viernes, septiembre 06, 2019

EL CONCEJAL DE LOS CHISPEROS DE MADRID. Fulgencio de Miguel, natural de Imón, murió el mismo día en que Madrid lo iba a homenajear


EL CONCEJAL DE LOS CHISPEROS DE MADRID
Fulgencio de Miguel, natural de Imón, murió el mismo día en que Madrid lo iba a homenajear


   Alguien tendría que poner letra a un chotis, o una zarzuela, entre cuyas estrofas se glosase algo así como que Madrid, sin Guadalajara, no sería nada. O que por el Ayuntamiento de Madrid pasaron tantos hombres ilustres de Guadalajara que tiempos hubo en los que la capital del reino, más que capital, pudo pasar por ser una sucursal alcarreña en el corazón de España. Claro que tampoco sería mala idea que, en la esquina de las calles con nombre de personajes se situase una breve mención de quien la da nombre, para que no nos resulte desconocido. Sobre todo si nació en Guadalajara. También es cierto que, teniendo en cuenta el número de habitantes de la provincia, fue esta, a la par que la de Segovia, las que más vecinos entregaron a ese Madrid que todo se lo lleva. Y que hoy, por tierras madrileñas, el número de naturales y descendientes de la provincia de Guadalajara es tres o cuatro veces superior al censo de la provincia. Y unas cuantas calles hay dedicados a ellos.

FULGENCIO DE MIGUEL. EL CONCEJAL DE LOS CHISPEROS DE MADRID
            
   No tenemos muy claro, de momento, si alguno de los muchos nacidos en la provincia que asentaron sus reales en Madrid llegó o no a ser su Alcalde o Corregidor; si tenemos por cierto que gran número de nacidos en la provincia alcanzaron puestos de relevancia en la Alcaldía a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, desde el mondejano Marcial Rivera de Diego, a los gualajareños Manuel Medrano Huetos o Enrique Benito Chavarri. Por supuesto, no contamos, entre los naturales de la provincia, aunque casi lo fuese, a don Alvaro de Figueroa y Torres de Mendieta, nuestro más que peculiar Conde de Romanones, que rigió la Alcaldía. Todos ellos entre los años finales del siglo XIX y los comienzos del XX. Las crónicas nos dicen que administraron sus concejalías y distritos correspondientes con seriedad, honradez y dedicación a sus vecinos.

   La mayoría de quienes ocuparon cargos en la Alcaldía, como concejales de distrito o tenientes de Alcalde de la capital, lo hicieron en los distritos de centro y sus adyacentes de Latina y Justicia, el último conocido fue don Enrique Núñez Guijarro, con raíces serranas, de Miedes de Atienza, que ocupó el caserón de la calle Mayor en el que se encuentra la concejalía que, casualidades del destino, fue levantado por un hijo de Brihuega, don José López Bermejo.

   Don Fulgencio de Miguel Alonso ocupó la concejalía de uno de los distritos más significativos, por su historia, de la capital de España, el de Chamberí, de donde fueron los más famosos “chisperos”, ya que desde que llegó a Madrid aposentó sus reales en la plaza por excelencia de aquel barrio, la de Olavide; en ella se hizo popular y desde ella extendió su reputación a lo que hoy llamaríamos, el todo Madrid.

   Nació, Fulgencio de Miguel Alonso, en Imón, pueblo de sal y de muleteros antes de que la fama se la llevasen los de Maranchón, el 16 de enero de 1863, siendo bautizado en la iglesia parroquial de la localidad, a pesar de que a los  pocos meses de su nacimiento se trasladó la familia a Valdanzo (Soria), desde donde a los diez años de edad, se trasladó a Madrid para afincarse definitivamente en la capital, dejando los estudios para comenzar a trabajar a los 17 años de edad en un importante establecimiento de ultramarinos, donde aprendió el oficio de comerciante.

   En 1887 se estableció por cuenta propia en un local de los que entonces se llamaban “de coloniales”, que al cambio resultaban ser una especie de tienda en la que podían encontrarse todo género de productos, de la calle de Trafalgar, haciéndose popular en el Madrid de la época y el entorno de la madrileña plaza junto a la que se encontraba su comercio, plaza que posteriormente ocupó el mercado de abastos municipal del mismo nombre, ideado y promovido por nuestro hombre, posteriormente derribado, y en el que se colocó una placa a su memoria en los días posteriores a su fallecimiento.

   Siendo ese año, el de 1887, cuando comienza su ascenso en la vida social y empresarial de Madrid, también en la de vecindad, ya que llegará a ser uno de los tipos más populares del barrio. Su semblanza quedó reflejada en una de las muchas publicaciones de la época:

   No aceptando ayudas retrasó establecerse por su cuenta hasta poder hacerlo por sí mismo. De su labor activa y destacada en el gremio del comercio da cuenta el que en el año 1888 fue elegido y nombrado por vez primera Presidente de la Asociación.





   Después, siete veces concejal, socio de honor de los Círculos del Comercio de Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia, Sevilla…

   Fue vocal de la patronal comercial desde los años finales del siglo XIX, así como presidente del Gremio de Comestibles y de la Asociación de Industriales de Plaza y Carruajes de la villa de Madrid, asociaciones desde las que dio el salto a al Ayuntamiento de la capital; consistorio del que sería primero concejal y posteriormente teniente de Alcalde.

   Por supuesto que no escapó a las acusaciones de caciquismo de su tiempo. Acusaciones vertidas por los opositores al denunciar que nuestro don Fulgencio en lugar de limitarse a levantar la voz en los mítines, o contar su programa a través de la prensa, solía acudir a solicitar el voto de sus vecinos puerta a puerta y comercio a comercio, en ocasiones en un vehículo municipal.

   Afiliado al partido Liberal y amigo personal del conde de Romanones, figuró por vez primera en la lista de concejales madrileños en 1903, pasando desde entonces por diversos cargos y representaciones tanto en el Ayuntamiento de la capital, como en su diputación, al tiempo que formó y participó en varias organizaciones culturales y castizas madrileñas que incrementaron su popularidad, hasta hacerlo habitual de la prensa de la época en fechas próximas a las fiestas de carnaval o San Isidro. En nuestro tiempo no hubiese salido de las tertulias televisivas.

   Tan familiar se hizo para los madrileños de su barrio que incluso la prensa, tan ácida en tantas ocasiones, perdonaba sus desvaríos y agradecía sus genialidades, como hizo el diario “La Voz”:

   “En este concejal madrileñísimo se fijó La Voz, especialmente. Le gastó chanzas por su sombrero hongo, su verbenismo, su bastón de nudos, sus cadenas de oro, sus anillos cuajados de diamantes rosa… Y los madrileños acabaron por conocer al Sr. De Miguel por el confianzudo denominativo de “Don Fulgen”… Aparte el espectro pintoresco explotado por el cronista, don Fulgencio de Miguel era todo bondad, buen deseo, ansia de acertar. El distrito de Chamberí le debe casi en su totalidad su moderna urbanización de hoy. Él fue quien consiguió que desapareciera de las calles de Fuencarral y de Hortaleza el bosque de columnas que sostenían faroles y redes del tranvía. A él le deben los chamberileros la luminosidad de la glorieta de Bilbao, hasta hace unos años sumida en la sombra en cuanto se ponía el sol. Don Fulgencio de Miguel ha sido el más resuelto, constante y ruidoso defensor del ferrocarril directo Madrid-Burgos… Don Fulgencio de Miguel fue el promotor eficaz y enérgico de la creación de la Medalla de Madrid, para premiar a los españoles que se preocupen por el esplendor de la capital de su patria… La Voz solicita con plena conciencia de lo que hace, que la primera medalla de oro de Madrid sea concedida a D. Fulgencio de Miguel…”

   Falleció, casualmente, el mismo día en el que Madrid se preparaba para rendirle un sonoro homenaje en el que se descubriría en el mercado de Olavide la placa a su memoria que, como anteriormente señalamos, se hizo con posterioridad a sus funerales. También, casualidades del destino, el mismo día de su entierro el Ayuntamiento de Madrid aprobaba la creación de la Medalla de Oro de la ciudad, cuya creación y proposición partió de nuestro paisano.

   Cuando falleció, la tarde noche del 6 de septiembre de 1935, llevaba unos meses retirado. La enfermedad lo tenía postrado en la cama, y por su domicilio no dejó de pasar gente, a interesarse por su salud y darle ánimos.

   Contaba, cuando lo llevaron a enterrar, setenta y tres años de edad. El cortejo fúnebre pasó por el mismo lugar en el que se alzaba el entarimado ya preparado para rendirle aquel gran homenaje que se preparó en el barrio y trascendió al resto de los distritos de Madrid. El descubrimiento de la famosa placa con su busto, que no pudo llegar a conocer, porque no hubo tiempo. Aunque sí que se marchó conociendo que los madrileños no lo olvidarían fácilmente. Pocos días después de su entierro, y aunque ya estaba ausente, se inauguró la placa y, por esas cosas que la ordenanza madrileña tiene de que hasta después de muerto no te ponen de nombre a una calle, dieron el suyo a una de las de Madrid. La placa a su memoria, desde que derribaron el mercado, años ah, se pasea por el Parque del Retiro, como los madrileños de postín.

   Y es que los hijos de Guadalajara también han sido, en la capital de España, piedra angular del edificio municipal.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 6 de septiembre de 2019





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