Manuel Pérez
Villamil: Había nacido en Salmerón,
provincia de Guadalajara, en el año 1845, y como se disputasen su nacimiento el
acabar del día 24 de noviembre y el empezar del siguiente, sus padres quisieron
dedicarlo a los santos titulares de ambos días, que lo eran San Juan de la Cruz
y Santa Catalina, por lo cual tomó los nombres de Juan-Catalina, creándose
nuevo apellido que relegó a segundo término el García de su padre.
Su padre, Luis García Dorado, natural de
Berninches, era en ese momento el maestro de la escuela de niños de Salmerón,
de donde pasó poco después a ejercer la de Brihuega; su madre Petra López Recio,
nació en Alocén. Junto a su padre, en Salmerón y Brihuega, estudió las primeras
letras antes de pasar al Instituto de Guadalajara en 1858, y al San Isidro de
Madrid en 1861, donde se hizo Bachiller antes de entrar en la Universidad donde
continuó estudios, de Derecho, Filosofía y Letras, en los que alcanzó el doctorado, iniciando a partir de
la década de 1860 un ascenso meteórico en el mundo de la historia.
Para estos años la familia al completo se
hallaba en Madrid, a donde se trasladó desde Brihuega su padre en 1861, obteniendo
plaza en las escuelas municipales de La Latina, y en cuyo distrito formó parte
de la Asociación de padres de familia para redención de la suerte de los
soldados, e igualmente formó parte de numerosas asociaciones de maestros, dejando
para la docencia algún que otro libro, de enseñanza, entre ellos Aritmética para niños, en el que
compartió autoría con el también maestro Patricio Nájera Cosín. Mientras, Juan-Catalina
comenzaba su vida literaria en la revista “Fomento
Literario”, en 1864. Había comenzado por entonces a dar rienda suelta a su
espíritu de divulgación histórico literaria, con la investigación y posterior
edición de algunos títulos significativos para el futuro histórico de Guadalajara
y Madrid. Trabajos que serían presentados en 1876 en la Gran Exposición
Provincial de Guadalajara que tendría lugar en el Palacio del Infantado en el
otoño de ese año, que lo harían merecedor de una medalla de plata y otra de
bronce, por las obras presentadas: Estudios
biográficos-bibliográficos de la provincia de Guadalajara, y Catálogo de la Biblioteca de la Sociedad
Económica Matritense.
Fue ese año 1876, a raíz de la exposición,
el que le abrió la puerta de la Historia en Guadalajara, ya que la Diputación
provincial, en su sesión del 7 de noviembre lo nombró Cronista oficial de la
provincia. Días después el
Ayuntamiento de la ciudad le confirió igual cargo en cuanto a la capital se
refiere. En compensación a aquellos nombramientos ofreció a la ciudad un nuevo
estudio histórico-literario, el Rasgo
Histórico de Nuestra Señora de la Antigua de Guadalajara- A la provincia,
el inicio de sus Relaciones Topográficas,
que verían la luz a partir de 1903.
En el
transcurso de este tiempo había sido nombrado, académico correspondiente de la
Real de la Historia, que pasaría a ser numerario el 18 de abril de 1890,
leyendo su discurso el 27 de mayo de 1894. Un discurso contestado por quien era
a la sazón uno de sus padrinos en la Academia, D. Juan de Dios de la Rada y
Delgado, entonces director del Museo Arqueológico Nacional a quien,
casualidades del destino, sustituiría años después. En la Real Academia se
convirtió don Juan Catalina García en promotor, o padrino, de algunos otros
ilustres historiadores, entre ellos el seguntino Manuel Pérez Villamil, a quien
contestó en su discurso de ingreso, del mismo modo que lo hizo cuando oficialmente
entró en la academia el ilustre Marqués de Cerralbo, a quien conoció en el
Instituto de San Isidro y cuya amistad mantuvieron a lo largo del tiempo.
Olvidada la carrera de Derecho se dedicó a
las letras, colaborando en un buen número de periódicos, entre los que
destacaron La Unión, así como El Fénix,
siendo director de La España,
periódico desde el que no perdió ocasión de hablar de Guadalajara, y de
Brihuega.
Con el tiempo colaboraría en la mayoría de
la prensa provincial, desde La Crónica,
a Flores y Abejas o las revistas y
periódicos locales Atienza Ilustrada
y El Briocense; del mismo modo que lo
hizo en la Revista de la Asociación
Española de Excursiones; en la de Archivos,
Bibliotecas y Museos; en la de la Real
Academia de la Historia, o en la erudita Revista Contemporánea, a través de la que dio a conocer el Fuero de Brihuega, en 1887, que al año
siguiente se trasladó a libro. Tampoco faltaron sus líneas en La Ilustración Católica, que terminó
dirigiendo Pérez Villamil.
El 15 de abril de 1885 alcanzó a ser
nombrado, por oposición, Catedrático de Arqueología en la Escuela Diplomática
de Madrid y poco después, en el mes de julio, fue comisionado por el Gobierno
del Reino para viajar por Europa a fin de conocer los museos arqueológicos de
Italia, Suecia, Francia e Inglaterra, a fin de reorganizar el madrileño.
Fue 1886 año de glorias literarias para la
provincia, puesto que se dedicó a la preparación de otra obra de referencia, La Historia de la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Guadalajara, desde los tiempos
más remotos hasta nuestros días. Dos tomos que en conjunto superan las mil
páginas.
En 1888 fue nombrado Catedrático de la
Universidad Central; en 1889 dio a la luz su Ensayo de una Bibliografía Complutense; en 1891 tomó parte del gran
proyecto de la Academia de la Historia, que trataría de escribir la de España,
siendo encargado de llevar a cabo los tomos correspondientes a los reinados de
Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III, que vieron la luz entre 1892 y 1893.
Años en los que formó parte, junto a Fidel Fita, de la Comisión Real para la Exposición Histórica Europea, celebrada en
Madrid, con motivo del cuarto centenario del Descubrimiento.
A estos trabajos, ediciones y nombramientos
seguirían otros, como el ya dicho de Director del Museo Arqueológico Nacional, en
1900; el de Catedrático de Numismática y Epigrafía; el de Vicepresidente de la
Comisión de Excavaciones de Numancia, en 1905; o el de Secretario Perpetuo de
la Real Academia de la Historia, en 1909. En medio, Senador Real por
designación de las academias de la Historia y de las Sociedades Económica y
Matritense, y del País, entre 1904 y su fallecimiento.
No todo le fue bien en la vida. En el camino
del éxito la muerte se llevó a cuatro de sus siete hijos y a alguno de sus
nietos, en cuyas enfermedades gastó el poco patrimonio que logró a lo largo de
su carrera; del mismo modo que comenzó a perder la vista cuando más centrado
estaba en la edición de obras de calado provincial. También había tenido que
vender la casa de sus sueños, levantada en la población de Espinosa de Henares,
a la que solía acudir junto a la familia todos los veranos desde la década de
1890, para realizar desde ella las excursiones soñadas al través de la
provincia.
Tras toda una vida dedicada al estudio, y ser
designado Secretario Perpetuo de la Real Academia de la Historia, cambió su
domicilio a la institución, en la calle del León 25, donde le correspondía
vivir. Hasta entonces lo había hecho, después de dejar la calle del Desengaño,
en el número 6 de la calle de la Ballesta.
De su domicilio en la Real Academia salió el
viernes 13 de enero de 1911 para presidir un tribunal de oposiciones. Había
nevado mucho en Madrid y hacía, como entonces se diría, un frío de pasmo, pero
nuestro hombre cumplió con su deber, a pesar de que regresó a casa encogido de
frío y con un malestar que fue
diagnosticado por los médicos como de bronquitis aguda, que fue
debilitándolo y haciéndole empeorar hasta el punto de que el domingo día 15
hizo llamar a su gran amigo el también historiador y académico Ignacio Calvo y
Sánchez, el cura natural de Horche que dio a la luz, entre otros trabajos el
Dómini Quijoti; Don Ignacio lo confesó y le dio la extremaunción. Al amanecer
del miércoles día 18, a eso de las 4,30 de la madrugada, expiró.
En los estantes de la historia reposaban sus
obras, numerosas, imposibles de enumerar, desde aquel de “La Edad del Hielo y el hombre terciario”, a su “Elogio del Padre Sigüenza”; desde “El Libro de la Provincia de Guadalajara”,
a su “Diario de un patriota complutense”,
pasando por los ya conocidos del Madroñal
de Auñón; las Relaciones Topográficas,
los Vuelos Arqueológicos, y las
decenas de artículos, de historia, arte y cultura, esparcidos por la prensa y
revistas especializadas que nos recuerdan la gran obra, que no ha de olvidarse,
de quien fue nuestro primer cronista.
Tomás Gismera
Velasco
Guadalajara en
la Memoria
Periódico Nueva
Alcarria
Guadalajara, 8
de noviembre de 2019
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